miércoles, 23 de junio de 2010

El lujo terrorista

Gabriel Albiac en ABC

En España ETA nace, lo sepa o no, de ese mismo lujo. Larvada en los inicios de los sesenta, cuando este país apunta su salida del subdesarrollo. Simbólicamente asentada sobre su primer asesinato, en el verano de 1968, cuando una euforia económica que nunca antes conocimos, hacía percibir las fantasías más eufóricas como cercanas. Podían ser pagados sus costes. Para quien no los pagaba con la vida, por supuesto. Pero podían ser pagados, y aun ser contabilizados como rentables, por quienes podían sacar de eso beneficio. Los servicios de inteligencia soviéticos captaron a su favor pronto —a través de su antena palestina, el FPLP— a los brillantes muchachos de Meinhof. Más prosaicos, los grises contables del PNV hicieron lo mismo: ¿qué es la sangre de unos pocos, comparada al beneficio final del Partido-Estado que fundara Arana?

Pasó ese tiempo. No hay ya opulencia en Europa. Ni terrorismo. Los lujos se acabaron. ETA también. Muy pronto.

El Gran Poder no es una Venus

Antonio Burgos en ABC

Querer destruir la imagen de Cristo Salvador en su Gran Poder no va en absoluto contra la religiosidad, ni contra la fe. Es un atentado contra el patrimonio. ¿Es cosa de Mahoma acaso esto del Gran Poder? ¡Pues entonces! Son ganas de enredar y de negar los tiempos de cuatro meapilas, que dicen que cortarle un brazo al Gran Poder es agraviar la fe de un pueblo, ofender sus más hondas convicciones religiosas, atacar el legado de creencias de muchas generaciones. El Gran Poder, para que se enteren, sólo es una escultura de muchísimo mérito artístico. Como la Venus de Milo, que también es manca, una cosa así. Esto es lo que hay. Que sepan que aquí han hecho ya obligatoriamente agnóstico hasta al Código Penal.

¿Por qué el software libre?

Daniel Rodríguez Herrera en Libertad Digital

Han detenido a los responsables de una empresa dedicada a desarrollar software a medida para pequeñas y medianas empresas por dedicarse a introducir errores programados para saltar en una fecha determinada y así obligar a sus clientes a pagar horas de servicio técnico. Cuando acudían a "solucionar" el problema volvían a programar otro error para otra fecha y de ese modo seguir cobrando. Lo llevaban haciendo desde 1998 y, al parecer, para descubrirlos ha sido necesario un chivatazo, cabe suponer que de alguien de dentro o de un antiguo empleado al que despidieron.

La conclusión a sacar a partir de este caso parece obvia: el software libre, o de código abierto, supone también una gran ventaja para las empresas, sean del tamaño que sean. Si el código está disponible a todo el mundo, resultaría difícil, por no decir imposible, sufrir un timo semejante. Muchos podrán aducir que en su compañía carecen de la capacidad para auditar el código, por más que lo puedan ver. ¿Pero alguien se cree que en una aplicación libre podría incluirse durante doce años un error programado como el que metían estos tíos, pudiendo cualquier programador echarle un ojo en cualquier momento?

Para un sector especialmente ruidoso del mundillo del software libre, esta idea tiene un valor puro y prístino en sí mismo. Sólo se sería realmente libre si se usan aplicaciones libres; esa es la teoría de Richard Stallman quien, no lo olvidemos, es el fundador del movimiento. Para este gurú, la libertad consiste en que en nuestros ordenadores sólo pueda haber lo que él nos dice que es bueno y correcto que haya.

No obstante, el software libre ya se ha introducido en nuestros ordenadores y nuestras vidas por vías mucho más pragmáticas: porque gracias a su modelo de desarrollo funciona bien, y además nos puede ofrecer ese punto de confianza extra de saber que alguien está ahí fuera, observando, cuidando de nosotros. Que nadie va a poder timarnos metiendo errores adrede o tocando de alguna manera el código de los programas que usamos. Cuando algo es bueno, acaba imponiéndose tarde o temprano. Como lo hará Android –o alguna otra plataforma móvil abierta– al iPhone, aunque le lleve unos años.

A pesar del machismo, muy buena periodista

Pablo Molina en Libertad Digital

De Sara Carbonero se han dicho muchas cosas desde que comenzó a aparecer en la sección de deportes de La Secta. Con muy buen criterio, Telecinco se la quitó a Roures y además sin pagar cláusula de rescisión, para que aprendan los presidentes de fútbol para quienes un jugador sin una cláusula astronómica no merece el más mínimo interés.

Desde que ennovió con Iker Casillas se ha llegado a afirmar de esta periodista que su presencia en el mundial estaba desequilibrando a la selección española. Decir gilipolleces es el recurso básico de gran parte de la prensa deportiva, lo mismo que pontificar sobre los errores de una alineación que el día anterior al partido calificaban de inmejorable para ganar el partido, pero si la Selección Española fracasa en el mundial, lo único que estará claro es que la culpa no es de Sara Carbonero.

