martes, 5 de abril de 2011

¿Quién gobierna España?

Editorial de Libertad Digital

La sensación de alivio por el anuncio de Zapatero de no volverse a presentar en 2012 ha sido efímera. En menos de 48 horas, los elogios fúnebres y los sentidos epitafios por el zapaterismo, tal vez apresurados, han dejado paso a la cruda realidad. Los datos oficiales del paro son incontestables. Cuando el presidente llegó al poder, hace siete años, el número de parados en España era de dos millones doscientas mil personas. Siete años después, Zapatero ha doblado esa cifra y la sangría de empleos no tiene visos de parar por el momento. Y si se atiende a las cifras reales, el desempleo alcanza ya a cinco millones de trabajadores, cuyas esperanzas de futuro no pasan precisamente por el resultado de las primarias en el PSOE, ni por las elecciones municipales y autonómicas.

Para quienes forman cola frente a las oficinas del paro, los juegos florales en torno a Zapatero y las quinielas sucesorias son una auténtica ofensa, además de la evidencia más clara de que los sindicatos y el PSOE los han abandonado a su suerte, carne de cañón de su imprevisión, de las falsedades, de la ceguera con la que Zapatero afrontó la crisis, de la ineficacia de todos y cada uno de los ministros del área económica. Sólo apreciar los índices de empleo de algunos de los países de nuestro entorno, incluso de los que atraviesan serias dificultades financieras, basta para comprender el destrozo perpetrado en la economía española por el Gobierno, el efecto brutal de la demagogia como receta frente a los graves problemas del país.

Pero no sólo es la economía. Puede que ese sea el factor principal de la severa derrota que predicen las encuestas, pero, en estos siete años de talante, Zapatero no ha contribuido precisamente a la consolidación de la democracia y sus instituciones. Episodios como el del Estatuto de Cataluña ponen de manifiesto el tono y el tipo de Gobierno llevado a cabo, la subasta de la soberanía nacional a cambio de puntuales apoyos para mantener el poder. El cierre en falso del 11-M, con la inestimable colaboración de un PP convencido de que la verdad es improcedente para sus objetivos; el chivatazo de Estado y la negociación con ETA después del asesinato de los ciudadanos ecuatorianos Palate y Estacio en la T-4 –asunto del que Rajoy dice haberse enterado ahora; nunca es tarde– forman un cuadro moral inasumible en un sistema democrático. Zapatero dice que se va y una alfombra de flores se abre a su paso. Y entre tanto, ¿quién manda aquí y qué ha cambiado?

Rajoy o la abulia

José García Domínguez en Libertad Digital

"Frivolidades las justas", parece ser que ha replicado el jefe de la muy leal oposición al oír la expresión moción de censura en boca de un periodista. Por lo visto, el imperativo categórico de alojar cuanto antes a un adulto en La Moncloa se le antoja jocosa fruslería a Don Mariano, apenas fútil chanza jaranera. Quién sabe, acaso lo serio, responsable y hasta patriótico consista en propiciar que un testaferro interino, como los reyes y los locos exonerado ya de cualquier responsabilidad por sus actos, dirija el país bajo la batuta del tapado del PSOE, genuino valido en la sombra.

Augurio más que cierto, ése, del retorno a las andadas de la demagogia populista con cargo a la rebaba del erario, algo que quizá el Partido Popular se pueda permitir pero España no. Que la tal moción habría de constituir "un brindis al sol", dicen que igual dijo el de Pontevedra. Sea como fuere, convite o ronda pagada a escote, la censura es la única vía al alcance de Rajoy para librar al país de un paréntesis errático como el que el Adolescente ha querido forzar. La única. Lo otro, andar con la cantinela de las elecciones anticipadas por redacciones y telediarios, toreo de salón siempre tan caro a Génova, eso sí es un homenaje a la luna de Valencia.

"La perdería", aseguran ha sido la última palabra, que no argumento, del aspirante a ese propósito. Craso error, si error fuera, que lo dudo. Y es que, llegado el momento, catalanistas, nacionalistas vascos y otras hierbas centrífugas, no se resistirían a abundar en un gran clásico español de todos los tiempos, a saber, el aserto que ordena: "al moro muerto, gran lanzada". Así las cosas, subordinada a la inmediata disolución de las Cortes, la enmienda a la totalidad contra el zapaterismo habría de disponer de sobradas papeletas para salir adelante. Es lástima, pues, que el gallego ansíe que el poder les sea donado en bandeja de plata, sin otra molestia ni mayor trámite por su parte que la preceptiva visita a Palacio. En fin, obedezca su quietud a medroso tacticismo, al pánico escénico o a la pura abulia, de aquí a doce meses nadie podrá hurtarle su particular cuota de responsabilidad en el siniestro.

