lunes, 10 de enero de 2011

El dengue debe esperar

Jorge Alcalde en Libertad Digital

Los expertos implicados en este tipo de investigaciones coinciden: a medida que los obstáculos tecnológicos para lograr mosquitos transgénicos se van reduciendo, aumentan los obstáculos políticos. Organizaciones ecologistas como Greenpeace se muestran contrarias a cualquier tipo de manipulación genética animal o vegetal sin ofrecer razones científicas de peso. Y la ciudadanía sigue siendo demasiado permeable a este tipo de soflamas. Una encuesta de Zogby International acaba de desvelar que el 60 por 100 de los estadounidenses está en contra de manipular mosquitos para erradicar enfermedades como el dengue o la malaria. Lo hacen, sin duda, en la seguridad de que son males que no suelen atacar a las ciudades ricas del norte ni afectar a los despachos con aire acondicionado en los que elaboran sus programas los dirigentes de Greenpeace. Pero las cosas pueden cambiar. Este año se han registrado casos de dengue en países tan ecológicamente correctos y tan poco tropicales como Holanda y Francia.

Las consignas ecologistas han impedido la erradicación del mosquito Anopheles causante de la malaria o la exportación masiva de cereal transgénico para alimentar a poblaciones hambrientas de Somalia y Zimbabue. Ahora vuelven a detener un avance fundamental, esta vez para acabar con el dengue.

Demasiado poder en manos de un grupo de opinadores para los que la enfermedad del ser humano no ocupa un lugar especialmente destacado cuando se trata de proteger a unos mosquitos.

Un país de acusicas

Pablo Molina en Libertad Digital

Los socialistas tienen unas exigencias morales muy elevadas. Hacia los demás, claro, porque ellos, en tanto que defensores de los principios más nobles, tienen carta blanca para actuar en forma contraria a la que pregonan sin que esa paradoja les suponga ningún dilema ético.

En lo que respecta al uso del tabaco, un progre fuma en su lugar de trabajo con la misma tranquilidad con que afea a los demás que hagan o permitan hacer eso mismo en su propiedad privada. Zapatero es un ejemplo, fumador vergonzante donde los haya, que según cuentan te vacía el paquete de cigarrillos a poco que te descuides para fumarlos de forma compulsiva escondiéndose de Sonsoles. O las ministras nombradas por el feminista, cuyas amigas, colocadas en el Ministerio para ahorrar en coches oficiales cuando las recogen a todas juntas a altas horas de la madrugada, tienen los santos pajines de publicar sus fotos en las redes sociales fumando como chimeneas.

Pues bien, mientras todos estos laicistas meapilas contravienen sus propias normas en lugares públicos pagados con dinero ajeno, exigen sanciones, cuanto más duras mejor, para aquellos que deciden hacer lo mismo en locales de su propiedad.

El asunto no tendría el menor interés si la sociedad rechazara con naturalidad esta hipocresía institucional. En el caso de los bares, restaurantes y similares, dado que no hay inspectores suficientes para vigilar 12 horas diarias todos los negocios hosteleros, sólo habría que tener la precaución de vaciar los ceniceros con cierta frecuencia por si en algún momento del semestre cae una inspección. Ahora bien, el socialismo corrompe moralmente a las personas de tal manera que no le resulta difícil contar con legiones de cipayos dispuestos a hacer de matones del Gobierno, denunciando a quien contravenga los decretos pajinianos que buscan convertirnos en españoles virtuosos aunque sea a la fuerza.

Pero vayamos con una anécdota para ilustrar la categoría. Servidor de Dios y ustedes participaba en cierta ocasión en un debate televisivo de una cadena autonómica que, como todas, acabará siendo cerrada y sus instalaciones desmontadas por una brigada de rumanos trashumantes. Pero a lo que íbamos. Mientras hablábamos de la crisis económica y proferíamos todo tipo de obviedades al respecto, hice una defensa a ultranza de la economía sumergida en tanto es la válvula de escape de la sociedad para sobrevivir a los rigores coactivos del Gobierno, especialmente en medio de un desastre económico como el que padecemos desde hace ya algunos años. Fue decir que los pequeños defraudadores que sobrevivían haciendo chapuzas eran unos héroes y casi venirse abajo el decorado de los gritos de las contertulias (eran todas féminas, toma ya igualdad) acusándome de desleal para con el resto de contribuyentes. Ahí se revelaron como unas chivatas dispuestas a denunciar al parado que realiza chapuzas a domicilio por estar "defraudando" a la hacienda pública, como si hubiera algo más noble en este mundo que engañar al fisco, especialmente si es socialista.

