jueves, 28 de abril de 2011

Pertinaz sequía

Bernd Dietz en Libertad Digital

Los librepensadores existen. Son individuos que prefieren la falsabilidad permanente al ombliguismo, se desprenden de condicionamientos espurios no más los detectan y disfrutan cuando resplandece la sana inteligencia, aunque fuere a su costa. Constitutivamente alérgicos a la corrupción, consideran que no hay ética sin estética y a la inversa. No conciben placer más gratificante que el de obtener con limpieza, mediante la reflexión y la experiencia extraída de los hechos del mundo, explicaciones veraces y conclusiones solventes, encaminadas a tornar más genuina la justicia. Pues su modestia es su orgullo. Como el de Diógenes ante Alejandro Magno o el de Spinoza ante las Santas Madres Iglesias.

En España, para desgracia de nuestras opciones de enmienda, son imperceptibles. Sobre todo por su natural escasez. O vamos a perretxikos o vamos a rólex, ¿eh Patxi? Ocioso confirmarlo aquí, donde modernidad y mamoneo, liderazgo y latrocinio, compromiso y cutrez, riman rotundamente. Según resulta palmario, son nuestros pastores de la izquierda y sus innumerables borreguillos quienes más han hecho por emputecer la integridad intelectual y moral como simiente de cualquier renacimiento. Objetivo, por demás, tradicionalmente repudiado por nuestro caciquismo. Que las mesnadas socialistas salgan en tromba, cuando tira para atrás el hedor en Andalucía, a defender la honorabilidad de Chaves (ese portento que atesoró tres mil euros tras tres tristes décadas de sueldazos) es crasa prueba de aconchabamiento. Como no hay más que escuchar a Blanco decir que Rajoy es un cobarde y por eso no preguntará por Troitiño. Deposición que evoca al Rubalcaba del 11-M perorando que los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta.

Más que ese sectarismo soez, más que esa jactancia con que se pisotean la belleza y la verdad, revuelve las tripas la socializada omertà. Porque cunden mensajes que sólo un ingenuo podría percibir como tentativas de embaucar. A hermanos de leche y televidentes asiduos, será. A cambio, otros conciudadanos captan sobradamente aquello que se persigue que disciernan. Se dan por aludidos. Calan la advertencia, sopesan el chantaje, calibran lo que les conviene y se reconocen ignacianos, enemigos de toda mudanza, por la cuenta que les trae.

La costra de impostura y embeleco que asfixia nuestra vida pública es una convención doméstica, un sobrentendido carpetovetónico. Lo chocarrero llega cuando Zetapé oficia en China, se lía patosamente con los códigos y fabula al ibérico estilo, creyéndose en Leganés. Los orientales, al no estar en el ajo, no le siguen la corriente, despejan el trampantojo y logran que los inversores, que no están por tirar dinero o margaritas, se persuadan de que esto se va al garete sí o sí, puesto que ningún dirigente nuestro parece sentirse tentado a rozar la honradez. A ofrecer fiabilidad, aunque fuese como exceso exótico y contra natura, cual anomalía in extremis para librar al país del trabajado hundimiento.

Los librepensadores, basándose en Epicuro, Lucrecio, Hobbes y Hume, cimentaron la emancipación occidental. Lo cuenta bien Juan Velarde Fuertes en El libertino y el nacimiento del capitalismo. ¡Para que esos intonsos meapilas de nuestro fondo de armario progresista, hijos del romanticismo más gazmoño, demagógico y acomplejado, descalifiquen al avezado escritor como falangista! Donde esté un buen prejuicio, que se quite la funesta manía de pensar. Eso, eso. Vivan las caenas, los jerarcas castizos.

Los tres gallegos desaparecidos por ETA

Pedro Fernández Barbadillo en Libertad Digital

Secuestrar, torturar y asesinar a tres sospechosos, enterrarlos en un lugar desconocido y afirmar que nunca se les ha visto. ¿El caso de unos desaparecidos en Argentina bajo la última junta militar? No. Hablo de tres gallegos asesinados por unos etarras en 1973. Tres desaparecidos a los que ni Baltasar Garzón ni los subvencionados de la memoria histórica buscan.

Entre las víctimas de ETA hay algunas que carecen incluso del consuelo de una tumba. Sus cuerpos, si todavía existen, reposan en sitios desconocidos. Una de ellas es José Miguel Etxeberria Álvarez, alias Naparra, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que se esfumó en 1980; otra, la más conocida, el jefe etarra Eduardo Moreno Bergareche, alias Pertur, que desapareció en Francia julio de 1976. Todas las bandas mafiosas, al igual que los partidos comunistas, suelen purgarse para fortalecerse. Pero entre los desaparecidos también hay gentes ajenas al mundo etarra, enemigos suyos o pobres desgraciados que tuvieron la mala suerte de toparse con unos asesinos psicópatas. En abril de 1976, dos inspectores de policía, Jesús María González Ituero y José Luis Martínez Martínez, destinados en la comisaría de San Sebastián, pasaron a Francia a hacer compras, pero fueron reconocidos por los etarras (o por alguno de los muchos chivatos que había entonces en el país vasco francés). Entonces, los terroristas les secuestraron y les torturaron durante varios días; sus cuerpos descoyuntados aparecieron un año después en una playa de Anglet.

El 24 de marzo de 1973, tres gallegos que residían en Irún cruzaron a Francia para ver –en San Juan de Luz– una película picante, El último tango en París. Se llamaban Humberto Fouz Escobero, Fernando Quiroga Veiga y Jorge García Carneiro; eran de la provincia de La Coruña, y el mayor de ellos, Fouz, tenía 28 años. Si ahora los franceses vienen a los burdeles españoles, durante el franquismo los pueblos fronterizos franceses recibían muchos españoles que querían ver cinema cochon.

Chivatos y colaboracionistas

El país vasco francés era una región con tradición de hospedar a conspiradores, carlistas o liberales, republicanos o monárquicos. En Bayona, Napoleón recibió a Carlos IV y a Fernando VII, y a otro grupo de traidores le entregó la Constitución de Bayona. Pero no deja de ser un lugar aburrido y provinciano, tan pequeño que los forasteros no pasan inadvertidos. En esos años había pocos bares y restaurantes, pocos cines, pocas calles por las que pasear, ninguna industria, y muchos ojos para descubrir las caras nuevas, sobre todo si venían en coches con matrícula española. El de los tres gallegos, un Austin 1300, llevaba placa de La Coruña.

Los tres jóvenes no regresaron esa noche. Ni al día siguiente. No acudieron a sus puestos de trabajo. Comenzó una búsqueda que se prolongó durante meses, pero no había la menor pista. Tampoco se puede decir que la Policía francesa, formada por masones y socialistas, y por tanto opuesta al franquismo, se empeñara en solucionar el caso. En los meses siguientes, la prensa española informó esporádicamente. El 26 de diciembre de 1973, ABC publicó una crónica de Alfredo Semprún en la que, al desvelar más indicios sobre el magnicidio del almirante Carrero Blanco, añadía que los tres jóvenes habían sido secuestrados y asesinados por ocho etarras. Incluso se daba el nombre del jefe de éstos: Tomás Pérez Revilla, que murió en un atentado de los GAL. Debido a la falta de pruebas nuevas, las referencias acabaron desapareciendo.

No se ha encontrado nada de ellos, ningún resto, ni siquiera el coche en el que cruzaron la muga. Todas las conjeturas posteriores parten de rumores y de referencias de segunda mano.

En una finca de Telesforo Monzón

El etarra arrepentido Soares Gamboa les menciona en su libro Agur ETA, pero sin añadir nada nuevo. Mikel Lejarza, infiltrado de la Policía española en ETA, asegura que en 1974 habló al respecto con el etarra José Manuel Pagoaga, alias Peixoto. Éste le dijo que para hacerles confesar que eran policías, a uno de los jóvenes llegaron a sacarle los ojos con un destornillador. También le reveló que los cuerpos estuvieron enterrados en una playa de Hendaya, pero que luego los trasladaron a otro lugar.

El Mundo TV elaboró un reportaje, que se emitió en 2005, en el que se aventuraba que una finca propiedad de Telesforo Monzón –antiguo burukide (dirigente) del PNV y luego fundador de Herri Batasuna–, situada entre las localidades de San Juan de Luz y Ascain, podía haber servido de fosa común para varias víctimas de ETA. Allí podían estar enterrados los restos de Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García.

Una reclamación en el Parlamento vasco

Pero los muertos, como dice Federico Jiménez Losantos, se vengan.

Coral Rodríguez Fouz, sobrina de uno de los asesinados, es militante del Partido Socialista de Euskadi. En 2005, siendo miembro del Parlamento vasco, suplicó al Gobierno autonómico, entonces presidido por Juan José Ibarretxe (PNV) y respaldado por la Izquierda Unida de Javier Madrazo, que se ocupara de buscar no sólo a los desaparecidos (de un solo bando) de la guerra civil, también a otros más recientes.

Según se supo después de la solicitud de Coral Rodríguez, el sumario instruido por un juzgado de San Sebastián por la desaparición de los tres jóvenes se reduce a un delgado expediente formado en su mayoría por recortes de prensa y declaraciones de los familiares.

Sea como fuere, en una muestra de patriotismo de partido, Coral Rodríguez participó en febrero de 2006 en un acto con otras víctimas vascas del terrorismo, en su mayoría vinculadas al PSE, de apoyo al proceso de negociación con ETA abierto por José Luis Rodríguez Zapatero.

El blanqueo de ETA

La desaparición de los tres gallegos ocurrió en marzo de 1973, lo que demuestra que los etarras, pese a la insistencia de los políticos y curas del PNV y los aguerridos luchadores antifranquistas acomodados en sus puestos de funcionario en Madrid, no eran unos jóvenes románticos movidos por un sentimiento de justicia, sino unos asesinos despiadados.

Mikel Azurmendi, autor de una novela sobre este crimen, se pregunta por la inactividad de la justicia española:

El juez Garzón tiene un buen asunto que esclarecer aquí al par que indaga en Buenos Aires o Santiago. Tendría un buen proceso aquí en el que juzgar a aquellos asesinos.

La importancia de este caso de desaparecidos a manos de etarras –y no es el único– se debe a que podría impedir cualquier amnistía, indulto, arreglo o pacto entre ETA y un Gobierno español. En este sentido, desde hace meses el PSOE y su bloque mediático están tratando de blanquear el pasado de la ETA, aceptando la tesis abertzale de que los etarras también han sufrido y también son víctimas.

Así, Luis R. Aizpeolea, el periodista de cabecera de Rodríguez Zapatero, publicó el 20 de marzo en El País una página entera que era un publirreportaje de un documental, filmado en 2007 (dato que omite), en el que se sostiene que a otro desaparecido, Pertur, le podían haber asesinado matones ultraderechistas italianos a sueldo de los lamentables servicios de información españoles de la época, no sus propios camaradas, como es la creencia general.

Si, de acuerdo con la jurisprudencia sentada por Garzón en sus autos abracadabrantes, los casos de desaparecidos no prescriben jamás ni están amparados por leyes de amnistía, y además pueden ser investigados por cualquier juez extranjero si no se investigan en España o en Francia, bien podría ocurrir que unos veteranos de ETA que hubiesen regresado a sus pueblos como héroes, con el bolsillo lleno por el Estado español y con un empleo por cuenta del Ayuntamiento, podrían encontrarse con una orden de busca y captura dictada por un juez incontrolable.

