sábado, 21 de mayo de 2011

Los extremeños se tocan

Bildu ve "similitudes importantes" entre su ideario y el Movimiento 15-M

Falange se suma al 15-M

Los 'indignados' de Sol censuran a los medios de comunicación

Zapatero no garantiza cumplir la ley: Interior actuará "con inteligencia"
Zapatero ha dicho que, si tuviera 25 años, estaría con los 'indignados' en la Puerta del Sol.


España regresa al 'top ten' de los países con mayor riesgo de quiebra


¿Nos desharemos alguna vez de toda la morralla extremista y anacrónica? ¿Entraremos de una puñetera vez en el siglo XXI? ¿Será alguna vez España una nación normal, seria y madura? Mientras, la escena seguirá dominada por quijotes y sanchos, iluminados y pícaros, tontos y vendedores de capirotes, revoltosos y pescadores en río revuelto... Es de temer que gane quien gane estas elecciones, y las siguientes, seguiremos viviendo la misma astracanada, el mismo esperpento. Y es que, queridos niños, España no tiene arreglo.

Indignaos

Juan Manuel de Prada en ABC

Hay quienes aventuran que la acampada de la Puerta del Sol está manejada entre bambalinas por la izquierda; pero la izquierda no necesita recurrir a tales manejos, por la sencilla razón de que el clima de la época está suficientemente anegado de sus consignas utópicas (consignas que luego se pasa por el forro de los cojones cuando gobierna). Y así, toda revuelta o protesta popular que surja en nuestra época tendrá infaliblemente una formulación «progresista», más o menos quimérica o desorganizada, pero «progresista» siempre. Porque esos chavales indignados son hijos de su época; y su carácter, su conciencia y, en general, toda su esfera interior (lo que los antiguos llamaban alma) han sido moldeados por la propaganda progresista, que es algo así como el líquido amniótico en el que han sido gestados, y la leche nutricia que los ha alimentado mientras fueron a la escuela o a la universidad, mientras veían televisión o navegaban por internet. Nadie necesita manipularlos, puesto que han sido previamente moldeados; y quien ha sido previamente moldeado en el progresismo, aun cuando revienta (o sobre todo cuando revienta), lo salpica todo de progresismo.

Así pueden comprenderse las palabras solidarias con que los socialistas acogen la acampada de la Puerta del Sol, que a simple vista pueden parecer cínicas. Y que sin duda lo son, pero de un modo mucho más alevoso y sofisticado de lo que a simple vista parece. Cuando Zapatero, Chacón o Pajín se precian de «comprender» a los chavales indignados actúan con la misma socarronería del ciego cabrón del Lazarillo, que después de descalabrar al protagonista con una jarra de vino se burla de él, mientras lo cura aplicándole vino en las heridas: «¿Qué te parece, Lázaro? El mismo vino que te enfermó te cura y da salud». Los socialistas saben bien que un empacho de consignas progresistas sólo puede concluir con una vomitona de consignas progresistas; y esto es lo que, a la postre, refleja la menestra de proclamas que se vociferan en la Puerta del Sol: un vómito de progresismo enfermo que sólo podría sanarse auténticamente renegando de la causa de sus males; pero tal sanación exige una «metanoia», un cambio de mente que quienes han sido moldeados en el progresismo no pueden acometer. Que ni siquiera pueden vislumbrar.

Sin embargo, en la naturaleza humana subyace siempre —no importa cuán anegada esté de propaganda, cuán moldeada por el clima corruptor de su época— una nostalgia de la belleza, el bien y la verdad. Y ese fondo es el que asoma, magullado, malherido, hecho trizas o añicos, entre la empanada mental de proclamas que los chavales indignados lanzan contra el «sistema» que los ha moldeado; proclamas cuyo lenguaje acata los códigos que el propio «sistema» les ha inculcado: democracia participativa, libertades ciudadanas, subsidios, financiación pública, etcétera; y todo ello aderezado con un emotivismo párvulo y efervescente. Que es como si el esclavo le pidiera a su amo que lo esclavice más amorosamente, que le brinde mejor techo y comida más abundante; requerimiento que halaga al amo sobremanera, pues cuando el esclavo reclama mejoras en las condiciones de su esclavitud está reconociendo que sin esclavitud no podría sobrevivir ya, que no hay vida fuera de la esclavitud. Y entonces el amo le dice al esclavo con sorna, mientras satisface sus peticiones utilizando como remedio la causa de sus males: «¿Qué te parece? El mismo vino que te enfermó te cura y da salud».