Todo el mundo anda pendiente de su belleza y examinando con sumo cuidado sus entrevistas al portero de nuestra selección a ver si detectan algún detalle morboso, pero lo que nadie suele referir de esta chica es que es una excelente profesional. En un puesto tan ingrato como la crónica a pie de campo, Carbonero se nota que hace previamente un gran trabajo de documentación. Sus comentarios, cuando los encargados de dirigir la retransmisión no la interrumpen, están siempre cargados de sentido y muy en sazón. Apunta datos sobre las biografías de los jugadores y, cuando tiene que informar sobre las sensaciones que se viven en los banquillos, no cae jamás en la sensiblería fácil a que tan aficionados son en otras cadenas cuando emiten un partido importante.

Por si fuera poco, en las entrevistas que realiza al final del partido a los protagonistas es la única profesional que formula preguntas. Sus colegas de otras televisiones no han caído en que esa es precisamente su función, así que se limitan a comenzar una frase de cuatro palabras como máximo para que el entrevistado continúe. "Un mal partido", "mala suerte" o "aún hay esperanza", pronunciadas sin siquiera utilizar el tono interrogativo, son algunas de las sesudas cuestiones que la periodista (suelen ser féminas) plantea a los jugadores o al entrenador al finalizar el encuentro, y allá se las apañe la víctima de la seudoentrevista para intentar no quedar como un rematado imbécil. No he visto nunca hacer eso a Sara Carbonero sino que, por el contrario, realiza sus preguntas de forma muy precisa sobre aquellos aspectos que ella considera dignos de interés.

Lo que se dice de ella, la forma en que se utiliza su imagen y los chascarrillos sobre su relación sentimental resultan de un machismo infumable, una cosa casposa que nos sale a los españoles, porque, al parecer, las guapas sólo pueden ser idiotas. La Carbonero tiene que cargar con esa cruz, pero ahí queda su labor para que quien quiera la compare con sus colegas de otros medios. También escribe en la prensa deportiva, aunque en ese terreno tiene aún un amplio margen para mejorar. Y es que la perfección no existe, aunque haya quien merodee a su alrededor con extraordinaria frecuencia como Sara Carbonero. Cuídala Iker... por la cuenta que te trae.

La selección parecida a España

José Antonio Martínez-Abarca en Libertad Digital

Dijeron algunos que la de la Eurocopa no se parecía a todas las otras selecciones españolas de fútbol que en el mundo habían sido, porque tenía un inaudito "gen" competitivo. Precisamente por ese gen competitivo, a quien no se parecía era, mucho más allá que al resto de antiguas selecciones, a la sociedad que estaba detrás y que lo sigue estando. La sociedad que es ampliamente compartida por izquierda y derecha y centro, la España del igualitarismo, la del odio al mérito, la de la sospecha hacia el conocimiento, la del desprecio hacia la mejora permanente y la indagación de qué cosa puede ser lo superior. En lo que llevamos de Mundial de Sudáfrica, la selección española tiene por fin un inquietante parecido con España.

Los amos

Clemente Polo en Libertad Digital

No parece éste el momento propicio para salir al balcón de la plaza de Sant Jaume a proclamar de nuevo el Estat Catalá (la mayoría de los catalanes se preguntaría probablemente, y ¿éstos pirados qué dicen ahora?). Para CiU, lo que "toca" es continuar interpretando durante las próximas décadas su programa favorito: inmersión lingüística forzosa –ese perverso legado del franquismo que ha hecho suyo el Gobierno catalán y ha aplicado con más intolerancia y eficacia que el propio dictador; persecución y represión del uso del castellano en las administraciones catalanas, el sistema educativo, los medios de comunicación, las actividades culturales, el comercio, etc.; difusión de falsedades acerca de la explotación y expolio de Cataluña por parte de España; y campañas de desprestigio de las instituciones comunes.

Por fin, una a derechas

José García Domínguez en Libertad Digital

Éste es el único lugar del mundo más o menos civilizado donde la macroeconomía se rige por la lógica que codificó Lewis Carroll para el País de las Maravillas. De ahí, estupefaciente, la suprema paradoja hispana, a saber, cuanto más se desmorona el PIB y más crece el paro, más suben los salarios reales. Ergo, a mayor miseria, mejores sueldos. He ahí la gran contribución de nuestro régimen de negociación colectiva a la historia universal de la infamia.

Empresario malo, fascista

Ángela Vallvey en La Razón

Más del 80% del empresariado español es pequeña y mediana empresa: son empresarios el señor del quiosco donde compramos el periódico, el pescadero, el del taller donde reparamos el coche, la peluquera, Manolo el del bar de la esquina, la costurera, el de la floristería y José, que tiene una pequeña empresa informática y se ha puesto un sueldo que es la mitad del que cobra su secretaria y única empleada, fija desde hace quince años, para no tener que echarla pues hacerlo lo arruinaría (y los tribunales de lo laboral le dan pánico). Esos son nuestros «empresarios explotadores», los amos del Gran Capital. Los «magnates» favorecidos por la reformita laboral, los Enemigos del Pueblo.