miércoles, 23 de marzo de 2011

Salida digna

Gabriel Albiac en ABC

La ideología se asienta sobre ausencia de ideas y exceso de retórica: una amalgama letal en sociedades capaces de fabricar conciencias a medida. El estallido brutal de los totalitarismos marcó el inicio de ese tiempo en el cual la ficción suple a la realidad ventajosamente. Un necio armado de sonoras vaciedades es la variedad más peligrosa de la especie humana. Triunfará, si a eso une la impecable ausencia de sentido del ridículo. La necedad, multiplicada por el altavoz propagandístico, se trocará en verdad, la única, la exterminadora verdad que exige que todo análisis no concordante con su salvífico mensaje sea aniquilado. Hitler o Stalin podían ser sujetos ridículos; lo son, a poco que escuchemos, en el frío que impone la distancia, sus palabras; a poco que descompongamos la desmesura semiótica de sus gestos. Triunfaron. Hay en lo monstruoso un enfermo atractivo. Basta que quien esté detrás del ojo de la cámara sea Leni Riefenstahl, para que los gestos grotescos del Führer en el estadio olímpico berlinés del 36 revistan esa épica de canto colectivo en la cual los gregarios humanos tanto aman identificarse.

Pasaron tres cuartos de siglo. La capacidad de hacer con cualquier cosa un gobernante ha accedido a su final refinamiento. No hay partidos políticos ya; sólo agencias publicitarias. Que le dan al votante lo que el votante quiere; el equivalente exacto de lo que se traga cada noche ante la tele: basura. Recamada de abalorios y quincalla que ciegan, con su bárbaro destello, los ojos de los maltratados por una vida hecha de repeticiones. No hay límite: a mayor vulgaridad, identificación más alta. La clientela de telebasura y políticos no perdona: aquel que desee su anuencia debe avenirse a exhibir hasta qué punto es un monstruo. Televisor y urnas son el espejo mágico de la bruja de Blancanieves. El ciudadano exige que la imagen que aparece le resulte aún más abyecta que la suya propia. Por eso triunfan en los talk-shows personajes repulsivos. Por eso ganó dos veces en las urnas Zapatero: lo inconcebible. Racionalmente.

Llegó al poder, porque una pulsión masoquista demasiado humana está siempre tentada de poner en el mando supremo al tonto de la tribu. Era cosa de mucha risa, y además —necios de nosotros— pensamos que el descacharrante sainete nos iba a salir gratis, porque, al fin, las cosas del Estado funcionan por sí mismas y uno podría —como hicieron los hippies californianos, en los años sesenta— presentar un cerdito a las presidenciales con la certeza de que, si ganaba, todo continuaría igual que con un bicho humano. La boutade era graciosa. Su anacrónico éxito aquí ha sido catastrófico.

Cuando el Nadie sonriente se instaló en la Moncloa, éste era un país rico. Siete años después, está en la ruina. Cuando el pánico colectivo puso el Estado en manos del ángel de las «ansias infinitas de paz», España había ido haciéndose un sitio en el juego de las relaciones internacionales. Siete años después, nos queda Chávez. Y una guerra. De verdad. Absurda. No sé si será cierto lo de que piensa marcharse ahora, tras haber enlodado realidad y retórica de un modo loco. Para volverse a casa. Tan tranquilo. Yo en su lugar, al menos, me volaría los sesos. Dignamente.

¿Cuánto nos cuesta Libia?

Antonio Burgos en ABC

A aquel vivalavirgen sin oficio ni beneficio que vivía como un marqués de los antiguos (porque los de ahora están mayormente tiesos), que no pegaba ni golpe y que cuando no estaba en el polo de Sotogrande es porque andaba por Mallorca en un yate o participando en un torneo de bridge en Marbella, donde tenía un casoplón, le preguntaron un día:

—¿Y tú que harías si te tocara el gordo de la lotería?

Y contestó: Pues vivir como vivo...pero pudiendo.

