miércoles, 27 de abril de 2011

El chiringuito solidario de Mayor Zaragoza

Pablo Molina en Libertad Digital

Federico Mayor Zaragoza preside la Organización No Gubernamental (sic) "Fundación Cultura de Paz". ¿Qué hace esta ONG? Nada. Es decir, lucha por la paz y tal, pero su programa de acción es tan difuso que incluye como actividades realizadas para justificar las numerosas subvenciones que recibe, por ejemplo, la publicación en el diario El País de un artículo de Mario Soares en el que se menciona a la fundación.

Si hemos de creer la declaración de intenciones que recoge su página web, la fundación dedica todos sus esfuerzos, sin duda ímprobos, a "la vinculación y movilización de redes de instituciones, organizaciones e individuos que se destaquen por su compromiso con los valores de la cultura de paz". Los conceptos de vinculación y movilización son tan laxos que prácticamente cualquier acción puede enmarcarse en ellos, desde editar un folleto para que los niños del barrio celebren el Día de la Paz hasta asistir a una reunión en el extranjero donde se va a hablar de Paz. Y a ver quién dice que eso no es "vincular" o "movilizar" a las "redes", claro.

Pero esta circunstancia no impide que reciba numerosas subvenciones de todos los organismos conocidos, la última de las cuales suma 300.000 euros que el Ministerio de Asuntos Exteriores le ha ingresado con cargo a nuestro bolsillo. ¿El objeto de esta subvención? Pues nada menos que la "Promoción y Fomento Internacional y en Red de una Cultura de Paz". Y usted responderá, "la vaca". Pues sí, la vaca, pero esa de cuyas ubres sale la nutricia subvención que permite la subsistencia de esta empresa doméstica. Porque la Fundación Cultura de Paz no es precisamente un crisol de culturas con participación de nombres relevantes en todas las áreas del conocimiento o la empresa. Es más bien, una cosa familiar, íntima, dinástica.

El presidente es, no faltaba más, Federico Mayor Zaragoza, quien tiene como vicepresidenta a una persona de su absoluta confianza, María de los Angeles Mayor Menéndez, que casualmente también es su hija. En el listado de patronos figura asimismo su señora esposa, sus otros dos hijos, Federico y Pablo e incluso sus nietas Andrea y Marta Kallmeyer Mayor, al objeto de que vayan adquiriendo las habilidades necesarias para desenvolverse con éxito en el cada vez más exigente mundo del trinque presupuestario.

Tres generaciones de una familia de luchadores por la paz, amigos, y el ejemplo de unos padres preocupados del futuro de sus hijos, que usted y yo financiamos con el dinero que dejan de disfrutar los nuestros. Me voy a llorar un rato. La emoción, ya saben.

El (oscuro) dinero del poder

José García Domínguez en Libertad Digital

"Conocer es cuantificar", ordena un viejo adagio ilustrado. Cuantifiquemos, pues. El Estado, celoso usufructuario de cerca de la mitad de la riqueza nacional, ocupa a cuarenta y seis mil de sus mejores servidores en la continua vigilancia de los contribuyentes, sujetos pasivos todos de desvelos e insomnios administrativos. Cuarenta y seis mil. Lo más granado de su infantería, es sabido. Ese mismo Estado, prevenido de los innúmeros resquicios por donde puede desvanecerse el dinero, asigna al control de las finanzas de sus custodios, los partidos políticos, un total de...diecinueve probos funcionarios; conserjes y secretarias incluidos, huelga decir. Que ahí empieza y acaba la plantilla llamada a fiscalizar las cuentas –y los cuentos– de los amiguitos del alma de Camps, Chaves, Bárcenas, el par de garrulos de la mariscada, la tocata y fuga de CiU en el Palau, los mil kilos de Montilla, las esquivas facturas opacas de PSOE, PP, PNV, ERC...

Diecinueve. Ni uno más. Y aún han tenido la humorada de llamarle tribunal a la cosa. Tribunal de Cuentas, no "¿de Cuántos?", que, ya puestos, hubiera sido lo propio. Al respecto, sostiene ahora el Consejo de Europa que el de la financiación de los partidos es uno de los grandes capítulos pendientes en España. Craso error. Muy al contrario, el de las coimas, trinques, mordidas, comisiones, cafelitos, convolutos, tres por cientos, trajes, sisas, dobladillos y camisas de once varas, es uno de los –pocos– capítulos cerrados en la España de la partitocracia. Al punto de que el propio Zapatero habrá de hacer mutis por el foro traicionando su personal compromiso de airear las contabilidades de las organizaciones políticas.