Informe Semanal: un motivo para indignarse

Domingo Soriano en Libertad Digital

Uno de los fenómenos más sorprendentes de los últimos meses es el descomunal éxito de Indignaos, el pequeño manifiesto escrito por el nonagenario ex diplomático galo, Stéphane Hessel. En Francia, va camino de los dos millones de libros vendidos y en España ya supera ampliamente los 200.000 ejemplares y fue el ensayo más regalado en el último Sant Jordi.

El panfleto, como lo llama la propia editorial, es en realidad un artículo largo, de apenas una docena de folios, que algún avispado ha decidido publicar encuadernado para sacarse unas perrillas; eso sí, con letra bien grande, para que abulte más y disimular un poco (por cierto, esto es un ejemplo de libro de visión empresarial en una sociedad capitalista, pero no se ha escuchado ninguna queja al respecto por parte del propio autor).

Lo raro no es sólo que alguien vaya a una librería y pague cinco euros por un texto que podría imprimir, grapar, leer y olvidar en cinco minutos en su propia casa. Lo verdaderamente notable es que una retahíla tan grande de lugares comunes, vaguedades y falsedades como las que desgrana Hessel se haya convertido en el texto de cabecera de la nueva izquierda europea. Llevamos tiempo escuchando, desde sus propios altavoces mediáticos, que al socialismo le faltan referentes. Si Indignaos es lo único a lo que se pueden agarrar, definitivamente tienen un grave problema.

Sin embargo, la levedad intelectual del artículo de Hessel no le quita ni un ápice de peligro. La bonachona cara del autor, sus 93 años, su voz temblorosa pero firme, su pasado como miembro de la resistencia y su papel en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos le convierten en el héroe perfecto que tanto tiempo llevaban esperando. Porque detrás de esa tranquila apariencia se esconde la sempiterna retórica intervencionista, liberticida y filocomunista que tanto gusta al intervencionista europeo de ayer y de hoy.

Por eso, en los últimos días menudean los reportajes, entrevistas y artículos sobre lo necesario que era su grito en una sociedad acomodada como la actual. En todos ellos, se mezclan críticas al capitalismo (¡por extender la pobreza!) con apelaciones al pasado idílico en el que supuestamente vivió Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y todo ello mezclado con defensas del más rancio intervencionismo estatal y unas gotas del imprescindible antisemitismo.

Hasta aquí no habría más problema que el que se deriva de un nuevo ataque a la libertad (especialmente económica, pero no sólo) por parte de la izquierda europea. De nuevo, habría que recordar que no sólo el capitalismo ha sido el motor del mayor crecimiento económico que haya experimentado nunca la humanidad, sino que han sido los países que con más ganas se han incorporado a la globalización los que con más rapidez están saliendo de una miseria que parecía eterna.

Sin embargo, la pereza que normalmente produce responder de nuevo a los manidos argumentos socialistas se convierte en indignación (quizás sí hay algo que aprender de Hessel) cuando te lo tratan de colar en tu casa y con tu propio dinero. El pasado sábado 2 de abril, Informe Semanal conseguía 1,6 millones de espectadores y un 10% de cuota de pantalla con un programa en el que se incluía un publirreportaje de 15 minutos sobre la obra. Y no era un simple documento que reflejase de forma objetiva el inesperado éxito del librillo. Era una cuidada obra de propaganda que, en más tiempo del que lleva leer el texto de Hessel, atacaba al capitalismo y a la libertad, y ofrecía "las antiguas ideas del progreso" contra "las injusticias de un mundo dominado por los poderes económicos".

Así, Vicente Romero, narrador y autor del reportaje, celebra a Hessel por oponerse a "un orden económico mundial que ha producido mil millones de hambrientos". Eso sí, no se hace ninguna pregunta sobre cuántos millones de hambrientos había hace cien años o en los países del Este de Europa o en Cuba o Corea del Norte en estos instantes.

Romero tampoco se corta en mezclar imágenes de unos corredores en las bolsas occidentales con las de unos niños africanos hambrientos, mientras denuncia "el vergonzoso contraste entre la especulación financiera y las situaciones de miseria extrema; resulta imposible contener la indignación ante unas imágenes dolorosas que evidencian una injusticia radical". Mientras se suceden las instantáneas de manifestaciones de las últimas huelgas en Francia, se apela a la lucha contra la pobreza; pero nadie se hace preguntas sobre las subvenciones a las industrias europeas, el cierre de mercados a las importaciones del tercer mundo o el poder de las grandes centrales sindicales occidentales en las negociaciones comerciales.

Afortunadamente, Hessel tiene un referente y se lo comunica al periodista en una reveladora afirmación: "En nuestra juventud el enemigo estaba claro, era Hitler, era Mussolini, era Franco... [por cierto, a Stalin o a la URSS ni nombrarlos], pero desde que la caída del muro de Berlín descartó un pensamiento social ambicioso como era el pensamiento de los países del Este, pernicioso en muchos aspectos pero ambicioso, es la economía la que domina".

Romero, que tan indignado se muestra ante la "especulación financiera", no tiene ningún comentario que hacer ante esta afirmación. De hecho, cierra un documental con una frase contundente sobre el manifiesto: "Más allá de ser un grito de alarma, contiene la única salida posible: indignarse y actuar, recuperando los más viejos y nobles ideales del genero humano".

Pues eso, "los más viejos y nobles ideales del ser humano" le parecen a Informe Semanal los propios de alguien que califica de "pensamiento social ambicioso" al régimen más mortífero que conoció nunca la humanidad. Todo esto lo difunde TVE con mi dinero. Y me pide que me indigne. Pues le voy a dar una sorpresa: lo ha conseguido.

Sectarismo informativo a cargo del contribuyente

Editorial de Libertad Digital

Somos los primeros en reconocer que la parcialidad y el sectarismo progubernamental en los servicios informativos de RTVE –incluido Los desayunos de RTVE, que dirige Ana Pastor– no quedan muy a la zaga a los que se pueden detectar en los programas de La Sexta, cuyo director es, precisamente, el marido de Ana Pastor, Antonio García Ferreras. No nos extraña, en este sentido, que los socialistas –incluido el presidente de Castilla- La Mancha, cuya jefa de prensa es Mercedes Pastor, hermana de Ana– estén encantados con la "imparcialidad" del ente público que dirigen políticamente.

No seremos nosotros tampoco los que nieguen, entre muchos otros ejemplos, el desigual trato que se da en RTVE de los casos de corrupción, dependiendo del color político de sus protagonistas, o de la edulcorada imagen que transmiten de la crisis económica o de la práctica ocultación de asuntos tan graves e incómodos para el Gobierno como el chivatazo policial a ETA. Es más: el propio enfrentamiento dialéctico que la periodista Ana Pastor se ha permitido protagonizar –supuestamente como presentadora de su programa– contra la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, por la tibia y timorata denuncia que su partido ha hecho contra la falta de imparcialidad de RTVE, es también una elocuente muestra de esa falta de "neutralidad" que –se supone– debería imperar en un servicio público.

Sin embargo, y a diferencia del comunicado con el que el sindicato USO ha denunciado que Pastor se haya erigido indebidamente en "portavoz de plantilla", no consideramos que la periodista sea un "agente político". El problema ni siquiera es que Ana Pastor simpatice ideológicamente con el Gobierno y que se le note. El problema, que en modo alguno se puede circunscribir a esta o cualquier otro periodista, es que RTVE es un ente público que se financia coactivamente a cargo, en última instancia, del contribuyente.

En este sentido, la libertad de información y de opinión ampara la inevitable subjetividad, incluso el sectarismo y las simpatías ideológicas que podemos ver en algunos medios de comunicación, como otros podrían verlos en nosotros. Pero eso no es un problema porque nadie obliga a leer, ver, escuchar ni, sobre todo, a financiar a Libertad Digital, ni la La Sexta, ni a Público, ni a cualquier otro medio de comunicación privado. El problema, sin embargo, sí que existe cuando se obliga a los ciudadanos vía impuestos a financiar un medio de comunicación que, para colmo, tiende inevitablemente a alinearse con el Gobierno de turno del que depende.

La factura de esa innecesaria y anacrónica existencia de medios de comunicación estatales, abocada a la utilización partidista, es además escandalosamente elevada. Con un presupuesto que superaba con creces los 1.200 millones de euros –un importe que equivale al de la congelación de las pensiones–, RTVE cerró el ejercicio de 2010 con un déficit de 60 millones de euros. Otro tanto se podría decir del despilfarro y de la utilización partidista de las numerosísimas cadenas de televisión autonómicas, con independencia del color político de sus Gobiernos.

La solución tanto para esa falta de imparcialidad política como para el despilfarro del dinero del contribuyente que suponen las televisiones públicas pasa, pues, por la privatización de todas ellas. La existencia de televisiones privadas que emiten en abierto es la prueba más palmaria del obsceno despilfarro que, a cargo de todos, representa la existencia de unas televisiones que están al servicio del Gobierno de turno.

Zapatero y la ley

Álvaro Delgado-Gal en ABC

Anda por ahí un papel que en febrero aprobó el Consejo de Ministros y que ostenta un título largo, aunque escrupulosamente descriptivo: «anteproyecto de ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación». El documento ha sido impulsado por el Ministerio Pajín, último destino de Bibiana Aído, la Mme. Roland del zapaterismo y la igualdad. Es posible que la agenda accidentada de esta legislatura ya acéfala, no dé lugar a que el anteproyecto se convierta en ley. Aunque pudiera ocurrir, también, lo contrario. En tal caso, es casi seguro que la ley se aplicaría de forma excepcional y errática, o, como temen algunos sectores conservadores, errática… ma non troppo. Me explicaré mejor mediante un ejemplo. Imaginen que Mangogul, sultán del Congo —tomo prestado a Diderot este personaje de ficción—, publica un edicto por el cual se condena a prisión a todo aquel que luzca un lunar o antojo en mitad de la nalga izquierda. Dado que la tarea de reconocer las nalgas de todos los congoleses raya en lo imposible, los damnificados por el edicto se contarían entre los pocos y raros que la autoridad sometiera a examen, tras jugársela a los chinos. En este sentido, un sentido estadístico, la ley surtiría sus efectos al azar. Ahora bien, la amante de Mongogul, de la que éste quiere desembarazarse, exhibe, ¡bingo!, el antojo proscrito en el lugar proscrito. Por supuesto, el sultán lo sabe, y, por supuesto, la dama acaba bajo rejas. Resulta a la postre que el caos no está reñido con la precisión. La favorita da con sus huesos en la cárcel, que es el fin por el que, desde el principio, se publicó el edicto.

