martes, 27 de julio de 2010

Estética y moral

España es un país absurdo y ridículo en el que se prohiben las corridas de toros mientras nos obligan a "salvar" al "cine español", ese conjunto de bodrios perpetrados por nuestros cineastas y cineastos. Y luego nos obligan a pagar impuestos, de los que viven los individuos que cometen semejantes tropelías. A este paso, la evasión fiscal acabará conviertiéndose en una obligación moral. Y estética.

Wikileaks, libertad y responsabilidad

Daniel Rodríguez Herrera en Libertad Digital

En los viejos tiempos de la guerra fría todo parecía más sencillo. La gente que robaba documentos secretos y los pasaba al enemigo eran espías y no parecía haber ninguna excusa para semejante comportamiento, ni lágrimas si morían en actos de servicio. Y aunque doliera que pillaran a uno de los nuestros, no se consideraba injusto que se le aplicara la misma medicina.

Pero ya no hay enemigo común o, aunque exista, no todos lo reconocen como tal. El islamismo no es una organización centralizada como lo era el totalitarismo comunista soviético y entre sus métodos raramente se encuentra la confrontación directa, sino la llamada "guerra asimétrica", en la que el terrorismo, la guerrilla y la propaganda son las principales armas. Cierto es que ambas luchas tienen algo en común, como el uso de la libertad de expresión en Occidente para minar el esfuerzo de las democracias o el carácter totalitario de la ideología a la que nos enfrentamos, pero las diferencias parecen mayores que las semejanzas.

Quizá me exceda en mi ingenuidad, pero creo que la línea divisoria entre quienes defienden o se muestran "objetivos" ante las filtraciones de Wikileaks de documentación secreta norteamericana y quienes la critican no es ideológica y se reduce a si creen o no que estamos en guerra. De ahí que Wikileaks y su fundador, el australiano Julian Assange, se hayan convertido en traidores o héroes de la libertad de expresión, dependiendo de a quien se pregunte.

No creo que nadie se sorprenda cuando les comunique solemnemente que yo sí creo que estamos en una guerra contra el islamismo. De ahí es difícil no concluir que la labor de Wikileaks en lo que al Gobierno de Estados Unidos se refiere se parece mucho a la de Alger Hiss, los Rosenberg o el Círculo de Cambridge, por más que sus métodos hayan cambiado y en lugar de pasar microfilms en calabazas ahora lo publiquen en un sitio web.

Sin embargo, no es sólo eso. Quizá ni siquiera sea principalmente eso. No confío en Wikileaks ni en Assange. Primero, porque en su lucha por la transparencia no se limita a asuntos relevantes. No sé qué interés informativo tiene publicar vídeos de los rituales de los mormones o los masones, no digamos ya los de las hermandades universitarias. Publicarlos, como ha hecho Wikileaks, me parece equivalente a si colgaran un vídeo sexual robado, sea a un famoso o a una persona anónima.

Yo tengo secretos. Y usted también, no disimule. Seguramente tanto los suyos como los míos le provocarían la risa floja a cualquier observador imparcial ante su poca importancia. Pero el caso es que para la persona que los guarda suelen ser importantes. A Wikileaks eso le da igual; la transparencia es un valor ante el cual todos los demás palidecen. O, al menos, en el caso de los demás, porque Wikileaks es cualquier cosa menos transparente. Si siguiera las mismas reglas que parece exigir a los demás, colgaría en su web todos los correos, audios y vídeos de su trabajo, en el que se viera, se leyera y se escuchara cómo toman todas sus decisiones y por qué. Por supuesto, no lo hacen.

Seguramente tienen razones legítimas para ocultarse, como también existen muchas razones legítimas para no decirlo todo sobre todo. Evidentemente, los políticos de todo el mundo abusan del secreto para ocultar cosas que si se supieran sólo podrían en riesgo sus propios culos. Pero no parece que Wikileaks haga muchas distinciones entre una cosa y otra. La web no es un mero receptáculo digital que publica todo lo que le llega; Assange tiene la última palabra a la hora de decidir qué cuelgan y qué no. No parece la persona más responsable a la hora de tomar esa decisión.

