miércoles, 22 de abril de 2009

Un miembro del séquito de Ahmadineyad insulta a una víctima del Holocausto

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Bibiana: roja, pija y progre

Juan Morote en Libertad Digital

Propaganda vs eficacia

GEES en Libertad Digital

El Estado también quiebra

Manuel Llamas en Libertad Digital

Griñán y Arenas

Agapito Maestre en Libertad Digital

La hiprocresía progre de la SGAE

Daniel Rodríguez Herrera en Libertad Digital

Se ha devaluado mucho el uso del término "hipocresía". Hoy en día, cualquier desliz se califica automáticamente de tal. Pero la hipocresía es algo mucho más serio. Consiste en predicar constantemente una moral y actuar consistentemente en contra de esa moral. Para entendernos: predicar contra la prostitución e ir un día a un club de alterne no es hipocresía; es simplemente debilidad, seguramente pasajera, aquello de "la carne es débil". Hipocresía es clamar contra la profesión más antigua del mundo y requerir de sus servicios semanalmente. Hipocresía es demostrar con tus actos que no crees en tus palabras.

Y en esta labor, los de la ceja son –ahí sí– unos verdaderos artistas. Siempre claman que lo del canon y los espionajes en las bodas es necesario para salvar la cultura, que los artistas necesitan de esos ingresos para poder ganarse la vida con su trabajo creativo. Pero llega el momento del reparto de ese dinero y resulta que casi todo se lo quedan los de casi siempre. El 75% de los ingresos de la SGAE, 223 millones de euros, se han repartido entre 600 autores, el 1,73% del total. Y las cifras de las demás entidades de gestión son muy similares.

Sin entrar en la letra pequeña, pues no tengo los datos necesarios para ello, este sistema de reparto me parece perfecto. Es dinero recaudado de licencias y de compensación por copia privada, y parece claro que aquellos que más venden también son quienes más escuchan su música en las televisiones y ven copiadas sus canciones en los iPod. Del mismo modo que, dicho sea de paso, quienes se descargan música vía P2P también son quienes más música compran, como indica un nuevo estudio. Así, es justo que los autores de mayor éxito sean quienes más dinero reciben, al igual que lo es que los mejores trabajadores en cualquier sector ganen más que los demás. Al fin y al cabo, justicia es dar a cada uno lo suyo.

Lo que pasa es que no es eso lo que predica la burocracia de los derechos de autor. Para defenderse de quienes les critican por sacar dinero a un bar cuyo dueño trabaja para sacarlo adelante catorce horas al día, siete días a la semana, por el solo hecho de tener un televisor donde poner el fútbol el fin de semana, los artistas aducen que a la "cultura" le resultaría difícil sobrevivir sin ese dinero, que los creadores que no están en el "candelabro" necesitan ese extra que suponen los derechos de autor para llegar a fin de mes.

Si la SGAE y demás compañeros mártires reconocieran que sí, que el dinero que nos quitan a todos nosotros va a parar a Amaral, Alejandro Sánz, La Quinta Estación y otros artistas de éxito y que es un derecho que tienen, y que el dueño del bar tiene obligación de pagar por ello igual que paga por la cerveza que sirve, seguiríamos protestando igual ante la imposición del canon, pero al menos no tendríamos que aguantar ese aire santurrón que se gastan. Pero claro, entonces tendrían que renunciar a su imagen de izquierda solidaria que les es tan preciada. Y ya se sabe que para un progre lo principal y casi lo único es sentirse satisfecho consigo mismo.

Mi guión para el cine español

José Antonio Martínez-Abarca

Chorradas y gordas

Pablo Molina en Libertad Digital

A través de ciertos vericuetos de internet que aún permanecen expeditos a la espera de que la ministra del ramo los cancele, he podido echar un vistazo al último taquillazo del cine español de cuyo guión es coautora precisamente la ministra Sindescargas. Me ha pasado como a aquel catedrático que durante la II República aparecía a veces por la facultad de Filosofía anunciando que no podía dar clase ese día por encontrarse "transido de Kant". Yo, amigos, también estoy transido de Sinde, y perdonen el trabalenguas.

La clave del éxito de esta película es su ortodoxia respecto a los tres pilares básicos que explican el éxito rutilante de nuestro cine actual: Diálogos oligofrénicos, tetas en primer plano y drogas a mogollón. El argumento de Mentiras y gordas está a la altura de las grandes producciones cinematográficas que han hecho historia en el séptimo arte, con unos actores de personalidad arrebatadora y una trama magistral que te mantiene en vilo hasta que aparecen los títulos de crédito. Básicamente se trata de mostrarnos las apasionantes vivencias cotidianas de un puñado de fumetas analfabetos entre los que encontramos a un gay que quiere perforar a su mejor amigo, una lesbiana vergonzante intentando encontrar su identidad sexual, una gorda deprimida porque su novio quinqui la ha dejado y otras dos chicas que no hacen nada pero enseñan mucho las tetas. Para redondear el argumento, mientras la trama se va desarrollando en un intenso crescendo con giros magistrales y los espectadores se plantean incesantes preguntas cada vez más angustiosas (¿Se lo montarán estos dos en el retrete? ¿En qué serie de TV he visto yo este culo?), los protagonistas se ponen de pastillas y coca hasta las trancas.

Se ha dicho de este guión, obra de la flamante ministra de Kultur, que es el peor que jamás se ha escrito y se escribirá en la Historia del Cine. También hay quien dice que lo que pasa es que no hay guión, sino sólo un señor con una cámara filmando cretinos mientras fornican y consumen estupefacientes. No estoy de acuerdo. Aquí hay una historia muy bien trabajada y brillantemente resuelta, como lo demuestran algunos diálogos, a cuyo lado palidecen Casablanca y Blade Runner. Sólo un par de ejemplos:

– Yo no soy lesbiana.
– Yo tampoco. Yo amo a las personas. No creo en las etiquetas. Eso es producto de una educación lamentable.

¡Guau! Qué fuerte ¿no? Pero eso no es todo. Atención a la reflexión metafísica de un joven efebo respecto al papel del ser humano en la sociedad actual:

– Si no haces nada no cambiará nada.
– ¿Y tú qué haces para cambiar las cosas?
– Vivir, follar, usar condón, drogarme... Esa es mi forma de protestar.

Después de estos dos ejemplos que sobrecogen a los espíritus más cultivados ¿Seguirá algún indocumentado sosteniendo que Mentiras y gordas es la basura más fétida que jamás ha producido el ya de por sí mefítico cine español?

Por cierto, Ana Polvorosa es la única actriz que desentona en esta producción surgida del caletre de la ministra. Su dicción correcta, su rostro expresivo y su elegancia interpretativa deberían proscribirla para futuros papeles, porque si el ejemplo cunde nuestro cine puede acabar perdiendo sus señas de identidad. Afortunadamente tenemos a la coguionista de esta obra maestra como ministra de Kultur para llamar al orden a los rebeldes. Que se lo pregunten a las asociaciones de usuarios de internet.

Contra Juan Marsé

José García Domínguez en Libertad Digital

Las dos tardes de Jordi

Editorial de Libertad Digital