jueves, 9 de junio de 2011

Lo que de verdad ocultan los socialistas bajo la alfombra...



Viñeta de Montoro en La Razón

Vuelve la economía

GEES en Libertad Digital

Los políticos celebraron en 2008 el inicio de la crisis diciendo que iban a poner en cintura a las fuerzas desalmadas de la economía. El jefe de la Reserva Federal americana anunció la puesta entre paréntesis de la ideología –capitalista y liberal– para desatar la potencia redentora del consenso socialdemócrata intervencionista.

Hoy los USA confirman crecimiento escaso, paro constante y riesgo de inflación, aumenta el desempleo en Grecia y los tipos de los bonos de países periféricos. La garantía del IMF de la parte del préstamo comprometido a ésta se hace a cambio de que la UE la financie un año más. En el colmo de la desfachatez, Obama (17,1% del FMI) abronca a Merkel para que impida la quiebra helena.

Pero parece que la realidad se va a imponer a la ficción financiera.

Por un lado, Bernanke ha dicho que la última relajación crediticia de la Reserva Federal –600.000 millones– no será prorrogada después de julio. Por otro, las tendencias electorales europeas y el liderazgo de los países que mejor han vadeado la crisis hacen prever una espera en los créditos debidos por Grecia a bancos privados y al BCE.

En contra de la ley europea, cuando empezó la fiebre rescatadora, se obligó al BCE a comprar bonos de los países afectados. No sólo aumentó la pelota de la deuda sin generar más confianza en estos sino que puso en peligro el balance del BCE. No extrañamente, es el actor europeo más opuesto a la asunción de pérdidas por los acreedores, en la forma del retraso de pagos que parece inevitable. El único argumento que queda a favor de más rescates es el de que los primeros han fracasado y esto obliga al BCE a perpetuar la compra ilegal e infructuosa de bonos. Demencial.

Lo sustancial es que el resto de acreedores han caído en la cuenta de que más vale anotarse las pérdidas de la restructuración griega cuanto antes porque esperar no mejora las expectativas de cobro. Algún día alguien tendrá que explicar porqué ante la explosión de una burbuja crediticia se respondió con más de la misma medicina generando más malas inversiones y una nueva burbuja a añadir a la primera en forma de expansión monetaria e incremento desmesurado de deuda en países ya en dificultades.

Ha costado tres años descubrir la ausencia de virtudes taumatúrgicas de los artificios del multiplicador keynesiano, la deuda y los rescates. La situación es hoy peor que entonces, pero al menos se está deteniendo el mal. Empezar a hacerlo bien requiere la ortodoxia económica de siempre: ahorrar para invertir, invertir para crear empleo, sometiéndose a las reglas del mercado y no a la voluntad interesada de los políticos. Resulta que sí hay ideólogos en las crisis financieras y los que han fracasado son los partidarios del consenso socialdemócrata. En esta segunda caída del Muro, los liberales habrán de sustituirlos. No podrán hacer milagros, pero sí esperanzarnos con una recuperación real y no ficticia.

¿Dónde está el Gobierno?

Emilio J. González en Libertad Digital

Desde que los socialistas se llevaron un tremendo varapalo en las últimas elecciones municipales, en este país el Gobierno brilla por su ausencia. A Zapatero y su Ejecutivo no se les ve por ninguna parte, excepto cuando ya no les queda más remedio, por ejemplo, cuando tienen que comparecer ante el Congreso de los Diputados. Pero, por lo demás, el Gobierno brilla por su ausencia. Pase lo que pase en este país, a los ministros casi ni se les ve ni se les oye, y cuando hablan se limitan a referirse a lugares comunes, sin decir ni hacer nada más que lo imprescindible, y muchas veces ni tan siquiera eso.

El caso más flagrante estos días es, por supuesto, el de Rosa Aguilar, entre cuyas responsabilidades se encuentra la agricultura española. ¿Alguien la ha visto en algún momento salir abiertamente en defensa del pepino español y de sus productores? Para nada. Ella se ha quedado tranquilita en su despacho y cuando se le ha preguntado se ha limitado a responder que el Gobierno va a pedir a Bruselas dinero para compensar a los agricultores, cuando la cantidad que está ofreciendo la Unión Europea, algo más de doscientos millones de euros, apenas alcanza para cubrir las pérdidas de una sola semana de los cultivadores de esta hortaliza. Y la ministra, tan pancha, disfrutando de su mal ganado sueldo, su coche oficial y sus privilegios como miembro del Gobierno, como si la cosa no fuera con ella.

