miércoles, 15 de junio de 2011

Aguirre: libertad para hacer posible lo deseable

Editorial de Libertad Digital

Algunos tratadistas de la ciencia política han distinguido entre dos clases de políticos: los de demanda y los de oferta. Los primeros se limitarían a gestionar el statu quo haciendo lo que piensan que demandan los votantes y dejando que las cosas permanezcan más o menos como están. Los "políticos de oferta", sin embargo, serían aquellos que anuncian lo que hay que hacer para que las cosas mejoren, se esfuerzan en explicar su ideario a los ciudadanos y plantean las etapas para llegar al objetivo y las desarrollan contra viento y marea. Los "políticos de oferta" articulan su programa de gobierno en torno a unas ideas y unas propuestas que, si bien pueden desafiar aspectos básicos del statu quo político, cultural, social y económico vigente en un momento determinado, terminan siendo aceptadas por la mayor parte de la población y de esta forma dan lugar al nacimiento de un nuevo consenso o paradigma, que condiciona durante un largo período de tiempo los contenidos de las ofertas programáticas, de las fuerzas políticas, con vocación de convertirse en gobierno.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha vuelto a dejar de manifiesto en su discurso de investidura que es y aspira a ser, todavía en mayor medida, un ejemplo de esta última categoría de políticos. Tanto su ideario como sus propuestas para hacer que las cosas mejoren pasan por dotar a los ciudadanos de mayores cotas de libertad individual. Ese es el transfondo y el denominador común de muchas de sus propuestas, tales como la de desbloquear las listas electorales para que los ciudadanos tachen a los candidatos que no consideren aptos, la austeridad en el gasto público, el equilibrio presupuestario, las reducciones de impuestos o la libre elección de colegio. Aguirre ha vuelto a mostrase fiel a sus ideas y principios liberales, convencida de que son perfectamente compatibles con su compromiso de "gobernar para todos" y con su oferta de "diálogo" a la oposición para abordar la difícil situación económica.

No le ha faltado al discurso de Aguirre una valiente crítica al ministro del Interior y a los desmanes del movimiento del 15-M por la "coacción" sufrida en la constitución de los ayuntamientos celebrada el pasado sábado. Si Aguirre ha reprochado a Rubalcaba que olvidara "el juramento que hizo de cumplir y hacer cumplir las leyes" al no actuar contra quienes acudieron a las casas consistoriales con "ánimo" de torpedearlas, a estos les ha dicho que "quienes primero deslegitiman la democracia" y después "toman la calle" no son otros más que "los precursores de los sistemas totalitarios".

Y es que, frente a una falaz apelación a una "democracia real" y a una "indignación" que, al traducirse en violencia y en violación de elementales normas de convivencia, nada tiene de democrática, Aguirre ha vuelto a mostrar que la libertad es el medio para hacer posible lo deseable, incluido el de tener una democracia digna de su nombre y libre de falsos apellidos.

La huida de las instituciones

José Antonio Martínez-Abarca en Libertad Digital

Si algo está demostrando la continuada y total impunidad de los "indignados" es que, contra lo que éstos berrean (y golpean), nuestras instituciones sí son medianamente representativas de los electores, pero es más dudoso que ahora mismo queden instituciones ningunas a las que les apetezca representarnos. Acabamos de darles el legítimo poder en las urnas para poner orden en el país y parece que en lugar del poder les hemos pasado un cadáver despiezado en una maleta. "Le (sic) llaman democracia y no lo es", han dicho esos penúltimos restos de polvillo del muro de Berlín que se ha posado en algunas plazas de España. Será, más bien, que lo llamamos en efecto democracia y ya no está. Tengo la desoladora sensación de que lo único oficial que funciona aún en España con absoluta contundencia son los departamentos de recaudación de tributos, y que los somatenes de "camisetas pardas" que se han enseñoreado de todo durante estos días pueden incautarse de los demás despachos del "Sistema", cuando se den cuenta de que una palabra suya en las redes sociales bastará para que nuestros representantes huyan como liendres del champú Filvit.

