lunes, 11 de abril de 2011

La voz del honor

Ignacio Camacho en ABC

Las víctimas siempre tienen razón, incluso cuando no la tienen. Sus simpatías políticas, individuales o colectivas, pueden resultar tan opinables como cualesquiera otras, pero su indelegable sufrimiento en primera persona les otorga una legitimidad moral incontestable en la reclamación de justicia. Son las vestales de la libertad, encargadas de mantener encendido el fuego sagrado de la memoria del sacrificio de tantos inocentes. Les asiste el derecho a ser oídas con respeto porque tienen la razón de parte, porque la sangre derramada jamás les ha arrancado una sola concesión al rencor o a la venganza y porque su voz representa el honor de una sociedad herida.

La justicia que reclaman las víctimas no es sólo la de la detención y el castigo de los culpables. Es la derrota del impulso homicida que ha movido la mano de los asesinos y de sus cómplices políticos y sociales. Es la extinción sin condiciones de ETA y el aislamiento democrático de su entorno. Sin tapujos, sin componendas, sin pactos, sin contrapartidas. La única paz posible después de casi novecientos muertos que no servirían de nada si uno sólo de quienes han apoyado , comprendido o colaborado en su muerte obtiene el premio de un puesto de representación democrática. Eso es lo que piden cuando, en tardes como la del pasado sábado, levantan su clamor contra el compromiso acomodaticio, contra el legalismo posibilista, contra la tentación pragmática: que no nos conformemos con ninguna paz ficticia construida sobre autoconcesiones a la indiferencia o al olvido.

Cada vez que ante esas voces siempre alertas me asalta alguna duda, algún titubeo, alguna flaqueza, abro al azar el libro «Vidas rotas», de Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey. Allí está escrito el relato individual de cada asesinado por ETA; uno por uno, hasta 857, con sus nombres, sus circunstancias y su historia, en mil sobrecogedoras páginas que son las actas frías de un infame delirio de persecución política, de un escalofriante holocausto imprescriptible. Están las víctimas y sus victimarios, porque no basta saber quién murió sino quiénes los mataron, quiénes son los culpables de este dramático y brutal rito expiatorio impuesto por el exaltado designio de sometimiento social a través del crimen, la humillación y la violencia. Y es ahí, en esa conmovedora lista del horror, donde se encuentra la razón última de la resistencia democrática a cualquier modalidad, por remota que sea, de alivio, perdón o desmemoria.

El testimonio de cualquiera de esas vidas truncadas impulsa la necesidad de escuchar las razones de las víctimas para sentir, aunque sea preventivamente, desconfianza, susceptibilidad o recelo. Ojalá estén equivocadas; porque es cierto que no les corresponde a ellas dirigir desde el luto la política de una nación, pero no hay política ni nación que pueda ignorar su verdad profunda, demoledora e inconsolable.

Estupidez y misterio

Félix Madero en ABC

No tengo inconveniente en hacer público mi voto el 22 de mayo: no votaré. Es la primera vez que me quedaré en casa. Ni siquiera contemplo la posibilidad del voto en blanco porque no sé qué significa y porque envía mensajes de aceptación de las cosas, lo contrario de lo que pretende. Espero que se entienda que hablo de mí, que nada aconsejo ni a nadie llamo en este lance que, lejos de tranquilizarme, me deja perplejo y con la sensación de estar haciendo algo indebido; no sé, como traicionándome. Hago esta observación no sea que la Junta Electoral, ese terreno de arenas movedizas en el que mamonean socialistas y populares, me diga que mi comportamiento es antidemocrático y punitivo. Todo puede ser. Si ha sido capaz de dictar la forma en que las televisiones tienen que informar durante la campaña electoral por qué no me va decir lo que no puedo escribir.