Lo de España es peor que lo del vivalavirgen del vidorro. Sin que le haya tocado otra lotería que la desgracia de tener como presidente a ZP, España vive muy por encima de sus posibilidades...y se cree que puede. Como si fuera media pringá, España dará más de 83.000 millones de euros para el Fondo de Rescate de la Unión Europea, cuando ella misma (dicen los que saben) es la que está a pique de un repique de tener que ser rescatada. Esto de los 83.000 millones para el Fondo de Rescate me parece a mí que es como si quieren que un señor que tiene un shock hipolémico de no te menees haga una donación altruista para el Banco de Sangre, porque las existencias de su grupo están cortitas. ¿Cómo podemos dar 83.000 millones de euros a Europa con la deuda que tenemos? ¿Y qué Europa ni Europa? ¿Cuántos puestos de trabajo se podrían crear aquí dando 83.000 millones de euros para abrir el grifo de los créditos a los autónomos y a las pequeñas empresas? O sin siquiera eso: emplear los 83.000 millones de euros para que los ayuntamientos y las autonomías se pusieran al día en el pago de atrasos a sus proveedores. La Junta de Andalucía, por ejemplo, debe 1.646 millones de euros a las firmas sanitarias que abastecen sus hospitales y a las constructoras que hicieron sus obras faraónicas.

Y encima, Libia: nos metemos hasta las cejas en la guerra de Libia por decisión de los ex pacifistas del «No a la guerra». Aparte de otras consideraciones morales, ¿tenemos posición para meternos de hoz y coz en esta carísima guerra, codo con codo con los que no tienen encima la ruina de España? Que yo sepa, nadie ha hecho la pregunta del millón: ¿cuánto nos cuesta cada día el sobrevenido ardor guerrero de ZP en Libia? Si en la guerra de Afganistán nos estamos gastando más de un millón de euros al día, ¿cuántos nos cuesta cada día de navegación de ese submarino que tiene nombre de chalé elegante, «Tramontana»? ¿Cuánto gasta cada día sólo en gasolina la fragata «Méndez Núñez»? Repostar el avión-cisterna Boeing 707 que hemos mandado creo yo que tiene que costar algo más que llenar el depósito de mi Ford Focus... Por no hablar de los F-18. ¿Usted sabe cuánto cuesta cada uno de los cuatro F-18 Hornet que hemos mandado a la base de Cerdeña para ponernos a las órdenes de un almirante americano y de quien haga falta? Pues cada aparatito cuesta 28 millones de euros (que son 4.656 millones de pesetas). Por no hablar del armamento que llevan a bordo, que, vamos, no son cuatro cartuchos de escopeta. Sabemos que en el primer día de la guerra Estados Unidos lanzó 112 misiles Tomahawk, cuyo coste total es de 168 millones de dólares. ¡Como para no afinar la puntería!

Y, sobre todo, algo que no tiene precio: ¿cuánto cuesta la vida de esos 500 servidores de la Patria que ponemos en peligro al mandarlos a una guerra para la que no tenemos posición y que ni nos va ni nos viene?

Entre la guerra y la miseria política

Agapito Maestre en Libertad Digital

La sesión del Parlamento de ayer no ha sido sólo bochornosa, ojalá, sino que nos ha enseñado que la política española ha quedado reducida a una mera rebatiña por el poder. Es difícil no sentir vergüenza ajena ante lo sucedido en el Parlamento. Zapatero ha hecho lo que se esperaba. Nadie le ha levantado la voz. Vamos a la guerra de Libia porque le da la gana. Punto. No ha dado un solo argumento que haga creíble su posición política. Excepto Llamazares, todos han seguido como ovejas la demagogia de Zapatero. Pero, en mi opinión, el peor parado de todos es Rajoy. Yo esperaba alguna pregunta retórica, por ejemplo, cuánto tiempo necesita el Gobierno para participar en la guerra de Libia o algo parecido.

