jueves, 17 de marzo de 2011

¡Silencio, cotorras!

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

NO es el canto de las Sirenas, nos dice Kafka, sino su silencio lo que lleva la verdadera carga de iluminación y amenaza. Por ese lado, el croar ensordecedor de las ranas en la charca mediática es garantía de que en Japón, al final, no pasará nada del otro mundo, contra el deseo de esa patulea de «enteraos» que hablan de energía nuclear desde la suficiencia de un Oppenheimer.

—Soy la muerte, que destruye a los mundos… —dice Oppenheimer—: el esplendor del máximo poder…

Pero eso, «Yo, la muerte», también lo decía Felipe II, y ya ven en lo que ha dejado el negocio Zapatero. A mí, más que su orgía de muerte, me impresionaba de Oppenheimer su capacidad para, en el curso de un viaje de San Francisco a Nueva York en tren, leer los siete volúmenes de la historia de la declinación y caída del imperio romano, de Gibbon (Gibson, me hacía decir, por su cuenta, una correctora progre de «Cambio 16»).

Este ruido de la controversia nuclear alrededor de la central del Japón es remedo idiota de la controversia ingenieril alrededor de la «Sirena varada» de Chillida en el madrileño puente de Juan Bravo, cuando los ingenieros de derechas decían que no se sostendría, y los de izquierdas, que sí, hasta que un tío de centro, el alcalde Álvarez, la colgó, sin más consecuencias lamentables que las estéticas.

Enhorabuena, pues, a National Geographic, cuyos sabuesos han aprovechado la grande polvareda para localizar la Atlántida allí donde Posidiano oyó el chirrido del sol incandescente al meterse en el agua.

Platón, Verdaguer, y por supuesto, Manuel de Falla, que, buscando a Dios, compuso «La Atlántida».

Falla fue un zahorí del silencio: por eso huyó de París y se refugió en Granada, con escapada, allá por el 34, de quince días a Cádiz, «a oír el mar», pues del mar venían las voces de su «Atlántida», que un empresario catalán quería estrenar en el monasterio de Poblet con el «Orfeó Catalá»…

—Entonces, al oírse la voz de Dios, todo el Orfeó se pone de rodillas…

—Pero, hombre, don Manuel…

—¿Cómo no se van a poner de rodillas si se oye la voz de Dios?

Un día Falla dijo de ir a Sancti Petri, donde estuvo el templo de Hércules. El relato es de Pemán, su gran amigo: la isla no tiene muelle, y al llegar a ella se tocan las palmas y sale entonces del faro un marinero que, metiéndose en el agua hasta las rodillas, transporta a los viajeros a hombros como un San Cristobalón.

Pequeño, asustadizo, Falla mira como un niño al San Cristobalón y le pregunta:

—¿Podrá usted conmigo?

—Con Wagner podría… no sé si podré con usted.

Nunca, dice Pemán, olvidó Falla esta respuesta, que le recordaba siempre que se encontraban.

Notas sobre una psicosis

Ignacio Camacho en ABC

El accidente de Fukushima no ha provocado todavía ninguna muerte; el terremoto y el tsunami han ocasionado diez mil desaparecidos. Nuestro alarmismo retrata una desenfocada parcialidad egoísta, una preterición moral, una obscena falta de respeto a esas víctimas que parecen no importar a nadie.

(...)

La demencial agitación apocalíptica casi obliga a aclarar que ha sido el tsunami el causante de la avería, y no al revés.

Si hubiera pasado en España...