No votaré. No ha sido una decisión dolorosa. No. Lo he visto tan claro, estoy tan seguro de lo que voy a hacer que me tengo como me siento: un ciudadano descansado y felizmente resuelto. Yo, que he votado siempre, en todas las elecciones menos en la Constitución porque aún no tenía edad; yo, que he hecho proselitismo de nuestra democracia hasta en situaciones que ahora me sonrojan; yo, que de jovencito asistí a mítines creyendo que estaba en una función solemne donde había sitio para la verdad; yo, que creí que la política lejos de ser una profesión era una actividad digna que engrandece a los hombres; yo, que di por seguro que mis ideas eran eso, mis ideas, y que nadie me las podría cambiar, y menos el partido que empecé votando; yo, que descubrí el efecto balsámico y reparador de votar con la cabeza y no con la razón; yo, que creí que aquellos a los que votaba tenían un punto de justicia y beneficencia que los hacia especiales; yo, sin capacidad para la sorpresa y la esperanza de esta política y estos políticos, me quedaré en casa el día 22. Como Brassens, pero sin la música militar que nunca le supo levantar. Ahora el abanderado no viste de caqui, lleva ropa de domingo y flamea al viento un trapo con el logotipo de un partido.

Tenía y tengo argumentos concluyentes para no votar. Y, por qué no reconocerlo, algunas dudas. Pero ha sido saber que PP, PSOE, CiU, CC e IU llevan en sus listas decenas de imputados por corrupción y dar por resuelta mi incertidumbre. Hasta aquí hemos llegado. El 22 de mayo haré lo que Claudio Magris aconseja en las ocasiones en las que creo vivir momentos severos y ceremoniosos: reírme. Esto es lo que haré: cogeré las papeletas con los nombres de los imputados bien señalados, las pondré encima de la mesa y haré que me sobrevenga un ataque de risa. La risa desmitifica al gran ídolo poderoso de la política: la estupidez disfrazada de misterio.

Post mortem

Gabriel Albiac en ABC

Sólo lo muerto no muere. Zapatero es cadáver. Eso hace, por primera vez, de él un adversario serio. Ocasión hubo para liquidarlo. Nadie se tomó la molestia: parecía un despilfarro usar tiempo e inteligencia en borrar a un don nadie. Entiendo la pasividad de Rajoy entonces: da como vergüenza aporrear a aquel a quien uno sabe incapacitado para una esgrima entre adultos. Ahora está muerto ya. Como tal, es invulnerable. Y, de pronto, la estrategia del PP puede estrellarse contra su vacío, en esa extraña coyuntura de un partido y un gobierno al frente de los cuales hay sólo un despojo. Los muertos son irresponsables. Aunque nos amarguen tanto la vida a los vivos.

Alguien debió recordar a los dirigentes del PP, tras la derrota de 2008, el postulado taoísta del Tratado del vacío perfecto: «¡Sutil! Sé sutil hasta el punto de no tener forma. ¡Inescrutable! Sé inescrutable hasta el punto de no hacer ruido. De ese modo, te erigirás en amo del destino de tu enemigo». Un muro de ausencia debe rodear al general de gran escuela: todo se mueve en torno suyo, él permanece inmóvil tras su opaca muralla.

Puede que fuera una opción inteligente. En la política, como en la guerra, gana aquel que no es esperado; aquel cuya existencia, o bien no se conoce, o bien se cree conocer demasiado. Rajoy había ofrecido batalla entre 2004 y 2008. Fue vencido. El cambio de estrategia se imponía. «El que sabe no habla», enseñaba Lao-Tsé; «el que habla no sabe». Guardó silencio. Dejó que desbarrase Zapatero. Y éste lo hizo, más allá de lo imaginable. Sobre las redes de silencio que su adversario tejía, el socialista no perdió una sola ocasión de enredarse en sus propias palabras. En marzo de 2012 había logrado sobrepasar el peor vaticinio electoral de la historia constitucional española. Los estrategas taoístas de la calle Génova creyeron ya ganada la partida.