En fin, que los españoles somos muy dados a ponernos del lado de la autoridad aunque ésta busque consumar una injusticia, que por otra parte es lo que suele ocurrir cuando gobiernan los socialistas. Unas veces expropian un consorcio empresarial como Rumasa para venderlo por trozos a los amigotes y otras deciden qué deben poner las mamás en las mochilas de los niños para el cole o qué puede permitir a sus clientes un hostelero en el local de su propiedad; el caso es que son incapaces de dejar a la sociedad que se organice de forma espontánea.

En esto nos hemos convertido, en un corral de chivatos y delatores para personajes como la Pajín y encima ni siquiera cobramos por autodegradarnos de esa manera. España, el país que inventó la guerrilla y casi patentó el anarquismo. Qué vergüenza ¿no?

¿Libertad? ¿Para qué?


Escribe
José García Domínguez en Libertad (¡vaya por Dios!) Digital: "solo aquí cabría inferir que Locke compuso los Dos ensayos sobre el gobierno civil con tal de que la tropa pudiese exhalar alquitrán impunemente en tascas, ventorros y tabernas." Así como también: "Otro Johnson no menos lúcido, Paul, certifica a su vez que los adictos rehúsan admitir que el fumar, como pasear a los canes, es por su propia naturaleza algo que ha de hacerse al aire libre."

Comencemos por el final. Si fumar es algo que ha de hacerse al aire libre, ¿por qué se prohibe en tantos lugares, como, por ejemplo, las inmediaciones de colegios y hospitales? Me parece bien que no se permita fumar dentro, pero fuera... Con esta ley se conseguirá que no haya fumadores en las puertas de los colegios, pero seguro que los camellos seguirán estando presentes. Salvo que les dé por fumar, por supuesto.

Le molesta al señor Domínguez que "la tropa" pueda fumar en bares y restaurantes (¿"impunemente"? Tres cuartas partes del precio del tabaco, para el Estado. ¿Le parecerá poca penalización?), y es aquí donde está lo peor de esta ley. Tanto derecho tiene el que quiere comer sin humos, como el que quiere fumar después de comer. O tomándose un café o una copa. Y la mejor solución es que se permita a los propietarios decidir si en sus negocios se fuma o no se fuma. Y los clientes elegirían dónde entrar y todos tan contentos. Pero no... "Aquí" lo que nos va es imponer nuestro criterio y si para ello se ha de fastidiar media España (o la porción que sea), pues que se fastidie.

"Hasta los mesoneros más patibularios de su tiempo forzaban a los fumadores a segregarse en un banco a la intemperie. El lugar que les corresponde, por lo demás." Por lo que se ve, también es el lugar que les corresponde a la libertad y al sentido común en estos tiempos.

Guerra santa

Gabriel Albiac en ABC

Viernes de enero y lluvia. No demasiado frío. Anochece y París se ofrece al paseante: monumento musgoso, ajeno al tiempo. El paseante fantasea con la visión de Walter Benjamin acerca de aquellos revolucionarios que disparaban contra los relojes de las torres para detener el tiempo. Dice él que la revolución es tal paréntesis del tiempo suspendido. Pero Benjamin, ya casi póstumo, sabe que son las ciudades, no las revoluciones, las intemporales. Aunque, al final, como en el poema de Brecht que él glosara, de las ciudades acabe por quedar sólo «el viento que que las atravesó». O la lluvia. Ésta bajo la cual París reviste intemporal textura de Atlántida.