Sin tanques no hay paraíso

Tomás Cuesta en ABC

Entonces, en otro tiempo, cuando aún las palabras no padecían de anorexia, una revolución era un asunto serio e incluso respetable a veces. A veces, pocas veces. En cualquier caso, entonces, una revolución no era una revuelta. Ni un motín del montón. Ni una algarada brusca y pasajera. Era un tantarantán que descuajaringaba el mundo y ponía a la Historia en el disparadero. Era la apoteosis del realismo trágico y no el cuento de hadas que intentaban vendernos. Era, en definitiva, una palabra gruesa cuando aún las palabras no padecían de anorexia. Ahora, sin embargo, ya nada es lo que es, o, por mejor decir, no es sino lo que parece. La realidad se ha transformado en un «reality» que sólo rinde cuentas ante el plenario de la audiencia. Y la tragedia —tal y como pronosticaba Marx a rebufo de Hegel— sube a escena de nuevo reconvertida en sainete. ¿«Spanish Revolution»? ¡Qué fuerte, colega! Un chute de sangría alucinógena te coloca (o descoloca) mucho menos que ese estupefaciente utópico con el que trapichean en las teletiendas. Porque hete aquí que, de golpe y sin porrazos de por medio, la tropilla indignada, la turba vocinglera, los surferos del caos, los párvulos gamberros, se ufanan de sentar plaza, tras una rabieta impune, en el martirologio de la humanidad rebelde. Para el carro, Ben-Hur. Ahórrate los lobos, que se esfumó la nieve.

Se puede aceptar que desvirtúen una campaña electoral con el pretexto de la espontaneidad seráfica y los abracadabras de la red de redes. Se puede transigir, ya puestos, con que incorporen el himno del Madrid («veteranos y noveles», tatachín, «veteranos y noveles») a la banda sonora de la revolución pendiente. O con que entren a saco en El Rincón del Vago de Internet e hinchen la burra del ideario sandinista con los protocolos del abuelito Hessel a la hora de elaborar un manifiesto que, a fuerza de ser romo, impide meter el remo. No obstante, dando lo anterior por bueno, la Puerta del Sol no es la plaza Tahrir y la primavera árabe nos quedaría muy lejana aunque África arrancara al cruzar los Pirineos. El sarpullido de indignación que nos aqueja se encuentra más cercano a un fuego de campamento que al kilómetro cero de la nueva era pese al empeño denodado de los perros de prensa por sazonar el muermo de la sección política con toques de «trending topic», costumbrismo de urgencia y sociología versión 2.0.

Mas en Tahrir desborda la sangre derramada y en estos pagos, por suerte, lo que corre que se las pela es la cerveza. Sin tanques no hay paraísos revolucionarios y, por no haber, ni tan siquiera hay un Mubarak al que sacar a puntapiés de su ensimismamiento. Qué le vamos a hacer, la dicha nunca es completa. A no ser, por supuesto, que en un arrebato de lucidez pasmosa se decida que sí, que hay motivo, en efecto. Que un país con cinco millones de parados, con las finanzas públicas en situación de quiebra técnica, con la justicia hecha unos zorros y consumido por las corruptelas es imposible que fíe al porvenir lo que se niega en el presente. Demasiada responsabilidad para quienes acampan en la irresponsabilidad autista y la inocencia a pierna suelta. Para quienes se jactan de que ellos están de vuelta sin haberse arriesgado a traspasar la puerta.

¿Y la kermés heroica? Dejémoslo en verbena.