Traduzcamos esta fantasía al román paladino de la política española. El anteproyecto quiere asegurar la igualdad de trato en todos los ámbitos de la vida, tanto públicos como privados. En particular, pone gran empeño en que los medios de comunicación eviten «toda forma de discriminación… en sus contenidos y su programación» (Artículo 22). ¿Cómo llevar esta exigencia a la práctica? Lo ignoramos. Pero no ignoramos que un fiscal podría entender que un diario o una cadena televisiva hostiles al Gobierno incumplen la igualdad de trato y se hacen merecedores de sanciones muy graves. A los conservadores les inquieta aún más el Artículo 16.2, el cual retira la financiación pública a los colegios que admitan solo chicas, o solo chicos. Esos colegios suelen ser religiosos. ¿Puro azar? Me parece que no. Los conservadores inquietos no son, en consecuencia, víctimas de una alucinación paranoica. Yo les comprendo. A la vez, y dado que no comparto necesariamente su sistema de valores, y considerando, de añadidura, que no parece probable que a Pajín y Aído vaya a durarles mucho el mando, me declaro preocupado desde un punto de vista más ecuménico. El anteproyecto refleja, por decirlo brevemente, una ignorancia pasmosa sobre cuáles son los fines de la ley en un régimen de Derecho. Y, por descontado, revela un desconocimiento singular de los límites a que debe sujetarse cualquier Gobierno en una nación civilizada.

Desde una perspectiva puramente conceptual, lo más sustancioso del anteproyecto está contenido en la Exposición de Motivos. Los redactores del documento establecen un paralelo explícito entre algunos éxitos de la sanidad española —verbigracia, que haya aumentado, efectivamente, la esperanza de vida—, y lo que les gustaría que ocurriera a propósito de la igualdad. ¿Qué es eso que les gustaría? Que la igualdad de trato, efectivamente, fuera mayor que al presente, y, si a mano viene, absoluta. Esto es, reclaman resultados, el bien en especie. Y estiman que la ley los puede proporcionar, del mismo modo que las sulfamidas proporcionan inmunidad contra las infecciones. La analogía médica, aparte de sobreestimar el protagonismo de la Administración en el curso general de las cosas —la ciencia y la opulencia relativa, poco afectas al Ministerio de Sanidad, han intervenido también en la elevación de la esperanza de vida—, traiciona un rasgo no infrecuente en este Gobierno: y es la propensión a representarse la ley como un instrumento dirigido a materializar objetivos concretos, tangibles, inmediatos. Esto es desmedido y potencialmente letal para la libertad. En ocasiones, de acuerdo, la urgencia es tanta, y el peligro tan grande y tan definido, que se acude, y es lícito que se haga, al decreto. Así, en el caso de una catástrofe natural. Pero los mores, las costumbres por las que se rigen millones de personas, y no menos, sus decisiones libérrimas, no son catástrofes naturales. No constituyen episodios discretos en el tiempo sino formas difusas de conducta, que la ley sólo acertará a corregir integralmente(me remito a la terminología que han escogido los redactores del anteproyecto) si el legislador declara a la sociedad en cesantía y, a continuación, se pone él en el sitio que ha quedado vacante.

De nuevo, los ejemplos valen más que los argumentos abstractos. Los autores del texto están obsesionados por que se cumpla la igualdad en el arriendo de un piso. Es cierto que a veces se incurre en discriminaciones. Es cierto que esto es malo. Y es cierto que se puede combatir. En este instante, existen incentivos fiscales para favorecer el arriendo a los jóvenes. Pero ¿cómo garantizar que el arrendador no atentará, moralmente, contra la igualdad de trato, en tal caso o el de más allá? ¿Cómo distinguir entre la resistencia a ceder un piso en alquiler porque se odia a los uzbecos, y las reservas que pueda inspirarle al arrendador un señor que no le cae bien, o que se le antoja, por los motivos que fuere, poco de fiar? ¿Habrá que someter a examen al arrendador, hacer preguntas al agente inmobiliario, montar, en fin, un proceso inquisitorial?

Del papel se desprende que sí. El papel propone la creación de una agencia especial cuya misión sería investigar los casos de discriminación y atender a los presuntos perjudicados, más allá de los procedimientos ordinarios que contempla la ley. Teniendo en cuenta que existen precedentes jurídicos que invierten la carga de la prueba —Ley 1 62/2003, artículos 32 y 40— en materias que interesan al anteproyecto, el desenlace sería la conversión de esa agencia en un inmenso buzón destinado a recibir delaciones. La delación es el desquite que se toman los gobiernos a los que fatiga e impacienta que la ley no responda, como el muelle a la presión de la mano, a su instinto justiciero. La delación es un atajo, un cortocircuito. Y como la experiencia histórica confirma, un horror.

Lejos de mí el sospechar que Aído o Pajín son Robespierre reencarnado. Aído y Pajín son españolas normales, que no comprenden bien el Derecho ni sus límites, que no comprenden bien que las constituciones están pensadas para atar al poder, a las que no entra en cabeza que sus puntos de vista son solo eso, suyos, y no la verdad absoluta, y que confunden el BOE con un estropajo para dejar a la sociedad limpia como una patena. Aído y Pajín son como Zapatero. Cuando se nos hayan pasado la murria y el enfado, y el fanatismo partidario, lo que tendremos que preguntarnos los españoles, con calma, sin acidez, pero también con una punta de contrición, es qué ha tenido que pasar para que hayamos puesto, y repuesto, a Pajín, Aído y Zapatero a la altura en que todavía están.

El «¡Uuuuhhhh!» de Pep Guardiola

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

Económicamente, y desde el fondo de los tiempos, España es una hormiga que mima al pulgón de la política a la espera de sus secreciones azucaradas. Y, sin embargo, la juventud, según las últimas encuestas, no conoce el proceso y tampoco parece muy interesada en conocerlo. ¿Por qué?

Decimos «juventud» y no «los jóvenes» porque eso dice que hay que decir el catón de la Educación para la Ciudadanía o Formación del Espíritu Nacional, que se reduce a inculcar en la juventud las dos ideas populistas del franquismo: la bicicleta para el asfalto, y para la vida, el «haga como yo, no se meta usted en política».

La juventud española se mueve en bicicleta y no se mete en política, salvo los sobrinillos de los que ya están metidos, «porque alguien tiene que continuar». Es famosamente el caso de Bibiana Aído y Leire Pajín, que no van en bicicleta, pero que tienen cara de hacerlo, y que no saben de política, pero que están metidas en política, como sus padres.

—Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas... Y sólo se verán tractores y manzanas, panes y juventud sobre la tierra —cantaba Miguel Hernández, el poeta cabrero del disco de Serrat.

Luego vino Franco y lo que se vio entre la juventud eran bicicletas, que es una cosa que el español lleva en el alma desde Echegaray, que fue Nobel de Literatura y presidente de la cosa ciclista, y ahí tenemos ahora a Contador, y antes a Induráin, y antes a Perico, y antes a Ocaña, y antes a Bahamontes, ganando todos los veranos el Tour de Francia, ese país que nos fascina por su facilidad para pasarse la vida haciendo revoluciones para volver al antiguo régimen.

La generación ni-ni (ni tractores socialistas ni política de la polis) es feliz ignorando que el alcalde de Getafe, cuyo equipo de fútbol acaba de ser adquirido por unos millonarios árabes, está que no levanta cabeza porque la presidenta de la Comunidad le ha llamado «pitufo». Seguramente tampoco sepa esta juventud que María Cospedal ha reñido con una señora de TV dura, tipo Mariví Romero, que ya se las había tenido muy tiesas con el persa Ahmadineyad, en cuya presencia improvisó una caída de pañoleta que, al parecer, hizo muy poca gracia al sucesor de Ciro el Grande. ¿Y qué sabe esta juventud de Llamazares, recibido a cantazos en un poblado chabolista donde iba a echar una arenga sobre los capitanes Galán y García Hernández? ¿Qué sabe de las encuestas que conceden a Rajoy la mayoría en las próximas elecciones? ¿Sabe esta juventud de la preocupación de Matute por la mutilación de cuentos en nombre de la corrección política?

Por no saber, esta juventud ni siquiera sabe que el «Uuuuhhhh!» de Guardiola en Madrid es un invento del payaso Charlie Rivel. Por eso es más feliz que la nuestra.

Turbado por el turbante

Alfonso Rojo en ABC

¿Pero qué broma es esta? Enchufas el televisor, enciendes la radio o abres un periódico y te encuentras, a diestro y siniestro, con empalagosas crónicas sobre el «talento inversor» del emir Hamd Bin Jalifa al Thani y el «glamour» de su enturbantada jequesa.

No ha habido medio de comunicación español que no haya hecho suya esa solemne memez de que la primera dama de Qatar, «además de ser mundialmente alabada por su belleza y elegancia, es una firme defensora de los Derechos Humanos en el mundo árabe».

¿Nos hemos vuelto locos? La pregunta es retórica y ya les doy la respuesta: no. Hemos perdido la vergüenza. No se trata de insultar a tus invitados, sobre todo cuando cargan tantas joyas, visten de Chanel y vienen a invertir en las descalabradas Cajas de Ahorro, pero a cada uno lo que le corresponde.

¿Es qué ninguno de los que acudieron al besamanos sabe que el 80% de la población del emirato son trabajadores extranjeros cuyos derechos están en permanente cuarentena? ¿O que desde Al Yasira predica a diario el fanático Yusuf al-Qaradawi, con un programa llamado «Sharia y Vida» y cuya receta para los homosexuales es la muerte?

En descargo del polígamo emir es preciso reconocer que no hace caso en todo a Qaradawi: en lugar de colgar de las grúas a los gays, como hacen los ayatolás iraníes, se limita a administrarles latigazos. Y permite que las mujeres conduzcan. Hasta promociona el deporte. O eso creen en el Barça cuya hasta ahora inmaculada y mítica camiseta lucirá a partir del 1 de julio el anagrama de la Qatar Foundation. Todo por la módica suma de 165 millones euros en cinco temporadas.

¿Hubieran aceptado los culés el logotipo de una fundación de Pinochet? se pregunta Pilar Rahola en «La República islámica de España», libro cuya lectura recomiendo encarecidamente a progres, diletantes, comprensivos y distraídos.

¿Y Siria?

César Vidal en La Razón

Al-Asad ha sacado los tanques a la calle y está asesinando a sus súbditos por centenares, igual que su papá hizo con millares. Por un momento, he temido que José Blanco hablara de que vamos a «liberar al pueblo sirio» y que Carme Chacón dijera que tenemos que derribar a Al-Asad. Pero no. Los que tanto protestaron a la hora de intervenir en Irak contra un dictador llamado Sadam Hussein a pesar de las resoluciones de la ONU que había violado y que luego se han empeñado en derrocar a Gadafi, ahora no dirán nada. Francia no ha ordenado a ZP intervenir porque, al menos de momento, no conviene a sus intereses neocoloniales, o sea que de esta guerra lo mismo nos libramos.

Viñeta de Caín en La Razón

miércoles, 27 de abril de 2011

El chiringuito solidario de Mayor Zaragoza

Pablo Molina en Libertad Digital

Federico Mayor Zaragoza preside la Organización No Gubernamental (sic) "Fundación Cultura de Paz". ¿Qué hace esta ONG? Nada. Es decir, lucha por la paz y tal, pero su programa de acción es tan difuso que incluye como actividades realizadas para justificar las numerosas subvenciones que recibe, por ejemplo, la publicación en el diario El País de un artículo de Mario Soares en el que se menciona a la fundación.

