domingo, 13 de febrero de 2011

Con su pan se lo coman

Si yo llamara imbécil a la señora Rahola, además de faltar más o menos a la verdad, estaría siendo un grosero y un maleducado. Si Pilar Rahola llama imbéciles a los que no piensan como ella, no pasa nada, pues la señora Rahola es una impecable señora progresista y los "imbéciles" unos reaccionarios que bien merecido se lo tienen, eso y todo lo que se les diga o haga.

Si los señores de Intereconomía, con mayor o menor acierto, critican la inclusión de un transexual en la listas de Tomás Gómez, es porque son unos fascistas, franquistas, cavernícolas... Si el señor Jordi González llama puta a la madre de alguien que dice que él hace telebasura, es que el pobre se ha calentado y con pedir disculpas aquí no ha pasado nada, que el señor González es también un impoluto progresista.

Y es que si antes se decía que la tierra era para el que la trabaja, ahora podríamos decir sin temor a errar que el progreso es para el que se lo trabaja, es decir, para los progresistas. El progreso y la libertad y la democracia y la igualdad y bla bla bla... Pues todo concepto más o menos noble queda en pura palabrería, usada a su conveniencia, en boca de estos señores.

Con su pan se lo coman su progreso... Que ellos sí que pueden, no como esos reaccionarios de los pobres.

Todo un asombro

José Jiménez Lozano en La Razón

En alguna parte he leído que, si un historiador o un sociólogo del futuro tuvieran, por lo menos durante algún tiempo, como únicos datos sobre nuestra vida actual, el hecho de que se prodiguen varias veces al día, previsiones acerca del tiempo climatológico que hará, a veces hasta una semana entera, y el que está haciendo, deducirían inevitablemente que vivíamos a la intemperie. Y sería una deducción de la más pura lógica porque, estableciendo una relación de analogía con la vida de los humanos durante siglos en los que no se manifestaba esa obsesión por la climatología, se llega a la conclusión de que esto sucedía, porque en el pasado, cuando hacía frío o calor, las gentes se ponían bajo teja, y, si no se tenía teja bajo la que cobijarse, se aguantaba el frío o el calor; pero que, en nuestro tiempo, la situación de vivir a la intemperie debía de ser general, y esos avisos tenderían a que cada cual buscase el modo de guarecerse en los ámbitos que podía ofrecer la naturaleza, y de mantenerse por lo tanto cerca de ellos.

Pero claro está que, si más tarde se descubrieran la inmensa multitud y la inmensa mole de los edificios, especialmente numerosos por cierto en lugares muy cálidos junto al mar, y para ser habitados precisamente en los días de canícula, las respuestas que tendrían que darse los historiadores y sociólogos futuros no serían tan fáciles, y, desde luego, tendrían que preguntarse incluso por si este mundo nuestro estaría gobernado por algún malvado sátrapa que infligiría un castigo dantesco a buena parte de la especie, obligando a ésta a trasladarse a aquellos lugares, para ser rociada con aceites y puesta a freír al sol. O quién sabe qué otras hipótesis más terribles cabría hacer.

No menos notables, sin embargo, serían las conclusiones a que llegarían esos futuros estudiosos de nuestro mundo, pongamos por caso en torno al llamativo nivel filosófico al que habríamos llegado en las manifestaciones de la vida política y administrativa, que haría sospechar una especie de instinto e inspiración nunca vista, ya que la legislación relativa a los estudios aprobar a jovencitos ignorantes por lo menos en cuatro asignaturas dentro del marco de esos estudios.

Se hallarían, en efecto, actas de sesiones municipales de ciudades y aldeas, en las que, en vez de tratarse de asuntos como el arreglo de calles y carreteras, limpieza de unas y otras, alumbrado público, u ordenación del tráfico, se manejaban teorías filosóficas sobre la paz y la guerra, el asunto de la coexistencia de civilizaciones, el mito de Tiresias y los problemas de la trans-sexualidad, cuestiones de la globalización económica y cultural; y, especialmente y de manera reiterativa, asuntos como los de la honestidad e incorruptibilidad ciudadanas, y todas las sutilezas de la transparencia de los cuerpos opacos, o más vulgarmente llamada, «cuentas claras», pura metafísica, ciertamente, cuando se trata de las entidades públicas.