La economía asamblearia no puede funcionar

Juan Ramón Rallo en Libertad Digital

Aunque cada vez son menos, todavía los hay que defienden planificar asambleariamente la economía: democracia económica, lo llaman. Al cabo, ¿no sería más lógico que todos los ciudadanos votaran en común cuáles son los bienes y servicios que debe producir la comunidad? ¿Por qué eso ha de determinarlo un grupo de empresarios sin escrúpulos que sólo buscan su lucro personal? Se trata, sin duda, de un pensamiento instintivo –tal vez correcto en grupos humanos de tamaño muy reducido– pero extremadamente erróneo cuando se trata de hacerlo un orden social tan amplio y complejo como son las economías actuales (en realidad, la economía actual, pues gracias al libre comercio la organización económica es internacional).

Los problemas de la democracia económica son dos: los primeros surgen a la hora de seleccionar qué bienes deben ser producidos y los segundos a la hora de escoger cómo deben ser producidos.

¿Qué bienes deben producirse? La cuestión podría parecer sencilla: basta con que la Asamblea someta esta cuestión a votación popular y asunto resuelto; los bienes más votados serán los que pasarán a ser producidos. De acuerdo, pero deténgase un momento y mire a su alrededor: ¿se da cuenta de la enormidad de bienes distintos que le rodean? No se fije sólo en el ordenador, la mesa o el televisor. Piense en los pomos de las puertas, en las baldas de las estanterías, en los cojines del sofá, en el papel blanco (o reciclado) de los libros, en los tornillos que mantienen unidas las piezas que conforman la silla, en las diversas lámparas, bombillas o velas que lo iluminan, en las muy variadas prendas de ropa que lleva puestas o que tiene en su armario, etc. Y todo eso sin salir de casa... ¿Son muchos, verdad? Muy bien, pues ahora piense en todos los bienes que no le rodean porque ni siquiera se han llegado a producir o a imaginar. El número es inabarcable.

Una Asamblea que pretendiera sustituir al mercado tendría que someter a votación qué cantidad debe producirse de todos los bienes que ahora mismo podemos observar (para aprobarlos) pero, también, de todos aquellos que no observamos (para rechazarlos). Y tendría que hacerlo para todas las variantes de esos bienes. Cojamos las camisetas: las hay (o puede haber) rojas, verdes, azules, blancas, negras, estampadas (¿qué tipo de estampado?), de algodón, de lana, de poliéster (o una combinación de ellas), con el cuello redondo, con el cuello en pico, grande, pequeña, mediana, de buena calidad, de mala calidad...

El número de variantes para todos los productos es casi infinito: aquí tiene una lista, no especialmente exhaustiva ni detallada con respecto a la realidad, de todos los productos que deberían como mínimo someterse a sufragio. En otras palabras, la Asamblea –compuesta por toda la sociedad– debería pasarse debatiendo, deliberando y votando la mayor parte de su tiempo. Pues, si de igualar al mercado se trata, no debería tratarse de una votación mensual, anual o decenal, sino diaria, al minuto, continuada.

Parece claro que la sociedad asamblearia debería estar tan focalizada en votar (y en informarse sobre qué votar) que a duras penas podría dedicarse a producir. Por mera división del trabajo, la Asamblea tendería a encargarle la ardua tarea de escoger qué producir a algún planificador central, como sucedía en los países comunistas. Pero, ¿dónde quedaría ahí la democracia asamblearia? ¿Deberíamos contentarnos con consumir lo que ese señor, o grupo de señores, imagina que deseamos?

Sin embargo, el problema de elegir qué producir es meramente trivial al lado del de seleccionar cómo producir los bienes. De nuevo, en principio ésta parece una dificultad meramente técnica: una vez votado que hay que erigir una casa, el arquitecto y el constructor se encargarán de todos los detalles.