Si hemos de creer la declaración de intenciones que recoge su página web, la fundación dedica todos sus esfuerzos, sin duda ímprobos, a "la vinculación y movilización de redes de instituciones, organizaciones e individuos que se destaquen por su compromiso con los valores de la cultura de paz". Los conceptos de vinculación y movilización son tan laxos que prácticamente cualquier acción puede enmarcarse en ellos, desde editar un folleto para que los niños del barrio celebren el Día de la Paz hasta asistir a una reunión en el extranjero donde se va a hablar de Paz. Y a ver quién dice que eso no es "vincular" o "movilizar" a las "redes", claro.

Pero esta circunstancia no impide que reciba numerosas subvenciones de todos los organismos conocidos, la última de las cuales suma 300.000 euros que el Ministerio de Asuntos Exteriores le ha ingresado con cargo a nuestro bolsillo. ¿El objeto de esta subvención? Pues nada menos que la "Promoción y Fomento Internacional y en Red de una Cultura de Paz". Y usted responderá, "la vaca". Pues sí, la vaca, pero esa de cuyas ubres sale la nutricia subvención que permite la subsistencia de esta empresa doméstica. Porque la Fundación Cultura de Paz no es precisamente un crisol de culturas con participación de nombres relevantes en todas las áreas del conocimiento o la empresa. Es más bien, una cosa familiar, íntima, dinástica.

El presidente es, no faltaba más, Federico Mayor Zaragoza, quien tiene como vicepresidenta a una persona de su absoluta confianza, María de los Angeles Mayor Menéndez, que casualmente también es su hija. En el listado de patronos figura asimismo su señora esposa, sus otros dos hijos, Federico y Pablo e incluso sus nietas Andrea y Marta Kallmeyer Mayor, al objeto de que vayan adquiriendo las habilidades necesarias para desenvolverse con éxito en el cada vez más exigente mundo del trinque presupuestario.

Tres generaciones de una familia de luchadores por la paz, amigos, y el ejemplo de unos padres preocupados del futuro de sus hijos, que usted y yo financiamos con el dinero que dejan de disfrutar los nuestros. Me voy a llorar un rato. La emoción, ya saben.

El (oscuro) dinero del poder

José García Domínguez en Libertad Digital

"Conocer es cuantificar", ordena un viejo adagio ilustrado. Cuantifiquemos, pues. El Estado, celoso usufructuario de cerca de la mitad de la riqueza nacional, ocupa a cuarenta y seis mil de sus mejores servidores en la continua vigilancia de los contribuyentes, sujetos pasivos todos de desvelos e insomnios administrativos. Cuarenta y seis mil. Lo más granado de su infantería, es sabido. Ese mismo Estado, prevenido de los innúmeros resquicios por donde puede desvanecerse el dinero, asigna al control de las finanzas de sus custodios, los partidos políticos, un total de...diecinueve probos funcionarios; conserjes y secretarias incluidos, huelga decir. Que ahí empieza y acaba la plantilla llamada a fiscalizar las cuentas –y los cuentos– de los amiguitos del alma de Camps, Chaves, Bárcenas, el par de garrulos de la mariscada, la tocata y fuga de CiU en el Palau, los mil kilos de Montilla, las esquivas facturas opacas de PSOE, PP, PNV, ERC...

Diecinueve. Ni uno más. Y aún han tenido la humorada de llamarle tribunal a la cosa. Tribunal de Cuentas, no "¿de Cuántos?", que, ya puestos, hubiera sido lo propio. Al respecto, sostiene ahora el Consejo de Europa que el de la financiación de los partidos es uno de los grandes capítulos pendientes en España. Craso error. Muy al contrario, el de las coimas, trinques, mordidas, comisiones, cafelitos, convolutos, tres por cientos, trajes, sisas, dobladillos y camisas de once varas, es uno de los –pocos– capítulos cerrados en la España de la partitocracia. Al punto de que el propio Zapatero habrá de hacer mutis por el foro traicionando su personal compromiso de airear las contabilidades de las organizaciones políticas.

He ahí, por cierto, el fin de la política en su obscena desnudez. Espectáculo crepuscular de lo público convertido, sin coartadas ni disimulos, en abierto comercio de apetitos particulares, privativo monopolio de bulímicas fratrías provinciales. Prosaico entramado caciquil por completo ajeno a cualquier ideología o abstracción teórica. Tupida malla feudal de señores que alimentan a sus vasallos a cambio de lealtad ciega, y gleba vinculada por pactos de sangre a sus benefactores. Paraguay, sin salida al mar, posee un Ministerio de Marina. Y Cuba, otro de Justicia. ¿Por qué no presumir nosotros de un Tribunal de Cuentas? Eso sí, con diecinueve cuentistas. Ni uno más, claro.

Papá leía «Mein Kampf»

Gabriel Albiac en ABC

Papá era nazi. Y él fue siempre un buen hijo. Aunque papá lo juzgara no muy listo. No perdió nunca ocasión de propagar la apología del Holocausto. Y fue —¿cómo negarlo?— enternecedor escuchar sus sentidas palabras de advertencia al Pontífice Romano en su visita de 2001: «Los judíos intentan matar los principios de las religiones celestes con la misma mentalidad con la que mataron y torturaron a Jesucristo». Todos supieron que el heredero Bashar iba a estar a la altura legendaria de Hafez Al Assad. Sólo había que darle una oportunidad. Ahora. A golpe de artillería y de blindados, Bashar Al Assad reverdece hoy viejas glorias de su estirpe. La aniquilación de la ciudad sunita de Hama en 1982 marcó el récord de asesinatos por unidad de tiempo en la familia. Por el momento. Bombardeo aéreo y artillería pesada contra población civil, a lo largo de 27 días: veinticinco mil muertos. Civiles, por supuesto. Una hazaña bélica. Sobre Bashar —segundón de papá, sólo heredero tras la muerte de Bassel, el hijo predilecto— recae ahora la pesada responsabilidad de hacer pequeñas las glorias del padre. Le queda aún un buen trecho. Pero las tres centenas largas de manifestantes liquidados por tanques e infantería sugieren un excelente ritmo de partida.

Nuestro amigo Bashar no desmerece su linaje. Puede que tal convicción fuera motivo de la prioridad que le diera la diplomacia española nada más verlo sentado en el sillón del padre. Intercambio de visitas oficiales, exaltaciones marxianas (fracción Groucho) de su inequívoca apuesta por la democracia… ¡La de cosas que hemos oído en estos diez años! ¡La de entrecomillados que uno puede ir sacando de ese antídoto de la idiotización que son las hemerotecas…! Prueben a hacer un par de búsquedas en Google, nuestros curiosos lectores. Dándoles el nombre del dictador sirio y el de un par de políticos españoles: los que más gordos les caigan, da lo mismo color, cargo o ideología. Verán qué risa.

El poder es artesanía «de tiempo y circunstancia», repetía el más clásico de aquellos que, en el siglo XVI, inventaron en Europa la política. Pero, a Europa, Bashar vino tan sólo a aprender oftalmología, allá por los lejanos tiempos en que papá lo miraba entre piedad y desprecio. Hafez Al Assad pudo asesinar cuanto le vino en gana, sin pagar jamás por ello, no por especial favor celeste. Había —es más prosaico— un guerra mundial que, bajo el sarcástico nombre de «Guerra Fría», permitía a sus fieles peones consumir, del todo gratis, sangre ajena. Quienes supieron hacer uso de aquel pulso de medio siglo blindaron despotismos inatacables. Delincuentes como Sadam o Castro, como Videla o Bokassa, como Assad o Arafat, son ridículas marionetas de un Gran Juego cuyos hilos movían otros menos risibles.

Se acabó aquello. Si Assad hijo se empecina en ejercer el oficio carnicero con igual exhibicionismo que su padre, su cita con la Parca estará sellada. Más nos valdría a todos: a los sirios, sobre todo. Pero eso solo no basta. Ni tras el fin de Gadafi se alzará el paraíso en Trípoli, ni tras el batacazo del segundón de papá Al Assad se adivinan tiempos felices para Siria. Papá leía Mein Kampf. Los que vienen, no conocen más libro que El Libro.

lunes, 25 de abril de 2011

Luz de abril

Gabriel Albiac en ABC

Madrid, este cristal de cuarzo o de resina fósil tras la lluvia, acoge su retorno con el duro destello de cada primavera. Pasaron el paréntesis de olvido que tiñe en melancolía sagrada la Semana Santa. Y han de cargar de nuevo con el rudo mundo a cuestas. La ciudad, que añoraron al borde de playas cárdenas de tormenta, sabe aparentar mohines de vieja amante sabia. Los que vuelven sospechan que es tan sólo escena; que enseguida revestirá su rostro de madrastra: el más bello. No hay amor tan extraño, no hay deseo tan perverso, cuanto este que encadena a quienes vuelven —todos— a la ciudad tallada en el mayor desorden y en la luz más geométrica.

Yo, que no me he movido —nunca lo hago—, también estoy de retorno. Del universo infinito: ese que cabe sólo en las contadas páginas de ciertos libros. Y del desorden de papel y tinta negra en el cual nadie —tampoco yo— podría adivinar siquiera proyecto de obra; las más de las veces, folios para estrujar en la papelera. Abro los ojos al Madrid de después de la lluvia, con estupor idéntico al de estos que regresan de la efímera fuga. Huir es honorable para salvar la vida. Así, todos. Sumergidos en el espacio abierto que la lluvia golpea, o en el hermético tiempo suspendido de la habitación en penumbra, donde el repiqueteo de las gruesas gotas sella una soledad en cuya conmoción hay la solemnidad armónica del templo.

Huyeron para volver. Huimos sólo para que esta luz milagrosa de la ciudad tenga de nuevo para cada uno la sorpresa imprevista de su glacial bofetada. Somos de la ciudad, como no fuimos ni seremos jamás de humano alguno —por querido que nos sea—, como no fuimos nunca, ni jamás seremos, de país o de creencia. Ni dioses ni bestias, dice Aristóteles; ciudadanos, animales enfermos de palabras, que sólo al resplandor de las sombras que pueblan el recodo de cada calleja conocen el misterio de chocar con su desdoblado fantasma, el primordial fantasma al cual ignoran los espejos, como ignoran a los vampiros de Bram Stoker.

¿Qué encontrarás hoy, al salir a la calle? Lo de siempre. Lo mismo que asqueaba el desayuno del Baudelaire parisino hace más de un siglo: sordidez y política, política y crimen. Si pudiéramos borrar eso de nuestros ojos, el duro sol de esta ciudad nos bastaría para ser felices. No es posible. «Ciudadano apolítico» es eso que los cursis llamamos un oxímoron: un círculo cuadrado. La política mata al ciudadano, a la manera en que distintas dosis del mismo veneno nos embriagan o bien nos vuelven locos. Es preciso manejarla con fervor distante de alquimista: detestamos a los caraduras que viven de nuestros impuestos. Y eso es justo. Y no basta.