Nuestra sociedad les parecerá, a esos futuros estudiosos de ella, llena de Catones y Robespierres, extremadamente virtuosos, reclamando virtud por todas partes, sin los inconvenientes de estos caballeros; es decir, sin que se vieran obligados a suicidarse, como Catón o de que otros se alcen contra su incorruptibilidad y les corten la cabeza, como sucedió con Robespierre. Y la conclusión que se impodrá, entonces, será la de que todos y cada uno de los habitantes de esta antigua España somos la virtud misma, y, desde luego, paradigmas de filosofía.

Y toparán, en fin, esos estudiosos futuros con el escolio del abundantísimo empleo del «estilo navajeo» especialmente en los ámbitos políticos, pero en contraposición se comprobarán también los sólidos pesos de los suplementos dominicales de los periódicos, y la ingente cantidad de libros gordos entre otras raras mercancías. Y esto es algo que no sucedió jamás de manera que entonces se entenderá perfectamente que, abismados en el estudio, ni nos percatamos del calor ni del frío, absorbidos como estamos en tareas superiores del espíritu. Y de ahí los insistentes avisos sobre climatología.

Ecoñogistas

Alfonso Ussía en La Razón

A pesar de mi avanzada edad, se me antojan lejanísimos los tiempos en los que Madrid fue regida por alcaldes socialistas. Tierno era un verso libre y Barranco un verso malo. La contaminación subía y bajaba de acuerdo con la meteorología. Se lo recuerdo a los ecologistas «sandía». En aquellos años también había coches. Diez días sin llover, y Madrid, como ahora, se cubría por una boina de aire sucio. Llovía, y se solucionaba el problema. Los ecoñogistas –es decir, la unión de los ecologistas «sandía» y los ecologistas «coñazo»– no se manifestaban contra los alcaldes socialistas cuando no llovía, y menos aún les interponían una querella criminal, que es lo que han hecho ahora contra Ruiz-Gallardón y Ana Botella, a los que consideran enemigos de la pureza ambiental. Una chorrada más del ecoñogismo.

Lo que sí recuerdo, y bien, fue el silencio sepulcral y ovejuno de los ecoñogistas cuando se hizo añicos la central nuclear soviética de Chernobyl. No dijeron ni «mu», que es lenguaje de vacas. Cuando la ideología sobrevuela a la naturaleza, los ecoñogistas se ponen esparadrapos en la boca, y quedan muy monos, pero poco creíbles. Ahora están muy contentos con eso que llaman «energía limpia», cuando la menos contaminante y la más barata es la nuclear. La «energía limpia» ha destrozado los paisajes de España, pero al ecoñogista políticamente correcto y obediente tras la caída del Muro, la estética no le afecta. No hay altiplano, ni páramo, ni cuerda montañosa que no haya sido invadida por esos terribles molinos de viento. En una dehesa de Extremadura, se prohibió a su propietario acondicionar su caserío para vivir porque en su interior habían anidado tres parejas de mochuelos moteados. Vendió la dehesa, el caserío y ahí se quedaron los mochuelos moteados. Los ecoñogistas utilizan en invierno las delicias de la calefacción y en verano del aire acondicionado. La única finalidad de los ecoñogistas es dar la tabarra, una tabarra siempre sesgada hacia la cursilería naturalista carente de rigor científico. A un ganadero andaluz se le prohibió, años atrás, levantar una cerca para guardar su ganado. El argumento no fue otro que dicha cerca interrumpía el camino natural de una pareja de sapos parteros que pasaba por momentos de pasión fecunda. A nadie le gusta vivir bajo un chambergo de polución, pero en todas las grandes ciudades del mundo se da ese fenómeno negativo. Si los anticiclones permanecen, los ecoñogistas harían bien en querellarse contra los anticiclones. Y cuando llueve y el llamado «smog» desaparece, se quedan con un palmo de narices y sin saber qué hacer, porque no hacen nada. Para los ecoñogistas la caza es una actividad brutal, aun sabiendo que no hay caza si no existen los cazadores y los propietarios de los cotos que invierten centenares de millones de euros cada año para su preservación. En la Segunda República se prohibió la caza. Y las dehesas, sierras y campos de España se quedaron mudas y quietas. Todo desapareció. Ahora están con la querella contra el Alcalde de Madrid y la señora Botella. Se les considera culpables de que en Madrid circulen muchos coches. Prohíban la venta de coches. Prohíban la importación de crudo y propongan un plan para destruir las refinadoras. Todo blanco, todo hermoso, todo bello, los cisnes unánimes, los patitos en los lagos, los linces con sus horribles localizadores ahorcando sus cuellos, los amantes ecoñogistas besándose en la orilla de un río limpio, el sol en lo alto, los jabalíes por las calles, los conejos reclamando una ley de igualdad con las conejas, y todo el mundo feliz.