¿Será posible que la gente esté preocupada en serio porque se convulsione el Tribunal Constitucional y no disfrutemos por una temporada de esas sentencias tan amenas que nos han dejado sin Constitución? Más inquietos deberíamos estar porque ahora mismo entramos en los edificios oficiales pidiendo auxilio para que se nos defienda de la perrera campista con las normas cívicas habituales en el Occidente homologado, y encontramos con que no nos responde ni el ujier. Hoy preguntas por la Ley y te responden que no hay que ponerse así, sino buscar "espacios intermedios".

La semana pasada se constituyeron, presuntamente, los Ayuntamientos de España pero en realidad lo único que tuvo consistencia mensurable fue la constitución de la turba, que es hoy la única autoridad visible y real en todo el territorio. No se han dado cuenta los "indignados" que ya desde antes del 22-M tienen muchos menos motivos para indignarse, porque, como pretendían, lo único que se respeta ya aquí y tiene absoluta fuerza vinculante son los decálogos fumetas salidos a mano alzada desde sus sentadas y kedadas. Cómo se van a envalentonar, todavía más, cuando constaten que literalmente basta en España con echarse a la calle en saco de dormir para poder hacer con el país lo que te dé la gana. Y los de la "democracia formal" echándonos las manos a la cabeza por si el Tribunal Constitucional echa la tranca por dentro sin dejar salir a ningún magistrado, no sea que se contamine de realidad. A quién le importa que el TC nos prive de su magisterio durante una temporada si el problema es que ya no se advierte a nadie con algún mando que no haya hecho dejación de funciones. Basta que cualquier "chanclas" se presente ante aquellos a los que hemos confiado el Estado de Derecho y los sustituya en el sillón bajo la amenaza de sacarlos en el Twitter.

Alfredo y los piqueteros

GEES en Libertad Digital

No conviene minusvalorar el problema. Desde el 15 de mayo, la permisividad de Rubalcaba ha tenido como consecuencia el envalentonamiento de los llamados indignados, que ya se pasean libremente por Madrid, cortando calles, cercando edificios y amedrentando a comerciantes y transeúntes. Que sean una minoría no nos sirve de consuelo, al contrario: esa minoría, empujada por determinados medios de comunicación, va cada vez más lejos y con más violencia. Ya no se trata de la ocupación de espacios públicos, que a tanta gente tanta gracia le hizo. Visto que se les reían las gracias, posteriormente cercaron el Congreso de los Diputados o el Parlamento de Valencia. Sin recibir castigo por ello, asaltaron la televisión de Murcia, la CEOE y un supermercado. De nuevo, sabiéndose impunes, llegaron más lejos atacando e insultando a alcaldes y diputados el día de la constitución de ayuntamientos, con episodios tan siniestros como el del acoso al recién elegido alcalde de Leganés. En las últimas horas, incluso la familia de Gallardón ha recibido la visita en su domicilio de los violentos. Si hasta el alcalde de Madrid es acosado ¿qué pueden pensar comerciantes o vecinos que ven las algaradas a la puerta de su casa? ¿Qué o quién será el próximo en recibir la visita de los acosadores?

Nosotros ese comportamiento sólo lo hemos visto en los piqueteros argentinos: esta es una de las claves del asunto, porque el 15-M representa la llegada a España de este movimiento, tanto por su composición –desde jóvenes burgueses aburridos hasta delincuentes comunes– como por su modus operandi, la ocupación callejera y la violencia del número. Y por su relación con el poder político y empresarial: ante el desplome del PSOE, el entramado empresario y mediático de Público y El País ya los ha adoptado, y desde sus páginas se les anima, se les empuja y se les señalan objetivos. Por otro lado, la relación que mantienen con Rubalcaba tiene un carácter instrumental: él no desarticula el movimiento y le permite moverse libremente, a cambio de que el movimiento no dirija sus iras contra él sino fundamentalmente contra sus rivales políticos.