Pero Rajoy ha preferido mantener el perfil bajo que le aconsejan sus asesores. No ha querido mostrar contradicción alguna en el comportamiento de los socialistas ante las guerras de Irak, Afganistán y la de Libia. Nada ha dicho ni hecho Rajoy que pueda resaltarse, excepto plegarse al dictado de Zapatero. El problema, sin embargo, no es que Rajoy no diga nada, sino que exhibe una dejadez de ánimo preocupante. Rajoy parece haber renunciado a su oficio: la oratoria. Ya no se trata de que no tenga nada qué decir, sino que no quiere decir. No cree en nada de lo que hace, por lo tanto, no quiere discutir nada con su adversario. Sólo quiere que haya elecciones y ganarlas. ¡A la rebatiña por el poder a través del silencio!

Rajoy sólo quiere el poder al mínimo coste posible, es decir, sin ni siquiera ejercer el oficio de tribuno público. Renuncia al oficio de orador profesional, que no otra cosa es el político, y no quiere tampoco ponerse como ejemplo de un buen ciudadano, que se preocupa por preguntarle a su presidente de Gobierno cosas sencillas como, por ejemplo, por qué antes no fue a Irak y ahora va a Libia, o qué sacará España de este seguidismo de las posiciones francesas y británicas. Si nada de esto le preocupa a Rajoy, entonces qué pinta este hombre en el Parlamento. Nada. Sólo espera que le llegue el poder, porque la gente está cansada de las tropelías de Zapatero.

Ya digo que es difícil no sentir vergüenza ajena ante el comportamiento de toda la casta política en general, y del responsable de la oposición en particular, ante el cinismo de Zapatero. El problema es que tampoco en la calle existe demasiado malestar. La chusma pasa de todo y los ciudadanos normales buscan espacios privados donde salvarse de estos salvajes políticos. Si las palabras son las únicas armas de los políticos, entonces puede decirse que la sesión parlamentaria de ayer certificó la muerte de la política.

Rufet, Rufetiño y Rufeticoetxea

Pablo Molina en Libertad Digital

Nada debería ya sorprendernos respecto al escaso nivel de nuestra casta política pero, en el caso de que existiera alguna duda, ya se encargan sus miembros más preclaros de brindarnos periódicamente un espectáculo parlamentario como el escenificado a cuenta de la guerra de Libia, de forma que nadie cometa el error de suponer que las decisiones que afectan a nuestro país son adoptadas por personajes mínimamente solventes.

En el caso de la guerra contra Gadafi, pero sin intención de acabar con Gadafi (áteme usted esa mosca por el rabo, comandante Chacón) no se trata ya solamente de la postración intelectual que habitualmente ofrece el Hemiciclo, sino de la escasa vergüenza de sus señorías a la hora de defender su postura belicista enarbolando unos argumentos que parecían escogidos para acusarse a sí mismos ante la opinión pública española.

Los nacionalistas catalanes, siempre tan respetuosos con el orden político ajeno, dicen que apoyan a Zapatero porque resulta inaceptable que Gadafi vulnere los derechos humanos, lo que no les impide hacer lo propio en el territorio que gobiernan en lo que respecta al uso de la lengua materna, especialmente en las primeras etapas de la educación de los niños que, por si no lo saben, es otro derecho que conviene preservar sobre todo si se tienen responsabilidades ejecutivas.

Sus colegas vascos, por su parte, se muestran escandalizados por el número de víctimas civiles ocasionadas por el Gobierno de Gadafi, pero en cambio apoyan la vuelta a las instituciones democráticas de un grupúsculo sospechoso de apoyar a un grupo terrorista que lleva mil asesinados no al otro lado del mediterráneo, sino allí mismo, junto a los caseríos y los batzokis donde se reúnen estas plañideras con txapela a preparar sus estrategias en el parlamento "del estado".

En cuanto a Rajoy, habitualmente muy superior a la catetada periférico-parlamentaria, en este caso ha decidido no desentonar del rufetismo circundante, evitando hacer una masacre dialéctica con un Zapatero agonizante en términos políticos, al que podía haber vapuleado por la evidentísima hipocresía que revela su reciente ardor guerrero, sustentado ridículamente en el procedimiento administrativo de unas resoluciones de la ONU que a nada obligan, como demuestran otros muchos países que han preferido mantenerse ajenos a la aventura libia.