Majaderamente feliz, claro.

Idealistas

José María Marco en La Razón

En una época antigua e ingenua se pensaba que el cine debía crear películas emocionantes, hermosas, capaces de alumbrar aspectos relevantes de la realidad humana. Por algo el cine fue considerado un arte, el séptimo, se decía. También se esperaba del mundo del cine que ganara dinero: habiendo seducido la imaginación del público, el cine recibía una generosa contrapartida. Incluso se daba por seguro que la gente del cine encarnaría ciertos ideales de elegancia, de belleza, de dramatismo: una vida más intensa, como corresponde a la naturaleza misma del arte y de las películas. En el cine español actual nada de esto se cumple. Quienes lo hacen han sustituido la belleza y el arte por una agenda ideológica. Se han empeñado en dar lecciones políticas o históricas –como la soez película de Iciar Bollaín sobre los españoles en América–, y al final, como es natural, se las dan unos a otros en reuniones tan cerradas como las del Premio Goya de esta noche. Por el camino, han dejado atrás la ambición de ganar la taquilla. Ni qué decir tiene que tampoco son gente particularmente atractiva, ni por su belleza, ni por sus vidas. Todo esto no merecería el menor comentario si no fuera porque estos idealistas, que han abrazado un ideal de pedagogía política y de ascetismo, incluso de fealdad, no han renunciado por eso al dinero, en cantidades muy serias, además. Lo reciben, como se sabe, del contribuyente, a través de la administración. En vez de esforzarse por crear grandes obras, vuelcan todo su afán en conseguir subvenciones y ayudas. Quienes hacen el cine español se convirtieron hacen mucho tiempo en un lobby, aunque de forma particular. No aceptan dictados y consiguen imponer su agenda a cualquier Gobierno, de cualquier signo que sea. La apoteosis llegó con la colocación de Ángeles González-Sinde, liberada del sindicato en el Gobierno. La verdad es que esto lo hacen muy bien. Han renunciado al arte, a la belleza y a las emociones, pero lo de mandar en la cultura oficial y sacar tajada del presupuesto público… ¡Chapeau!

Viñeta de Montoro en La Razón

Invierno Zhivago

Fernando García de Cortázar en ABC

A esa cuestión —¿cómo permanecer libre cuando los valores nobles de la vida, cuando nuestra paz, nuestra independencia, nuestro derecho a ser como somos y todo cuanto hace nuestra existencia más pura, el amor, la búsqueda de la verdad, la creación artística, la espiritualidad, la fe, son aplastados en nombre de una ideología?— y solo a ella dedicó Pasternak diez años de su genio literario. También —pienso ahora— es esa búsqueda de la salvación espiritual, de la salvación de la dignidad personal en una época que la había abolido, en un tiempo de generalizado servilismo a partidos e ideologías, la que convierte al poeta y novelista ruso en un héroe de nuestro tiempo.

Hoy, más de cincuenta años después, resulta difícil entender el escándalo que provocó la publicación de El doctor Zhivago. Hoy cuesta entender el oleaje de ira popular organizado en Moscú cuando se concedió el Premio Nobel a su autor, y más aún los gritos en Francia y en Italia acusando a Pasternak de no entender su época, de quedarse rezagado respecto del tren de la Historia. Hoy sabemos que aquel fabuloso tren que corría hacia el futuro paraba en los campos helados del Gulag, de los que muchos no regresaron, como la Larisa de la novela, que, según nos cuenta el narrador, desapareció quién sabe dónde, «olvidada bajo un número sin nombre de una lista que se perdió más tarde, en uno de aquellos innumerables campos de concentración comunes o femeninos del norte».

Hoy quedan las palabras, que se mezclan con las poderosas imágenes de la película y su conmovedora banda sonora, queda la historia de un amor truncado por las furias de la Revolución, permanece la sombra del poeta despreciado y censurado por el poder, de quien se dijo que parecía un príncipe árabe con su caballo. El hombre que, según Anna Ajmátova, hablaba a los bosques, el que, vencido por la enfermedad y el desengaño, «se convirtió en un grano de trigo portador de vida, o en la primera lluvia, que a él tanto le gustaba cantar».

