jueves, 8 de julio de 2010

¡A por ellos!

Javier Moreno en Libertad Digital

Cuando escribo estas líneas, el partido de semifinales de la Copa del Mundo de fútbol entre España y Alemania todavía no es historia. Si lo son, en cambio, todos los enfrentamientos, cruentos o ritualizados que a lo largo de cientos de miles de años han existido entre los grupos humanos, separados por la cultura, e impelidos por la escasez de los recursos a interactuar competitivamente. No cejamos, hoy, en nuestro empeño de diferenciarnos unos de los otros para resaltar nuestra identidad. Lo que en un remoto pasado pudo servir como mecanismo psicológico para vincularse al propio grupo, y colaborar y coordinar los esfuerzos de todos sus miembros en la lucha por la supervivencia en un entorno plagado de peligros naturales y de enemigos –es decir, de otros grupos humanos– ahora lleva a algunos a pergeñar estatutos de autonomía o a pegar tiros en la nuca.

La mente humana no está diseñada para entender y tratar al extraño. Los griegos dividían el mundo entre griegos y no griegos. A estos últimos los llamaban bárbaros. Tuvo que pasar un tiempo de hegemonía, decadencia y caída de un gran imperio mediterráneo, el romano, para que la palabra bárbaro adquiriese un significado más definido: los bárbaros eran los miembros de los pueblos incivilizados del norte que invadieron la sagrada Roma, de forma que bárbaro significó desde entonces incivilizado.

Durante unos pocos cientos de años Roma fue el más importante centro de civilización de Occidente. Tuvo dos etapas históricas claramente diferenciadas: la República y el Imperio.

En el esplendor del Imperio ser ciudadano romano era ser ciudadano de primera. Confería una serie de derechos y privilegios de los que no disponían los miembros de los pueblos conquistados y subyugados bajo el puño de hierro de la Pax Romana. Los residentes en la capital, los ciudadanos romanos en el doble sentido del término, tenían, desde finales de la República, pan y circo gratuitos. Y es que a finales de la República, los demagogos de los partidos aristocráticos y del pueblo competían entre sí por ganarse el favor de las masas ciudadanas ofreciendo, de su propio bolsillo, grandes juegos a la plebe, y pan suficiente para no tener que trabajar. Se suele utilizar pues la expresión Pan y Circo para referirse al uso y abuso que hacen los gobernantes de la mano visible que da de comer del Estado y de los espectáculos (generalmente) deportivos, con los que tratan de distraer la atención del público ciudadano de los problemas políticos.

Hoy los herederos de lo que queda de lo bueno y lo malo que tuvo aquella civilización siguen repartiendo panes para llenar las bocas y así acallarlas, pero el pan, dada su abundancia relativa, no es la moneda de cambio. La gente prefiere ingresos en cuenta. Y el circo no es, como muchos creen, el fútbol, ese enfrentamiento ritualizado, en el que dos ejércitos enfrentados en pantalón corto dan pié con bola. El Circo de hoy son los medios de comunicación de masas y gran parte de la cultura popular, del "mundo de la cultura", desde los que se transmiten a diario valores de decadencia.

¿Qué hay de malo, en definitiva, ver un partido entre la selección nacional y una extranjera? Canalizamos nuestros perversos instintos de agresión al extraño, al grupo enemigo, que se convierte en simple rival de un juego. Los bárbaros germanos de la época romana son ahora una de las naciones más civilizadas de la tierra. Pero siguen siendo distintos, y si se cerniera sobre Europa y el mundo una nueva época oscura de miseria e ignorancia muy probablemente volverían a ser nuestros enemigos.

Un deporte de grupo, como es el fútbol, hace surgir en sus participantes lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza. Los jugadores colaboran, cooperan, se coordinan, asumen diversos roles, en resumen: trabajan en equipo. Deben además ceñirse a unas normas que les vienen dadas, tanto desde el entrenador como desde la naturaleza del juego, encarnada en el árbitro. También pueden fallar en su cometido, ir por su cuenta, o no cumplir las normas. Pero lo peor lo reservan siempre para los otros, los miembros del equipo contrario, con los que pueden ser crueles, o para el árbitro, ese representante de la legalidad y la moralidad al que es legítimo engañar.

La mayoría de la gente lo único que hará en mirar el espectáculo que ofrecen esos dos ejércitos de "seleccionados" por su superior mentalidad, fuerza, talento y/o creatividad. Es la segunda derivada: no sólo el combate no es a muerte, además la batalla se desarrolla como una película ante nuestros ojos, sin que la mayoría de nosotros participemos activamente de otra manera que jaleando a uno u otro bando en la contienda.