Caso aparte es el de un aturdido José Antonio Alonso en el papelón de defensor de las locuras de su líder, al que no se le ocurre otro argumento para justificar la guerra contra Gadafi que enarbolar una encendida defensa del derecho a la vida, el mismo derecho que su partido se ha encargado de abolir en territorio nacional con una ley que convierte el asesinato nada menos que en un derecho.

Cómo habrá sido el nivel del debate que Gaspar Llamazares ha brillado con luz propia como el único parlamentario fiel a sus principios; absurdos, sí, totalitarios, también, pero en última instancia los mismos que ha defendido siempre. ¿Al lado de los Rufets, Rufetiños y Rufeticoetxeas que han subido hoy a la tribuna de oradores? Un Churchill.

Ardor guerrero

José García Domínguez en Libertad Digital

Vista esa querella de rufianes entre el ministro de Justicia de Gadafi, avezado carnicero con las manos empapadas de sangre, y su antiguo maestro, guía y patrón, parece que no hay en el Parlamento español quien muestre reserva moral alguna a enfangarse en semejante trifulca. Triste unanimidad que, sin embargo, a mí me recuerda un viejo pasquín de la extrema izquierda cuando la Transición –del MC para el lector que ya gaste una edad–."Gane quien gane, tú pierdes", rezaba su cartel electoral no sin alguna aciaga lucidez. Aunque uno pueda entender el súbito ardor guerrero del presidente del Gobierno, que ha corrido a alistarse voluntario sin que nadie le hubiera dado vela en el entierro de la sardina pacifista.

Y es que, en la estela de aquellos oscuros legionarios de las coplas de doña Concha Piquer, el recluta Zapatero igual ansía expiar algún turbio pasado en la primera línea del frente. Fervor bélico que, muy en su estilo, lo ha llevado del minimalismo ético al maximalismo semántico sin solución de continuidad. Así, en la alocución ante el Congreso ha vuelto a reincidir en ese vicio tan suyo, el de pervertir los significados del diccionario prostituyendo el uso de las grandes palabras para su empleo mercenario al servicio de la pequeña política. Por ejemplo, al calificar con alegre impunidad de "genocidio" cuanto viene aconteciendo entre esas tribus del desierto africano de quince días a esta parte. Por más que la evidencia fáctica a propósito del tal genocidio sea equiparable a la que en su momento se dispuso sobre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Porque resulta ser exactamente la misma. Ni mayor ni menor. La misma. O sea, ninguna. Lástima que Don Tancredo no concediera recordárselo desde la tribuna. Lástima de amnesia, la que asimismo le impidió mencionar que éste habrá de ser el primer ataque militar de España contra una nación árabe. Por cierto, singular, insólito genocidio en el que al genocida se le reconoce el soberano derecho a continuar reinando sobre el escenario de sus crímenes. Lo acaba de anunciar el propio Zapatero: "No se trata de echar a Gadafi, sino de poner fin al genocidio". Grandes, enormes, imponentes palabras; ínfimas, raquíticas, mezquinas realidades: Zetapé en estado puro.

¿Me pone cuarto y mitad de Apocalipsis?

Carmelo Jordá en Libertad Digital

El terremoto de Japón nos ha enseñado muchas cosas, algunas realmente hermosas como la abnegación y nobleza de los nipones; otras importantes, como la extremadamente elevada seguridad que a día de hoy nos ofrece la energía nuclear; y, por último, también unas pocas más bien desagradables como los niveles de miseria moral y desvergüenza a los que pueden llegar las clases política y periodística en Occidente.

Y es que durante la pasada semana hemos asistido a un espectáculo de manipulación y amoralidad como en muy pocas ocasiones se ha visto, pero además lo hemos hecho sentados a la mesa con muchos miles de muertos, otros tantos desaparecidos y centenares de miles de personas que han perdido sus bienes, sus casas o a sus seres queridos.

Pero nosotros no podíamos ocuparnos de ellos, estábamos muy ocupados esperando que nos sirvieran un cuarto y mitad de Apocalipsis que nos permitiera conseguir más clics, vender más periódicos, perder menos votos, justificar políticas demagógicas o favorecer soterradamente intereses muy poco puros.