Mas el problema sólo es en parte técnico; en su mayoría es económico. Dado que los recursos son escasos, habrá que redistribuirlos entre los bienes que se ha votado fabricar. ¿Y cómo hacerlo? Por ejemplo, puede que la Asamblea haya decidido a la vez producir 10.000 litros de leche de vaca y 5.000 pares de botas de cuero, pero para manufacturar las botas habrá que sacrificar las vacas, con lo que nos quedaremos sin leche... a menos que criemos más vacas retirando trabajadores de la producción de, verbigracia, colchones. ¿Es preferible la leche, las botas o los colchones (o distintas proporciones de los mismos)? Pero los conflictos entre recursos no terminan ahí: recordemos que más producción de bienes de consumo hoy implica menos producción de bienes de consumo mañana (pues mientras fabricamos bienes de consumo no fabricamos bienes de capital); es decir, también hay que distribuir intertemporalmente los bienes de consumo a fabricar.

¿Debería la Asamblea someter a votación todos los millones de conflictos que surjan entre los usos competitivos de los recursos? Fijémonos en que esto no es un asunto técnico: los técnicos señalan qué recursos necesitan ellos para su línea productiva, pero no pueden valorar si esos recursos son más valiosos en otros procesos fabriles donde también son requeridos. En otras palabras, la Asamblea debería conocer al detalle todos los procesos técnicos y votar dónde cada recurso resulta más valioso. Y, de nuevo, esta tarea no es en absoluto delegable pues, ¿de qué modo podría saber un planificador central cuáles de los millones usos alternativos de los recursos prefiere la sociedad sin siquiera preguntarle?

Queda claro, pues, que la inmensidad de la información necesaria para someter la economía a una democracia asamblearia la haría del todo inviable. El mercado, por suerte para todos nosotros, funciona de un modo radicalmente distinto: no es la colectividad la que tiene que decidirlo todo, sino que cada individuo, de manera descentralizada, es el que tiene la opción de hacer sus propuestas de producción a la sociedad y someterlas en cada momento al sufragio continuado y permanente de los intercambios mutuamente beneficiosos. Cada individuo no tiene que conocerlo todo, sino que basta con que se especialice en una línea productiva muy concreta que atiende a un perfil muy determinado de consumidores.

Estos son los dos obstáculos económicos fundamentales que abocarían al fracaso a cualquier economía asamblearia. Luego hay otro problemilla menor, que no interesa en absoluto a la izquierda pero que sí debería concernirnos a los liberales: la hipótesis implícita a todas las votaciones asamblearias anteriores era que todos los individuos se sometían sin rechistar a los designios de la Asamblea. Si ésta establece que hay que extraer hierro de una mina profundísima para fabricar los motores de los automóviles que se ha votado fabricar, alguien tendrá que extraerlo aunque nadie quiera. Es decir, el tiempo de los distintos miembros de una comunidad pasa a ser un recurso que la Asamblea distribuye como ella escoge: no hay espacio para la libertad, pues la libertad –la autonomía de negarse a realizar la función encomendada por la Asamblea– resulta equivalente a sabotear el plan de producción que ésta ha trazado.

Mucho me temo que la tan democratizadora economía asamblearia es igualita a una tiranía política: miseria generalizada y nula autonomía personal. Todo lo contrario, por fortuna, de lo que ofrece un mercado libre.

Sordos

Maite Nolla en Libertad Digital

Lo que si me gustaría saber es por qué el Gobierno ha dicho que no sólo va a escuchar a los acampados, sino que sus propuestas son posibles. ¿Dónde ponemos el listón? ¿En el número? ¿En que son de izquierdas? ¿En que son muy simpáticos? ¿Por qué?, que diría Mourinho. Las víctimas del terrorismo también han salido y seguirán saliendo a la calle y el Gobierno siempre ha considerado que sus manifestaciones debían clasificarse por defecto en la extrema derecha.