Pasó entonces. En abril, Zapatero se declaró difunto. No dimitió, no se marchó. Se declaró difunto y permaneció en el cargo. Nos gobierna un muerto, desde entonces. Y fue como si una perversa caligrafía circular volviera en contra del PP su propia estrategia. Nadie está tan blindado en su ficción de inexistencia como aquel que es de verdad inexistente. Muerto, Zapatero se trueca en irresponsable. Sin que nadie de su partido esté obligado a heredar la responsabilidad atroz de la ruina nacional generada. Y todo puede volver al punto cero. Las primeras encuestas indican que la estrategia fue acertada y que el cálculo puede tendencialmente confirmarse. Todo cae sobre la memoria del pobre cadáver. Y, junto con el vínculo, su heredero —el que sea— rompe el capital maldito de imposibles hipotecas que la herencia ha generado.

De aquí a la fecha en la cual sean las elecciones generales, nada va a moverse. Ni en el PSOE ni en el Gobierno. El vacío juega a su favor ahora. Y el silencio. Y, en la medida de lo posible, el olvido, si no la piedad.

Sí, puede que acertara Rajoy tras 2004. Puede que la estrategia del vacío jugara a su favor, hasta hace dos semanas. Pero ahora quien no existe es Zapatero. Ni existe nadie en su nombre. Y la astucia de guerra zen queda invertida:

«—¿Cómo gobernáis el Estado?

—No gobernando.»

Porque lo muerto no muere. Sólo mata.

La superviviente Chacón

Juan Manuel de Prada en ABC

En la carrera por la sucesión de Zapatero se destacan las candidaturas de Rubalcaba y Chacón; y parece que Rubalcaba parte con algo de ventaja, circunstancia que sólo explica el endémico y pertinaz machismo ibérico, pues comparar a Chacón con Rubalcaba es como comparar a Dios con un gitano. Afortunadamente, Chacón no es mujer que se arredre ante las dificultades: «Mi madre —ha declarado en alguna ocasión— me ha educado como a una superviviente. Me ha dejado claro que mi vida, por ser mujer y de izquierdas, sería mucho más dura que la de un hombre, y mucho más que la de un hombre de derechas». La extrema dureza soportada por la superviviente Chacón es el mejor aval de su candidatura; una mujer como ella, curtida en la adversidad, mil veces vapuleada por el infortunio, merece más que nadie la recompensa. Basta repasar someramente las peripecias de su accidentada biografía, llena de penalidades, para que se nos ponga la carne de gallina. ¡Cuánto ha sufrido Chacón, por ser mujer y de izquierdas! ¡Cuántos estorbos a su valía, cuántas penosas pretericiones, cuántos desdenes y ninguneos! Enumerarlos convertiría este artículo en una pieza lacrimógena; pero no lo haremos, pues bien sabemos que a Chacón no le gusta colgarse doctorados ni medallas, aunque sean medallas obtenidas en la lucha honrosísima y agónica del superviviente.

Pero siempre se ha dicho que las penalidades acrisolan el temple y aguzan el ingenio. Y Chacón, que las ha padecido en grado sumo, también ha desarrollado, desde muy temprana edad, perspicacias que al común de los mortales le están vedadas. Así se explica, por ejemplo, que a los nueve años, cuando el tejerazo, se pusiese —según declaraciones propias— a «empaquetar libros y documentos» de su padre que «intuyó comprometedores». ¿Verdad que resulta impresionante? Cuando el tejerazo yo contaba aproximadamente su misma edad (unos meses más, para ser exactos), pero sólo recuerdo que aproveché ocasión tan famosa para vaguear y jugar al fútbol con los chavales de mi pandilla; en lo que se nota que éramos hombres y de derechas, corrompidos por una vida fácil y regalada. Pero la superviviente Chacón, mujer y de izquierdas, ya se dedicaba por entonces a empaquetar libros y documentos que intuía comprometedores; algo de lo que no puede presumir ni siquiera Rubalcaba (hombre a fin de cuentas, aunque de izquierdas), que después de proclamarse «campeón de catecismo» en su Solares natal se convertiría en campeón de atletismo, tras su paso por el colegio del Pilar: catecismo y atletismo, dos formas de escapismo nada comprometedor. ¡A Rubalcaba lo hubiese querido yo ver empaquetando libros y documentos con nueve añitos, combatiendo a la jauría fascista y a los militarotes!