Con la vicepresidenta económica, Elena Salgado, ocurre tres cuartos de lo mismo. La Comisión Europea acaba de pegarnos un buen tirón de orejas con su informe pidiendo la subida del IVA, la bajada de las cotizaciones sociales y la reforma laboral. ¿Y qué hace la señora ministra? Pues limitarse a decir que eso no entra en los planes del Gobierno, y punto. Claro, no entra porque el Ejecutivo no tiene ningún plan ni nada que se le parezca. Por eso Salgado no puede responder a Bruselas anunciando un nuevo paquete de medidas económicas para salir de la crisis. A ella lo único que le importa es que los presupuestos para 2012 salgan adelante en la tramitación, aunque sea a costa de vender a los nacionalistas lo poco que queda de España y, por lo demás, que la dejen tranquila que ella ya tiene bastante con sus cosas. Lo que no sabemos es con cuáles porque, desde luego, de las de su cargo no se ocupa.

¿Y Miguel Sebastián? Porque el titular de Industria apenas abre el pico. Y con el de Trabajo, Valeriano Gómez, sucede tres cuartos de lo mismo. Ahora ha hablado para presentar ese simulacro de reforma laboral con el que el Gobierno pretende seguir mareando la perdiz con los mercados y con la UE y poco más sabemos de él. Y así uno tras otro. Si lo que quieren es estar tranquilos, mejor que convoquen elecciones y se marchen ya a su casa.

La no-reforma sindical

Juan Ramón Rallo en Libertad Digital

Señala esa vulgata marxista convertida en dogma de fe progresista que existe un conflicto de intereses irresoluble entre la opresora clase capitalista-gerencial y la muy oprimida población trabajadora. La salud de los primeros es la enfermedad de los segundos; los proletarios sólo pueden prosperar arrebatándoles la propiedad y los beneficios a las ratas explotadoras y éstas sólo pueden acumular capital apretándoles las tuercas a los obreros.

Esa fantasía épica, con sus orcos, elfos y unicornios incluidos, se ha erigido en piedra angular de nuestras relaciones laborales y, por tanto, de nuestro desastre económico actual. Lo mismo da que allí donde un mayor número de empresas ganen una cantidad más sobresaliente de dinero los salarios también sean mucho más elevados; el machacón pensamiento único es claro en su diagnóstico, coincidente con esas sesudas reflexiones de la Bruja Avería de "¡Viva el mal, viva el capital!".

Así, dado que los sindicatos deben defender a los trabajadores de sí mismos –de esa enorme osadía de rubricar acuerdos contractuales con los empresarios que ambos se atrevan a juzgar como beneficiosos en contra del más alto y relevante criterio de la plutocracia comisiono-ugetera– en España no hay quien contrate y, por consiguiente, no hay quien trabaje. Porque, quizá convenga repetirlo, si al empresario no le resulta rentable contratar, no se contratará y si no se contrata, no se trabaja.

Era este perverso sistema, ese que apuntala contra viento y marea, contra expansión y contracción crediticia, las condiciones laborales gestadas en medio de la mayor burbuja inmobiliaria que conocieron los siglos, el que había que desmontar. Y es que, aun dejando de lado el problemilla de que unos señores que no creen en la libertad de empresa pacten al milímetro las condiciones laborales de todas las empresas de este país; aun atribuyéndoles a nuestros sindicatos una sapiencia que jamás se han dignado a mostrarnos; aun así, ¿qué creen que significa eso de la ultraactividad de los convenios? Pues que si los sindicatos así lo desean –y lo desean–, lo pactado en 2003, 2005 ó 2007 tiene hoy, cuatro años de desmoronamiento económico después, la misma vigencia que cuando construíamos centenares de millares de viviendas al semestre.

Por eso había que derruir el sistema. Por eso, sí, y también para beneficiar a los empresarios; para no impedirles crear riqueza y contratar a parte de los cinco millones de parados en el proceso. Por eso, sí, y también beneficiar a los trabajadores, pues, por extraño que pueda parecerles a quienes viven de nuestros impuestos, no resulta del todo inverosímil que muchos de esos obreros quieran conservar su empleo o incluso volver a trabajar. Por eso, sí, y también para perjudicar a los sindicatos, que no otros son los únicos que medran en un sistema que los convierte en omnipotentes legisladores.