Eso no es todo, o por lo menos no lo peor. Si el ministro Rubalcaba es incapaz de garantizar el cumplimiento de la ley y del respeto al Estado de Derecho, el vacío puede dar lugar a situaciones peligrosas. No queremos ni pensar las consecuencias derivadas de la posibilidad de que, al menos tan legítimamente como los llamados indignados, los simpatizantes y militantes del PP acudiesen a los actos públicos e institucionales para arropar a sus candidatos y electos. O que grupos contrarios a los izquierdistas decidiesen jugar al mismo juego de impunidad e ilegalidad de éstos. O que la presión a la que son sometidos los agentes de policía –a los que se insulta, se provoca y se agrede– acabe generando un disgusto. Se teme, y con razón, el resultado de la marcha coactiva que los antisistema han convocado el día 19 contra el Congreso de los Diputados.

Desde luego que es grave que Rubalcaba, que juró cumplir y hacer cumplir la ley, se la salte y permita a otros que se la salten. Pero peor es comprobar cómo el respeto a la ley se va rompiendo y va generando situaciones de riesgo creciente. Nadie puede garantizar que las cada vez más osadas actuaciones de los piqueteros no traigan un disgusto el día menos pensado. Y de eso, el responsable último será el candidato Alfredo.

Ya era hora

Daniel Rodríguez Herrera en Libertad Digital

Muchos se han reído de la Policía Nacional tras la detención de lo que erróneamente llamaron la "cúpula" de Anonymous. En rueda de prensa posterior aclararon que en dicha organización había dos niveles de usuarios: los que se limitaban a apuntarse a echar abajo los sitios web y quizá comentar en foros y chats y quienes montaban esos chats, preparaban las web donde se hacían los llamamientos, etc. Los tres detenidos formaban parte de este segundo grupo, al que han calificado de cúpula a falta de un nombre mejor.

Pero fuera de esta anécdota, que muchos fanáticos del vandalismo digital han querido elevar a categoría, lo relevante es que son las primeras detenciones desde que el Código Penal incluyera en su tipificación el delito de ataque informático que incluye penas de seis meses a tres años para quienes "obstaculicen o interrumpan" el funcionamiento de un servicio informático ajeno. Dado que el sentido de la ley es protegernos del daño que nos puedan provocar terceros, parece increíble que hayamos tenido que esperar tanto para que se persiga un comportamiento que tan claramente entra en este concepto.

Sin embargo, se está popularizando en exceso la idea de que, mientras no se emplee la violencia, actos como los que comete Anonymous contra diversos sitios web o los protagonizados por los acampados de Sol y otras plazas son legítimos. Es más, como con sus actos parecen haber logrado más atención que la acaparada por quienes se han manifestado estos últimos años respetando los derechos de los demás, como las víctimas de terrorismo, sería la forma recomendable de protestar.

La violencia es sólo una forma de atacar nuestros derechos, especialmente grave, pero no la única. Si siguiéramos el razonamiento de estos iluminados, los carteristas y timadores en general podrían hacer su encomiable labor, que tantas buenas películas y series ha provocado, ya que no pegan a nadie cuando le roban. De hecho, los partidarios de los perroflautas y okupas de Sol ni siquiera podrían quejarse contra los políticos corruptos, que tampoco es que vayan por la calle con el bate de béisbol atizando a diestra y siniestra. El Código Penal está repleto de delitos en los que la violencia física no juega ningún papel. Es el caso del ataque informático, que ya tardaba en estar tipificado.

Ni tomar las plazas, ni las calles, ni montar algaradas callejeras ni reventar sitios web son medios aceptables, sean cuales sean los fines. Poner silicona en las vías de acceso a la web no puede estar permitido en un Estado de Derecho. Esperemos que los jueces, si las pruebas demuestran lo que la Policía dice que demuestran, nos confirmen que España está un poco más cerca de ese ideal.

Democracia liberal y franquismo

Pío Moa en Libertad Digital

No sé si Vilches cree compatible con la democracia liberal la marea de incendios de iglesias, registros de la propiedad, periódicos y sedes de la derecha, asesinatos culminados en el del líder de la oposición, ilegalidades del gobierno y amparo de éste a la oleada de crímenes, etc. Por mi parte no creo en esa compatibilidad.

(...)