Enemigos de internet y de la libertad

Antonio José Chinchetru en Libertad Digital

El pasado 17 de marzo se celebró, con más pena que gloria, el Día Mundial de Internet. Se trata de una de esas tantas jornadas absurdas que sólo sirven para que algún político se fotografíe y alguna organización monte actos patrocinados con dinero de los contribuyentes entregado por alguna administración, por ejemplo el Ayuntamiento de Madrid. Para hacer honor a la verdad, este año también ha servido para que uno de los medios digitales oficiales de la dictadura castrista –ese régimen tiránico que, entre otras cosas, prohíbe que sus ciudadanos se conecten a la red– mezcle churras con merinas y muestre su apoyo a los "indignados" de Sol con una pieza propagandística digna de entrar en una antología del absurdo. El texto en cuestión se titula Policía en Madrid homenajea el "Día mundial de Internet".

Ya en años anteriores hemos tratado sobre esta cuestión en este mismo espacio digital, pero hay temas que por mucho tiempo que pase apenas cambian y merecen ser recordados. Mientras dirigentes de organizaciones, algún bloguero insigne y políticos varios buscan la fotografía o el titular, la libertad en la red sigue siendo un sueño en numerosos puntos del planeta. Como señalaba Reporteros Sin Fronteras con ocasión del Día Mundial contra la Censura en Internet (una jornada que me merece más respeto por estar destinada a denunciar a los tiranos):

Los países más represivos de la red que merecen ser considerados "Enemigos de Internet" son aún este año: Arabia Saudita, Birmania, China, Corea del Norte, Cuba, Irán, Uzbekistán, Siria, Turkmenistán y Vietnam. Ellos combinan con frecuencia: el filtraje severo, los problemas de acceso, la persecución de ciberdisidentes y la propaganda en línea.

Con la Ley Sinde y las absurdas sentencias dictadas por algunos jueces españoles, por estas tierras ibéricas andamos mal. Y lo mismo podemos decir de EEUU en el caso de que triunfen algunos planes del Gobierno de Obama. Pero nada que se pueda comparar con lo que ocurre en numerosas dictaduras, sobre todo comunistas y de países musulmanes. Aquí al menos no hay ciberdisidentes encarcelados, la libertad de expresión se mantiene en unos niveles relativamente aceptables y no hace falta obtener un permiso del Gobierno para conectarse.

Es algo que deberían tener, además, en cuenta quienes pretenden comparar la Puerta de Sol con las revueltas en el mundo árabe. Además de la brutal (y fundamental) diferencia de que en España nadie ha sido asesinado por las fuerzas de seguridad por acudir a las manifestaciones (mientras que en Siria suman varios cientos, en Egipto también hubo víctimas y en Túnez ocurrió lo mismo), internet es aquí una herramienta libre no censurada. Esto no se puede decir de los países norteafricanos y de Oriente Medio. Antes de caer en comparaciones absurdas, periodistas e "indignados" deberían reflexionar un poco. Al no hacerlo insultan a las víctimas de los mayores enemigos de internet... y de la libertad.

Las rastas de Rubalcaba

Pablo Molina en Libertad Digital

Es indudable que en los primeros momentos del movimiento de manifestantes del pasado 15 de mayo había jóvenes sensatos, muchos apolíticos y algún liberal, que sinceramente protestaban frente a la realidad del ocaso de un régimen con evidentes signos de descomposición. No eran mayoría, claro, pero se les podía detectar fácilmente entre la fronda de rastas y otros atavíos étnicos de los grupos marginales que copan este tipo de protestas callejeras. Ahora han desaparecido todos y con razón.

En la primera fase de las protestas, cuando sólo se había esbozado el diagnóstico de lo que nos ocurre, el acuerdo era prácticamente general. Cualquiera de nosotros hubiera suscrito, en términos generales, los motivos que han llevado a esa parte de la juventud a salir a la calle para afear a la clase política sus desmanes.

Pero eso fue sólo al principio. En cuanto el núcleo duro de la algarada elaboró su catálogo de remedios, aquellos jóvenes sensatos, apolíticos o liberales volvieron a sus estudios y a sus trabajos, actividades que en general la parte más noble de nuestra juventud lleva a cabo de forma simultánea, porque lo último que desea alguien mínimamente formado es servir de cobaya a la izquierda para sus experimentos callejeros.