Más que chorizos

Antonio Burgos en ABC

EN el asunto de los ERES de Andalucía, actualización del «ERES mi vida y mi muerte, te lo juro, compañero» (del partido), han puesto a funcionar la máquina de hacer chorizos que sacan en cuanto hay un escándalo de corrupción. Máquina que data de los tiempos de Mienmano. Para exculpar a los de arriba y poner diques de contención a la mierda inventaron entonces dos máquinas: la máquina de los cafelitos y la máquina de hacer chorizos. La máquina de café era la que el hermano de Guerra tenía en la Delegación del Gobierno en Andalucía, donde daba un cortado tan bueno y cremoso que la gente untaba cantidades importantes de manteca colorá por sus famosos cafelitos. La otra máquina que pusieron en movimiento fue la de hacer chorizos exculpatorios y cabezas de turco. Presentaron a Mienmano como un vulgar chorizo y cargaron sobre su calva todas las culpas de la mangoleta institucionalizada, a fin de preservar a Guerra y a la cúpula del partido.

Aquella estrategia les fue divinamente y la vienen utilizando desde entonces, con su maestría demostrada en materia de propaganda y manipulación, así como de repetición de mentiras hasta convertirlas en verdad. Un poner: de la crisis (yo la llamaría ya Gran Depresión, como la de 1929) no tiene la culpa ZP, sino la Banca, que son unos mamones.

Siempre ocurre igual. En cuanto los cogen en un caso de corrupción, ponen en marcha la máquina de hacer chorizos. Cuando trincan con la manteca a uno del PP, siempre es el propio Rajoy, o por lo menos Camps, el que metía la mano en el cajón: abramos una comisión parlamentaria de investigación, al juzgado con él y que dimita este tío inmediatamente. Pero cuando trincan a un trincón del PSOE, o a media docena bien despachada de ellos, nadie de la cúpula del partido es responsable de nada, ni política ni penalmente: esto es cosa de una panda de chorizos que se aprovechaba de los trenes baratos del poder; nuestras siglas como tales no tienen nada que ver y nosotros hemos sido los primeros en quitarles el carné y mandarlos a la Fiscalía.

No, mire usted: no son unos chorizos. No son lo que entendemos por un chorizo. Yo no sé cómo no ha protestado la Asociación Democrática de Chorizos (que son los chorizos progres) y la Federación Profesional de Chorizos (que son los chorizos fachendas). No hay derecho a que se utilice la voz «chorizo» para designar a unos tíos que desde el poder se quedan con millonadas. Un chorizo es un pobre hombre que afana carteras en el Metro o siete metros de hilo de cobre para llevarlos al perista. Un chorizo es un descuidero de poca monta que nos rompe el cristal del coche para llevarse el GPS. Pero todos estos mangones de la trama del ERE de Andalucía no son simples chorizos: esto es como la Operación Malaya, pero sin Isabel Pantoja.

Quede hecho, pues, en tiempo y forma el elogio y defensa del chorizo de toda la vida. Chorizo que, además, no tiene nada que ver con Cantimpalos ni con Prolongo: no es una tripa de la matanza rellena de carne picada y adobada. Estos socorridos chorizos en que convierten a las tramas trinconas del PSOE no vienen del latín «salsicium», sino del caló «chori»: el que chora, el que roba. Pero éstos son más que unos pobres desgraciados que pasaban por allí y choraron el jamón de Morena Clara. El robador es el propio poder del partido, no sus chorizos expiatorios.

Sin mujeres

Curri Valenzuela en ABC

MIRO y remiro las imágenes de los cientos de miles de manifestantes de la plaza Tahrir y apenas si diviso el rostro de alguna mujer. Y, cuando al fin compruebo que sí, que ahí aparece una en la esquina de esa foto, casi siempre lleva cubierta la cabeza. Las únicas que agitan su melena al viento son las corresponsales de las televisiones extranjeras. Me pregunto, pues, si después de tanto gritar «¡libertad!», echar al tirano Mubarak, confiar en que el Ejército siente las bases de otra manera de gobernar y sortear los planes de los islamistas radicales para hacerse con el control de la revuelta popular, los egipcios conseguirán vivir en democracia.