La ciudad… También yo —¡cielo santo!— la olvido, para pensar en esas gentes que son las menos propicias para inteligencia, belleza o poesía —tres nombres de lo mismo—: los políticos. Pedirán mi voto en unas pocas semanas. Conozco ya esa náusea, de la cual huyo en vano. Legítima defensa, desde luego. Los hay pésimos y malos. Delincuentes ya, o no aún: microscópico matiz. No hay otro ante las urnas. Legítima defensa. O legítima venganza. Contra quien nos arruina. E inmediato olvido. Madrid, hermético en su sol de cuarzo o de resina fósil, permanece. Es el consuelo. Puro.

La demostración sindical

Xavier Pericay en ABC

Desde hace algunas décadas, tanto la legislación educativa como su aplicación han sido en gran medida el fruto de una conjunción de intereses. Por un lado, los de la Administración socialista, empeñada en cambiar de arriba abajo el legado recibido; por otro, los de los expertos universitarios, deseosos de trasladar a las aulas primarias y secundarias sus experimentos pedagógicos; y, por último, los de los sindicatos mayoritarios de docentes, decididos a aprovechar la coyuntura para intentar acabar con la jerarquía, convertir a maestros y profesores en simples trabajadores de la enseñanza y, sobra decirlo, colocar a los suyos.

Como es natural, semejante compendio de intereses —concretado en esta LOE con la que siguen desayunándose cada mañana nuestros educandos y que no es otra cosa, al cabo, que una versión edulcorada de la vieja LOGSE— se ha visto favorecido por la convergencia ideológica de las partes. Y, en particular, por ese buenismo igualitarista que lo mismo prescribe que hay que adaptar el nivel general del grupo al de los alumnos más rezagados —con el consiguiente perjuicio para quienes destacan de entre la medianía— que considera perfectamente homologables las tareas de todos y cada uno de los enseñantes, con independencia de los estudios cursados, de las oposiciones a las que han concurrido y de los merecimientos que atesoran a lo largo de su carrera docente. La consecuencia última de todo ello es de sobra conocida: España cuenta con uno de los peores sistemas educativos del mundo desarrollado y en vías de desarrollo.

Examen para bachilleres

Juan Manuel de Prada en ABC

El examen de «cultura democrática» que ABC proponía ayer a cuatrocientos estudiantes de bachillerato en trance de estrenarse como votantes deparaba resultados más bien penosetes; aunque no todas las enseñanzas que de esos resultados pueden extraerse deban calificarse de catastróficas, por cierto. Yo diría que el examen nos confronta con una realidad desoladora, que es el deterioro de nuestro sistema educativo; con una certeza irrefutable, que es el desinterés de nuestros jóvenes hacia los avatares de la politiquilla (que a veces es también desapego hacia el régimen democrático actual); y con un atisbo de esperanza, que es la relativa impermeabilidad de los jóvenes a la propaganda mediática. Por empezar por esta enseñanza más halagüeña, comprobamos que los bachilleres españoles no saben quién es el actual ministro de Industria o el presidente de Radio Televisión Española. ¿Hay algo de malo en ello? Yo diría que no; antes el contrario, considero que su ignorancia aquí puede calificarse de benéfica y saludable, pues demuestra que sus conexiones neuronales aún ejercen cierto grado de bendita resistencia ante la avalancha de información inútil que las apedrea. A mi juicio, resulta mucho más provechoso que los jóvenes sepan que al presidente de Radio Televisión Española lo elige el partido que gobierna para que ejecute obedientemente sus consignas y garantice la provisión de alfalfa propagandística; y que se puede ser ministro de Industria —o de cualquier otra cosa— aunque tu ejecutoria política sea una calamidad con balcones a la calle, con tal de que seas amiguete del presidente de turno y le hayas mostrado adhesión inquebrantable y lacayuna. Yo no sé si los bachilleres españoles saben estos rudimentos; pero que no sepan el nombre de tal o cual gerifalte perecedero se me antoja un signo consolador. Así, al menos, sus conexiones neuronales puedan emplearse en saber quiénes fueron Aristóteles o Calderón de la Barca.

Pero tal vez nuestros bachilleres, que no son tan tontos como tendemos a figurarnos (aunque, desde luego, sean víctimas de un sistema educativo que se afana por convertirlos en dos tontos y medio), sepan perfectamente cómo se eligen en España los ministros y los presidentes de los medios de adoctrinamiento público, aunque no sepan los nombres de quienes adventiciamente ocupan tales cargos o poltronas. Y este conocimiento de lo que verdaderamente importa tal vez sea el que provoca su olímpico desinterés por los avatares de la politiquilla (en lo que demuestran una sabiduría encomiable) y su desapego hacia el régimen democrático actual, en lo que vislumbramos signos preocupantes. Pues para acabar con las lacras que corrompen el régimen democrático actual (para evitar que los ministros sean elegidos por amiguismo o que los presidentes de los medios públicos sean meros ejecutores de consignas y proveedores de alfalfa propagandística) se requieren españoles dispuestos a combatirlas; y aquí podríamos preguntarnos si ese desapego hacia el actual régimen democrático que revela el examen propuesto por ABC no es en realidad un desapego fomentado, cultivado, jaleado por quienes tienen la responsabilidad de estimular el juicio crítico de nuestros jóvenes. Podríamos preguntarnos si ese desapego no es, en realidad, la actitud más provechosa para una casta política que contempla con deleitosa satisfacción la paulatina conversión del pueblo español en ciudadanía pasiva, atiborrada de consignas y propaganda ideológica.

La vergüenza de España

Pedro de Tena en Libertad Digital

A veces, últimamente bastante a menudo, siento vergüenza de España. Esta gran nación –¿cómo no va a ser grande una nación cuya lengua es hablada cada vez más en todo el continente americano?, por poner un solo ejemplo–, no se merece ser gobernada por gente que ni la aprecia ni la cuida ni la proyecta al futuro. El proyecto político de algunos parece ser la destrucción de España, no su construcción y desarrollo. Este fin de semana hemos sido testigos de que otra gran nación europea, Francia, declaraba a los toros con sangre, toreros y muerte, la fiesta de los toros, como bien cultural inmaterial mientras en España hay regiones en las que se prohíbe su espectáculo por razones éticas hipócritas que amparan lo esencial: que no quieren en su territorio español una fiesta española. Es de vergüenza que nosotros, la inmensa mayoría de España, no nos defendamos adecuadamente. No hablo ya de defensa de la libertad, que cada cual vaya no vaya donde quiera ir, que también, por supuesto, sino de defensa de un patrimonio material e inmaterial de España. La herida a nuestra idea de la nación española, ¿tan honda ha sido, tan profunda, tan grave? Hasta hace bien poco respetar y honrar la bandera de España era fascista, ultraderechista. Tal ha sido y es la influencia de los nacionalismos antiespañoles en la izquierda y la derecha nacional.

Estados Unidos, Francia, Rusia, China, Reino Unidos, grandes países que han tenido comportamientos discutibles e incluso crueles y miserables en la historia, no tienen esa sensación de odiarse a sí mismos.

Pero esto es no es lo único. Da vergüenza que haya altos cargos de un Gobierno que se refieran a las ciudades de Ceuta y Melilla como ciudades africanas, que inciten abiertamente a Marruecos a quedarse con ellas cuando la historia contradice sus pretensiones, que se alabe el islamismo como religión respetuosa y tolerante sabiéndose lo que se sabe de ella o que los presidentes de la Junta de Andalucía y de España vayan más a Marruecos que a ellas. Es otro ejemplo de la vergüenza de España.

Pero dan vergüenza muchas cosas más. Da vergüenza vivir en un país donde las víctimas son preteridas y los asesinos beneficiados. El último de estos casos, el del asesino Troitiño y las víctimas de terrorismo etarra es una vergüenza. ¿Error? ¿Qué coño un error? ¿Cómo es posible soltar a un asesino condenado a una pena seis años antes de su terminación y decir luego que ha sido un error? ¿Cómo es que los jueces que han perpetrado ese atentado contra las víctimas, contra las vivas y las muertas, sigan ejerciendo sin más su trabajo. Es que es una vergüenza, como es una vergüenza que un Ministerio del Interior bromee y se tome a cachondeo un chivatazo policial a la cúpula de ETA por motivos políticos. Y es una vergüenza cómo se ha tratado el 11-M en España. Y es una vergüenza el juez Bermúdez, que sigue ejerciendo. Y es una vergüenza su sentencia y la actuación policial. Y es una vergüenza al tratamiento de la religión católica a la que se ataca no sólo por ser religión sino por ser el signo de identidad de la formación de España hace cinco siglos

Y es vergonzosa una educación, por llamarla así cuando en realidad no es nada porque los jóvenes entran en la Universidad sin saber lengua española, sin haber leído El Quijote, sin conocer la historia de España, ni siquiera una geografía española (a lo sumo la andaluza, o la catalana o la vasca...). Para ellos, la nación española no existe. No quiero seguir.

Siento una gran vergüenza porque la izquierda, una vez más, deja en manos de las derechas la fuerza de la tradición y de la nación como se lamentaba Menéndez Pidal. Y siento vergüenza porque alguna de estas derechas está dejando en manos de no se sabe bien quién la defensa de España. Y siento vergüenza por mí y por los ciudadanos porque no somos capaces de decir basta a toda esta locura sin sentido.

Jeremy Irons también

Carlos Rodríguez Braun en Libertad Digital

Con frecuencia se comete una injusticia con nuestros actores, artistas e intelectuales, al considerarlos excepcionalmente ignaros y presos del pensamiento único. Esto no es así en absoluto: el mundo de la cultura deja en general mucho que desear también en el resto del mundo. Por ejemplo, leí en El País esta declaración de Jeremy Irons: "No podemos crecer de forma permanente en un mundo de recursos limitados".

Esta majadería es ampliamente compartida porque apela al sentido común, que, al revés de lo que se dice, sí es el más común de los sentidos, aunque no es la única y definitiva guía para la comprensión de la realidad. En muchos casos es un obstáculo para dicha comprensión, como lo atestigua la historia de la ciencia, cuyos avances han requerido a menudo quebrantar el sentido común.

La falacia de Jeremy Irons, y de tantos otros, es doble. Si los recursos están limitados, eso no puede ser una novedad. No pueden estar limitados hoy: han estado limitados siempre. Pero si han estado limitados siempre: ¿cómo ha podido producirse y difundirse tanta prosperidad en comparación con el pasado?

La única forma de superar esta primera falacia es suponer que hoy, sólo hoy, la limitación de los recursos comporta un freno para nuestro crecimiento. Esto exige una explicación que la corrección intelectual se resiste a brindar.

Hablando de resistirse, la segunda falacia es precisamente suponer que los recursos están limitados. ¿Quién lo ha dicho? A lo largo de la historia, las personas han demostrado ser los verdaderos recursos: son los seres humanos los que han probado ser capaces no sólo de administrar recursos escasos sino de crear recursos nuevos. Eso es lo que ha permitido crear riqueza hasta hoy, y lo seguirá permitiendo en el futuro.