El apoyo mayoritario a Franco no es un tópico, sino una realidad. Quienes luchamos contra el franquismo lo sabemos por experiencia, y lo he explicado en Franco para antifranquistas. Una razón de peso es que la gente había sufrido en sus carnes las "maravillas", de la república y el Frente Popular, con las que la gente identificaba, erróneamente, la democracia liberal; confusión en la que siguen cayendo muchos hoy, a izquierda y derecha, incluyendo al señor Vilches, según parece. Otra razón es que el franquismo derrotó el aislamiento, reconcilió al país y lo elevó a la mayor prosperidad en siglos, cosas que el señor Vilches desdeña pero que los españoles de entonces apreciaban mucho. Otra razón es que aunque las libertades políticas estaban restringidas –no anuladas– existía una gran libertad personal y el estado se entrometía menos que ahora en la vida particular de las personas.

Los indignados tardíos del TC

Pablo Molina en Libertad Digital

A los tres magistrados dimisionarios del Tribunal Constitucional les ocurre como a los ex acampados en la Puerta del Sol: la decisión que han tomado está justificada pero llega con muchos meses de retraso, lo que desvirtúa esa pretendida intención de regenerar las instituciones de unos y otros si es que alguna vez fue sincera.

Está bien que los tres indignados del TC dimitan de sus puestos con su mandato más que agotado y bloqueado el mecanismo de renovación, pero exactamente los mismos motivos concurrían antes de la sentencia sobre el nuevo Estatuto de Cataluña y, de forma más evidente aún, en el dictamen que ha permitido a la franquicia terrorista de la ETA alzarse con el poder en muchas instituciones locales del País Vasco. En ninguno de los dos casos los ahora dimisionarios renunciaron a entender de asuntos para los que carecían de la legitimidad que debería exigir la pertenencia al más alto tribunal de una nación, así que sus apelaciones a la pulcritud en su composición y funcionamiento llegan demasiado tarde.

Fruto de esa decisión extemporánea, que evita a los tres protagonistas la vergüenza de seguir perteneciendo a un órgano completamente desprestigiado, comienza ahora el no menos degradante proceso en virtud del cual socialistas y populares, con el aditamento nacionalista exigiendo también su alícuota representación, se disponen a repartirse los cargos que habrán de ser renovados por orden de José Bono antes del último día de este mes.

La soberanía de la nación reside en el pueblo español pero tal exigencia constitucional no parece extenderse a los máximos órganos jurisdiccionales, cuya composición depende de lo que opinen al respecto las cúpulas de los principales partidos políticos y los acuerdos que lleguen en cenáculos extraparlamentarios. El espectáculo es tan infamante que, abandonada la legitimidad de ejercicio con sentencias contrarias al derecho como las últimas que hemos padecido, el Tribunal Constitucional se despoja una vez más de la legitimidad de origen para que la corrupción en el organismo sea completa.

Ahí tienen los paladines de la regeneración democrática evacuados de las acampadas callejeras un motivo excelente para manifestarse a las puertas de las sedes de PP y PSOE. Si fueran sinceros ya estarían allí aporreando perolas de grandes dimensiones. A ver si terminan de acosar a los alcaldes del PP y encuentran un hueco.

Del odio a los políticos

José García Domínguez en Libertad Digital

Esa estampa castiza de los telediarios, la plebe acosando a los electos, remite a una perplejidad antigua, aquélla misma que manifestó Ortega en España invertebrada, allá por 1922. De dónde, se interrogaba ya entonces, la unanimidad con que las distintas clases expresan su repugnancia feroz contra los políticos. Una ira ecuménica, la de la muchedumbre vociferante, ante la que acaso cabría inferir que los políticos constituyen excepción única a la norma general hispana. Así, frente a una sociedad admirable por el ejemplar cumplimiento de sus deberes, los cargos institucionales encarnarían justo lo contrario: una casta vil lastrada por todas las taras, estigmas y vicios conocidos.

"Diríase", apostillaba, "que nuestra Universidad, nuestra industria, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados y que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos". Extraña anomalía ésa tan crónica en nuestro país. Una nación ejemplar que, oh fatalidad, se obstina por sistema en ceder la cosa pública a una ristra de rufianes. Raro asunto en verdad. Al respecto, se condena de los partidos su alergia corporativa a la meritocracia. Ese enfangarse en la endogamia de cuyo corolario resulta una selección inversa de las elites: la promoción de los mediocres ante la forzada exclusión de los mejores. Como si idéntica tara no se repitiera, solo que corregida y aumentada, en lo que aún tenemos la humorada de seguir llamando universidad.