Ni siquiera puede Rubalcaba, con su provecta edad, presumir de luchador antifranquista. La superviviente Chacón, en cambio, nos ha narrado que a los cuatro años (¡prodigio de memoria precoz!) celebró la muerte de Franco participando en una fiesta familiar en la que se brindó con cava. Único episodio festivo en una biografía batalladora y abnegada, regada de rechazos e infortunios, en la que jamás han intervinido el favor ni el enchufe. Es la hora de que esta mujer, que deja chiquitas las tribulaciones del Oliver Twist de Dickens y la Cosette de Víctor Hugo, obtenga al fin premio a sus innumerables y acrisolados méritos. Chacón for president!

El crimen económico

Carlos Rodríguez Braun en Libertad Digital

Tarde o temprano tenía que suceder. Primero triunfó la noción políticamente correcta de la justicia universal, conforme a la cual hay crímenes contra toda la humanidad, que deben ser juzgados por poderes internacionales. Nadie parece haber pensado que esto contribuye a la politización cabal de la justicia y a que, por ejemplo, el juez Garzón sea el héroe de la justicia universal, porque valientemente persiguió a Pinochet y nunca jamás le tosió a Fidel Castro. Una vez consolidada, esta fantasía echa a andar. Si la humanidad es objeto de asesinatos, ¿cómo no concluir que su empobrecimiento también es un crimen? En esa línea, las profesoras Lourdes Benería y Carmen Sarasúa escribieron en El País un artículo ampliamente celebrado bajo el título: Crímenes económicos contra la humanidad.

Aquí un párrafo crucial:

Hay responsables, y son personas e instituciones concretas: son quienes defendieron la liberalización sin control de los mercados financieros; los ejecutivos y empresas que se beneficiaron de los excesos del mercado durante el boom financiero; quienes permitieron sus prácticas y quienes les permiten ahora salir indemnes y robustecidos, con más dinero público, a cambio de nada. Empresas como Lehman Brothers o Goldman Sachs, bancos que permitieron la proliferación de créditos basura, auditoras que supuestamente garantizaban las cuentas de las empresas, y gente como Alan Greenspan, jefe de la Reserva Federal norteamericana durante los Gobiernos de Bush y Clinton, opositor a ultranza a la regulación de los mercados financieros.

Con este tipo de pensamiento pretenden que se juzguen crímenes. Mezclan cosas distintas y lo que describen es engañoso: no hubo nada parecido a una "liberalización sin control de los mercados financieros", y Alan Greenspan no se opuso a ultranza a la regulación. El argumento de estas doctoras ignora cómo es el sistema financiero en todo el mundo: público, regulador y monopólico. Y cuando estalla una crisis quieren que se enjuicie a empresarios o banqueros, como si hubiera un mercado libre, como si no hubiera un sistema de bancos centrales.

No tranquiliza el que traten a los parados como "víctimas de los crímenes económicos". ¿Pretenderán enjuiciar a los políticos y sindicalistas contrarios a la liberalización del llamado mercado laboral? Acusan del encarecimiento de las materias primas a los "especuladores", como si aquí las autoridades monetarias y fiscales no tuvieran tampoco responsabilidad alguna.

Finalmente, la heroína salvadora: Islandia. Ponen en los altares a las autoridades de ese país, que es el nuevo caballero blanco del progresismo, porque no rescató a los bancos y no pagó la deuda. "Islandia no ha socializado las pérdidas". Pero Islandia no rescató a los bancos porque no podía: la suma habría sido inalcanzable porque las deudas se habían contraído en moneda extranjera, como explicó Juan Ramón Rallo en La Ilustración Liberal. Las autoridades, responsables del desaguisado, optaron, como las de mi Argentina natal hace diez años, y por las mismas razones, por no pagar. Y esto, que significa dañar a miles de ciudadanos que habían invertido su dinero en títulos islandeses, no es algo que las profesoras Benería y Sarasúa piensen que se parece a "socializar las pérdidas". Porque para ellas lo único que importa es que los mercados "estén al servicio de la sociedad, y no viceversa". Como si los mercados pudieran existir si no sirvieran a la sociedad. Como si el no mercado –es decir, la coacción política y legislativa– por definición la sirviera.