Caganers

José García Domínguez en Libertad Digital

En la portada del libro más vendido en uno de los últimos Sant Jordi comparece el propio autor en actitud inequívoca. Los pantalones caídos hasta la altura de los tobillos, emboscado el calzoncillo ausente entre sus pliegues, crispado el semblante y en cuclillas. Nada en la composición deja el menor margen a la duda: el ilustre prosista catalán está haciendo caca. Literalmente. Andreu Buenafuente, que por tal respondía aquel epígono local de Balzac, entonces aún uno más entre la legión de graciosos que mora en la televisión nacionalista, sería llamado al orden por Joan Majó al poco. El ex ministro de Industria y supremo comisario político de la cadena con el Tripartito quería afearle muy seriamente cierto proceder suyo.

Otro asunto de heces, aunque esta vez fonéticas. Ocurre que en algunos de los guiones que escenificaba en pantalla, el narrador concedía utilizar la ilegítima lengua castellana. Severamente reprendido al respecto, la reacción del polígrafo resultaría fulminante. Al día siguiente compareció ante una gaceta doméstica, El Periódico por más señas, a fin de mostrar su hondo agradecimiento a las autoridades por permitirle trabajar en TV3. El medio más libre "en todo el Estado", se apresuró a aclarar. Más caca. Sant Jordi, circense alarde de miseria intelectual. Los creadores, exhibidos en sus casetas como monos de feria. Acaso a la espera de que algún día les lancen un cacahuete. Y mientras, soportando estoicos el verse equiparados a una recua innúmera de intrusos, farsantes y caganers audiovisuales.

La muchedumbre, a su vez, arremolinada en torno al último rebuzno de la correspondiente celebridad mediática. O abalanzándose sobre el enésimo manual ful de autoayuda con la misma devoción que sus bisabuelas pagaban al mosén de la parroquia por las bulas de Cuaresma. Y pensar que semejante convite de trileros pasa por admirable muestra de civilidad e ilustración gracias a los publicistas de guardia. Los mismos, por cierto, que han logrado mantener en la más estricta clandestinidad el trigésimo aniversario de Pla. Última broma de aquel viejo sarcástico, se le ocurrió morir un 23 de abril. Por joder, que diría el gallego. El más grande escritor que nunca haya producido Cataluña. E invisible. Ni una sola mención más allá del estricto protocolo institucional. Ni una. Triste tierra de caganers.

Casualidades que suenan a complicidad

Editorial de Libertad Digital

Aunque generalmente hablemos de "tregua trampa" para referirnos a esos períodos de tiempo que la banda terrorista aprovecha para reorganizarse y obtener favores políticos, lo cierto es que ETA suele ser bastante diáfana en sus deleznables posiciones. Son otros quienes se colocan las trampas para caer en ellas o, mejor dicho, para que los españoles caigamos en ellas.

Sin ir más lejos, el comunicado que ayer emitió la organización criminal coincidiendo con el Aberri Eguna debería bastar para enterrar cualquier falsa expectativa de que ETA pretende abandonar la violencia. Nada más lejos de la realidad: ETA sigue exigiendo la independencia del País Vasco, continúa exaltando a sus asesinos, no se arrepiente de sus crímenes y reconoce que Bildu es su instrumento para continuar en las instituciones. Todas sus cartas están encima de la mesa; es el Gobierno quien se niega a verlas o, más bien, a que nosotros las veamos.

Sin duda, tanta ceguera voluntaria sólo da que pensar en complicidad. Esa misma complicidad que impregnó toda la primera legislatura y que, según nos repite hoy el Gobierno –como también nos lo repetía hace cuatro años–, no existe en estos momentos. ETA incluso ha pasado a utilizar el mismo lenguaje de Zapatero, un guiño a que las mentiras, las manipulaciones y las cesiones de la pasada legislatura podrían perfectamente estar repitiéndose en la actualidad.

Mayor Oreja no sólo tiene todo el derecho del mundo, sino toda la experiencia y la sensatez, de sospechar: De Juana Chaos, el Faisán, Troitiño y Bildu parecen todos ellos notas de una misma partitura. Puede que, aceptando las excusas del Gobierno, sólo sean coincidencias, frutos de la torpeza y no de una pactada maldad, pero lo cierto es que, aun en ese caso, sólo un Ejecutivo que ha relajado, descuidado y arrinconado enormemente lo que debería ser una ofensiva sin cuartel contra una banda terrorista puede cometer torpezas tan graves y reiteradas sin que, en apariencia, les importe demasiado.

Todas las alarmas deberían encenderse cuando, mientras los terroristas se quitan las máscaras, el Gobierno se afana en volvérselas a colocar. De momento, el saldo no puede ser más desolador: ETA no ha dado la más mínima muestra de rendirse incondicionalmente y los terroristas siguen saliendo a la calle (o no entrando en las cárceles) y sus apéndices políticos colándose en las instituciones. Si no estamos inmersos en una nueva ronda de negociaciones, esto se le parece mucho.

Salir de la crisis

José María Marco en La Razón

Cuando se desencadenó la crisis, pronto hará tres años, se habló, y mucho, de una necesaria reforma moral. Se había terminado un modelo económico basado en la pura codicia, había que restablecer la ética en las relaciones económicas, había llegado la hora de refundar el capitalismo… Aquello pareció animar a la intervención de los gobiernos en la vida económica (es decir, en la vida pura y simplemente). Como los gobiernos, además, se vieron obligados a evitar el hundimiento del sistema financiero, volvieron a primera línea de actualidad teorías desacreditadas desde hace treinta años acerca de la importancia del Estado en la actividad económica.Casi tres años después, las cosas han cambiado mucho y la crisis ha revelado una situación nueva. En los países desarrollados, la crisis ha disparado los gastos del Gobierno hasta límites que recuerdan otros tiempos. Hasta 2008, España era un país sin déficit y con una deuda pública sumamente manejable. Ahora se dispone a ingresar en el club de los países con deudas aplastantes, que hipotecarán la vida de los ciudadanos durante años. Y lo hacemos, además, con alegría, celebrando, como bien comentaba Iñaki Ezquerra en estas páginas, cada colocación de deuda como si fuera un triunfo y no un clavo más en el ataúd. Estamos en el hoyo, como dicen los ingleses, y seguimos cavando…

El «revival» de Keynes y el neosocialismo del 2008 duraron poco. En poco tiempo, se ha vuelto a comprobar que el aumento del gasto gubernamental no sirve para salir de la crisis. Todo el mundo habla ahora, en consecuencia, de reducción de gastos y restricción presupuestaria. Tendemos a utilizar eufemismos, como «consolidación fiscal» y «reestructuración de la deuda», pero nadie se engaña.

Ahora bien, más que intentar disimularnos a nosotros mismos las decisiones que vamos a tener que tomar, quizás sería más conveniente plantear el problema que tenemos delante de otra manera. Si volvemos a los orígenes de la crisis, nos daremos cuenta de que una parte del diagnóstico que entonces se hizo es cierta: hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Muy en particular, el Estado y los gobiernos han vivido, y siguen viviendo desde entonces, muy por encima de lo que las sociedades que los mantienen pueden soportar.

El problema es económico y –como todo en economía– moral: unos gobiernos inflados han generado intereses parásitos, dependencias y, aún peor, una incapacidad generalizada para decir la verdad. Los estados que quieren, como han querido nuestros gobiernos, cubrir todas las contingencias, librarnos de cualquier riesgo, generan falsas expectativas, inautenticidad. Todos nos acostumbramos a mentir sistemáticamente, y eso es lo que nos negamos a cambiar… a pesar de la crisis.

El resultado es una situación insostenible. En vez de plantear la reducción de gastos como una purga, deberíamos comprenderla también como la posibilidad de recomponer una sociedad más auténtica, más sincera, con ciudadanos menos hipócritas, más dispuestos a asumir riesgos, más emprendedores y más fuertes. Y por supuesto, menos dependiente del Gobierno. ¿Tan mal está eso? ¿Tan cobardes nos hemos vuelto?

Libertad para Ai Weiwei

Salman Rushdie en El País

El 4 de abril, Ai Weiwei fue detenido por las autoridades chinas cuando iba a subirse a un avión con destino Hong Kong y desde entonces está desaparecido. Su estudio fue registrado e incautados sus ordenadores y otros objetos. Desde entonces el régimen ha permitido la publicación de insinuaciones sobre sus "crímenes" -evasión de impuestos y pornografía-, increíbles para quienes le conocen. Parece que el régimen chino, irritado por la falta de pelos en la lengua de su artista más internacional, hasta ahora protegido por su renombre, ha decidido silenciarle de la forma más brutal. Ese mismo día, Wen Tao, periodista independiente y socio de Ai, fue secuestrado por individuos no identificados en una calle de Pekín, pero la policía se ha negado a decir quién es responsable de su desaparición.

Los temores que suscita la desaparición de Ai Weiwei se agravan cuando tenemos noticias de que ha empezado a "confesar". Es preciso solicitar urgentemente su liberación y la obligación de los Gobiernos del mundo libre a este respecto está clara.

Pero Ai Weiwei tampoco es el único artista chino que se encuentra en una situación penosa. Este mismo mes, al gran escritor Liao Yiwu se le ha denegado el permiso para viajar a Nueva York, donde debía asistir al festival literario PEN World Voices, y se teme que pueda ser el próximo objetivo del régimen. A Liao también se le ha pedido que firme un documento comprometiéndose a no publicar ninguna otra obra "ilegal" fuera de China (todas ellas, incluido el gran libro que conocemos con el título de The Corpse Walker, El paseante de cadáveres, llevan años prohibidas dentro de China). En Estados Unidos y Europa está a punto de aparecer una nueva recopilación de textos, God is Red, y se teme realmente que él tampoco tarde en desaparecer.

Al escritor Ye Du también le capturaron en febrero y, como Weiwei, ha desaparecido. Todavía no se conoce su paradero, no se han presentado cargos contra él y no se le ha permitido entrar en contacto ni con su familia ni con abogados.

El escritor Teng Biao es uno de los conocidos abogados expertos en derechos humanos que han desaparecido desde febrero. Liu Xianbin, también escritor, ha sido condenado este mes a 10 años de cárcel por incitación a la subversión. Acusación esta que pesa también sobre el premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, que sigue en prisión, cumpliendo una condena de 10 años.

Entre los escritores, artistas y activistas que han sido detenidos o que han desaparecido durante esta despiadada campaña figuran Zhu Yufu, detenido desde el 5 de marzo y oficialmente arrestado el 10 de abril; Liu Zhengqing, al que se mantiene ilegalmente incomunicado en un lugar desconocido desde el 25 de marzo (con su esposa tampoco se ha podido entrar en contacto desde esa fecha), además de Yang Tongyan (condenado a 12 años de cárcel) y Shi Tao (a 10 años).

miércoles, 20 de abril de 2011

Castro & Castro S.L.

José García Domínguez en Libertad Digital

Con exquisito, reverencial respeto no ajeno a un punto de devota admiración, como si se tratara de la Convención de Donantes de Médula Ósea o del centenario de los Beatles, informa Televisión Española a propósito de ese aquelarre del Partido Comunista de Cuba en el que Castro acaba de suceder a Castro. Juntanza donde, de creer a Granma, al fin se ha acometido la superación de una de las principales contradicciones dialécticas de la fase superior de la Revolución: el problema de las ollas arroceras y sus muy quebradizos mangos. "Uno de los temas que más preocupan a la población, en cuya solución ya se trabaja. 77.000 equipos de cocción se reportaban fuera de servicio en diciembre del año pasado", según acaba de referir en audaz autocrítica el portavoz oficial del Comité Central.