O como si el tono medio del periodismo se situase muy por encima de esa triste indigencia intelectual que se achaca a los profesionales de la política. ¿Y qué decir de nuestros empresarios? ¿Dónde está el Steve Jobs patrio? ¿Alguien lo conoce? ¿Dónde aquí los arriscados innovadores capaces de izar fortunas sin necesidad de untar a un concejal de urbanismo? Para qué continuar. Por lo demás, e igual hoy que ayer, los políticos apenas constituyen mero reflejo de la comunidad que los alumbró. Con las excepciones de rigor, gentes no peores que el resto. En fin, más inquietante que coincidir con la pregunta orteguiana a un siglo vista, es hacerlo con su respuesta. Se les detesta, sostuvo, porque los políticos simbolizan la necesidad de todos los grupos de contar con los demás. "A quienes en el fondo se desprecia o se odia", concluiría.

La horda

Antonio Burgos en ABC

Aquí en Sevilla, cuando vinieron unos barandas del G-7 o cosa así, la Policía tomó la ciudad y cercaron con vallas el Hotel Alfonso XIII donde los jerarcas se alojaban. Los antisistema quedaron a dos kilómetros de su objetivo y nadie dijo que eso fuera antidemocrático. El sábado, no. El sábado los tuvimos en plan «mírala cara a cara que es la primera», en los talones, como Gary Cooper a los indios de la tribu de los mamones, al grito de «no nos representan». ¿De qué y de cuándo? Los que tomaban posesión nos representaban entre los tres partidos a 289.274 votantes, cifra que estos perrofláuticos no reúnen ni aunque repartan porros gratis. Lo que hay que preguntar es a quién representan los del 15-M. ¡Mira cómo no había un solo indignado insultando ante los ayuntamientos entregados por el Constitucional a los proetarras de Bildu! Esos cojones, en San Sebastián, hijos míos.

El que siempre miente

Gabriel Albiac en ABC

En política, gana el que mejor miente. Axioma. Pero, ¿cuál es la clave del buen mentir? Que no se note. Nunca. En el siglo XVII, Blaise Pascal daba este irónico ideal de verificación: un sujeto del cual supiéramos que miente siempre, sería infalible criterio de verdad. Bastaría invertir sus enunciados. Y el filósofo se lamenta de que tal sujeto exista sólo por hipérbole. Pero, cuando Pascal, no había Felipe González.

Vivimos en una maraña de ocultaciones. Estamos arruinados; sabemos que nadie podrá sacarnos indoloramente de esta ruina; que se va a requerir una larga paciencia y un gigantesco cúmulo de sabiduría para poner los cimientos de una recuperación sólida. Lo peor aún no ha llegado. Queda por delante una áspera travesía, antes de que la economía española pueda plantarse de vuelta en la casilla cero.

Mientras tanto, todos los que saben mienten. Los políticos más que ningún otro. Porque también el sueldo de los políticos corre riesgo. Y porque sólo un bien protegido engaño los pone a salvo de la ira ciudadana. En la penumbra de los selectos cenáculos a los cuales ningún común mortal puede tener acceso sin ser parte de la casta que prosperó a la sombra del erario público, se juega la serie de partidas cruzadas de un ajedrez cuyas piezas sobre el tablero chirrían como navajas. De esa red de partidas, la más mortífera es la que se está desplegando en el interior del PSOE. Por motivo muy prosaico. Dentro de un plazo máximo de nueve meses, un nutrido ejército de profesionales de la política con carné socialista quedará en la calle. Por primera vez en la vida de buena parte de ellos, el trueque equitativo de afiliación por sueldo perderá vigor. Por primera vez, toda esa gente habrá de buscar trabajo. Sin experiencia laboral. Sin más currículum que el de la perruna sumisión al jefe. Que se trueca en odio homicida, cuando el jefe aparece como principal causante de la ruina propia. Hasta hace nada, Zapatero era el líder amado por quienes en sus favores pacían. Hoy es el blanco a liquidar para salvar —si es que aún se puede— algo de la pitanza.