Desde el Marais, el paseante ha cruzado a la Isla de San Luis. Otro pequeño puente, y el ábside de Notre Dame, el juego de las sombras huidizas bajo la lluvia, le ofrece su refugio anímico: imposible mundo perdido en el cual se deja envolver. Mejor así: poco puede el presente confortarlo, confortar a nadie. El presente es sórdido y muriente. En la ciudad que fue, se tiñe de una melancolía dulce lo perdido. Oye entonces los cánticos, aún muy ténues, que le vienen de lejos. El paseante recuerda haber escuchado esos cantos en el disco de una monja libanesa: liturgia copta, tal vez el más antiguo resto litúrgico del cristianismo; bellísima arqueología que el paseante tan sólo está calificado para valorar como eso: no de este tiempo y bella. Se dirige hacia las voces en la noche anacrónica.

A la entrada de la plaza, ante el pórtico de la catedral, ve las primeras cruces. De madera, atravesadas por un lienzo, blanco o bien rojo, de brazo a brazo. Cientos de cruces. Portadas por cientos de personas que hablan una mixtura de francés con fuerte acento y de algo que el paseante cree reconocer, más en los rostros cetrinos que en la lengua, como árabe. En torno a una enorme pancarta, el coro persevera en la imponente serenidad del canto copto. El texto de la pancarta llama a salvar la vida de los cristianos egipcios. En su esquina derecha hay un retrato de Hosni Mubarak. Hace muy pocos días que veintiún miembros de la comunidad cristiana copta fueron asesinados por un yihadista suicida en Alejandría. Pero no es nada nuevo. Hace dos meses, la masacre fue en la catedral siríaca de Bagdad: cuarenta y seis muertos. Son las iglesias orientales las que pagan sobre todo. Nadie podría llamarlas externas o importadas a la tierra árabe. Coptos (más de diez millones), armenios (otros tantos), maronitas, melkitas, caldeos, bizantinos o siríacos estaban allí medio milenio antes de que el islam naciera. Pero en tierra de islam ninguna otra creencia puede con legitimidad permanecer viva.

Los cantos siguen. El paseante huye hacia el otro lado del Sena. Demasiado dolor y demasiado absurdo. Le viene a la cabeza que la Arabia Saudita que financia la erección de mezquitas en Occidente, es para el islam una gran mezquita toda ella, y que cualquier práctica religiosa no musulmana allí es blasfema y se pena con la muerte. Le viene a la cabeza que, desde noviembre, una campesina cristiana, Asia Bibi, aguarda en Pakistán a ser ahorcada por haber expresado su prefencia hacia Jesús frente a Mahoma... El paseante se pierde hacia Monparnasse y la ciudad que ama. E intenta olvidar todo.

Mi señora Leire

Juan Manuel de Prada en ABC

Cuando he visto a mi señora Leire anunciando una Ley Integral de Igualdad de Trato y No Discriminación (las mayúsculas que no falten) me he acordado de aquella impagable quintilla del gran Leonardo Castellani: «¡Igualdad!, oigo gritar / al jorobado Fontova. / Y me pongo a preguntar: / ¿Querrá verse sin joroba / o nos querrá jorobar?».

La salvación social-demócrata

César Vidal en La Razón

Tezanos ha abogado por una política realista de los partidos socialdemócratas que les permita sortear la actual crisis y, a la vez, no enfrentarse con sus bases tradicionales y verse triturados. Para alcanzar esa meta, Tezanos plantea aceptar la formación de coaliciones que puedan resultar extrañas para un votante medio de izquierdas, pero que lograrían que la carga de las reformas para enfrentarse con la crisis se repartiera entre las distintas fuerzas políticas. El enfoque de Tezanos me parece, con todos los matices que se deseen, digno de tener en consideración y me lo parece porque creo que con la tensión que ha creado ZP incluso desde antes de llegar al poder no existe actualmente un solo partido que pueda realizar las reformas con posibilidades de éxito. En el caso del PSOE, sus sectores más radicales lo impedirían y en el caso del PP tendríamos a unos sindicatos nada representativos, pero sí agresivos entregados al vandalismo para protestar contra unos pasos legales indispensables para que la nación no termine en la quiebra. Por añadidura, la clave de las reformas reside no tanto en los denominados recortes sociales como, según Bruselas, en nuestro absurdo sistema autonómico. Un Gobierno de coalición PP-PSOE, formado por técnicos, dispuesto a abordar reformas como las de las cajas de ahorros o el mercado de trabajo y, sobre todo, entregado a cara de perro a dejar reducido el estado de las autonomías a su expresión racional –que no es la presente– puede sacarnos de esa situación. Obviamente, esas reformas implicarían el enfrentamiento con los nacionalistas y con las castas regionales de los partidos, pero esos pasos son indispensables si se pretende que no acabemos en suspensión de pagos antes del verano y que todo se desplome. Con un Gobierno presidido por ZP o con Rajoy atenazado por el miedo a una respuesta de la izquierda más radical lo único que nos espera es la quiebra económica y el final del presente sistema constitucional.