Para salvar a la sociedad española no se puede proponer como tratamiento una ración doble del veneno que la ha postrado en la UVI democrática, y eso es exactamente lo que pretenden los que todavía se mantienen acampados en la Puerta del Sol y en otras plazas céntricas de las grandes ciudades españolas. El hecho de que su recetario coincida prácticamente en su totalidad con el de las organizaciones políticas de obediencia marxista no es una casualidad.

Por eso Zapatero y su troupe se confiesan encandilados con esta chiquillería que, sin saberlo, les aplaude. Los que todavía se concentran en las calles no quieren que Zapatero rectifique sino que avance mucho más en la línea que ha llevado al país a la actual catástrofe, y eso es algo que la vanidad estratosférica de un personaje tan mediocre como el todavía presidente del Gobierno integra como un halago, por otra parte absolutamente merecido.

Esta movida coge a los Zetapés, las pajines y los tomases con dos o tres sueldos menos y más tiempo libre y los tendríamos en la Puerta del Sol durante al menos una hora diaria, el tiempo justo para recitar a los congregados su habitual compendio de chorradas antes de volver al ático de lujo en su coche oficial.

Son tal para cual, como supo desde el principio el gran Rubalcaba, un político que va siempre varios cuerpos por delante de la manada. Si este sábado ven a un rastafari de barba rala con megáfono pidiendo una oposición que no nos mienta y animando a los congregados a visitar las sedes del PP, no lo duden. Es él disfrazado.

El permanente desprecio a la Ley de Rubalcaba

Editorial de Libertad Digital

Tiene, por el cargo que ostenta, la obligación de hacer cumplir la Ley y esto consiste en devolver a la normalidad esa plaza y todas las del país que están ocupadas por manifestantes. De lo contrario, por muchos malabarismos que haga durante las ruedas de prensa, habrá quedado en evidencia y tendrá que afrontar las responsabilidades políticas pertinentes.

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¿Y penales?

¿Reflexión?

Alfonso Ussía en La Razón

Han alcanzado, durante sus siete años gobernantes, el más alto nivel de incompetencia. Han demostrado tener una infinita capacidad para equivocarse. Han arreglado todos los problemas que España no tenía, creando más problemas aún. Han despilfarrado el dinero público. «El dinero público no es de nadie», dijo una ilustre ministra socialista. Lo contrario. El dinero público es de todos. Han mentido descaradamente en su momento negando la crisis económica. Mientras las naciones con Gobiernos serios adoptaban medidas urgentes para sobrellevar los malos vientos, Zapatero mentía, insultaba a los que anunciaban la crisis económica y prometía la idílica situación del pleno empleo. Cinco millones de parados es su pavoroso saldo. Han utilizado la Justicia en su favor, contando con la colaboración de fiscales y jueces dispuestos a ello. Han pronunciado en siete años el mayor número de sandeces y tonterías que caben en ese período de tiempo. Se han desdicho y han sido obligados a desdecirse. Han gobernado con sectarismo, resentimiento y compulsiva majadería.

Han borrado a España del respeto y el protagonismo en la política internacional. Han procedido a llevar a cabo recortes sociales que nunca habrían sido demolidos por esa «Derecha» a la que tanto aborrecen. Han actuado como socialistas de principios del siglo XX, y no como socialdemócratas de su tiempo. Han abierto heridas cicatrizadas y rencores dormidos. Se han cargado la armonía de la reconciliación. Han pretendido ganar con setenta y cinco años de retraso una terrible guerra civil que perdieron, con toda seguridad, por sus errores. Y han intentado instalar en España el ambiente de aquellos años insufribles. Han pactado con el entorno del terrorismo etarra su vuelta a las instituciones democráticas. Han sido unos paletos. Han gobernado en Cataluña con los que desean que Cataluña se deslinde de España. Han gobernado en Galicia con los que desean que Galicia se independice de España. Han sido desastrosos.