Indignarse en España

Edurne Uriarte en ABC

Stéphane Hessel, el autor de ¡Indignaos! tiene la legitimidad que le da su valiente lucha en la Resistencia francesa, el respeto que merecen sus décadas de compromiso con los derechos humanos, la admiración que produce su activismo a los 93 años. Esté o no uno de acuerdo con sus motivos para la indignación. Pero conoce poco España e ignora que aquí la Resistencia desde hace casi cuarenta años no es contra los criminales nazis sino contra los criminales etarras, ultranacionalistas y de extrema izquierda. Y que los derechos humanos no son conculcados por un Estado sino por un grupo terrorista.

De ahí que parezca tan feliz con esa secuela elaborada por la izquierda española, Reacciona, con la estela marcada por su libro y con su propia colaboración. Ignorante de lo sangrante que resulta en nuestro país tanta loa a su libro, tantas llamadas a la indignación por la misma izquierda que justifica los nauseabundos acuerdos de nuestro Gobierno con quienes en España persiguen, amenazan y asesinan. Y justamente en el momento en que la realidad de esos acuerdos se ratifica con documentos internos de ETA que no permiten un solo intento más de escapismo o de negación.

Muchos de quienes aquí celebran el libro de Hessel jamás estuvieron en la Resistencia contra ETA. Y no tanto por miedo sino porque no veían motivos para esa Resistencia. Quizá porque pensaban, piensan, como el propio Hessel sobre los terroristas de Hamás, que el terrorismo es inaceptable pero puede ser comprensible. Esa es la raíz de su bochornosa complacencia con las cesiones del Gobierno a ETA. No se trata de que no se crean la «bazofia de ETA». Es que les parece bien que este tipo de totalitarismos asesinos de extrema izquierda merezca la «comprensión» del Gobierno con los acuerdos correspondientes.

De ahí que no se limiten a un recatado silencio sino que vayan más allá y pretendan demonizar a los denunciantes de tal escándalo democrático. En una contraresistencia que los envilece. Con el argumento de que los denunciantes utilizan a ETA para ocupar portadas o que no quieren la derrota de ETA. Lo que en los tiempos de la Resistencia francesa de Hessel habría sido que querían hacer portadas o que no deseaban la derrota del nazismo o que no querían la paz.

Con el final feliz entonces de que triunfó la Resistencia y no el colaboracionismo. Con la incertidumbre ahora de si triunfarán las razones de la Resistencia o el acuerdo con los terroristas. Pues de eso se trata en esta etapa final del terrorismo etarra. De que tal disyuntiva aún no está resuelta. De ahí los motivos para indignarse, en España.

El sumo sectario

Hermann Tertsch en ABC

Esta magnífica reyerta a partir del hundimiento del proyecto del zapaterismo del régimen socialista de los mil años, no debería afectarnos al resto de los españoles. No nos afectaría si Zapatero pudiera elevarse hasta la decencia necesaria para decidir su marcha de verdad. Si fuera capaz de encontrar el coraje y la dignidad de asumir que nada puede hacer ya sino arrastrarse hasta el final por el mero capricho de llegar. Eso sí, sin dejar de dañar a España, comprando sus últimas mayorías a unos nacionalismos jubilosos en sus apetitos carroñeros. Su resentimiento hacia media España le impide una vez más decidirse por el bien común. El final de una legislatura que ha sido un tormento, promete convertirse en pesadilla. Los españoles todos, seremos rehenes, del sumo sectario. Aunque no todos inocentes. Los socialistas le han echado de allí donde más daño les hace. La sociedad española, pasmosamente indolente, parece dispuesta a dejarse hacer daño, gratuitamente, hasta el final.