He ahí, por cierto, el fin de la política en su obscena desnudez. Espectáculo crepuscular de lo público convertido, sin coartadas ni disimulos, en abierto comercio de apetitos particulares, privativo monopolio de bulímicas fratrías provinciales. Prosaico entramado caciquil por completo ajeno a cualquier ideología o abstracción teórica. Tupida malla feudal de señores que alimentan a sus vasallos a cambio de lealtad ciega, y gleba vinculada por pactos de sangre a sus benefactores. Paraguay, sin salida al mar, posee un Ministerio de Marina. Y Cuba, otro de Justicia. ¿Por qué no presumir nosotros de un Tribunal de Cuentas? Eso sí, con diecinueve cuentistas. Ni uno más, claro.

Papá leía «Mein Kampf»

Gabriel Albiac en ABC

Papá era nazi. Y él fue siempre un buen hijo. Aunque papá lo juzgara no muy listo. No perdió nunca ocasión de propagar la apología del Holocausto. Y fue —¿cómo negarlo?— enternecedor escuchar sus sentidas palabras de advertencia al Pontífice Romano en su visita de 2001: «Los judíos intentan matar los principios de las religiones celestes con la misma mentalidad con la que mataron y torturaron a Jesucristo». Todos supieron que el heredero Bashar iba a estar a la altura legendaria de Hafez Al Assad. Sólo había que darle una oportunidad. Ahora. A golpe de artillería y de blindados, Bashar Al Assad reverdece hoy viejas glorias de su estirpe. La aniquilación de la ciudad sunita de Hama en 1982 marcó el récord de asesinatos por unidad de tiempo en la familia. Por el momento. Bombardeo aéreo y artillería pesada contra población civil, a lo largo de 27 días: veinticinco mil muertos. Civiles, por supuesto. Una hazaña bélica. Sobre Bashar —segundón de papá, sólo heredero tras la muerte de Bassel, el hijo predilecto— recae ahora la pesada responsabilidad de hacer pequeñas las glorias del padre. Le queda aún un buen trecho. Pero las tres centenas largas de manifestantes liquidados por tanques e infantería sugieren un excelente ritmo de partida.

Nuestro amigo Bashar no desmerece su linaje. Puede que tal convicción fuera motivo de la prioridad que le diera la diplomacia española nada más verlo sentado en el sillón del padre. Intercambio de visitas oficiales, exaltaciones marxianas (fracción Groucho) de su inequívoca apuesta por la democracia… ¡La de cosas que hemos oído en estos diez años! ¡La de entrecomillados que uno puede ir sacando de ese antídoto de la idiotización que son las hemerotecas…! Prueben a hacer un par de búsquedas en Google, nuestros curiosos lectores. Dándoles el nombre del dictador sirio y el de un par de políticos españoles: los que más gordos les caigan, da lo mismo color, cargo o ideología. Verán qué risa.

El poder es artesanía «de tiempo y circunstancia», repetía el más clásico de aquellos que, en el siglo XVI, inventaron en Europa la política. Pero, a Europa, Bashar vino tan sólo a aprender oftalmología, allá por los lejanos tiempos en que papá lo miraba entre piedad y desprecio. Hafez Al Assad pudo asesinar cuanto le vino en gana, sin pagar jamás por ello, no por especial favor celeste. Había —es más prosaico— un guerra mundial que, bajo el sarcástico nombre de «Guerra Fría», permitía a sus fieles peones consumir, del todo gratis, sangre ajena. Quienes supieron hacer uso de aquel pulso de medio siglo blindaron despotismos inatacables. Delincuentes como Sadam o Castro, como Videla o Bokassa, como Assad o Arafat, son ridículas marionetas de un Gran Juego cuyos hilos movían otros menos risibles.

Se acabó aquello. Si Assad hijo se empecina en ejercer el oficio carnicero con igual exhibicionismo que su padre, su cita con la Parca estará sellada. Más nos valdría a todos: a los sirios, sobre todo. Pero eso solo no basta. Ni tras el fin de Gadafi se alzará el paraíso en Trípoli, ni tras el batacazo del segundón de papá Al Assad se adivinan tiempos felices para Siria. Papá leía Mein Kampf. Los que vienen, no conocen más libro que El Libro.