Mas el Gobierno ha optado, oh sorpresa, por no reformar lo que debería haber sido reducido a cenizas. El Partido Socialista Obrero Español ni ha escuchado a Bruselas, ni a los empresarios ni, tampoco, desengáñense, a los trabajadores. Por una simple cuestión: el socialismo nunca ha defendido a los obreros, se limitó a instrumentalizarlos –y masacrarlos– en beneficio de la casta gobernante. Después de destruir tres millones de empleos en tres años, José Luis, Alfredo y Valeriano han decidido que nada merece ser cambiado en nuestro mercado laboral. ¿Para qué? ¿Algún problema a la vista? ¿Algún sindicato en dificultades?

La guerra ha terminado

Cristina Losada en Libertad Digital

Volví a ver La guerre est finie no hace mucho tiempo, es decir, en algún momento de los últimos diez años. Me pareció, la película de Resnais, una obra maestra, aunque ahora no pondría la mano en el fuego. El tiempo no pasa en balde. Tampoco había pasado en balde el tiempo en España entre la guerra civil y los años sesenta, y ése era el perturbador descubrimiento del que daba cuenta el guionista, Jorge Semprún, tras haber vislumbrado la fisonomía española desde su condición de agente clandestino del PCE, enlace y correo entre la dirección de París y la militancia del interior. Los periplos de Yves Montand en esa película minimalista representan el viaje entre el universo congelado del exilio y un país transformado, ya distante y ajeno a aquella Guerra, en la que todavía habitaban, petrificados, los comunistas y otras gentes del destierro. Era el sobrio viaje a la realidad.

Semprún y su partido percibirían la inutilidad de unas estrategias ancladas en códigos del pasado, fútiles intentos de derrocar a la dictadura mediante huelgas generales de improbable seguimiento y enorme coste. La guerra había terminado, realmente. El engaño y el autoengaño se dieron de bruces con una sociedad que empezaba a cosechar los frutos del progreso económico, se compraba el pisito y el seiscientos, y pensaba en las vacaciones en Torremolinos. Nada de lo cual impediría que el viaje de Montand-Semprún fuera un trayecto que sucesivos aluviones de la izquierda estarían –estaríamos– condenados a repetir, fuese en forma de tragedia o de otro género de menor carga dramática. Entrados los setenta, una miríada de grupos aún creía exultante no en que fuera posible la vuelta a la II República, vieja reliquia para el museo, sino la mismísima Revolución.

Faltaba la farsa y aquí está, en nuestro presente. De nuevo se proclama que la guerra no ha terminado, como en un viaje de vuelta a aquel planeta inmóvil en el que vivían las gentes del exilio y medraban los capos estalinistas. Pretende revestirse de recuperación de la memoria, pero es mera falsificación. Hoy, incluso, la muerte de Semprún, Jorge, permitía agregar capas al mendaz envoltorio. Cierto que él mismo se entregó a la impostura, como denunciaron su hermano Carlos y otros conocedores de su papel en Buchenwald. Y es bien triste que quien supo afrontar la realidad política y reflejar la experiencia con brillantez no fuera nunca capaz de afrontar la realidad más suya.

