jueves, 13 de enero de 2011

Es un boicot del Gobierno de España

Cristina Losada en Libertad Digital

Aquella genial idea de Zapatero, los mil y un spots del Gobierno de España, acaba de traspasar nuestras fronteras. Gloriosamente. Y no para recomendar que saques tarjeta roja a los maltratadores, recicles la basura, te pongas el casco, reduzcas la velocidad o cualquiera de los otros mensajes destinados a "sensibilizar" a esos niños de guardería que son los ciudadanos españoles. Ahora, el Gobierno de España patrocina, a cara descubierta, con bandera, escudo y dirección ministerial, un boicot a los productos israelíes que se emite en la televisión palestina administrada por Fatah.

La historia es simple, tersa, increíble. Aunque previsible. El anuncio tiene lugar en una tienda de ultramarinos, un escenario popular. El tendero es advertido de que hay pasquines llamando a un boicot de los productos de Israel. "No puedo no traerlos. La gente los pide y en la mayoría de los casos son mejores que el producto local", replica el poco patriótico comerciante. Animado por el traidor, un niño pide una bolsa de patatas fritas israelí de una marca realmente existente. Con ella en la mano, va a salir, cuando se oye algarabía de disparos. El infante deja caer las patatas y sentencia, grave: "No quiero productos israelíes. Quiero productos palestinos". La decisión se rubrica con un texto: "No prolongues la vida de los ocupantes en nuestra tierra". Acto seguido, aparece el logo del Gobierno de España acompañado por su Ministerio de Asuntos Exteriores y su Agencia Española de Cooperación Internacional, más la firma de una ONG también española, ACSUR.

No se trata, precisamente, de publicidad subliminal. El spot es tosco en su asociación de los chips israelíes con la guerra y la represión contra los palestinos. En su mensaje final hay una incitación apenas velada. La instigación del odio hacia Israel y los judíos, con o sin llamadas al boicot, es una línea maestra de la propaganda mal denominada pro-palestina. Pero ¿cómo ha aparecido el Gobierno de España en tan infame ejercicio de antisemitismo? El embajador en Tel Aviv asegura que ha sido sin su conocimiento. Parecida respuesta ha dado el Ministerio de Exteriores a los escasos medios nacionales que se han interesado. La ONG se escapa por la tangente. Sí, pero ¿se financian con dinero público español groseras campañas contra Israel en Gaza y en Cisjordania? ¿Controla el Gobierno en qué se emplean las subvenciones que destina a la Autoridad Palestina? ¿Y las que concede a ONGs dedicadas a infligir su activismo político por el mundo adelante?

El Gobierno de España dirá circunspecto que entrega dinero a los dirigentes palestinos para el alcantarillado, el agua potable, la sanidad, las aceras. Pero cuando se financia a expertos en promover el odio, ocurre invariablemente que lo dedican a esa, para ellos, esencial actividad. No sólo es preciso investigar este concreto caso. Habrá que suspender las ayudas a las organizaciones responsables. Y establecer mecanismos de control. Máxime cuando el espíritu del anuncio guarda afinidad con los prejuicios anti-israelíes que dominan en la galaxia ideológica del Gobierno.

La tercera lección

Gabriel Albiac en ABC

Como todos los de mi edad, los que entramos en la edad de hombre con la primavera del 68, muchos años he vivido, sin saberlo, encerrado en el hermético sucedáneo de una religión: la esperanza política del revolucionario, el sueño perseverante de otro mundo menos hosco que éste de cada día. Pero «esperanza» es virtud teológica. Sólo la cercanía de la vejez me ha hecho atisbar el autoengaño. Nada salva. A nadie. En cuanto a la política, tiene razón Pascal: la política es manicomial y siempre condena: a ser malo, a ser necio, a vivir de ser malo y de ser necio. Es ahora el tiempo, desolado y lúcido de la tercera lección de Pascal en Vaumurier.

Los nuevos brigadistas

Rafael Martínez-Simancas en ABC

El cigarrillo electrónico no es cigarro, pero se le parece. Es lo mismo que le pasa a Pajín cuando quiere ser liberal; no lo es, pero ella cree que lo parece. Los cigarrillos electrónicos son tan ridículos como esas escopetas con tapón en la punta que se vendían en las ferias. Pero ya se sabe lo que pasa con las ideas tontas, basta con que alguien las ponga de moda para que luego el personal haga cola en las tiendas. También Pajín creía en las bondades de la pulsera magnética y dicen los científicos que si está de Dios que te tienes que caer, al suelo que vas. Esos cigarrillos electrónicos son chupetes para adultos. Sólo por acabar con un cacharro de esos entre los dedos es mejor no iniciarse en el «fumeque», madre de todos los vicios.

Para ayudar a que no ceje la voluntad del fumador y a que no se vuelva a hábitos funestos de su pretérito imperfecto, Sanidad anuncia que contratará nuevos inspectores que multen a tutiplén, serán una brigada de la colilla que irá por los bares oliéndole el aliento a la muchedumbre. Eche usted el resuello al señor inspector en la cara y tenga cuidado no le asome una hebra de tabaco en el jardín de los bronquios. A partir de ahora el que tosa tendrá que justificar que ha sido con el hueso de una aceituna o se verá ante una severa inspección sanitaria. El problema puede generarse cuándo deje de haber bares que permitan saltarse la normativa. A partir de ese momento tendremos a una brigadilla formada, instruida, pero aburrida como una ostra. Bien podrían reconvertirse en charladores de café, comadres del vermouth, unos tipos que entran en el bar y dan conversación a los clientes.