Rubalcaba —y quienes tras él mueven pieza con sigilo— necesita enterrar deprisa al apestado. Y hacerse con una Secretaría General del partido, sin el control de la cual la inminente derrota en las urnas pondría punto final a su propia biografía política. El preocupante estado mental de Zapatero lo empecina en fosilizarse hasta un final de legislatura, de llegar al cual ha hecho cuestión de honor. Nadie en el PSOE, salvo un presidente ya sin pie en la realidad, ignora que la última fecha electoral para minimizar costes es el otoño, cuando las estadísticas de paro sean las menos malas del año; y que, a partir de ahí, cada mes de prórroga irá reduciendo a arena la cuarteada fortaleza socialista. Pero no es fácil clavar la estaca en el corazón del jefe. Aunque el jefe esté muerto.

Nada es todavía claro. Algo se movió anteayer, sin embargo: Felipe González proclamaba su enfática convicción de mantener hasta marzo a Zapatero. Traducción más verosímil: verano de afilar cuchillos. Y los «idus de marzo» segarán cuello en septiembre. Expresión invertida —¿conocimiento o deseo?— de este raro prodigio: un sujeto que siempre miente.

Violencia ni en la cama

Martín Prieto en La Razón

Parte de la izquierda, lo que en la jerga oportunista del PSOE llamarían «izquierda extrema», deriva hacia el estacazo y el dicterio, la coacción y la turbamulta, olvidadas las flores y las bellas palabras. Como el Ministerio del Interior está vacante, entregado Rubalcaba a más duros menesteres, es lógico que se produzcan grietas en el orden público que alteran movimientos sociales ajenos a los parados, únicos con derecho a perder los papeles. Si hay dejación interesada de responsabilidades que recuerde la dirección socialista que el desorden siempre vota a la derecha.

Queremos trabajo

Ángel Vallvey en La Razón

Llevamos casi 8 décadas impidiendo la creación de riqueza, de trabajo; se ha convertido al mercado laboral español en un coto vedado en el que sólo «algunos» trabajadores tienen derechos, y donde casi únicamente el Estado posee el monopolio de la creación de empleo, pues a la «iniciativa privada» históricamente se la mira mal. «Ante la posibilidad de que el capital quiera explotar al trabajador, lo mejor será evitar que exista capital», parecen decir nuestras leyes. El resultado es el previsto: la iniciativa privada no crea gran volumen de trabajo, sólo el Estado abastece de trabajo «bueno», bien protegido. Situación propia de los Estados no liberales, «anti-liberales». En los liberales se procura que el Estado intervenga sólo donde la iniciativa privada fracasa; pero pretender algo así en España es casi un delito: lo privado tiene mala reputación. El empresario teme contratar porque, con la rigidez de las leyes, se puede arruinar si fracasa. Para paliar ese miedo, y la inmovilidad del mercado, en las últimas décadas se han ido haciendo «añadidos» chapuceros a la Ley que únicamente han logrado dividir a los trabajadores españoles en dos clases bien diferenciadas: «funcionarios y trabajadores con contrato indefinido», que gozan de todos los derechos y son «relativamente» inmunes a la crisis, y «becarios, temporales, precarios, desempleados…» que por culpa de las atrasadas leyes laborales españolas ya conforman un batallón de trabajo que se lumpeniza rápidamente y al que nadie defiende, ni los sindicatos de clase ni la Ley. Queriendo ser justos, estamos fomentando una gran injusticia social. Se achaca a «la presión de los mercados» los recortes de derechos sociales ejecutados por el Gobierno. Puede que tales recortes se deban a su propia incompetencia más que a la presión exterior. Nadie explica que es perfectamente compatible preservar los derechos de los trabajadores, que ahora están ultra-protegidos, con facilitar la creación de «nuevo» empleo para que esa neo-clase lumpen que es consecuencia de la injusticia de nuestras leyes antiguas y obsoletas tenga acceso a trabajo digno y no continúe siendo la víctima, el resultado del sacrificio social que hacemos para mantener un mercado laboral absurdo, propio de los autoritarismos de entreguerras. El primer derecho para un trabajador debería ser poder encontrar trabajo. Liberar el mercado para millones de trabajadores supondría, eso sí, que los «intermediarios» (sindicatos, patronal, administración…) que ahora lo controlan perderían influencia. Ése es el gran problema.

