jueves, 26 de mayo de 2011

Un proyecto de ingeniería social

Ignacio Sánchez-Cámara en ABC

El anuncio de Rodríguez Zapatero de que no se presentará a la reelección como candidato de su partido a la presidencia del Gobierno y su desastre electoral no despejan las dudas sobre la continuidad de su proyecto político, al menos hasta la convocatoria de elecciones generales. Ahora de lo que se trata es de si el PSOE persiste o no en él.

Varias han sido y son las interpretaciones sobre la empresa política y la índole intelectual y moral, valga la exageración, de Zapatero. Entre ellas, el «buenismo», el «pensamiento Alicia», la improvisación permanente, la ausencia de proyecto, la ingenuidad utópica. Algunas aciertan, pero solo en parte. En realidad, sea obra suya o no, y más bien cabe conjeturar lo segundo, existe un proyecto político muy bien definido y, en gran parte, consumado. Sus consecuencias quizá solo en parte serán reversibles.

La naturaleza del proyecto consiste en la transformación moral radical de la sociedad. No se trata de un ingenuo u oportunista improvisador. Está orientado por el relativismo ético, pero acaso se trate de algo aún peor. El relativismo es quizá el medio, pero no el fin. Este fin es más la inversión de la jerarquía natural de los valores que su mera disolución. Al cabo, se trata, en muchos casos, de que lo inferior ocupe el lugar de lo superior, y lo malo el de lo bueno. Si estoy en lo cierto, se trata de un proyecto de ingeniería social, es decir, de conformación de la sociedad a la medida de los valores (o contravalores) del Gobierno. Ignoro si todo su partido lo respalda, aunque lo dudo, pero lo cierto es que los discrepantes son o escasos o silentes.

Los ejemplos son notorios. La crisis económica, solo en este sentido providencial, no ha hecho sino aminorar la intensidad del desmán. La nómina es conocida, aunque demasiadas veces se mire hacia otro lado, como si no se quisiera ver la realidad. La nueva legislación del aborto ha transformado un delito en un derecho de la mujer, solo limitado por un plazo arbitrario. La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, que muy probablemente contraviene el derecho de los padres a elegir la educación religiosa y moral de sus hijos, entraña una usurpación del Gobierno, cuya misión es garantizar el ejercicio del derecho a la educación, pero no determinar su contenido antropológico y moral. La regulación de la experimentación con embriones y la reproducción asistida asesta un golpe decisivo a la dignidad de la vida. Algo más renuente se encuentra, aparentemente, el Ejecutivo sobre la legalización de la eutanasia. Ha elegido, de momento, una vía vergonzante: la regulación de los cuidados paliativos y la «concesión» de un nuevo derecho: el derecho a la muerte digna. Como si hasta ahora el encarnizamiento terapéutico fuera una exigencia legal y la práctica médica no se preocupara de la administración de los cuidados paliativos; como si la legislación actual nos condenara al deber de una muerte indigna. La consideración como matrimonio de las uniones legales entre personas del mismo sexo ha destruido la concepción tradicional del matrimonio y la familia. La legislación sobre la «memoria histórica» entraña una ruptura de la concordia nacional y un agravio al derecho a la libertad de investigación y de expresión. Y ya está preparado el proyecto de ley de no discriminación e igualdad de trato, de naturaleza totalitaria.

Estos son los elementos principales de este proyecto de ingeniería social, que persigue la modelación de la sociedad y sus costumbres a los dictados del poder político. Un poder que, por cierto, nunca ha obtenido la mayoría absoluta, que sí lograron González y Aznar. Sus raíces ideológicas quizá se encuentren, si es que se encuentran en algún lugar, en el nihilismo derivado del posestructuralismo francés. Y su objetivo es el combate contra el cristianismo y el liberalismo (y no cabe olvidar a este último). Todo proyecto de ingeniería social es enemigo de la libertad. Este lo es también del cristianismo, y, más concretamente del catolicismo. Se trata de derruir los fundamentos católicos de la sociedad española, por más que se invoque solo la aconfesionalidad del Estado y la libertad religiosa.

Y, de manera solo aparentemente paradójica, se ataca a la libertad mientras se reconocen «nuevos derechos». Por lo demás, los derechos no son creaciones ni concesiones del Gobierno, como si se tratara de un nuevo señor feudal democrático que dispensa derechos a sus vasallos agradecidos. Los derechos solo se reconocen y garantizan, pero no se crean. Además, esta apoteosis de los derechos los convierte en enemigos de la libertad. Y no es extraño. Kant afirmó que tener un derecho es tener la capacidad de obligar a los demás. Todo derecho entraña deberes y obligaciones para uno mismo y para los demás. Desde el aborto al aire limpio. Si abortar, contra todo derecho y razón, se convierte en un derecho, generará obligaciones para el personal de la Sanidad y, en general, para toda la sociedad. Si uno tiene derecho a no aspirar humo de tabaco ajeno, se limitará necesariamente el derecho a fumar en espacios públicos. Y así podríamos continuar con otras limitaciones a la libertad, unas justificadas y muchas no, en el nombre de los derechos Los deberes se cobran así su venganza, y el dispensador de derechos se convierte en generador de cargas y obligaciones.