Esa brigadilla podría servir igual para narrar los últimos éxitos del Gobierno que para contar por dónde se pasa Zapatero la negociación con los sindicatos. Pero tendrían un gran éxito social si contaran lo de Shakira y Piqué. Cuidemos del interés general a la vez que corregimos los malos hábitos.

El facha expiatorio

Alfonso Rojo en ABC

No niegan que Jared sea un tarado más allá de cualquier categoría ideológica. Tampoco que hace tres años, cuando el Tea Party ni sonaba, topara ya con la policía por asuntos de drogas o que en su diario reflejase su paranoico deseo de provocar el caos citando a Nietzsche. Todo eso da igual. Los mismos que corren a subrayar que un tipo que dinamita un avión repleto de inocentes, gritando «Ala akbar!», convencido de que se va a gozar de 70 huríes en el paraíso de Mahoma y tras meses de inmersión total en la mezquita del barrio, no tiene nada que ver con el islam, sentencian ahora que la violencia verbal de los republicanos, sus feroces maniobras electorales para derrotar a candidatos demócratas, la matanza de Arizona y el balazo en el cerebro de Gabrielle Giffords son eslabones de la misma cadena.

Matanza y libelos

Charles Krauthammer en Libertad Digital

El origen de las alucinaciones del asesino de Arizona está claro: desorden mental. ¿Cuál es el origen de las de Krugman?

¿Las armas matan o disuaden?

Albert Esplugas Boter en Libertad Digital

La disyuntiva no es entre una sociedad en la que todos, criminales y gente de bien, están armados, y una sociedad en la que todos están desarmados. Cuando es ilícito portar armas sólo los criminales las llevan, pues el delincuente que en general no acata la ley no va ahora a acatar específicamente esta ley, mientras que el ciudadano común que sí la respeta va a permanecer desarmado. De modo que la verdadera disyuntiva es entre una sociedad donde criminales y ciudadanos de bien van armados, y una sociedad donde solo van armados los criminales.

Cartas desde mi celda

Luis del Pino en su blog de Libertad Digital

Querida Elena,

Acabo de salir de la cárcel, después de cumplir los sesenta días de reclusión. No sé qué te habrá contado Marina, pero lo que pasó es que, cuando estábamos los chicos y yo en la discoteca de Moratalaz, se me ocurrió liarme un cigarrillo. Y entonces un capullo que estaba esnifando unas rayas levantó la cabeza un momento y me vio dando una calada, así que me denunció al camarero. Unos puertas me acompañaron hasta la mismísima salida - mientras todos los clientes de la discoteca me insultaban - y allí se quedaron escoltándome para que no me lincharan, hasta que vino la pasma.

La estancia en la cárcel no ha estado tan mal. He conocido a algunos otros chavales majos. En mi módulo había cinco fumadores más y algunos condenados por otros delitos. A uno de los chavales que estaba allí le trincaron por comerse un bollo industrial a la puerta de una clínica de abortos; al parecer no se dio cuenta de que las clientas eran principalmente menores.

La desvergüenza habitacional

César Vidal en La Razón

Durante décadas, los ayuntamientos han torpedeado la liberalización del suelo, lo que ha tenido como consecuencia directa que el precio de éste subiera descontrolado, que no pocos políticos se hayan llenado bolsillos y maletines y que la vivienda, bien de primera necesidad, se haya convertido en inasequible para millones de españoles. Únicamente hubo un intento en la dirección de corregir semejante abuso y tuvo lugar en la época de Aznar, pero en esa ocasión, la nefasta alianza del PSOE y del nacionalismo catalán permitió que el Tribunal Constitucional decidiera que el Gobierno nacional no podía liberalizar el suelo y lograr la rebaja del precio de la vivienda, porque el suelo tenía que estar en manos de los gobiernos autonómicos y, en especial, de esa Cataluña que ya acumula el 38% de la deuda de las comunidades autónomas. Tras aquella sentencia, ni siquiera el PP se atrevió a impulsar por segunda vez la indispensable batalla de la liberalización del suelo y los resultados son obvios. Para beneficio de la casta política, los españoles pagan por el chamizo mayor o menor donde tienen que dar por sus huesos cada noche una cantidad que supera con mucho lo razonable y que, pasados aquellos tiempos en que se entregaba una módica entrega y se firmaban letras, les obliga a entregar a cualquier entidad crediticia el doble del ya astronómico precio de cada inmueble. No está mal, no, porque, como tantos otros abusos de la casta política –desmadre autonómico, privilegios de legisladores, liberados sindicales, subvenciones diversas…– este comportamiento ha contribuido y contribuye no poco al desastre económico e institucional en que nos hallamos metidos (nunca mejor dicho) hasta las cejas. Desvergüenza habitacional creo que lo llaman.