Dicen que el fútbol imita a la vida. Los juegos sirven para entrenarse para ella en un entorno controlado y de riesgo bajo, las representaciones nos muestran la conducta ajena para que aprendamos de ella, y los grupos enfrentados entre sí en cuyo seno ha de prevalecer la cohesión ilustran las tensiones inherentes a todo cuerpo social. Y lo mejor de todo es que comprender todo esto no nos hace cambiar nuestro modo de vivirlo. Algunos seguimos deseando que gane España. ¡A por ellos!

La imprevisión

Bernd Dietz en Libertad Digital

Convendrá prever la posibilidad de que la olla estalle en pedazos y sobrevenga algo de catarsis. Esto es, que el hasta ahora exitoso runrún de un neocaciquismo cañí camuflado bajo retórica largocaballeresca, ese desgarbado travestismo almodovarianamente hortera e ideológicamente sincrético que a tantos satisface, se declare exhausto por sobrexplotación e, inoperante como un mamut entrado en años, se resista a continuar. Acaso, porque estando el sistema ya tan sobrecargado de trapacería, se torne insoportable e inmanejable incluso para sus perpetradores. O bien porque lo señale con desdén acusador incluso el último bebedor de sangría, hasta el turista más tercermundista y obnubilado, el guiri escoba, por haberse corrido ya la voz de lo que aquí rige del ecuador a los polos.

De Aminatu a Fariñas

GEES en Libertad Digital

La diferencia, pues, entre lo que ocurrió con Aminatu y lo que ocurre con Fariñas es que a la izquierda simplemente no le interesa el cubano: ni habrá protestas, ni se emitirán comunicados condenando la atrocidad moral que supone dejar morir a quien pide libertad para aquellos detenidos por tener ideas diferentes de las de los hermanos Castro. Recuerden a los actores haciendo cola en el aeropuerto de Lanzarote y compárenlos con su compromiso actual: ¿alguien los imagina haciendo cola en el de La Habana? Bueno, quizá sí, pero haciendo cola para otras cosas.

Para matar siempre hay tiempo

José Antonio Martínez-Abarca en Libertad Digital

Valcárcel sería en efecto algo parecido a un "antisistema", como avanza la ministra de Igualdad, si aquí alguien respetase sistema alguno. Si estuviéramos sometidos a unas normas sistematizadas y de obligado complimiento para todos. No, como ocurre, de obligado cumplimiento para según quiénes y dependiendo del "acompasamiento" ocasional que lleven con el "sentir social" del momento.

Si llaman a las seis, es Rubalcaba

Editorial de Libertad Digital

Por muy graves que pudieran ser los delitos cometidos por Ripoll, a buen seguro no lo serán más que esta detención ilegal. Se vuelve imprescindible depurar responsabilidades dentro del cuerpo policial y si, como resulta previsible, una detención política de tal calibre no puede haberse llevado a cabo sin el visto bueno de Rubalcaba, éste deberá dimitir de inmediato. No es que sea ni el primero ni el más imperativo de los motivos que nos ofrece el ministro para que exijamos su cese; al fin y al cabo, el que fuera el portavoz del Gobierno que negó la existencia de los GAL acumula en su historial el siniestro mérito de haber convertido a España en un Estado policial. Razones sobran para que, como mínimo, se retire de la política. Pero aún así, no está de más denunciar todos los nuevos atropellos que perpetre.

El fisco, el fiscal y el poli

Edurne Uriarte en ABC

De las dos formas de corrupción del sistema democrático, no hay duda sobre la peor. No es la del político chorizo que usa su cargo para enriquecerse o para vivir como un millonario. La peor es la otra, la del Estado que usa sus tres mecanismos de represión, el fisco, el fiscal y la Policía, de forma interesada, abusiva o injusta. Lo primero, el político chorizo, mina la confianza ciudadana en la clase política, pero lo segundo, el Estado abusivo, destruye la confianza en el propio Estado de derecho.


Como Rufete en Lorca

César Vidal en La Razón

ZP –igual que el nacionalismo catalán– ha podido mantener su airosa posición política en España gracias, fundamentalmente, a dos razones: el control de los medios de comunicación y la ignorancia paleta de un sector no pequeño del electorado que lo escucha y se cree lo que dice. En España engañar a gañanes no resulta tan difícil si bien se mira. El problema es cuando abandonas la aldea y quieres convencer a otros más instruidos –e informados– de tus razones. Entonces queda el pelo de la dehesa más de manifiesto que nunca y no sirve de nada hablar del «encuentro planetario» o del «hecho diferencial». Bueno, sí, sirve para indicar que se es más cateto que las bellotas que ya nacen con la boina puesta. Las carcajadas de la UE ante las propuestas de Aído, la desairada sorpresa ante los intentos de Moratinos de ayudar a los Castro o el desprecio ante la soberbia incompetencia de Salgado son sólo algunos de los aspectos de la Presidencia de ZP. No puede extrañar todo lo que vertieron sobre él hace unas horas porque ZP ha quedado ante la UE como Rufete en Lorca… o como María Emilia en el Constitucional.