César Vidal en La Razón

El terremoto, con el tsunami subsiguiente, que ha azotado Japón es susceptible de provocar las más diversas reflexiones. Voy a pasar por alto los temas trascendentales porque me da dentera esa gente que pregunta airada dónde está Dios en las calamidades después de que hace siglos que lo han echado a patadas de su vida. No. Ese tema no lo voy a abordar hoy. Más bien he dejado mi mente discurrir sobre la manera en que se hubiera enfrentado España con una catástrofe de esa magnitud. Si hubiera estado el PP en el poder, sindicatos, partidos de izquierdas, nacionalistas y terminales mediáticas se habrían embarcado en un «Nunca mais» a cara de perro culpando del terremoto y posterior tsunami a la derecha. Resultaría obvio, según los intrépidos manifestantes, que la responsabilidad total de las muertes –«¡Asesinos, asesinos!», gritarían por las calles a la gente del PP– descansa en esa derecha desalmada que permite, por ejemplo, que más de un cuarto de millón de liberados sindicales vivan de nuestros impuestos o que los titiricejas se mantengan no por su talento artístico sino de las subvenciones. Por supuesto, los ecolojetas cercarían las centrales nucleares para convencer a los ciudadanos de que son un peligro terrorífico que, por supuesto, no existe cuando compramos a precio de oro esa misma energía nuclear a Francia que tiene situadas sus centrales justo al otro lado de los Pirineos. Los nacionalistas catalanes y vascos señalarían que en situaciones así se descubre por qué la opción independentista es obligada y, acto seguido, exigirían –y conseguirían– que la parte del león de las ayudas públicas cayera en sus manos aunque fuera Granada la provincia más dañada. Si el desastre se produjera con un gobierno del PSOE nos ahorraríamos el «Nunca mais», pero la adjudicación de responsabilidades sería la misma y quedaría claramente establecido –a ser posible por algún hispanista anglosajón trincón y amante de las bebidas de elevado octanaje– que Franco ya abrió el camino al caos cuando no adoptó medidas contra posibles tsunamis, que Aznar comparte esa innegable culpa por haberse comportado igual durante sus ocho años de mandato y que no resulta pertinente recordar que el PSOE ha gobernado el doble de años que el PP. Además habríamos contemplado el espectáculo vergonzoso y vergonzante de esos periodistas que pululan por todas las tertulias y que no han leído un solo libro en más de treinta años relatando con dogmatismo pontificio la manera en que se hubiera podido parar la ola en el aire y cómo el gobierno –especialmente el del PP– no lo ha hecho. En todos y cada uno de los casos, habríamos asistido al desplome de centenares –quizá millares– de edificios; al asalto a los supermercados y comercios; al saqueo de los domicilios abandonados y a una incompetencia más que generalizada apenas paliada por ejemplos heroicos derivados del arrojo de miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, de bomberos, de militares y de ciudadanos de a pie. Con todo, esos ejemplos de abnegación no habrían evitado que sintiéramos hondo pesar por la falta de disciplina, orden y concierto manifestado por la población. Los terremotos y los tsunamis son un desastre extraordinario se mire como se mire, pero no es lo mismo que tengan como escenario Haití que el Japón. O, sin ir más lejos, nuestra querida España.

Apocalipsis político

Cristina Losada en Libertad Digital

La catástrofe en Japón ha hecho emerger la catástrofe política europea. Ciertas instituciones, determinados gobiernos y no pocos ministros descuellan en el concurso por atizar más y mejor el pánico de un público susceptible, rivalizando incluso con la entregada prensa. El alemán Günther Oettinger, comisario europeo de Energía, consideró adecuado anexar el término "apocalíptico" al accidente nuclear en Japón, al tiempo que lo declaraba "fuera de control" e instaba a revisar la buena opinión reinante sobre la competencia técnica de los japoneses. El hombre consiguió copar los titulares, pues sirvió tanto a la holgazanería como al alarmismo, y le debe haber cogido el gusto: vuelve a vaticinar catástrofes e insiste en que los nipones no tienen la menor idea de cómo resolver la crisis. A estas horas, sin embargo, no se tiene la menor idea de la información privilegiada de que Oettinger dispone para emitir esos juicios.