Barcelona Decideix

José García Domínguez en Libertad Digital

Certifico con el escándalo justo que TV3 premia con nueve minutos de telediario a los cuatro gatos domésticos que se han prestado a ejercer de figurantes en la performance secesionista de Barcelona. Y al punto recuerdo lo que dijera en su día dijo Julio Camba sobre el particular, aquello de que una nación se fabrica igual que cualquier otra cosa. "Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas", sentenció. De ahí que con un kilo de los de entonces se comprometiese a hacer de Getafe una nación oprimida. "Me voy allí y observo si hay más hombres rubios que hombres morenos o si hay más hombres morenos que hombres rubios". Algún tono cromático, claro, tendría preponderancia en las cabelleras de Getafe, "y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad". Et caetera.

Con el tiempo, al fin consumado el proceso de la construcción nacional getafeña, "si alguien osara decirme que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que él entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio", concluyó triunfal. Como siempre en Camba, broma muy seria tras la que yace la sórdida evidencia de que no cabe decirse nacionalista sin enfangarse, y hasta el último pelo de la cabeza, en la charca identitaria. Razón última de que el mito de la autodeterminación no remita a cuestión cuantitativa alguna, sino a una tautología pedestre. Así, imagínese por un instante que los extras de la comedia barcelonesa no hubiesen sido cuatro, sino cuatro millones. La cuestión, entonces, continuaría siendo la misma: ¿Y qué?

De hecho, si a las dizque naciones, tal como los creyentes predican, les asiste el derecho a la soberanía por el hecho de serlo, nada más peregrino que reclamar la autodeterminación. ¿A qué preocuparse por lo que opine la tropa de a pie si ese ente metafísico, la nación, existe al margen de los mortales que lo encarnan? ¿O acaso tendría alguna importancia cuanto barruntasen los catalanes de carne y hueso sobre el particular? Desventura, ¡ay!, que aboca a otro callejón lógico sin salida. ¿Pues con qué argumento impedir que los perdedores ansiaran ejercitar también el derecho presunto a la escisión, una y otra vez, hasta ver colmada su voluntad? Merda de país petit!

Fiasco ilegal en Cataluña

Editorial de Libertad Digital

Después de meses de recogida de votos por toda Cataluña en un referéndum en el que podían participar los mayores de dieciséis años y los extranjeros, los organizadores de la consulta independentista cerraron ayer las urnas y anunciaron ufanos que un 21,3 % de los ciudadanos había secundado el llamamiento

De nada, por tanto, ha servido que Jordi Pujol y Artur Mas votaran anticipadamente e instaran a los catalanes a estas urnas con más convicción que cuando las papeletas cuentan. Menos aún han servido los fondos públicos destinados a los organizadores, amparados por las instancias oficiales. Y también menor ha sido el efecto del apoyo mediático, particularmente de TV3, que ha tratado esta iniciativa con clarines propagandísticos y grandes despliegues en sus "telenoticias".

La mayoría de la población catalana ha dado la espalda a esta flagrante ilegalidad que los nacionalistas pretenden colar como un éxito de participación, el colmo del civismo y una expresión pura de democracia. Lo que ha ocurrido durante los últimos días en Cataluña ha sido, sin embargo, una muestra de desprecio absoluto por las leyes y una dejación absoluta por parte de quienes deben procurar su cumplimiento.

La evolución de este esperpento de consulta deja en evidencia cómo funcionan las cosas en Cataluña: la abogada del Estado que redactó el informe sobre la manifiesta ilegalidad de la primera consulta, la de Arenys de Munt, es ahora la consejera de Justicia de la Generalidad y no ha dudado en participar con su voto en el montaje. Y esas consultas que en principio debían haberse prohibido, como se prohíben no pocas manifiestaciones, no sólo han sido toleradas, sino jaleadas por el tripartito primero y ahora CiU en una demostración palpable de lo poco que les importan las leyes a los gobernantes catalanes, de lo poco que significa para ellos la democracia, así como un ejemplo perfecto de la renuncia del Estado a ejercer sus competencias en Cataluña.

