martes, 15 de febrero de 2011

Socialismo difícil

Carlos Rodríguez Braun en La Razón

La malquerencia afecta al progresismo. Estalla una crisis económica, atribuida a la libertad y sus instituciones, como la propiedad privada y el mercado. Los gobiernos intervienen para garantizar nuestra prosperidad. Y acto seguido los ciudadanos hacen caso omiso de las prédicas antiliberales, y votan en contra de los gobiernos que aumentan el gasto público y los impuestos. La corrección política, incapaz de apreciar a mujeres y hombres libres, y temerosa de confesar que los abomina y sólo los quiere obedientes, busca enemigos convenientemente malvados: «Somos súbditos de los mercados», «el poder económico manda sobre la democracia», y demás falsedades evidentes, porque nadie es más rico y poderoso que los estados. Nadie en España controla directamente el 50 % del PIB como hacen las autoridades. Otra estrategia es reclamar imprescindibilidad sobre la base de la virtud de la coacción: «Defendamos nuestro sistema de pensiones», como si fuera nuestro y como si fueran pensiones. Finalmente, otro ardid es la alarma ante los sucesores: si se van estos políticos vendrán los extremos, antisociales, crispadores, que no creen en la democracia, etc., como si los ciudadanos no dieran muestras de desdén hacia otros estados y otros políticos. ¿Qué salida tienen los socialistas? Como siempre, fabular y reinventarse, pero sin salirse del guión, a saber, que lo correcto es quitarnos nuestra libertad y nuestro dinero, por nuestro bien.

Viñeta de Caín en La Razón

De risa, de llanto

Alfonso Ussía en La Razón

La alfombra roja, las falsas sonrisas, la distancia insuperable entre su pequeño y aislado mundo y los sentimientos y preocupaciones de la sociedad. Sostres recuerda a Pla cuando preguntaba ante una mesa atiborrada de delicias: «¿Quién paga todo esto?». Pues usted, el de más allá, el que cruza la calle, el que espera el autobús,el que se divierte en las mañanas de los domingos remando sobre una piragua, la piragua y servidor de ustedes. Pero ellos, que lo saben, no quieren hacerse los enterados. Y montan estos espectáculos ridículos para entregar unos premios que llevan el nombre de un genio universal que de poder hacerlo, los mandaría a todos a paseo.

Butacas vacías

José Antonio Álvarez Gundín en La Razón

No hay mejor metáfora del extravío en que anda el cine español que el palmarés de anteanoche. Si lo mejor de la cosecha anual es otra película sobre la Guerra Civil, «Pa negre», que apenas han visto 50.000 espectadores, se explica prácticamente todo, desde el profundo desdén de los cineastas hacia un público que ha desertado del patio de butacas hasta la confortable torre de marfil que se han construido con el dinero de las subvenciones. (...) En 2009, el cine recaudó en taquilla 69,7 millones de euros, pero se embolsó 89,39 millones en subvenciones. Para qué mimar y cultivar al público si quien pone la tela es el Gobierno.

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Nunca está de más aclarar que la tela que pone el Gobierno es NUESTRA tela.

De la Iglesia, en capilla

Tomás Cuesta en ABC

Como en este país hay muchos malpensados (y como se da el caso de que, por lo común, aciertan), no ha de faltar quien piense que Álex de la Iglesia se ha ido de vacío de los Goya porque cargó la suerte al irse de la lengua. Y es que, sin pretender menoscabar a Villaronga o pellizcar en la corteza de «Pa negre», a nadie se le oculta que a la ministra de Cultura, tan estricta en cuestiones de índole genérica, no le hacía tilín el que, además de la moral, pretendieran tocarle impunemente la trompeta. ¿Influyó doña Ángeles —ya en alas de la astucia, ya en aras del despecho— en la bizarra decisión de la Academia? ¿Es suya la trama de esa tragicomedia que ha dejado en capilla al señor De la Iglesia? ¿Por qué de madrugada ni pestañeó siquiera y luego, al cabo de un rato apenas, con el rictus cansino y la legaña aún puesta, se acordaba de Álex («¡Pobre Álex!») remojando penurias en el café con leche? O sea, lo de siempre: «Excusatio non petita, accusatio manifesta». En latín te lo digo, para que me entiendas.

Malversaciones

Hermann Tertsch en ABC

El Ministerio Público, que tantos asuntos gravísimos se ha visto obligado a relegar a esta máxima prioridad del Estado que era el caso de esos trajes de medio pelo de Camps, reconoce no tener indicios de tráfico de influencias, contratación irregular ni financiación ilegal. ¡Por Dios, señores, qué fiasco el suyo! Después de dos años de utilizar todos los medios del Gobierno y del Estado, policía y fiscalía, amiguetes de la judicatura, de filtraciones reales o falsas, intoxicaciones múltiples y multiplicadores de opinión y agentes, éstos sí sospechosísimos de cohecho continuado y prevaricación constante en favor del rodillo socialista; ¿esto es realmente todo lo que han sabido encontrarle? Me gustaría ver a mí cuántos políticos con unos cuantos años ejerciendo tareas no ya de gobierno, sino de cierto relieve, superarían un escrutinio como el aplicado a la vida y el entorno de Camps con una acusación como esa. Por no hablar desde luego de nuestra tropa de ministros y caciques. Que nos lo digan, el Pepiño de la casita costera y el «maná» a las empresas amigas, el Chaves de la niña subvencionada, el Griñán de los EREs egipcios, el Rubalcaba de los faisanes y las medallas pensionadas, el Bono «seseñero» y sus caballerizas, la Pajín con sus subvenciones y ONGs amigas y hermanas o la niña Aido con sus cuentas del Gran Capitán del Ministerio de la Igual Dá.

Rubalcaba, el catalizador

Editorial de Libertad Digital

Sería de una ingenuidad pasmosa aspirar a una clarificación sin paliativos del chivatazo en un país en el que hasta el Rey asume la imposibilidad, parece ser que metafísica, de llegar al fondo de asuntos como el 23-F y el 11-M, tal como se ha puesto de manifiesto en este diario. No obstante, sorprende que la oposición asuma con tanta docilidad los criterios de Rubalcaba sobre lo acontecido en el bar Faisán, entre otros tantos asuntos. Sobre todo cuando esos criterios son que aquí no ha pasado nada, como siempre que se trata de Rubalcaba. Sin embargo, de las declaraciones de los policías, de los informes periciales, de los números de móvil, de las contradicciones, de los testimonios recabados y de los mismos hechos se desprenden responsabilidades sobre las que él tendría que responder como poco en sede parlamentaria.