Sí sabemos, en cambio, que Herr Oettinger figura como comisario, no por su expertise en materia energética, sino por haber presidido el declive electoral de su partido, la CDU, en un Land del suroeste. Merkel se quitó de en medio al inútil por el procedimiento de endosarlo a la Comisión. Si el cesto europeo se trenza con esos mimbres de desecho, qué grandes días le esperan a la UE. Como estos mismos. Del lado francés, el otro gigante, también se esmeran en sembrar dudas sobre la capacidad japonesa y profetizan un desastre con "un impacto superior a Chernóbil". Para agregar alarma, y que no falte, se insinúa que las autoridades japonesas ocultan la realidad dado que en su información se detectan "incoherencias". ¡Incoherencias! Con parte del país devastado, miles de desaparecidos, cientos de miles de refugiados, escasez de energía y alimentos, cómo no va a haber incoherencias. Tan alto grado de exigencia en las condiciones en que está Japón, y cuando la población amenazada por la radioactividad es la japonesa, no la europea, revela una arrogante insensibilidad y un vacío de valores pavoroso.

Tales reacciones no sólo incrementan la desconfianza en la energía nuclear, que sería lo de menos, sino la desconfianza a secas. Pues, ¿a quién creer? ¿Al partido de Merkel, con intereses electorales que aconsejan una súbita ruptura con el átomo? ¿A Alemania y a Francia, que participan en dos empresas eléctricas competidoras de la japonesa que gestiona la central de Fukushima? Pánico da pensar que esas serían las pautas de conducta de la UE y los gobiernos si hubiera, alguna vez, un accidente nuclear aquí, en suelo europeo.

Algunas verdades sobre la energía nuclear

Emilio J. González en Libertad Digital

A raíz de los acontecimientos que se están produciendo en la central nuclear de Fukushima, y en medio de la demagogia habitual de políticos y medios de comunicación, hay quien quiere reabrir el debate sobre el átomo, por supuesto para acabar con este tipo de energía por razones cuando menos dudosas. Desde luego, ni yo voy a negar que lo que está sucediendo con la central japonesa es un asunto grave, ni mucho menos que es posible que las cosas todavía puedan ponerse aún peor. Pero también creo que un debate tan importante como el de la energía nuclear debe abordarse de forma fría, desapasionada y racional. Por ello creo conveniente poner algunas cosas negro sobre blanco al respecto.

De entrada, esto no es Chernobil, por mucho que algunos se empeñen en extraer paralelismos de donde no los hay, por dos sencillas razones. Primero, porque la central nuclear ucraniana estalló a causa de que los militares soviéticos se dedicaron a producir plutonio en ella con fines militares, mientras, por otra parte, desde Moscú se financiaba a los grupos pacifistas y ecologistas europeos con el fin de detener el progreso tecnológico en la que, por entonces, era la mitad libre y democrática del Viejo Continente. Segundo, porque la central de Fukushima ha demostrado una capacidad de resistencia asombrosa frente a un terremoto cuya intensidad se sitúa en el segundo nivel de los diez de que costa la escala Ritcher.

El problema ha sido que el tsunami que siguió a continuación dejó inoperativo el sistema de refrigeración, pero no afectó al sarcófago donde se encuentra el núcleo de la central. Evidentemente, ha sido un fallo, pero es un fallo que se puede corregir para incrementar aún más la seguridad de las centrales nucleares. No hay que olvidar que el progreso humano, nos guste o no, se ha construido y se construye mediante la detección de esos errores. Si hoy volar en avión es seguro es porque antes hubo accidentes que nos enseñaron cosas como que había que instalar radares de tierra en los aeropuertos, etc., y por ello nadie ha puesto en cuestión la aviación comercial.

Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas desde un primer momento y que todo estuviera previsto, pero, por desgracia, la vida es así y avanzamos, corregimos errores y perfeccionamos las cosas cuando se producen fallos que nadie había previsto. Quien no acepte esto, está rechazando ese progreso que está permitiendo que miles de millones de personas en este plantea vivan cada vez más y mejor. Y si el problema es el número de personas que pueden fallecer si, esperemos que no ocurra, sucede lo peor en la central de Fukushima, por la misma razón tendrían que prohibirse los coches, ya que las carreteras se cobran miles de víctimas cada año. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurre proponer semejante cosa, ni los españoles, sabiendo cuáles son los peligros de la conducción, optan por dejar su coche en casa y viajar en transporte público. ¿Por qué, entonces, la energía nuclear va a ser diferente cuando, además, es mucho más vital para la sociedad que el automóvil?

Segunda cuestión: Europa necesita la energía nuclear para poder vivir. Esta lección la aprendieron los europeos hace ya bastante tiempo, concretamente en 1956, cuando Egipto decidió cerrar el canal de Suez, creando serios problemas de abastecimiento de petróleo al Viejo Continente. Los europeos reaccionaron de inmediato y, después de la fallida intervención militar conjunta de Francia y el Reino Unido para recuperar el control del canal, decidieron crear la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), con el fin de promover conjuntamente el átomo para usos pacíficos. Por razones estratégicas, Europa no tiene más alternativa energética que el átomo. Es cierto que tenemos carbón, pero este combustible fósil es altamente contaminante y provoca igualmente muertes por enfermedades entre quienes respiran la contaminación que emite su combustión para producir electricidad. Pero estas muertes son silenciosas y no se producen de una sola vez, sino de forma paulatina, con lo que no da lugar a los grandes titulares que desencadena un accidente nuclear. Además, la electricidad proporciona unas condiciones de vida, en todos los sentidos, que nos permiten vivir más y mejor. Esto también hay que incorporarlo al debate porque, hoy por hoy, las renovables no tienen la menor capacidad para sustituir ni al átomo, ni al carbón, ni al gas, ni al fuel a la hora de producir energía eléctrica.

Por último está la cuestión económica. Las estrategias modernas en materia de energía se basan en tres pilares: garantía de abastecimiento, precios que no estrangulen el crecimiento económico y respeto al medio ambiente. Hoy por hoy, con una demanda de petróleo cuya tendencia a medio y largo plazo es a seguir creciendo, no cabe esperar más que el progresivo encarecimiento del crudo y, con él, del gas natural. Frente a ello está la energía nuclear, la única fuente de energía que cumple con esos tres criterios, a pesar de que, como es obvio, existe el riesgo, muy pequeño pero real, de que pueda producirse un accidente. Si queremos conservar nuestra calidad de vida, no tenemos más remedio que seguir apostando por ella.

O catalán o puerta

José García Domínguez en Libertad Digital

Acaso para estar a la altura del creciente sentir racista que dicen identificar todos los sondeos de opinión en la plaza, Artur Mas se ha apresurado a soltar los perros gramáticos contra los inmigrantes. Así, el honorable en prácticas acaba de anunciar que los recién llegados deberán acreditar conocimientos de la lengua vernácula como "un requisito muy determinante" a fin de poder avalar su "esfuerzo de integración" en la sociedad catalana. Léase certificados de arraigo, expedientes de reagrupación familiar y permisos de residencia. Un asunto, ése de los acentos abiertos convertidos en alambrada ortográfica y aduana fonética cara a seleccionar a la mano de obra, en el que, por cierto, cuenta con la connivencia activa del Partido Popular.

Y es que los de Rajoy, ya felizmente alojados en la charca identitaria, igual pretenden de los foráneos que demuestren el dominio del catalán que repudian, por inconstitucional, en el caso de los nacionales. "Contrato de integración", se llama el sucedáneo criptopujolista acuñado en Génova. Que por tal responde la vía a través de la que la derecha dizque española va camino de absorber los fundamentos doctrinales del catalanismo, aprestándose de paso a cohabitar en idéntico redil moral. Al respecto, en cualquier otro sitio resultaría ocioso recordar que la única obligación exigible a los habitantes de un Estado de Derecho es el cumplimientos de las leyes. Punto.