"Proceso de reforma del modelo económico" le dicen los humoristas de Prado del Rey a ésa y otras cuitas parejas que ocuparían las cavilaciones de los camaradas. Pues nuestra izquierda doméstica ha dejado de quererse marxista, pero en el fondo de su corazoncito mesiánico aún sigue hechizada por la Idea. De ahí, solo aparente, la contradicción. Y es que, síndromes patológicos al margen, el grueso de la progresía admite sin ambages la naturaleza liberticida del régimen. No cuestionan – ya no – las innúmeras pruebas de cargo. Lo que niegan es la legitimidad misma de la realidad para refutar su dogma supremo, a saber, la superioridad moral de la izquierda en todo tiempo y lugar.

¡Ah, la Idea! ¿No resultaba sublime aquel sentimiento, el de engendrar al hombre nuevo? ¿O los hechos, los prosaicos, los groseros hechos, pueden enmendar la pureza virginal de la utopía?A fin de cuentas, ¿quién es la razón para juzgar al ideal? Dejaron de creer en los Castro hace mucho tiempo. Encarcelan, torturan y espían. Lo saben. Lo saben mejor que nadie. Ellos mismos propalan que han cometido las mayores violaciones del derecho humanitario. Consecuencia: persisten en regalarles idéntica cobertura estratégica y similar inmunidad política, amén de la invariable connivencia diplomática. La Idea. Más pronto que tarde, cuando muera el otro, acudirán en procesión al entierro. Y allí, ante un mojito y frente al último póster del Che, derramarán una lágrima. Por sí mismos.

El ocaso de las utopías económicas

Juan Velarde en Libertad Digital

El siglo XIX vio crecer al liberalismo económico, era gerenciado por empresas capitalistas, con una sociedad que lo admitía y un Estado que procuraba –a veces, tras superar caídas a fondo– impulsar el sistema, primero en Europa y América, y después saltaría a Asia con Japón y a Oceanía gracias al auge de este modelo en Asturias y Nueva Zelanda. En el continente africano, sometido a Europa dentro de un vasto proceso de colonización, no sucedía otra cosa. Por supuesto, tampoco ocurría gracias a políticas tan importantes como las de Witte, en la Rusia zarista.

Pero toda una serie de ideologías, nacidas desde mediados del siglo XIX y sobre todo a partir de la I Guerra Mundial, generaron, al triunfar en una serie de países, algo así como lo que parecía que iba a ser la muerte de la economía libre de mercado. Un fuerte nacionalismo económico, desde luego. Recordemos a Manoilescu. Vinculado a él, de un modo u otro, un socialismo que presentaba aspectos aparentemente atractivos. Una serie de impulsos derivados del keynesianismo que daban la impresión de que iban a completar el panorama. Pero el 29 de diciembre de 1967 Milton Friedman pronunció el discurso presidencial de la LXXX reunión de la American Economic Association, en Washington. Se titulaba, casi humildemente, El papel de la política monetaria. Por otro lado Hayek mantenía, de modo combativo, en alto el pabellón de la Escuela austriaca. A partir de ahí, todo comenzó a cambiar. El epitafio en el mundo occidental, y con ello la desaparición de una ideología socialista solvente para orientar la política económica, se colocó cuando el recién llegado a la Presidencia de la República Francesa, Mitterrand, con un programa socialista del tipo señalado, observó cómo así se derrumbaba la economía de su país por lo que tuvo, a toda velocidad, que rectificar.

Después el desbarajuste ha pasado a ser general. En Rusia reina, de nuevo, el capitalismo y éste se instala cada vez con más fuerza en China. Y de pronto, un pintoresco, y también sangriento, bastión de una de estas utopías, la Cuba castrista comienza a hacerlo. Ahora mismo, basta leer los debates y las propuestas del Congreso del Partido Comunista Cubano que se celebra en La Habana precisamente del 16 al 19 de abril de 2011. Es clave de la nueva situación, la frase de un pequeño empresario cubano, de los que impulsa Raúl Castro y van a ser avalados por este Congreso, en sus declaraciones a Benoît Leganitor, quien escribe desde La Habana para Le Point de 14 de abril de 2011, un artículo titulado Fièvre capitaliste à Cuba: "No logro grandes beneficios. Pero la búsqueda de la ganancia avanza en los cerebros. Y esta marea nadie podrá detenerla". La utopía socialista muere por doquier, después de haber parecido triunfar, y lo hace porque mata el progreso inherente a la Revolución Industrial.

Por eso en España, al perder esa marcha hacia la utopía socialista, el PSOE ha dejado de ser hijo ideológico de Pablo Iglesias, aunque mantenga sus retratos. Ha pasado a ser un simple partido radical, seguidor de lo que predicaba, por ejemplo contra la Iglesia, en el Paralelo barcelonés, Alejandro Lerroux quien acabó teniendo que entenderse, para sobrevivir políticamente, con Gil Robles y la democracia cristiana. ¡Qué cosas van a verse en este siglo XXI!

Unos ateos muy meapilas

Pablo Molina en Libertad Digital

En estos días de recogimiento y fervor, que se decía en la oprobiosa, van a multiplicarse las expresiones piadosas en algunos lugares de España, comenzando por la capital, que en el último momento se ha librado de una charlotada procesional organizada por los supuestos defensores del laicismo, infinitamente más meapilas que el católico más carpetovetónico que encontrarse pueda.

Al lado de estos ateos a la violeta, los lefebvristas son rotarios ecuménicos, porque la pretensión de organizar unos desfiles plenos de cretinismo, en paralelo a las procesiones católicas, sólo se entiende desde la admiración más profunda hacia aquello que se pretende denigrar de forma tan infantil. Son ateos, sí, pero ateos católicos a machamartillo y con la fe del carbonero respecto al dogma sagrado, que ellos veneran con esa estolidez tan enternecedora.

Los izquierdistas imitadores de ZP –que ya hay que tener baja la autoestima–, se han quedado en Madrid sin manifestación paralela al desfile pasional del Jueves Santo, pero a cambio tienen miles de procesiones a su disposición a lo largo y ancho de España para vestirse de nazareno y cargarse al lomo un trono de los más pesados, que es en el fondo lo que les gusta.

A estos ateos católicos es que les das un cirio encendido y un capuchón y se lo pasan bomba la noche entera recorriendo descalzos las calles del pueblo. Si hacen como que se enfadan ante estas expresiones de religiosidad popular es porque sus vicios públicos o sus torpezas privadas les impidieron ser aceptados en la cofradía decana de su pueblo o ciudad. La envidia, que es el deporte nacional por excelencia, explica a veces sentimientos tan aparentemente complejos como el de una pandilla de ateos intentando emular aquello cuya existencia niegan.

Por eso son incapaces de ignorar la Semana Santa y se desgañitan organizando una cosa paralela, para que todos estos fracasados puedan ser penitentes, estantes y mayordomos sin la competencia de los que realmente saben de esto y atesoran los méritos piadosos que ellos jamás van a alcanzar.

Yo los dejaba desfilar, pero descalzos y paseando a una Diosa Razón de mil trescientos doce kilos, que es lo que pesa La Última Cena de Francisco Salzillo, cuyo desfile por las calles murcianas en la mañana de Viernes Santo jamás se perdió el inolvidable Jaime Campmany. Estoy seguro de que el Maestro de la columna estaría aquí de acuerdo conmigo.

La televisión antropológica

Xavier Pericay en Letras Libres

En España hay quince canales autonómicos de titularidad pública. Trece de ellos corresponden a comunidades autónomas y los otros dos a las ciudades, también autónomas, de Ceuta y Melilla. Así pues, en lo que llevamos de democracia y de legislación televisiva solo cuatro comunidades –Cantabria, Castilla y León, La Rioja y Navarra– y sus respectivos gobiernos no han juzgado necesario disponer de canal propio. ¿Por qué? Vaya usted a saber, aunque el hecho de que esas cuatro regiones hayan sido gobernadas la mayor parte del tiempo por partidos o coaliciones de tendencia conservadora –más propensos, en principio, a la iniciativa privada– podría explicar hasta cierto punto semejante abstinencia. Y es que, junto a las emisoras de carácter público, existen también, en el mismo ámbito autonómico y desde la progresiva implantación de la televisión digital terrestre, las de capital privado. Existen y, luego, compiten; no en vano unas y otras se alimentan del mismo pastel publicitario.

Con todo, esa competencia –y la que se establece, en general, entre las televisiones públicas y las privadas– está lejos de ser leal. Las cadenas privadas no tienen más que el mencionado pastel para vivir; las autonómicas, en cambio, se nutren también de la subvención que su propio gobierno les asigna año tras año. Y no se trata de una subvención cualquiera. Según el IV Informe Económico sobre la Televisión Pública en España, elaborado por Deloitte a petición de la Unión de Televisiones Comerciales Asociadas, los canales autonómicos recibieron en 2009 814 millones de euros de los respectivos presupuestos regionales, mientras que los ingresos por publicidad fueron tan solo de 234 millones. Lo que significa, por de pronto, que esos canales perdieron –y siguen perdiendo– un montón de dinero. O, lo que es lo mismo: de los 126 euros a que asciende el coste medio por hogar de la televisión autonómica, 110 corresponden a pérdidas y subvenciones. Es verdad que ese montante no llega a los hogares en forma de recibo, como sí llegan, por ejemplo, la contribución o la tasa de residuos urbanos. Pero, para el caso, es lo mismo. Qué digo lo mismo: mucho peor. Porque no solo no tenemos conciencia de estar pagando ese dinero, como sí ocurre con los demás impuestos, sino que encima no le vemos el beneficio ni la necesidad.

Al fin y al cabo, una televisión de esas características no debería tener otro cometido, sobre el papel, que el de formar e informar. O sea, actuar como un servicio público. Y, aun así, podríamos seguir preguntándonos –y más en tiempos de crisis– si su existencia es imprescindible, dado que ya contamos con otra televisión pública, la estatal, a la que se supone idéntica función. (Otra cosa, claro, sería establecer si esa función informativa y formativa debe desempeñarla por fuerza una televisión pública; si no bastaría con que la ejercieran, por un lado, los canales privados, y, por otro, el resto de los medios de comunicación y, en particular, el periodismo digital.) En todo caso, lo que parece fuera de toda duda es que, a estas alturas, nuestras televisiones públicas –y entre ellas, muy especialmente, las autonómicas– han renunciado a cumplir la misión con la que fueron concebidas.

Hoy en día una televisión autonómica no sirve más que para proyectar, de cabo a cabo de programación, una determinada visión del mundo. Una visión estrecha, encorsetada, ceñida a los cuatro tópicos del lugar. Por supuesto, en el centro de esa visión se halla muy a menudo el gobernante de turno, perfectamente integrado en el paisaje, al igual que sus derviches. Y no importa si ese gobernante pertenece a uno u otro partido; una vez en el medio televisivo, pierde casi cualquier atisbo de personalidad, incluso ideológica, para convertirse en una figurilla más del belén. Por lo demás, en las televisiones autonómicas mandan la efusión sentimental y la exaltación del terruño, hasta el punto de que no falta nunca en ellas la tríada formada por el fútbol, la comida y las fiestas y festejos populares. En otras palabras, la cultura y la inteligencia no solo no están, sino que ni siquiera se les espera. Como es natural, cuando alguna de esas cadenas opera en un territorio regado secularmente por el nacionalismo –Cataluña, el País Vasco, Galicia– todo lo anterior se agudiza. A la pasión por lo propio se añade, de modo explícito, la aversión por lo ajeno –esto es, por lo español. Se empieza recortando los mapas del tiempo y se termina por prohibir la presencia en pantalla de cualquier invitado que no alcance a expresarse en la lengua milenaria de la región.