Aquello de la guerra

Alfonso Ussía en La Razón

Resulta curioso que la guerra civil se mantenga anclada en el páncreas o los ánimos de los que no la sufrieron, ni la ganaron, ni la perdieron, mientras sus ya pocos supervivientes tratan aquel período con una sensatez pasmosa. Hace pocos días tuve el privilegio de compartir mesa y mantel con dos veteranos de nuestra guerra. Uno de ellos, oficial del bando vencedor; el segundo, oficial del bando derrotado. Ni un ápice de odio o rencor entre ellos. No entienden lo que pasa. Su conversación la guardo como un tesoro de sabiduría. Y los dos padecieron. Los dos fueron heridos y los dos experimentaron el horror de las cárceles y checas. El oficial nacional se salvó por los pelos de morir fusilado en Paracuellos del Jarama en 1936. El oficial republicano estuvo encarcelado durante dos años en una cárcel del franquismo. Les conté que el gran Chumy Chúmez, donostiarra, comunista evolucionado hacia la izquierda moderada, decía que los mejores años de su vida fueron los de la guerra. Escribió un libro al respecto, genial como casi todo lo suyo. Estaban de acuerdo con Chumy. «Más que la guerra, que no fue nada divertida, lo que añoramos es nuestra juventud». «Una guerra civil son millones de guerras civiles. Cada experiencia personal es una guerra diferente». Y hablaban con sosiego, pausadamente y se reían con las anécdotas. Como la que narra Rafael García Serrano en su «Diccionario para un macuto». Frente de batalla tranquilo e intercambio de productos entre los contendientes. Un escenario como el de «La vaquilla» de Berlanga.

El comandante de la trinchera nacional fue relevado y su sustituto ordenó minar el terreno que separaba a los dos bandos, que se habían hecho amigos. Lo minó pero avisó a los de enfrente. Un centinela republicano no fue puesto al corriente, y mientras hacía su guardia piso una mina y explosionó. Milagrosamente no le sucedió nada, pero se agarró un cabreo monumental y comprensible. Cuando se repuso del susto, y mirando a la posición de los enemigos les gritó: «¡Cabrones!, ¿y ésta es la educación que «sus» da Franco?». En las memorias del general laureado del Ejército del Aire Juan Antonio Ansaldo, el autor detalla sus actividades de un día en San Sebastián. «8.30- Desayuno en familia. 9.30-Despegue hacia el frente. Bombardeo baterías enemigas y ametrallamiento de convoyes y trincheras. 11- Golf rudimentario en Lasarte, inmediato al aeródromo y parcialmente utilizable. 12.30- Baño de sol en la playa de Ondarreta y corta zambullida en el mar.13.30- Mariscos, cerveza y tertulia en un café de la Avenida. 14- Almuerzo en casa. 15-Corta siesta. 16- Segundo servicio de guerra, semejante al matutino. 18.30-Cine. Película anticuada, pero magnífica de Katherine Hepburn. 21- Aperitivo en el «Bar Basque». Buen «Scotch», bullicio, animación. 22,15- Cena en «Nicolasa», canciones de guerra, camaradería y entusiasmo».

El general Ansaldo fue herido en distintas ocasiones y su avión estuvo a punto de ser derribado en diferentes trances, pero su «guerra» no fue comparable a la de un soldado de Infantería. La misma contienda, pero tan diferente. En la aviación republicana el régimen de actividades era similar. Y todo esto lo sonreían esos dos ancianos veteranos de guerra, el vencedor y el vencido, mientras brindaban con un «Rueda» blanco con hielo y se preguntaban por qué los que no han hecho la guerra y han nacido cincuenta años más tarde de su final, siguen empeñados en agrietar la armonía entre los españoles. Y ahí los dejé. A uno en la ribera norte del Ebro y al otro en la del sur. Tranquilamente.