lunes, 15 de febrero de 2010

La farsa del consenso ecologista

Editorial de Libertad Digital

Queda por resolver si fue la ideología, la búsqueda de mayor poder e influencia, las suculentas subvenciones estatales o una mezcla de todas ellas lo que motivó a una parte de la comunidad científica a sumarse o guardar silencio ante la demagogia de los planificadores sociales. De lo que ya no debería dudarse, sin embargo, es de que la agenda ecologista debe suspenderse por completo hasta que el debate avance lo suficiente como para que emerja un auténtico consenso, fruto, esta vez sí, del contraste de todos los puntos de vista. En caso contrario, la mentira triunfará de nuevo como el arma más efectiva para reprimir las libertades individuales.

Los defensores del medio ambiente acabarán con el ambiente entero. Digo.

Adiós al consenso calentólogo

Gabriel Calzada en Libertad Digital

Pues ahora resulta que el principal científico involucrado en el Climategate y uno de los gurús del "consenso" calentólogo, Phil Jones, reconoce que no existe tal consenso, que la inmensa mayoría de los científicos no consideran que el debate haya concluido y que, desde luego, esa no es su visión. Según el científico británico apartado temporalmente de sus funciones como director de la conocida Unidad de Investigación sobre el Clima (CRU), aún existen muchas incertidumbres, no sólo en lo que respecta al futuro, sino también en lo que se refiere a las mediciones de las temperaturas y especialmente el de las temperaturas pasadas.

Roldán, que fue como un hijo

Gabriel Albiac en ABC

Yo no dudo de que González profesara a gente como Roldán y Vera entrañable amor paterno: fueron años de intimidad en los secretos más horribles. Amor a ellos y a otros que tuvieron mejor fortuna. Pero Poder, Poder con mayúscula, hay sólo uno. Los hijos pueden contarse, si es preciso, por docenas. Y, por docenas, ser entrañablemente acompañados hasta la puerta misma de la cárcel. Ni un milímetro más allá. 

Episodios de cristofobia

Juan Manuel de Prada en ABC

El odium fidei se disfraza con ropajes diversos, aclimatándose a la época en que trata de imponerse; en esta fase «democrática» de la historia, el odium fidei, que en épocas perfumadas por el aroma de la sangre no necesitaba para imponerse sino la expansión de los más sórdidos instintos criminales, se emperifolla con la coartada legalista, amparándose además en la ignorancia histórica que corrompe a un pueblo reducido a la esclavitud.