El mecanismo de acción –reacción– manipulación ha funcionado con una siniestra eficacia: los periódicos se hacían eco de rumores sin confirmar, exageraban los datos reales y nos vendían "ponderados" análisis de lobbistas; acto seguido y basándose en esos "hechos" los políticos anunciaban medidas demagógicas o hacían declaraciones deplorables que los periódicos reproducían dándoles la categoría de acontecimiento.

El Apocalipsis estaba servido... por gentileza de su periódico de cabecera.

Los periodistas españoles se han aplicado a esta tarea con una diligencia que no suelen exhibir para luchar por la libertad o defender a las víctimas, ya sean de una catástrofe natural, ya de un atentado terrorista, ya –y sobre todo– de alguna "guerrilla" comunistoide. Todos los trucos de la manipulación se han usado de forma grosera: los análisis de "expertos" interesados, la información exagerada o directamente manipulada, los rumores vendidos como hechos, incluso las mentiras flagrantes en no pocas ocasiones...

Hemos visto, por poner sólo uno ejemplo de muchos, cómo las informaciones sobre Fukushima se presentaban en las ediciones de "prestigiosas" cabeceras "de referencia" acompañadas de terribles imágenes de destrucción... ¡de otras zonas de Japón que nada tenían que ver con la central!

Los políticos se han subido a la gigantesca ola de demagogia con alegría de surferos, demostrando que no hay convicción que resista el miedo a perder apoyos, que no hay altura intelectual y moral para enfrentarse a una cuestión difícil dando las oportunas explicaciones, que no hay mentira con la que no se esté dispuesto a transigir con tal de no parecer antipático... Demostrando, en suma, que en lugar de líderes tenemos en el poder a simples lectores de encuestas.

Abro un paréntesis para decir que, para mi enorme sorpresa, el Gobierno español ha tenido en este caso y por primera vez en siete años la posición racional y mesurada que debería exigírsele en todo lo demás. Vivir para ver.

Pero incluso entre los que sabían lo que estaba ocurriendo ha habido miedo por defender la verdad ante el descomunal tamaño de la bola de nieve de la mentira, empresas que han prohibido a sus expertos explicarse en los medios, temor a significarse demasiado, evidentes esfuerzos por pasar silbando ante la cuestión.

Así que muy pocos periodistas, poquísimos medios y cuatro locos de Twitter, nos hemos enfrentado en una descomunal inferioridad de condiciones a la mentira globalizada.

Éramos pocos, sí, pero teníamos razón: es miércoles, estamos vivos y el Apocalipsis no ha llegado ni a Fukushima ni al resto del mundo... Quizá sí a algunas conciencias, aunque sinceramente no tengo muchas esperanzas.

Lecciones libias

Agustín de Grado en La Razón

Una doctrina que hunde sus raíces en Tomás de Aquino y nuestra Escuela de Salamanca ha tratado durante siglos de resolver esta terrible paradoja: cuándo aceptar la guerra, intrínsecamente mala, como remedio de males mayores. En la España de hoy, donde la demagogia y el partidismo ahogan cualquier intento de debate serio, sólo existe un tipo de guerra justa: la que protagonizan los socialistas, que agitan el pacifismo chillón e inane cuando toca a otros ejercer su responsabilidad. Nuestro príncipe de la paz tragó quina ayer para justificar como humanitaria una misión bélica que hubieran bendecido los kurdos antes de ser masacrados por Sadam.