Quizá no exista un síntoma más rotundo de que un gobierno se desliza por la pendiente que conduce al totalitarismo que su pretensión de erigirse en autoridad espiritual. Y esto se manifiesta en su designio de que las leyes por él aprobadas, no por cierto las aprobadas por la oposición cuando estaba en el poder, constituyen la única y verdadera moral exigible a todos. Todo gobernante autoritario pretende que su Derecho se convierta en moral. No quiere rivales. El poder temporal pretende suplantar hoy al poder espiritual. Y esto solo es posible cuando el poder espiritual está vacante.

Ortega y Gasset afirmó en La rebelión de las masas que Europa se había quedado sin moral. Parece que seguimos así, pues, si la hubiera, no podría fabricarla a su antojo el Gobierno. Al final del segundo volumen de La democracia en América, afirmó Tocqueville que las naciones democráticas de sus (nuestros) días no podían evitar la igualdad de condiciones en su seno, pero que de ellas dependía que la igualdad condujera a la libertad, la civilización y la prosperidad, o al despotismo, la barbarie y la miseria. De nosotros, me refiero a los españoles, depende, pero mucho me temo que hayamos emprendido el camino equivocado. Pero el futuro no está determinado, y podemos cambiar el rumbo. Mas conviene advertir que no se trata solo de un cambio de Gobierno, con ser este necesario y urgente, sino de algo mucho más profundo y difícil: la restauración de la moral. Por eso, el único modo de combatir el proyecto de ingeniería social consiste en emprender otro proyecto alternativo de regeneración intelectual y moral. La política, imprescindible, vendrá después y de suyo. Están en juego la libertad, la civilización y la prosperidad.

La hora del fascismo

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

Con la grande polvareda pepera perdimos a don Beltrane, que era Bildu, con su alegría de chorro de piedras etarra. Después de todo, también ellos son izquierda.

Si en mis días de Facultad no me perdí nada, las cosas, hoy, serían como sigue: sólo la izquierda es democracia; todo lo que no sea izquierda es fascismo; luego España es fascista.

¿Y la ley?

—La ley es la organización de la violencia destinada a dominar a una cierta clase.

Eso decía el delegado de curso en la Facultad y eso ha animado a Rubalcaba a echarle morro a lo de la Puerta del Sol. Pobre Rubalcaba, que iba para Cromwell de Solares y se ha quedado en Jaruzelski de Ferraz (¡ni siquiera en Lotso, el oso de «Toy Story»!), con las llamas entrando por el portalillo del partido y los perros flautas jugando a estibadores de Solidaridad.

Ya hay un regeneracionista muy cursi que dice que esto ya se lo olió él al ver cómo corría el jamón. Él, claro, se comió el jamón, y ahora la Revolución de Sol parece imparable: el día de San Fernando la Revolución se propone volar el capitalismo enviando a sus hijos a extraer de los cajeros 155 euros.

Lo dijo Revel hace veinticinco años: arruinada su doctrina por los acontecimientos, la izquierda protege su identidad cultural llamando fascista a aquél que no sea asimilable a su «sensibilidad». Sin el espantapájaros del fascismo, no hay comodidad intelectual.

—Usted a mí no me representa —le dice un «indignado» al nuevo alcalde de Sevilla.

¡Ah, la democracia parlamentaria «podrida»! Eso ya lo denunciaban los camisas negras y los camisas pardas. Pero así van a estar hasta que San Juan baje el dedo, que es decir hasta las generales, fecha de entrada, según las encuestas, del fascismo en La Moncloa. De compañeros y tontos útiles (Umbral, que hizo de las dos cosas, tiene explicada con buena sorna la diferencia) hacen los charlatanes de la Red, tan ayunos de lecturas como los charlatanes de Universidad, cuyas exudaciones intelectuales están impresas en los cartones de la Puerta del Sol. Ahí quería yo ver a Revel, que ya en el 70, subyugado por «el burlesco cretinismo de los apotegmas del déspota pequinés», se atrevió al análisis del «Pequeño Libro Rojo» de Mao.

—Contemplemos —escribe en «El conocimiento inútil»— la cuádruple función de la ideología: es un instrumento de poder; es un mecanismo de defensa contra la información; es un pretexto para sustraerse a la moral; y es un medio para eliminar o aplazar indefinidamente los criterios de éxito o de fracaso.

El Adolescente de La Moncloa nos ha petado la calle de hijillos ideológicos. Y se acabó el jamón. Ullán, al que tanto echamos de menos, rescató del cubano Emilio Bobadilla una ocurrencia que resume al zapaterismo: «Una rumba bailada alrededor de un jamón».