Solo podremos decir que lo han logrado, vamos a poner de margen en una década, si para entonces se convoca con algún pretexto otra gran manifestación en la plaza Tahrir y en esa ocasión vemos a las egipcias hombro con hombro con los egipcios. Sin cuotas pero en situación de igualdad. Porque la democracia no consiste únicamente en votar cada cuatro años o tener acceso a medios de comunicación sin censura. También es preciso que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley, independientemente de su sexo, raza o religión. Sin discriminaciones.

Hablando de religión, un recuerdo para los coptos. Los cristianos egipcios, numerosos pero en minoría, que llevan a gala ser los descendientes de aquel pueblo de faraones que sucumbió a la invasión árabe de ese país casi simultánea a la de España en el siglo VIII, están siendo perseguidos de forma creciente, sus iglesias atacadas por radicales islamistas. Así que la prueba del algodón de la democracia tendrá que medirse también por el respeto a sus creencias y la integridad de sus pequeños templos de cruces ortodoxas.

Pasar de la revolución a la democracia es tarea difícil, que pocos pueblos han conseguido; hacerlo con el lastre de una cultura que discrimina a la mitad de la población complica el posible proceso. Mientras todos a mi alrededor se congratulan por esa imagen, sin duda hermosa, de los egipcios celebrando ruidosamente haber derrocado a su tirano, mi mente vuela hacia las madres, esposas, hijas, que les esperan con la cena puesta para compartir con ellos la buena nueva a puerta cerrada. Ojalá que los radicales no las encierren tras el burka, ojalá que la libertad que Egipto empieza a disfrutar llegue también hasta todas ellas.

Fuerte con los hosteleros, débil con los terroristas

Editorial de Libertad Digital

La ley antitabaco impulsada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que prohíbe a los hosteleros determinados comportamientos legítimos en su propiedad privada, ya ha comenzado a dar sus primeros frutos tal y como se esperaba desde que se puso en marcha a comienzos de este año. Para evaluar el beneficio proporcionado a la salud colectiva de los españoles habrá que esperar al menos una década, pero hoy ya sabemos que el sector de la hostelería española ha perdido en torno a una quinta parte de sus ingresos, una mala noticia en todo momento, pero especialmente sangrante cuando se produce en el contexto de una crisis económica devastadora como la que padecemos, agravada precisamente por la incuria del mismo Gobierno responsable de esta norma coercitiva, innecesaria e injusta.

Pero es que además, la saña con que el Estado está actuando contra los propietarios de restaurantes que se niegan a que el Gobierno les diga cómo administrar su negocio en lo que al consumo del tabaco se refiere, contrasta notablemente con la laxitud de la que esos mismos poderes públicos hacen gala cuando se trata de hacer cumplir también la ley en asuntos mucho más graves. En España hay terroristas convictos, confesos, juzgados y condenados que deambulan tranquilamente por las calles sin acabar de cumplir sus condenas, otros andan preparando la reentrada de una nueva marca política en las instituciones democráticas y otros más esperan tranquilamente en sus cómodos exilios a volver sin que, al parecer, nadie les moleste. En cambio, si usted tiene un bar, una cafetería o un restaurante y decide, de acuerdo a los deseos de sus clientes, permitir en su interior el consumo de una sustancia legal , la autoridad gubernativa hará todos los esfuerzos para impedírselo, llegando incluso a decretar el cierre de su negocio.

Se podrá argumentar que el deber del Gobierno es hacer cumplir las leyes una vez entran en vigor, sin tener en cuenta la polémica social que entrañe su contenido. Es cierto; como también lo es que ese mismo Gobierno, tan escrupuloso en la persecución de los hosteleros rebeldes, consiente al gobierno nacionalista catalán, -por cierto, un órgano estatal al que cabe exigir mayor diligencia que a un particular-, no ya el incumplimiento de una ley como la que establece el reparto de contenidos educativos en las dos lenguas oficiales en la enseñanza pública, sino las reiteradas sentencias del Tribunal Supremo en ese mismo sentido a las que los responsables autonómicos ya han dicho públicamente no van a hacer el menor caso.

Vivimos en un país en el que se puede cometer cualquier tropelía, siempre que vaya en detrimento de la unidad de la nación o la dignidad de sus instituciones, pero en el que no se admiten discrepancias en la aplicación exhaustiva de la agenda política de la izquierda. En otras palabras, España. La España de Zapatero.