Huelga de consumo

Carlos Rodríguez Braun en Libertad Digital

El sindicato CGT, Confederación General del Trabajo, convocó hace poco una "Huelga de Consumo contra el capitalismo". Explicó así sus razones:

Implica una apuesta por la austeridad, una apuesta por el reparto del trabajo y la riqueza, una apuesta por el decrecimiento, contra la ostentación, el lujo, el derroche, lo superfluo (...) Significa cambiar el orden de prioridades sobre lo que se debe seguir produciendo, en qué sectores seguir creciendo y en qué sectores es necesario decrecer, una reflexión sobre lo que se debe consumir, sobre la calidad de vida, sobre la soberanía alimentaria, sobre la procedencia de los productos que comemos.

Por empezar por el final: la "soberanía alimentaria" es una forma de llamar al proteccionismo en el comercio de los productos agrícolas, es decir, una medida que castiga universalmente a los pobres. En primer lugar, a los pobres de los países pobres, que podrían superar la pobreza si pudieran exportar sus cultivos hacia los países ricos. Y en segundo lugar a los pobres del mundo desarrollado, a quienes el proteccionismo castiga obligándolos a pagar más por sus alimentos. Que algo tan reaccionario sea demandado por unos progresistas sugiere que su progresismo es dudoso.

También es dudoso que sientan aprecio por la libertad de los ciudadanos, porque alguien les ha de imponer lo que tienen que producir y consumir. Pensar que se puede "cambiar el orden de prioridades" y al mismo tiempo dejar a los trabajadores en paz es asombroso.

Y asombra también que no hayan dedicado el más mínimo recuerdo a un sistema que hizo precisamente lo que ellos pretenden, un sistema que moderó el consumo, impuso la austeridad y decidió los sectores que debían crecer. No fue el capitalismo, claro que no. Fue, y es, el comunismo. De momento, los comunistas llevan cien millones de trabajadores asesinados para conseguir una sociedad más justa. Lógicamente, la CGT no ha convocado una huelga en contra de tan noble sistema.


El Tea Party no disparó a Gabrielle Giffords

Editorial de Libertad Digital

Ha bastado con que un desequilibrado disparase a la congresista demócrata Gabrielle Giffords y a la multitud que la rodeaba para que el griterío histérico de la izquierda occidental –cada vez más parecida en Estados Unidos y en Europa– se haya vuelto a escuchar con fuerza. Así, en pocas horas, cuando apenas existía información fidedigna de lo ocurrido, se construyó la delirante teoría de que el criminal, Jared Loughner, era un fanático seguidor del Tea Party y, muy en especial, de Sarah Palin, autora intelectual última del atentado.

Poco ha importado que Loughner tuviera entre sus libros de cabecera el Mein Kampf y el Manifiesto Comunista –escasamente favorables a los principios de libre mercado que propugna el Tea Party–, que sus compañeros de instituto lo calificaran como persona de izquierdas, que su odio declarado hacia Giffords se remontase a 2007, cuando ni el Tea Party existía ni Palin gozaba de relevancia alguna, o que el ala más radical del Partido Demócrata estuviera muy enfadada con Giffords por no haber votado por Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara de Representantes.

Lo único que ha movido a una parte de la izquierda –que en nuestro país incluye a la práctica totalidad de los medios de comunicación– ha sido crear un muñeco de paja a raíz de un drama humano para poderlo instrumentar políticamente. No es que en España no hayamos padecido execrables maniobras parecidas, pero no convendría olvidar lo poco que algunos valoran su integridad en la arena ideológica.