domingo, 21 de marzo de 2010

La Caverna

Ángela Vallvey en La Razón

La izquierda extrema tiene abierto un antro imaginario, su propio Macondo diabólico, subterráneo, que llama «La Caverna» y al que sentencia a cualquiera que no comulgue con la supuesta «modernidad» que aparentemente ellos mismos representan. «La Caverna» ideada por la izquierda extrema es un lugar escalofriante, con rocas calcáreas resbaladizas e inmundas, riachuelos infectos, plenos de un sospechoso caudal de detritos y el desagradable ambiente nauseabundo propio de cualquier vertedero semienterrado. Por «La Caverna» vagan los críticos con este Gobierno (de izquierdas, renegados de izquierdas, de derechas, de derechas extremas, de centro, agitadores profesionales…). Quien se atreva a hacerle reproches al régimen inmediatamente será castigado con la inclusión en «La Caverna».

Giscard, el canalla

Alfonso Ussía en La Razón

Giscard abrió las puertas de Francia a los «refugiados» vascos. Un asesino huido a Francia, se convertía de inmediato en un «refugiado» intocable. En Francia tenía la ETA sus campos de entrenamiento de tiro. En Francia se negociaban a plena luz del día los pagos de los secuestros. La Policía francesa tenía órdenes de cerrar los ojos. Por las calles y bares de Hendaya, Biarritz y San Juan de Luz bebían y se paseaban los más miserables asesinos con tranquilidad pasmosa. En Francia existía un grupúsculo terrorista, «Iparretarrak» perfectamente controlado. Cuando el Conde de Barcelona le afeó al ministro del Interior francés su amparo a la ETA y le advirtió de un posible crecimiento del terrorismo vascofrancés, Michel Poniatowsky no se anduvo por las ramas: «Imposible, Señor. Cuando un terrorista de ‘‘Iparretarrak’’ saca los pies del tiesto, acostumbra a ahogarse en una playa de Biarritz». 

Jactancia

Sabino Méndez en La Razón

La jactancia nacionalista es un tipo de jactancia colectiva. Es una jactancia que perjudica a la propia colectividad en la medida que no le permite medir el valor real de sus propias fuerzas. Es un convencimiento íntimo, sin fundamento sólidamente comprobado, sobre la superioridad de la propia valía que hace embarcarse en proyectos inservibles, dilapidadores o que niegan la realidad cotidiana. Cualquier nacionalismo es una empresa narcisista, y el narcisismo siempre está condenado a la desilusión porque no se puede tener éxito ignorando que las gentes quieren ser cosas muy diferentes a nosotros.