El impuesto robolucionario del cine español

Pablo Molina en Libertad Digital

González-Sinde, la ministra más prescindible del departamento más inane del Gobierno de España (excluido el de Igualdad por razones evidentes), se lamenta profundamente de la resistencia de las televisiones privadas a pagar el impuesto "robolucionario" que les obliga a comprar películas españolas y, lo que es más perjudicial para las audiencias de las distintas cadenas, a emitirlas dentro de su programación.

Como el Estado les concede una licencia para ocupar el espacio radioeléctrico, sostiene la ministra, las televisiones deben devolver el favor a "la sociedad" financiando a la facción cinematográfica del clan de la ceja al margen de cualquier razonamiento empresarial o de simple buen gusto. El argumento es, dentro de su absurdez, típico de una mentalidad totalitaria, pues identifica a toda la sociedad con la ministra de Cultura y sus compañeros del Consejo de Ministros, que son, al parecer, los únicos que saben lo que conviene a cada uno de los cuarenta y seis millones de ciudadanos españoles

Gobierno y sociedad no tienen nada que ver entre sí. El primero está formado por un pequeñísimo reducto de demagogos que intenta mantenerse en el poder financiando con dinero ajeno a los grupos de presión con los que comparte ideología, mientras que la segunda es el acumulado de millones de individuos que hacen uso de su libertad en función de los fines particulares que pretenden alcanzar.

Pero es que, además, a poco que se eche un vistazo a las estadísticas del Ministerio de Cultura, incluso González-Sinde será capaz de percibir que lo que experimenta "la sociedad" por el cine financiado con nuestro impuestos es más bien un fuerte rechazo, acreditado en unas cifras de audiencia cada vez más paupérrimas en relación con el total de películas exhibidas en nuestro país.

Pues bien, como a la gente con cierto apego a la estética y a su dinero no le da la gana de pagar doblemente por ver un producto en general detestable, el Gobierno de Zapatero traslada a las televisiones privadas la carga de sostener financieramente a unos profesionales incapaces de vivir exclusivamente de su esfuerzo y su talento.

Lo más enervante es que, como buena socialista, a González-Sinde no le basta con coaccionar a las entidades privadas utilizando la fuerza del Estado en función de sus propios deseos, sino que, progre al fin y al cabo, riñe a las víctimas por no dejarse despojar de su dinero poniendo la mejor de sus sonrisas.

Los que identifican a los subvencionados del cine español con José María "El Tempranillo" cometen una grave injusticia, porque el famoso bandolero que robaba a sus víctimas en las estribaciones de Sierra Morena evitaba darles a continuación una lección de moral, lo que supone una gran diferencia. Él era consciente de la vileza de sus acciones. Estos no. Y la ministra Sinde menos aún.

El Cordobés prohíbe los toros

José García Domínguez en Libertad Digital

Frente a lo que barruntan nuestros pequeños polpotistas, la anulación de las corridas supondrá una prueba, otra, de su suprema españolidad. ¿O acaso existe deporte más genuino de esta pobre península que el de prohibir? Así, contra los toros ya pugnó Jovellanos, que algo de español tenía. Y los prohibió Carlos III. Y Carlos IV ratificaría después el regio repudio a tal práctica.

De vuelta a la aldea

Agapito Maestre en Libertad Digital

Cataluña es una pequeña dictadura. Los "ciudadanos" gozan de menos libertades que en el resto de España. Por eso, precisamente, sus politicastros proponen constantemente "normas" para restringir las libertades individuales y derechos subjetivos. La voluntad prohibicionista es propia de estas pequeñas dictaduras. Se trata de prohibir, prohibir y prohibir a cualquier precio con tal de que los ciudadanos se conviertan en súbditos.