Censura

José García Domínguez en Libertad Digital

¿Cómo obrar ante un autista recluido en La Moncloa, alguien inhabilitado a fin de establecer transacción ninguna con la realidad? Rajoy, fiel a sí mismo, ha respondido raudo que mejor será no hacer nada, la gran especialidad de la casa como es fama. "Frivolidades las justas", le espetó a un plumilla solo oír la expresión moción de censura saliendo de su boca. Pues ese hombre que se presume de Estado, el dirigente responsable siempre presto a subordinar el interés personal o partidista al de la Nación, tiene por muy "frívola" bagatela exponer un programa de regeneración ante las Cortes Generales. Nerón tocaba la lira –dicen– mientras ardía Roma, don Mariano, más prosaico, prefiere leer el Marca al tiempo que se desmoronan las últimas balaustradas del PIB y aves carroñeras de medio mundo revolotean en torno a la deuda soberana (todavía) del Reino de España.

Senequismo, el del gallego, que hace pertinente la pregunta de si tendremos uno o dos. Autistas, quiero decir. Más que nada porque el país requiere, y con urgencia, un líder, no un administrador de fincas. Que tiempo habrá para los apis cuando escampe. Espectáculo en verdad crepuscular el de esta corte de los milagros donde el Parlamento pugna por emular a La Noria y, peregrinas o no, las únicas ideas políticas en curso moran acampadas en el asfalto, entre huertos de improbables tomates y airados lamentos del sufrido gremio del comercio. Súmese un Ejecutivo abocado a la parálisis numantina. Y añádase una leal oposición atenazada a su vez por el miedo escénico del aspirante.

Así las cosas, la responsabilidad histórica por casi un año entero de inacción, otros diez meses esperando a Godot, no solo ha de corresponder al cadáver insepulto. Ya decía Juan de Mairena que es mucho más fácil estar au dessus de la mêlée que a la altura de las circunstancias. Por eso, si Rajoy quiere demostrar que no es otro pequeño político al uso, un oportunista más guiado por el afán mezquino del corto plazo, debe interponer la moción. Supeditada a la inmediata disolución de las cámaras, huelga decir. Aunque la pierda. Como la perdió González antes de conquistar una mayoría no absoluta, sideral. Doscientos dos diputados. De él depende. Y el tiempo apremia.

Queeg en La Moncloa

César Vidal en La Razón

Seguramente, muchos de los que lean estas líneas recordarán aquella novela de Wouk que se titulaba «El motín del Caine» y que fue llevada al cine por un elenco extraordinario de actores entre los que se encontraba el mismísimo Humphrey Bogart. La acción era sencilla. El Caine era un dragaminas destinado en el frente del Pacífico y situado bajo las órdenes de un capitán llamado Queeg. Hasta ahí la acción no pasaba de lo trivial. El gran problema, sin embargo, era que Queeg era un peligroso psicópata y, al fin y a la postre, los oficiales a sus órdenes lo deponían para salvaguardar la seguridad del navío y de los tripulantes. Semejante acto, inusual, pero contemplado en las ordenanzas militares, derivaba en un juicio de guerra en el que todo parece desarrollarse en contra de los amotinados hasta que Queeg, interrogado como testigo, saca del bolsillo unas bolitas de metal y comienza a jugar compulsivamente con ellas. Aquel gesto, en apariencia sin relevancia, deja de manifiesto que Queeg es, en verdad, un loco especialmente peligroso para la gente situada a sus órdenes. Quizá durante años Queeg hubiera dado la apariencia de cumplir con sus funciones con mayor o menor fortuna, pero, al final, quedaba de manifiesto que no pasaba de ser un desequilibrado al que había que privar del mando y que lo único que cabía lamentar era que ese paso no se hubiera producido antes. Las elecciones del 22-M dejaron de manifiesto que ZP es un capitán Queeg que llegó a La Moncloa hace siete años gracias al atentado terrorista más espantoso de la Historia de España. Su sobrecogedora enfermedad quedó de manifiesto cuando, esa noche, en lugar de anunciar su dimisión y la convocatoria de elecciones generales, se colocó delante de los micrófonos y, más alterado que Humphrey Bogart en la citada película, comenzó a jugar compulsivamente con sus bolitas preferidas. Nos dijo, a punto de romper a llorar, que la culpa de la crisis económica más espantosa que ha conocido España en siglos y de los cinco millones de parados no es suya. Al parecer, se trata de una desgracia semejante a los temporales a los que culpó Felipe II por el desastre de la Invencible. Tampoco ha hecho nada malo él, que ha abierto las heridas cerradas hace décadas, que ha descoyuntado el orden constitucional con el estatuto de Cataluña, que ha realizado concesión tras concesión a la banda terrorista ETA, que ha encabezado una sectaria cruzada laicista, que se ha convertido en representante máximo de la cultura de la muerte y que, como logro máximo, puede esgrimir que los homosexuales contraigan matrimonio. Cualquiera que lo viera el domingo por la noche –pensara lo que pensara en los años anteriores– se dio cuenta de que ZP es una desgracia inconmensurable para el barco en el que manda y, para remate, para España, que no puede soportar casi un año más de su aciaga gestión. Ahora la única solución es que los oficiales de ese PSOE que conserva, gracias a ZP, los ayuntamientos de Cuenca y Zaragoza; la CC AA de Extremadura y la Diputación de Ciudad Real se quiten de encima al trastornado y a los que lo han servido como guardia de corps. Que lo hagan cuanto antes porque ni ellos, ni España pueden permitirse esperar un solo minuto más.