Para un espíritu liberal, ahí, en el recto acatamiento a las normas emanadas de los poderes legítimos, empiezan y acaban los límites a que la gente haga con su vida –y con su lengua– cuanto le venga en gana. Quien se quiera hijo de la Ilustración –y no del coronel Macià y el capità Collons–, lo entiende a la primera. Como a la primera entiende que, una vez satisfecho ese elemental deber para con el Leviatán, habrá de ser estricta cuestión privada el perorar en chino mandarín, bable normativo o catalán estándar. Y en cuanto a la muy tediosa cantinela de la integración, ¿qué tendrán previsto hacer CiU y PP con los aborígenes que llevan –llevamos– toda una vida haciendo esfuerzos por segregarse? ¿Qué será de nosotros? ¿Nos deportarán al otro lado del Ebro o acabaremos internados en campos de reeducación en integracionismo? A saber.

In memóriam Santos

Pilar Rahola en La Vanguardia

Hoy hace diez años. Como cada 17 de marzo, sus familiares y sus compañeros se trasladarán hasta Roses, harán una misa y dejarán flores en el monolito que recuerda la tragedia. Y un año más reclamarán a las autoridades que los policías que participaron en aquel suceso reciban la medalla al mérito policial, honor que, hasta ahora, no les ha sido concedido. Los hechos llevan el sello de la brutalidad de ETA y empezaron a las 22.35, cuando ETA avisó al diario Gara de que estallaría un coche bomba en el hotel Montecarlo de Roses. Tres minutos después, se recibió la llamada en la central de los Mossos en Roses y 20 minutos más tarde estalló el artefacto de 50 kilos de dinamita y metralla, que hirió a muchos de los policías y mató a Santos Santamaría, un mosso de 32 años que luchaba contra el tiempo para evacuar a toda la gente del lugar, desde el propio hotel hasta bares y restaurantes. La explosión fue tan brutal que la metralla recorrió 250 metros y superó dos edificios de 25 metros de altura. A pesar de la explosión, con Santos gravemente herido y otros policías heridos de diversa consideración, los agentes continuaron ampliando los perímetros de seguridad y desalojando al resto de las personas. Y ello con la amenaza latente de que hubiera una segunda bomba. En menos de veinte minutos, pues, estos policías, tanto los mossos como los agentes de la policía local de Roses, consiguieron desalojar a 500 personas, muchas de ellas turistas de edad avanzada y con enormes dificultades de comprensión lingüística, y pusieron en riesgo sus vidas, perdieron a un compañero y evitaron una masacre. Y nunca se les ha reconocido su valentía y profesionalidad.

Sólo una triste felicitación colectiva en el Dia de les Esquadres, el mismo día en que otros, a menudo jefes de administración de las comisarías (encargados, pues, de acciones meramente logísticas) reciben medallas al mérito policial. Ni el convergente Xavier Pomés, ni la socialista Montserrat Tura, ni el iniciativo Joan Saura consideraron necesario, año tras año, reconocer el trabajo ejemplar y el enorme riesgo que padecieron estos policías, ni al compañero que perdieron, ni la tragedia mayor que evitaron. Si la medalla al mérito policial no se da a los agentes en una situación como esta, ¿cuándo se da y a santo de qué? ¿Cómopueden explicarlo los distintos políticos que han gobernado Interior? Y si estos agentes no merecen la medalla al mérito, ¿pueden explicar los motivos por los que la tienen algunas otras personas? Hoy hace diez años que murió un joven policía porque hacía su trabajo asumiendo el riesgo y salvando vidas. Diez años de recuerdo de sus compañeros y… diez de olvido de la administración. Quizás ya sería hora de que un conseller reparara ese desprecio y otorgara la merecida medalla. Llega tarde, cierto, pero nunca es tarde para hacer lo correcto