domingo, 3 de abril de 2011

Socialistas

José María Marco en La Razón

Lo que empezó con insultos, con furia y con sangre, los años de gobierno de Zapatero, terminan con abucheos y con el aplauso gélido, entre distante y ansioso, de sus compañeros de partido. Entre los dos momentos median ocho años que no han servido de nada. Hemos retrocedido en prácticamente todos los órdenes. España está más debilitada, nos hemos empobrecido y estamos peor preparados para enfrentarnos a la recesión y a la gigantesca mutación económica que está teniendo lugar desde el 2008. No tenemos capacidad de influir en los cambios que se producen en la escena internacional. Estamos más divididos y más enfrentados: Zapatero ha jugado con una nación en la que no cree, con los recuerdos de todos, con los pactos que entre todos habíamos alcanzado y que nos habían permitido emprender un nuevo camino de convivencia, de prosperidad y de influencia. La ejecutoria de Zapatero ha sido tan destructiva, él mismo ha hecho tanto daño con su rencor, sus mentiras y sus arbitrariedades que se necesitarán varios años no ya para mejorar, sino para volver al punto en el que nos encontrábamos en 2004. Lo peor es que, para el PSOE, todo esto resulta inútil. Sigue siendo un partido de pura oposición, que se considera el único legitimado por la historia y la ideología, sin la menor voluntad de autocrítica que el resto de los españoles hicieron hace más de cincuenta años. El PSOE, y con él los sindicatos y la izquierda política, no han aprendido la lección de estos años de zapaterismo, ni lo que el zapaterismo significa como desplome del socialismo histórico español, una mentalidad –más que una ideología– antisistema, antiliberal, nada respetuosa con la democracia, resentida, desconfiada de todo. Lo lógico sería que de esta crisis saliera un nuevo partido, homologable con los europeos. No será así. Empezamos a librarnos de Zapatero, pero no de este socialismo nuestro, brutal y primitivo, del que el zapaterismo habrá sido un avatar más. A ver cuál es el próximo.

Pasmo

Alfonso Ussía en La Razón

Hay que ser optimistas, aunque sea por obligación. España se despide con infinito dolor del político que ha demostrado su grandeza. La de España, me refiero. Después de su época de gobernante, España zozobra, pero no se ha hundido definitivamente. Y esa resistencia frente al temporal nos la ha hecho ver Zapatero. Ocho años destrozando a España, y España sigue. Gracias por abrirnos los ojos.

No me lo creo

Antonio Burgos en ABC

PUES, ¿qué quieren ustedes que les diga? Usted se lo creerá. Todo el mundo se lo ha creído. Han tragado. Pero yo no me lo creo. Y no es que sea incrédulo. Hasta creo en los dones del Espíritu Santo, que es bastante más complicado que lo que pueda decir este personaje siniestro. Porque les juro por lo más sagrado, aunque esto de jurar y de lo sagrado sean políticamente incorrectísimos, que yo no me creo que este tío vaya a coger a sus Sonsoles y a sus niñas góticas y se vaya a largar, con lo encantado de haberse conocido que está.

No es que yo sea un incrédulo, como les digo. Es que tengo memoria. Y si este tío coge el portante y la media manta y se va, como ha anunciado, y le larga a otro el mochuelo de perder las elecciones, será la primera verdad que haya dicho en todo este tiempo que lo hemos padecido como presidente del Gobierno, en el que ha dejado a España rota y en ruinas, mucho peor que el de Mienmano pudiera imaginar nunca cuando predijo que no la iba a conocer ni la madre que la parió.

Aunque no soy analista político (ni Dios lo permita), mi argumento es bien sencillo: si este tío, desde que llegó al poder, no ha hecho más que colocarnos solemnes mentiras y ampulosos embustes, ¿cómo va a ser posible que haya roto en verdad al cabo de tanto tiempo, que yo creo que hasta se le ha olvidado ya que existe la verdad?

Llegó con el buen rollito del talante y en todo este tiempo no ha habido ni buen rollito ni talante, sino que ha resucitado peligrosamente a las dos Españas. Menudo rollito la crisis en que nos ha metido y la última comparación de las cifras de paro de España con la media de la Unión Europea, y menudo talante el despilfarro y la inepcia como modos de actuación de su virtual Régimen.