Aquel Semprún

César Vidal en La Razón

Conocí a Jorge Semprún a inicios de 1995. Ambos fuimos invitados a un programa de libros de RTVE dedicado al Holocausto. A esas alturas, los nazis andaban destruyendo en las librerías mi libro «La revisión del Holocausto» y Alianza Editorial acababa de editar «El Holocausto», otra obra mía que era la primera Historia global de la Shoah escrita en lengua española. Semprún aportaba al programa no un libro sino una experiencia muy clara, la de haber sobrevivido a los campos nazis. Recuerdo que estuvo muy amable conmigo y que elogió calurosamente mi labor historiográfica. A la salida, charlamos un rato e intercambiamos direcciones. Volvimos a encontrarnos en distintas ocasiones, por regla general, en mesas redondas o conferencias sobre el sistema nacional-socialista. Aquí y allá, me habló de Carrillo –conseguía hacerlo con un distanciamiento prodigioso teniendo en cuenta lo que había narrado de él en su «Autobiografía de Federico Sánchez»– o me comentó que, en realidad, sus libros se vendían muy poco en Francia –cuatro, cinco mil ejemplares– algo que causaba una enorme sorpresa en los que lo escuchaban. A esas alturas había pasado sin pena ni gloria por uno de los gobiernos de Felipe González y había fracasado estrepitosamente como contertulio en el programa de Luis del Olmo –sólo aguantó una primera y silenciosa vez– seguramente porque él era más de argumentos sopesados y tranquilos que de choques estrepitosos y partidistas. Seguramente, también encajaba con una imagen que se había ido creando desde la época en que era un recluso de Buchenwald. Reuniendo materiales para mi «Recuerdo 1936», uno de sus compañeros de deportación, también del PCE, me contó cómo había leído la novela de Semprún sobre el tren de deportados y, a pesar de que lo acompañaba en el mismo vagón, no había reconocido absolutamente nada. También es cierto que el personaje nunca me dijo –a diferencia de Semprún, que lo reconoció por escrito– que los comunistas habían sobrevivido en los campos nazis simplemente porque se habían apoderado de la administración interior ante la actitud permisiva de las SS. Sin duda, quien me permitió conocerlo mejor fue su hermano, Carlos Semprún Maura. Perseguido por una izquierda que no podía tolerar que se hubiera convertido en liberal, Carlos me relató en una larga entrevista emitida desde los micrófonos de COPE cómo su hermano Jorge –al que consideraba un héroe al regresar de Buchenwald– había sobrevivido simplemente porque había sido un kapo, actividad, dicho sea de paso, que los comunistas estaban dispuestos a asumir para continuar vivos en el infierno creado por el nacional-socialismo alemán. Me he preguntado muchas veces si esa infernal experiencia no marcó a Jorge Semprún determinando su vida posterior. Lo impulsó, inicialmente, a seguir en el PCE escribiendo odas a Stalin y a la Pasionaria, pero, al fin y a la postre, el conocimiento de la condición humana le otorgó el suficiente espíritu crítico para enfrentarse con la dirección de Carrillo –el hombre al que los demócratas nunca agradeceremos bastante el haber liquidado el PCE–, para convertirse en atlantista frente a la URSS, para abandonar a Felipe González cuando la corrupción salpicaba en todas direcciones y para no sumarse a disparates como el zapaterismo. No fue poco, dado que todavía hay quien defiende el comunismo a pesar de los cien millones de muertos que causó en el siglo XX. Descanse en paz.

El diccionario histórico de Angelines

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

En tiempos de Google, ¿cuántos hojean diccionarios?

—La erudición es una fuente donde abrevan las bestias, y a veces, los hombres —contestó Tierno a Fraga en una discusión parlamentaria sobre el preámbulo constitucional.

¿Diccionarios? Para los comunistas y la ministra Angelines, que querrá ser llamada así, una vez que Rubalcaba, su jefe, sólo aspira a que lo llamen Alfredo, alias, por cierto, de Togliatti, uno de los filántropos de Stalin en la mesacamilla de la guerra civil.

¿Autoritario o totalitario?

Esa controversia sobre Franco, su fantasma mitomotriz, es lo que entretiene a la izquierda de los cinco millones de parados.

—No tenemos una Real Academia, sino una Real Caverna contra la República —perora en el Congreso el doctor Llamazares, científico ducho en la agrobiología de Lyssenko e incapaz, ay, de comprender las licencias literarias del profesor Suárez sobre el franquismo como las del Nobel García Márquez sobre los «boat-people» vietnamitas.

¿Autoritario o totalitario?

Diremos que «totalitario» es cuando te dictan lo que has de hacer y además no te dejan entrar ni salir del país, salvo que seas los Beatles, el Ché (paseante de la Gran Vía en uniforme verde oliva) y así. O sea, el franquismo. Y «autoritario» es cuando te dictan lo que no has de hacer, pero te dejan entrar y salir a tu bola. O sea, el castrismo, para no perdernos en el Gulag.

—La historia —advierte Croce— es siempre historia contemporánea.

En 1973, la hoy ministra Angelines clavaba una estaca en el corazón del totalitarismo franquista con su cameo en «El Love Feroz o cuando los hijos juegan al amor».

En 1974, Nixon envía a El Pardo al general Vernon Walters para otear la situación:

—El Príncipe será Rey —le dice Franco—, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que desean ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué sé yo. Habrá grandes locuras, pero ninguna de ellas será fatal para España. Porque yo voy a dejar algo que no encontré: la clase media española.

En 1975 (¡octubre!), en «L'Europeo» milanés, Carrillo le confiesa a Oriana Fallaci:

—Si la derecha no ayuda, derribaremos la Dictadura con la violencia. He hecho también la guerrilla. Durante nueve años. No sé si soy un buen tirador, pero sé que apuntaba con cuidado: para matar… No estoy dispuesto a dejar con vida a Franco. Sería una injusticia histórica ver morir a Franco en su lecho… ¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todo lo más ser rey durante unos meses… Yo soy comunista, no soy rosa… Stalin no era antipático: sabía tratar a la gente… Y la República española no era un régimen capitalista, sino una democracia popular en el verdadero sentido de la palabra.

Menuda golfa, la Historia.