Entonces nadie la planteó. Es la ventaja de los gases letales: matan en silencio, sin la reacción que provoca la brutalidad de aviones disparando a su propio pueblo. Ha sido el error de Gadafi. Ya sabéis, tiranos del mundo: absteneos de bombardear al pueblo. Matadlo de hambre (Corea del Norte), condenadlo al exilio (Cuba), sometedlo a una teocracia medieval (Irán). Las conciencias del mundo libre no pasarán a la acción. A todos, esta guerra nos deja otra lección. No es nueva: el apaciguamiento no funciona. Sólo retrasa el conflicto inevitable. Sucedió con Hitler. Con Milosevic y Sadam después. No estaríamos ahora expiando culpas a golpe de Tomahawks si hace 25 años tres dirigentes socialistas (González, Mitterrand y Craxi) no hubieran jugado al antiamericanismo barato torpedeado la operación de Reagan para acabar con este psicópata que nuestros dirigentes, a derecha e izquierda, nos vendían hasta ayer como ejemplo de terrorista rehabilitado para la causa de la paz.

¿Insultos racistas?

Alfonso Ussía en La Razón

De un tiempo a esta parte proliferan en los espectáculos deportivos los llamados insultos racistas. El lenguaje políticamente correcto no permite referirse a las personas con la piel oscura como «negros». Hubo un tiempo en el que se hablaba de los «subsaharianos» para regatear el énfasis en la negritud. Se oyó en una retransmisión deportiva. «El jugador subsahariano del Real Madrid, Clarence Seedorf»… Seedorf nació en Amsterdam, Holanda, dato que dificulta en grado sumo la condición subsahariana de Seedorf. En una tertulia radiofónica, se me afeó el que usara la frase «estoy negro» para explicar mi hastío por una cuestión irrelevante. Tendría que haber dicho «estoy subsahariano» o «estoy de color» para merecer el aprobado de los concededores de bulas y los parlanchines de la corrección. Una estupenda periodista y magnífica persona, Pilar Cernuda, se incomodó conmigo en una tertulia de «Protagonistas» de Luis Del Olmo, porque al referirme a los aficionados del Atlético de Madrid lo hice como «indios». Pilar quedó tranquila cuando le expliqué que semejante denominación había emergido del ingenio de los propios atléticos, que se hacían llamar así porque acampaban junto al río –el Manzanares–, odiaban al blanco –al Real Madrid–, y su jefe era «Caballo Loco» –Jesús Gil–. Un árbitro se vio obligado a interrumpir con amenaza de suspensión un partido de fútbol porque un grupo de aficionados groseros y maleducados le llamaron «negro» a Samuel E´Too.

Me pregunto si el insulto racista sólo es delictivo si una persona de piel negra es la diana de la estupidez del público radical.

Creo que el mismo derecho tiene el deportista negro a sentirse maltratado que el de otro país al oír, una semana sí y otra también, que su nacionalidad de origen es el motivo del desprecio. A Mourinho y a Cristiano Ronaldo se les canta, sin que nadie se rasgue las vestiduras, un pareadillo que dice «ese portugués, hijoputa es». Las autoridades deportivas no consideran el insulto racista, cuando el racismo no se sostiene tan sólo en la diferencia del color de la piel, sino también en las nacionalidades. Los vascos nacionalistas y aranistas son racistas respecto al resto de los españoles, que somos tan blancos y caucásicos como ellos. Hitler asesinó a millones de judíos, blancos como los puros arios. Stalin masacró por racismo a millones de rusos, además de por otros motivos ligados al «paraíso comunista». Un insulto sostenido por la nacionalidad del insultado es racista. Y tan grave resulta gritar «ese togolés hijoputa es», o «ese gabonés hijo puta es», como «ese portugués hijo puta es», o «el neocelandés, aborigen es». Ahora que se habla tanto de la igualdad, busquémosla en todos los rincones, no sólo en el color de la piel, para lo bueno y para lo malo.

Si Mourinho y Cristiano Ronaldo merecen el calificativo de hijos de puta por su condición de portugueses, Mourinho y Cristiano Ronaldo están en su perfecto derecho de manifestar que los españoles somos unos hijos de puta por haber nacido en España. Y esa quiebra en la armonía no la produce exclusivamente la mala educación, sino el racismo que diferencia a las personas de una nacionalidad y de otra.

Se han clausurado campos y suspendido competiciones en marcha por gritos racistas del público contra deportistas negros.

¿Acaso los portugueses, por blancos que sean, no merecen la misma atención y apoyo? Parece que no.