domingo, 13 de marzo de 2011

Para reabrir el caso 11-M en Debates en Libertad, 13/03/11 (LDTV)

Terrores del milenio

Antonio Burgos en ABC

Y por si nos faltara algo, por si no fuera nada la crisis económica, para mí peor que la Gran Depresión de 1929, este obligatorio máster en tsunamis. Todo lo que no aprendimos cuando el tsunami de Indonesia en 2004 lo estamos sabiendo ahora con el Japón. Pregúntenme lo que quieran sobre olas gigantes que parecen anunciar el fin del mundo. El hombre que se cree la medida de todas las cosas no puede nada contra los elementos desatados de la Naturaleza. Sólo puede hacer una cosa, pero está mal vista: rezar. Eso es políticamente incorrecto, salvo que se rece a Buda o a Alá. Como las lagartonas que se desnudaron de cintura para arriba, como si fueran a hacerse una radiografía de tórax las muy pendonas, en la Capilla Universitaria de Somosaguas y se pusieron a insultar a Dios, a su Iglesia, al Papa, a los curas y a nosotros los creyentes. ¿Por qué no tienen huevos para hacer eso mismo en la Mezquita de la M-30, o frente a la embajada iraní? Sí, hombre, sí: para que las mujeres de esos países musulmanes tengan los mismos derechos que aquí las despechugadas y se puedan quitar el burka como ellas el sujetador. ¿Usted ha oído a Bibiana Aído o a Leire Pajín defender a la mujer musulmana? Así que a las suripantas de la Autónoma les pediría que vayan a enseñar las domingas a la plaza mayor de Teherán, para pedir por la igualdad de las mujeres con los hombres, para que les dejen estudiar, para que les dejen casarse a la edad que ellas decidan y con quien quieran. Las mandaría a Kabul, para que protesten porque a las mujeres no las atienden los médicos. Y a Etiopía o Sudán para que evitaran la ablación del clítoris.

Cuando en el 2000 inauguramos este Tercer Milenio, no hubo, como en el anterior del medieval año 1000, terror colectivo. Nadie creyó, como entonces, que el mundo se iba a acabar. Pero yo me quedaría con aquel medieval Terror del Milenio del año 1000, que era infundado, en comparación con lo que el mundo lleva sufrido desde el 2000. Anda que no viene bien despachada de desastres ni de terrores del milenio por entregas esta centuria que tiene nombre de club de Paloma Segrelles: Siglo XXI... Nos creíamos que el Efecto 2000 iba a inutilizar todos los ordenadores y suspiramos cuando tal no ocurrió. Pero no sabíamos que los verdaderos terrores estaban por llegar. Que si el atentado contra las Torres Gemelas del 11-S; que si el tsunami de Indonesia; que si el terremoto de Haití; que si la guerra de Irak; que si la de Afganistán; ahora lo del Japón y la costa del Pacífico... Por no hablar de la masacre de Atocha y de las explosiones del 11-M, que para mayor horror nos trajeron directamente, con relación de causa y efecto, el terrorífico Gobierno de ZP que padecemos. Y al fondo de todo, la crisis económica, y los Malaquías de la economía profetizando que España es líder del Índice de Miseria de la Unión Europea. Y por si fuera poco, la rebelión generalizada de los países árabes, entre el encarecimiento de los precios del petróleo y el miedo reverencial a la morería, la maurofilia de los progres que nos hace hocicar ante la chilaba y la babucha.

Ante todos estos terrores, no cabe ni rezar a Dios, porque te dicen que eres un facha. El santo temor de Dios ha sido sustituido por el laico pánico a lo políticamente incorrecto. En los actuales terrores del milenio no tiemblo ante la profecía de Malaquías, sino ante el análisis de Juan Roig, el dueño del Mercadona, que me cae más cerca y que acaba de decir: «2011 tiene una cosa buena, y es que será mejor que 2012».

Gentecilla para votar

José Jiménez Lozano en La Razón

Volviendo a aquel asunto de bufones y hombrecillos y mujercillas de Corte, diremos que al bufón de Corte se le permitía decir lo que a nadie se permitía, pero también que no había inconveniente en decir un par de verdades a quien como en la escena que nos cuenta don Francesillo de Zúñiga, bufón del emperador Carlos I, sobre el paso de éste por Calatayud, donde un labrantín de entre la muchedumbre, como vio que aquél iba con la boca abierta, porque los Austrias padecían prognatismo y no podían ajustar fácilmente sus mandíbulas, le dijo al pasar: «Cerrad la boca, Majestad. Moscas de esta tierra son traviesas»; y que Carlos contestó: «Del necio el consejo», pero, al enterarse luego que era muy pobre, ordenó que se le diera un socorro y alivio.Y no pasó más.