Se dirá que de este modo se ha podido comprobar el fracaso de la iniciativa, pero es también un mensaje para los promotores y valedores del secesionismo: en Cataluña vale todo y nunca pasa nada. Después de tres décadas de odio antiespañol institucionalizado, resulta sorprendente que sólo un tercio de la población -según encuestas más fiables que el disparate que concluyó ayer- se manifieste independentista. Pero dada la impasibilidad y la nulidad del Estado y de los dos grandes partidos nacionales, el nacionalismo tiene todo el tiempo del mundo para seguir ampliando mercado.

Y seguimos sin entrar en Bagdad...

César Vidal en La Razón

Son de esos días que no se te olvidan por mucho que pase el tiempo. Me tocaba tertulia televisiva y me dispuse a cumplir con mi deber como de costumbre. La mesa siempre estaba desequilibrada en favor de la progresía más desorejada, pero aquel día fue especialmente difícil. Una comisaria política, hija de un fascista confeso, pero que había destacado colocando los medios públicos de comunicación al servicio de las más groseras mentiras del felipismo comenzó a increparme porque no me había puesto una pegatina, al parecer, de obligada ostentación. Ya se sabe lo que son las inquisiciones.

O te sumas al rebaño balando o te queman vivo. Luego tuve que escuchar a un sujeto –que en su día cantó las loas de Escrivá de Balaguer, aún no canonizado, y que desde hacía años era un corifeo del PSOE– proferir demagógicas atrocidades como que el ejército norteamericano en Irak iba a asesinar a todos los periodistas para que no contaran lo que estaba sucediendo. El ambiente estaba tan caldeado que, cuando nos levantamos de la mesa y vi las caras de los que ocupaban el estudio, me percaté de que iba a ser casi un milagro llegar a la salida sin llevarme un golpe. También se dio cuenta de ello uno de los contertulios.

No solíamos estar nunca de acuerdo en nuestras opiniones, pero como éste seguramente no tenía un pasado azul ni negro que pintar de rojo subido debió considerar que ciertos excesos resultaban intolerables. Mientras yo intentaba alcanzar la puerta pegado a la pared –ya se sabe una de las reglas esenciales de la defensa personal– él, que estaba a mi derecha, se situó discretamente entre un servidor y los que me arrojaban miradas rezumantes de odiosa elocuencia. Llevó a cabo su labor protectora accionando como si quisiera taparme la cara con el movimiento de las manos y apretando el paso porque debió pensar que contábamos sólo con unos segundos antes de que alguien se me abalanzara. Salimos del estudio a la calle y lo más discretamente que pudo se volvió para ver si nos seguían.

No sé lo que vio exactamente, pero no debió ser muy tranquilizador porque ya no se despegó de mí hasta que, después de desmaquillarnos, nos recogió un taxi. Nunca estuvo aquel hombre tan locuaz y seguramente nunca alguien debió de agradecérselo tanto. Llegué a la radio con pésimo sabor de boca y me sorprendió el revuelo que sobrevolaba las mesas de la redacción. «¿Qué sucede?», pregunté a una de las redactoras. «Que ha terminado la guerra», me respondió con gesto confuso. Me precipité hacia uno de los monitores de televisión y contemplé a unos marines que, en Bagdad, intentaban derribar una estatua. Equivocadamente, experimenté una sensación de alivio.

Pensé que ahora todo volvería a su cauce. No fue así. Siguieron agitando hasta que unos terroristas atentaron en Madrid y entonces aprovecharon la sangre de doscientas víctimas para llevar a ZP a La Moncloa. Es curioso. Ya hemos rebasado el número de días que mediaron entre el inicio de la guerra de Irak y la entrada en Bagdad y Gadafi está tan pancho en Libia y ninguno de aquellos chequistas ha dicho esta boca es mía. Pero no me hago ilusiones. No es que se hayan humanizado. Simplemente es que ahora mandan ellos.

Viñeta de Esteban en La Razón