Un zombi anda suelto

Tomás Cuesta en ABC

A Zapatero, dicen unos, le ha echado su partido. A Zapatero, según otros, le han temblado las piernas. ¡Quite usted allá, ignorante!, aseguran, muy serios, los finos analistas que saben de qué va esto. A Zapatero, alma de cántaro, le ha puesto firme la parienta. La clave del intríngulis, la cifra y la respuesta, se encuentra —«Cherchez la femme!»— en la esposa canéfora. O sea, que, por lo visto, y aunque cueste creerlo, el problema de España ya no se llama Zapatero. El señor presidente se ha extraído a sí mismo del fondo (de reptiles) de su proverbial chistera y ha vuelto a correr un estúpido velo sobre el agónico paisaje del presente. Al cabo, a la fuerza ahorcan y, mientras no claree, le sale más a cuenta encarnar al Gatopardo que dárselas de aprendiz de Maquiavelo: «Plus ça change, plus c'est la même chose». De tanto en tanto, hay que fingir que todo cambia para lograr que todo siga igual que siempre.

Lo cierto, en cualquier caso, es que ha llegado el martes y seguimos uncidos al mismo yugo que el viernes. Ni las cifras del paro, ni el alza continua de las hipotecas, ni la amenaza letal de un estancamiento con inflación que parece dibujarse ya como la siguiente plaga bíblica, ni la incertidumbre financiera, se han modificado un átomo. ¿Qué es lo que de verdad ha terminado? ¿Puede sensatamente llamarse a esto un fin de partida?

Cambian las ficciones: ese tejido de fantasías que sirve para ocultar la mugre sórdida de la realidad política. Y las palabras bajo las cuales se encubre la desagradable continuidad de los hechos. Rodríguez Zapatero sigue en La Moncloa. Tiene un año por delante. Gozando de la inmensa ventaja que da ser un zombi, de la impunidad que se concede a aquel al cual se declara ya muerto: a un muerto es al único al que no se puede matar. Y, como proclama el clásico, «tenemos que sufrir aún más por causa de los muertos que por causa de los vivos».

Y la verdad es que un muerto que se sienta en la presidencia del consejo de ministros posee privilegios fantásticos. Puede desentenderse el tedioso día a día. Y dedicarse a las grandes cuestiones socialistas, de cuya estofa está hecho el catastrófico infantilismo que nos hundió en estos años. Porque ha sido socialismo, literal y, por ello, desastroso, lo aplicado por Zapatero sobre el laboratorio español hasta llegar al callejón sin salida. La ingeniería social, la loca legislación «de género», el providencialismo que alucina un acuerdo de paz con la ETA… El zombi Zapatero tiene hoy las manos libres, el colmillo afilado y el ánimo resuelto. La Moncloa, que era el infierno de Sonsoles, es ahora el limbo de un genuino «walking dead», del más encopetado de los muertos vivientes.

Sólo una moción de censura a pecho descubierto podría poner coto a tal «delirium tremens». El problema es que la norma constitucional —la misma que viste entuertos y calza desafueros— contempla únicamente la «moción constructiva», esto es, aquella en la que el promotor del desafío está obligado a diagnosticar la enfermedad y a establecer el tratamiento. Y, puesto que a grandes males corresponde aplicar grandes remedios, el líder del PP calla, y por tanto otorga, para no darle cuartelillo al pregonero. «Do you remember Cameron?» Pues eso: pachorra y tiento al tiento.

Zapatero, gaseoso

José María Carrascal en ABC

La inconsistencia y la movilidad que caracterizan a los gases se adaptan perfectamente a su temperamento, y del mismo modo que las moléculas de los gases se mueven libremente por todas partes, lo veremos aparecer en los lugares más insospechados, rebotando contra lo que encuentre a su paso. Habrá, pues, que tener cuidado con él, pues que terminará la legislatura debe darse por hecho, al contar con el apoyo de los nacionalistas, que querrán exprimirlo al máximo, antes de que se les acabe el chollo que ha representado para ellos. A no ser, naturalmente, que les suceda lo que a su propio partido: que metido en un mundo que nada tiene que ver con la realidad, termine siendo una amenaza para ellos.

Fritanga estadística

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

¿Se puede aspirar a La Moncloa cenando sapitos en «Sazadón»? En la democracia española se puede aspirar a La Moncloa incluso desde la modesta caja de unos grandes almacenes en la Plaza de Cataluña. Si, además de meterse sapitos entre pecho y espalda, Rubalcaba consiguiera meter en la cabeza de los españoles una estadística policial bien faisanada, tumbar a Rajoy sería un juego de niños. Tiene a los policías de uniforme, para que parezca que hay más policías, y aplica la magia a los números, para que parezca que hay menos delitos. Sólo le falta saber hacer lo mismo con los euros y con los parados. Y España estará en sus manos. ¿Han visto, cuando habla, qué forma más inquietante tiene de cogerse las manos?

Viñeta de Esteban en La Razón