Bien mirado, pues, esa quincena de canales autonómicos que tanto nos cuestan –y a los que habría que añadir, no se nos vaya a olvidar, las emisoras de las diputaciones insulares y las de no pocos ayuntamientos españoles– conforman, en mayor o menor grado, una suerte de televisión antropológica. El adjetivo no es mío. Lo utilizó a comienzos de 1983 el entonces director general de RTVE, José María Calviño, para calificar la imagen que, a su juicio, debía dar de Cataluña lo que entonces se conocía como Tercer Canal y que a la postre acabaría siendo TV3. Al nacionalismo catalán aquello no le gustó. Es más, se ofendió muchísimo. El presidente Pujol, como máximo representante del país ultrajado, declaró incluso que qué se había creído Calviño, que “el Tercer Canal no ha de ser una televisión localista, pobre, folclórica, de porrón... sino que ha de ser una televisión absolutamente normal en su programación con una producción universal y exportable”. Lo sorprendente, visto el resultado, es que durante cerca de un cuarto de siglo Pujol anduviera en aquella televisión como Jordi por su casa.

La maldición de los Ewing

José María Albert de Paco en Libertad Digital

Uno de los efectos secundarios de la transición democrática española fue la implantación de los canales autonómicos. En Cataluña, la supuesta necesidad de una televisión que promocionara el catalán se fundamentó en la conjetura de que el franquismo había borrado de la faz catódica la lengua de Fabra.

Se trataba, obviamente, de una falacia. No en vano, las primeras desconexiones en catalán de TVE databan de 1964, año en que comenzó a emitirse, en dosis homeopáticas, el programa Teatro Catalán,al que se sumaron, andando el tiempo, los divulgativos Mare Nostrum y Giravolt y, ya en 1974, el informativo Miramar. Con la muerte del dictador, lo que constituía una mera cuña folclórica fue ensanchándose hasta ocupar un segmento de la programación en absoluto desdeñable. A ese periodo corresponden Doctor Caparrós, de Joan Capri; Vostè Pregunta, de Joaquim Maria Puyal; Personatges, de Montserrat Roig; Musical Express, de Àngel Casas, o Terra d'Escudella y Quitxalla, ambos destinados al público infantil. La efervescencia experimental de los setenta propició que algunos de estos programas contuvieran una dosis de audacia que, a la vista de lo que hoy se cuece en las parrillas, admite sin calzador alguno el calificativo de contracultural.

La lengua catalana, en suma, no estaba ausente de la televisión, por lo que la voluntad del nacionalismo de dotarse de una televisión autonómica no guardaba una correspondencia fáctica con la extinción del catalán; antes bien, pretendía instaurar un foco de irradiación ideológica que sellara, de una vez y para siempre, la comunión entre lengua, identidad y cultura. Por decirlo en castellano férreo: se trataba de coser el catalán a una visión del mundo. La ausencia de cualquier prurito de ambición en lo tocante a la renovación de los formatos se hizo evidente a las primeras de cambio, cuando se supo que los banderines de enganche de TV3 serían el Barça y la serie Dallas. Irónicamente, las familias más influyentes de esa incipiente roturación moral no fueron los Pujol, Maragall, Vilarasau, Millet o Serra. Quienes levantaron elpal de paller del entoldadofueron los Ewing, con J. R. y Sue Ellen a la cabeza. Después de todo, qué mejor que una familia ficticia para divulgar la restitución de una nación ficticia.

Treinta años después, TV3 no sólo sigue siendo la misma televisión antifranquista que fue en sus albores (es fama que la propagación del antifranquismo es inversamente proporcional a la caducidad de su razón de ser), sino que continúa basando su pegada en los saldos hollywoodienses, el fútbol y, en los últimos tiempos, la fórmula 1. Bajo ese parapeto de infalibilidad (y, en cierto modo, de respetabilidad) campa un discurso obscenamente antiespañol cuyo epítome, tan injusto como resultón, fue el episodio protagonizado por Pepe Rubianes, quien, en el programa El Club, y a propósito de una pregunta sobre Josep Piqué, legó a la wikipedia una ristra de pollas, putaespañas, culos y cojones colgados del campanario que suscitó la carcajada del presentador, Albert Om, y la ovación de la claque del plató. Injusto, decía, porque lo que entendemos por pedagogía del odio no debería ceñirse al exabrupto de un cómico, sino a la praxis habitual en La Teva,el alias con que la propia TV3 se motejó años ha. Valga una muestra de dicha praxis.

– Veto del castellano en las ruedas de prensa. Práctica consistente en cortar la emisión cuando el protagonista de la rueda de prensa (así sea el mismísimo presidente de la Generalitat) responde en castellano a los medios de ámbito nacional. Se da con frecuencia en las ruedas de prensa que concede el entrenador del Barça, Pep Guardiola, a quien los periodistas del resto de España suelen requerir un turno de preguntas en castellano. Por lo general, el veto lingüístico redunda en la quiebra del derecho a la información, ya que lo que se dice en una lengua no necesariamente coincide con lo que se dice en otra. (Bien lo sabe CiU). Por lo demás, la censura del castellano (y, consiguientemente, de los castellanohablantes) es una norma instituida en el libro de estilo de La Teva, que prescribe, por ejemplo, que a la hora de recabar cortes de voz se entreviste preferentemente a catalanohablantes.

– De qué hablamos cuando hablamos de nación. Dado que el libro de estilo reserva la palabra nación a Cataluña, las referencias a España suelen envolverse en el sintagma Estado español. A este respecto, el diputado autonómico del PSC Joan Ferran, progenitor de la expresión costra nacionalista, señaló la mamarrachada que suponía decir "Vuelta ciclista al Estado Español". El calado de semejante arbitrariedad lo ilustró hace unas semanas el periodista Xavier Torres, que afirmó sin inmutarse que los favoritos para ganar la Champions eran el Real Madrid y el Barça, "el representante de España y el representante de Cataluña".

Sobredimensión de cualquier suceso de corte nacionalista. Concentraciones en favor de TV3 en Valencia, pseudoconsultas sobre la independencia, actos proselecciones oficiales catalanas, apariciones estelares de Jimmy Jump... Cualquier suceso que entrañe una cierta exaltación catalanista tiene asegurado unos minutos de gloria en los informativos de La Teva. El correlato de semejante fervor es un indisimulado fomento del independentismo. Basten como ejemplos la retransmisión en directo de la manifestación del 10 de julio contra la sentencia del Tribunal Constitucional o la producción de documentales como Adéu, Espanya? o Cataluña-Espanya, que prefiguran el inexorable advenimiento de la independencia.

– Exclusión de la información taurina. Noticia no es que José Tomás congregue a 20.000 aficionados en la Monumental, sino que, en los aledaños de la plaza, haya veinte animalistas tildando de asesinos a esos mismos aficionados.

La televisión que en 1983 desveló a los catalanes quién había disparado a J. R. Ewing es hoy un monstruo de seis cabezas (TV3, TV3 Cat, Canal 33, Super 3/3XL, Esport 3 y 3/24) que devora un presupuesto de 250 millones anuales y emplea a 2.000 trabajadores, casi el doble que Tele5. La retórica normalizadora que justificó su puesta en marcha palidece ante las proporciones de un tinglado que, antes que al restablecimiento de la realidad, se debe a su deformación. Sobre todo, para blindar su propia existencia.

España y lo español, no obstante, siempre reservan al espectador una postrera vuelta de tuerca. Aun siendo un mayúsculo desvarío, TV3 no es un fenómeno excepcional, sino el artefacto mejor acabado de una trama de televisiones antropológicas (lean a Pericay) que haría las delicias de don Julio Camba. J. R., en efecto, ha terminado por hablar en todos los acentos probables de la piel de toro. Habremos, pues, de saltar al ruedo.

Cataluña es España

Pío Moa en Libertad Digital

El nacionalismo catalán (como el vasco), no es propiamente catalanista, sino antiespañol. Cataluña nunca ha sido una nación en el sentido propio de una comunidad cultural con un Estado, y no lo ha sido porque no ha querido serlo. Sólo a finales del siglo XIX apareció un nacionalismo que no podía basarse en la historia y que, por tanto, la inventó, tratando de crear mitos sugestivos basados en una mezcla de narcisismo y de victimismo. El narcisimo de ser "una raza superior" al resto de los españoles (ver el libro de Paco Caja), más "europea", más "culta" y más rica, y el victimismo de considerarse oprimidos, fuera por Castilla o por el "Estado español", como decidieron llamar a la nación española existente realmente desde Leovigildo y de la que siempre se habían sentido parte la inmensa mayoría de los catalanes.

Desde el primer momento, la táctica nacionalista, en Cataluña y en Vascongadas, consistió en provocar resentimientos y una literatura de odio y desprecio a España de la que he dado algunas muestras en Una historia chocante, pero que merecería por sí sola un buen estudio. El objetivo era doble: proclamarse los representantes genuinos de Cataluña y provocar, por reacción, un sentimiento de aversión en el resto de España, que, en círculo vicioso, empujara a muchos catalanes a identificarse con el nacionalismo. Hay que decir que en ello han tenido bastante éxito, debido a la ausencia de pensamiento político sobre el asunto en el resto de España, una carencia que, con pocas excepciones, pervive. Así, ha sido y sigue siendo muy frecuente en la prensa general referirse a los nacionalistas como "los catalanes" o aceptarlos como la auténtica encarnación de "Cataluña". La torpeza, como en relación con el PNV, ha sido increíble, y adquirió nuevas cotas en la Transición gracias a Suárez y a sectores de la UCD especialmente ineptos e ignorantes de la historia, que propiciaban esos nacionalismos con la creencia de que ellos eran propiamente la derecha en esas regiones (o que, con la misma naturalidad y en compañía del PSOE, proclamaban al orate Blas Infante "padre de la patria andaluza"). No debe olvidarse que fue sobre todo en Madrid donde los desmanes separatistas encontraron respaldo cuando Jiménez Losantos, Amando de Miguel y otros denunciaron los denunciaron.

La identificación de los nacionalistas y su demagogia con los catalanes en general está llevando a algunas personas en el resto de España a aceptar la secesión, e incluso animarla, pretendiendo que desde la Transición los males del país y los ataques a la libertad vienen inspirados por los Gobiernos autonómicos catalanes. Tal posición me parece irresponsable. Los males de Cataluña son los del conjunto del país, y no habrían llegado a tanto sin la colaboración o inhibición de los partidos "madrileños". En La Transiciónde cristal he explicado la generación de tales actitudes y no estaría de más un debate de cierta altura al respecto.