Y por supuesto que don Francesillo cuenta todo esto como cosa graciosa, aunque no lo veamos nosotros de este modo, sino que lo que más nos importa es lo que la historia significa en cuanto a señorío de sí mismo y conciencia de su poder por parte del Emperador; lo que suscita algunas melancólicas reflexiones, cuando se piensa en esta administración de un poder autocrático, en comparación con la administración de otros poderes delegados y de autoridades postizas de ahora mismo, de cuyas providencias el labrantín no hubiera salido seguramente tan bien librado.

Y, como poco, hubiera tenido que cargar con pesada y amarga contestación, llena de sapos y culebras, que inimaginables en otras épocas de mayor civilidad, están ahora a diario en la boca de los hombres públicos, y se aceptan en el lenguaje público y político de hoy, como algo normal, y se supone, por lo tanto, que son también algo perfectamente correcto según los vigentes parámetros de la alta vulgaridad. Y a nosotros, que somos como su gentecilla para votar, se nos ofrecen así magníficos ejemplos de corrección política y delicado nivel cultural, y desde luego, invitan a abrir la boca ante los nuevos mundos y las maravillas que nos prometen estos nuestros señores, que tanto ruido de moscas hacen.

Ciudadanía o proletariado

Ángela Vallvey en La Razón

Para la teoría marxista, el proletariado constituye una clase social (decimonónica, propia de la época de don Carlos Marx) que no poseía la propiedad de los medios de producción, o sea: los recursos y los medios que posibilitan la realización de un trabajo habitualmente encaminado a la fabricación de un artículo. El proletariado era una clase urbana que, habitualmente, trabajaba en las fábricas.

Era la clase social favorita de Marx. La distinguía claramente del «lumpemproletariado» que no estaba organizado y paseaba sus andrajos viviendo al margen de la ley y cayendo con frecuencia en la delincuencia y la prostitución. Ya se sabe: gente de mal vivir y «equívoca procedencia, licenciados de presidio, vagabundos, timadores, alcahuetes, escritorzuelos, dueños de burdeles, saltimbanquis…», y encima sin conciencia de clase. El proletariado fue un producto típico de la Revolución Industrial (que comenzó en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII), cuando los avances mecánicos revolucionaron las manufacturas y la industria y se inició la mayor transformación tecnológica, económica y cultural del mundo. Un proceso en el que aún seguimos inmersos, pese a que la Revolución Industrial hace tiempo que dio paso a una serie sucesiva de Revoluciones Tecnológicas, que empezaron a ser verdaderamente vertiginosas a finales del siglo XX. Ha llovido mucho desde la máquina de vapor hasta Internet.

El proletariado marxista sólo contaba con su fuerza de trabajo, que vendía a los propietarios de los medios de producción (la antagónica burguesía, cuyos intereses eran hostiles a los de los trabajadores). Marx creía que el proletariado vivía enajenado, y que era urgente liberarlo de su opresión. No me cabe duda de que, en aquel tiempo, llevaba razón: los obreros fabriles eran esclavos de la producción industrial, y elementos imprescindibles de la creación de riqueza. En sus obras de juventud, decía Marx: «El comunismo es la vuelta del hombre a sí mismo en cuanto hombre social, es decir, el hombre por fin humano… El comunismo coincide con el humanismo». Lamentablemente no vivió lo suficiente para ser testigo de la Revolución Rusa o de la creación de la URSS.

Mañana, 14 de marzo, se cumplirá el 128 aniversario de la muerte de Marx; y han pasado casi 145 años desde la publicación de «El capital». Los obreros fabriles que quedan en Europa son pocos y bastante afortunados si sus empresas no se han «deslocalizado» todavía llevándose la producción a China, África o la India, donde abunda la mano de obra esclava. El siglo XX en Occidente convirtió a los obreros industriales en «clase media». El lenguaje político socialista contemporáneo transformó a la clase media contribuyente en «ciudadanía», haciendo así hincapié en nuestro aspecto de «comunidad», de masa. Herederos de una antigua clase esclava que no han logrado ser «individuos libres». (El individualismo es burgués, totalmente reaccionario.

El individualismo es el equivalente a los «medios de producción» de antiguamente). Hoy «Ciudadanía» es un eufemismo, el sinónimo posmoderno de «proletariado». Cosa lógica pues, al ritmo que nos despluman, pronto nos dejarán a todos más pelados que David Copperfield en el Londres de 1830.