Revalidó el poder cuando España chorreaba literalmente sangre de las mochilas de Atocha, que aquí nos olvidamos muy fácilmente de los muertos si son a cientos: los 900 de la ETA o los 192 de vaya a usted saber quién en el 11-M. Sobre esa sangre, volvió a ganar las elecciones porque hizo justo lo contrario que había prometido: usó el terrorismo con fines políticos. Y porque mandó decir a esta nación de borregos que España no se merece un Gobierno que le mienta. ¡Anda que no! ¡No ni ná! Anda que no le ha mentido veces desde aquella frase famosa coreada por los pancarteros, en las horas del «¡Pásalo!».

Dijo que en España no sólo no había crisis, sino que no la iba a haber nunca. Que los que tal decían eran unos antipatriotas, pues estábamos que lo tirábamos de bien. Luego vino lo que todos padecemos, el paro terrible, la deuda de caballo, España al borde del rescate. Antipatriotismos, vamos, porque aquello era sólo, ¿cómo le decía? Ah, si: la desaceleración. ¡Menuda mentira la desaceleración! ¿Y lo de que nuestro sistema bancario era el más fuerte del mundo, cómo se les queda el cuerpo al recordar aquella mentira?

Y luego, cuando el vil Proceso de Pazzzzz y los muertos de la T-4, dijo que no habría más negociación con la ETA, cuando se ha constatado que les comían en la mano a los asesinos para maniatar a la Policía y callar a los jueces.

Así que si ha estado ocho años mintiéndonos, ¿cómo ahora, al humo de las velas, va a decir la verdad? Si ha dicho que se va, hará justo todo lo contrario, como siempre: se quedará. Y bien que lo siento, porque ya tenía enjauladas las palomas para soltarlas y comprados los mazos de cohetes para tirarlos.

Adiós a Zapatero

Editorial de Libertad Digital

Zapatero ha sido y sigue siendo el peor presidente de la democracia española. De modo que el anuncio de su marcha no puede sino producir alegría, aunque matizada por el convencimiento de que, de no haber tomado él la decisión, la puerta abierta se la habrían señalado igualmente los españoles.

Quiso llevar a España a la rendición ante ETA, ofreciendo a los terroristas triunfos políticos, traicionando el sacrificio de los cientos de españoles a los que la banda asesinó, y denigrando a sus familias y los supervivientes de los atentados. Su apuesta por aliarse con los nacionalismos ha producido el Estatuto catalán, engendro sólo parcialmente anulado por el Tribunal Constitucional y que consagra la desigualdad entre los españoles. Su política internacional nos ha alejado de nuestros aliados para acercarnos a regímenes como Cuba o Venezuela, poco democráticos, incapaces de reconocer los derechos humanos, pero de izquierdas, que es el único salvoconducto que los socialistas han tomado en cuenta. Ha dividido constantemente a los españoles con leyes como la del matrimonio homosexual, la igualdad, la memoria histórica, el tabaco, el aborto, la educación para la ciudadanía, empeñado en que todos vivamos según el manual del progre rancio indica que debemos vivir y morir.

Pero ha sido la economía la que finalmente le ha dado la puntilla. Su ineptitud en la materia, que ni dos ni mil tardes han podido reducir, y ese sectarismo ideológico con el que se enfrenta a todos los asuntos que ha abordado han agravado en España una crisis que sí, es mundial, pero que en nuestro país ha hecho más daño y nos está siendo más difícil salir. Sólo cuando la ruina amenazaba con llevarse por delante el euro, y el "corazón de Europa" nos ha obligado a tomar medidas más racionales, Zapatero ha renunciado en parte a su programa izquierdista y, por lo tanto, ruinoso. Pero ha sido demasiado tarde, y demasiado poco para los cinco millones de parados que su política ha dejado sin empleo.

Con el anuncio de su marcha, Zapatero ha vuelto a demostrar que lo que más le importa no es España sino el PSOE y él mismo. Anunciándolo antes de las municipales y autonómicas su partido espera contener la sangría de votos. Y haciéndolo con casi un año de plazo da tiempo a que la sucesión se produzca y el vencedor se cure de las heridas del proceso. Pero en esta España que se desangra, a Zapatero no le importa abrirle otra brecha: la de su sucesión. Un presidente que se va porque sabe que nadie le quiere en el cargo es un presidente que no debería seguir ni un minuto más en el cargo. Sería lo mejor para España. Por eso continuará hasta 2012.