Foto con negritos

Pilar Rahola en La Vanguardia

Vaya por delante el respeto que siento por todos aquellos que, movidos por la buena voluntad, dedican dinero y esfuerzo personal a intentar mejorar la vida en los rincones más olvidados del planeta. Pero también he pensado siempre que se trata de iniciativas que tienen más rédito moral en origen que efectividad real en destino. Es decir, que forman parte de la necesidad de algunos humanos de sentirse útiles, buenos y justos en un mundo inequívocamente injusto. Pero más allá de las motivaciones de cada cual –y sin tener en cuenta los intereses espurios de algunos–, sus esfuerzos se vuelcan en pozos sin fondo que no consiguen alterar la gravedad de la situación. Quizás porque cambiar el paradigma de la extrema pobreza no es cosa de bienintencionados que riegan el desierto, sino de proyectos estructurales capaces de hacer emerger el oasis. Todo ello, mejor dicho, viene a contar el antropólogo Gustau Nerín en un magnífico libro cuyo título provocador, Blanc bo busca negre pobre, es una declaración de intenciones. Para muestra, este botón: “África es un inmenso cementerio lleno de proyectos abandonados: hospitales que no se han inaugurado, letrinas nunca utilizadas, granjas de pollo que han durado lo que duran las subvenciones, guarderías polvorientas que nunca han visto un niño, ordenadores viejos parados por falta de electricidad…”. Para añadir: “La historia de la cooperación con el desarrollo en África es la historia de un fracaso. Nunca tanta gente, con tan buenas intenciones, había dedicado tantas energías a una causa inútil”. El resto del libro es un profundo ensayo que recorre las entrañas del buenismo occidental y las dinamita con tantas cargas de profundidad que obliga a una severa reflexión. Y, tal como reclama Nerín –y la mayoría de los grandes conocedores de África–, obligarían también a cambiar radicalmente de estrategia. De hecho, el propio Gustau me afirmaba que hace más por África la dictadura china, que no se mueve por mala conciencia, sino por intereses geoeconómicos, pero que deja estructuras industriales duraderas, que el mítico 0,7% del ideal europeo, cuyo “papanatismo” esconde, por otro lado, actividades económicas vampíricas que dejan a África seca de recursos. En realidad, se trata de una gran hipocresía. El libro es especialmente crítico con la ayuda “pública” en forma de caravanas de cooperación, u oenegés ad hoc, etcétera, más pensadas para la propaganda política y para alimentar el discurso populista de la solidaridad –cuando no para montarse aventuras exóticas– que como acción útil. En cierto sentido, una especie de reinvención progre del Domund de siempre, pero con carga ideológica. Lo cual redunda más en la idea de Nerín de que las fotos de los buenos blancos con los pobres negritos dan réditos en el mercado occidental, pero no sirven para nada. Eso sí, quedan bien en los currículum de algunos.

Peor que hace treinta años... y un día

Editorial de Libertad Digital

Para cualquiera que examine aunque sea someramente la realidad actual de Cataluña, resulta más que evidente que las denuncias contenidas en el Manifiesto de los 2.300 y sus lúgubres vaticinios no sólo tienen vigencia treinta años después, sino que, como afirma uno de sus firmantes más destacados, los redactores del documento se quedaron bastante cortos.

La valentía cívica de los firmantes del original, algunos de ellos a un alto precio, hizo posible que la sociedad española entera conociera los avatares de la comunidad lingüística castellanohablante en Cataluña, cuyos miembros eran despreciados por una incipiente casta nacionalista que, treinta años después, no se ha civilizado en lo que atañe al respeto del derecho individual del uso de la lengua materna en materia educativa, sino que ha culminado el proyecto del pujolismo consistente en erradicar la lengua española de la esfera pública a toda costa.

Pero la situación actual es mucho peor que cuando el Manifiesto de los 2.300 vio la luz, porque ese mismo problema que denunciaban sus firmantes, circunscrito a Cataluña, ha adquirido carta de naturaleza también en otras comunidades autónomas en las que el proyecto de erradicación de la lengua común de todos los españoles avanza a pasos acelerados. Y es que no sólo son las comunidades autónomas que han sido gobernadas largamente por partidos nacionalistas las que han perpetrado esta coacción intolerable hacia los derechos individuales de la mayoría de su población, sino también otras como Galicia o Baleares, en las que los nacionalistas sólo han formado parte de coaliciones durante cortos periodos. En la Comunidad Valenciana es aún más sangrante ya que allí donde no han gobernado jamás los nacionalistas y, a pesar de ello, para vergüenza de sus dirigentes, también resulta un trámite heroico intentar que los niños castellanohablantes se eduquen en su lengua materna, o que las relaciones con la administración puedan mantenerse en castellano tal y como exige la Constitución.

Pero este viejo proyecto nacionalista de construir un Estado independiente suprimiendo previamente cualquier vínculo emocional con la patria española, con la lengua común en primer lugar, no hubiera triunfado sin la cooperación necesaria de unas instituciones políticas nacionales que llevan más de treinta años evadiéndose de su obligación de garantizar los derechos individuales de todos los españoles, sin distinción del territorio en el que vivan.

La complicidad de las instituciones culturales y los medios de comunicación de masas ha sido también de tales dimensiones que, incluso hoy, treinta años y un día después del histórico documento, aquellos que han querido dedicar un sencillo homenaje a la efeméride han tenido serios problemas para encontrar un espacio público que albergara el acto.

El 12 de marzo de 1981, 2.300 españoles cumplieron con su deber exigiendo respeto para los derechos individuales de sus conciudadanos. Sirva su ejemplo para que la libertad no quede nunca huérfana de defensores, por más que arrecien los vientos totalitarios. En eso estamos.


El Manifiesto de los 2300 en Debates en Libertad (LDTV)