viernes, 6 de mayo de 2011

El 'proceso de paz' de Obama

Pablo Molina en Libertad Digital

A diferencia de nuestras cortes generales, que aún mantienen una autorización al gobierno de Zapatero para que negocie con los terroristas, en los Estados Unidos los congresistas autorizan al gobierno a que los elimine, algo mucho más higiénico y, en última instancia, lo único que entenderían en aquel país como aplicación práctica del mandato constitucional que obliga a sus políticos a proteger la vida y la libertad de todos los norteamericanos.

En su línea habitual

Pablo Molina en Libertad Digital

Nada más acorde con la altura ética del Tribunal Constitucional español que su decisión de que los enemigos de la Constitución española, de cuyo cumplimiento es garante, pasen a dirigir o a formar parte de unos órganos también constitucionales como son los ayuntamientos del País Vasco. Lo raro habría sido que el TC validara la sentencia del Supremo que prohíbe a los cómplices del terrorismo formar parte del Estado, porque en tal caso habría habido una ruptura en la trayectoria exquisitamente desleal con la nación que nuestra más alta magistratura inició con Rumasa y perfeccionó de modo sublime con el más reciente Estatuto de Cataluña.

En todo caso acatamos la sentencia del Constitucional, faltaría más, y de paso felicitamos a la mayoría "progresista", que no ha tenido reparo en rebozar sus togas en el polvo del camino a la hora de adoptar una decisión que agravia a la memoria de las víctimas del terrorismo, escarnece a sus familiares y nos envilece a todos. A todos los que pensamos que el orden constitucional es incompatible con la presencia de un grupo terrorista en las instituciones democráticas, claro, que es lo que el Supremo, tribunal al menos tan respetable como el TC, dice que va a ocurrir con unas listas electorales que no son más que "un cauce simulado y fraudulento para soslayar la ilegalización judicial del brazo político de ETA y así permitir el acceso de Batasuna/ETA a las instituciones representativas".

Estamos en una bancarrota moral de tal magnitud que el Pascualsalazo de anoche ni siquiera obedece a la búsqueda de esa quimérica "paz" de la que tan partidaria es nuestra izquierda, seguramente algo ya más que pactado por el gran Eguiguren de cara a la campaña electoral de las próximas generales. Es sólo la contrapartida que exigen los seis diputados del PNV para validar los presupuestos generales del Estado y permitir que Zapatero aguante hasta el final de la legislatura.

Muy torpe ha estado ahí Urkullu, porque si hubiera aguantado el tipo podría haber utilizado el cartucho del chantaje presupuestario en una ocasión futura. Alguien debería haberle explicado que para vulnerar el estado de Derecho y quebrantar la constitución, Zapatero no necesita animadores.

El TC se cubre de gloria

Emilio Campmany en Libertad Digital

El Tribunal Constitucional se ha empeñado en demostrar que en España tan sólo hay un poder, el Ejecutivo. Desde el principio, este Tribunal se arrogó la revisión de aquellas sentencias que al partido que lo dominara no le gustaban. Lo ha estado haciendo, desde luego, ejerciendo la función que por antonomasia le corresponde, la de controlar la constitucionalidad de las leyes. El caso más reciente es el del Estatuto de Cataluña. Pero también a través de la vía indirecta del recurso de amparo. La Ley Orgánica de 2007 modificó la Ley del Tribunal Constitucional para que la práctica ya emprendida de revisar las sentencias del Supremo por supuestas violaciones de los derechos fundamentales quedara en tal modo ampliada que el Constitucional se convirtiera en el verdadero Tribunal Supremo de España, al menos en los casos de relevancia política.

Pero, al menos hasta ahora, el Gobierno siempre fue de frente, defendiendo lo que le interesaba y forzando al tribunal a darle la razón, aunque fuera obvio que no la tenía. Ahora, Freddy, ese maquiavelo de pitiminí, le ha dado una nueva vuelta de tuerca al sistema. El Gobierno impugna todas las candidaturas de Bildu para quedar bien con aquellos de sus votantes que creen escandaloso que ETA permanezca en las instituciones. Y luego mangonea al Constitucional para que dicte la sentencia que el Gobierno cree conveniente y que echa abajo su propia impugnación. Vamos, algo así como el "madre, que me toca Roque; Roque tócame". De esa forma también da satisfacción al PNV, a los socialistas del País Vasco y a sus votantes de extrema izquierda, incluidos los comunistas, que querían que la izquierda abertzale, que para algo es izquierda, concurriera a las elecciones municipales.

Mal está que un Gobierno ponga en marcha semejante maniobra, que carga sobre el Tribunal Constitucional la responsabilidad de que la ETA se financie con dinero de los impuestos de todos los españoles mientras el Gobierno se lava cobardemente las manos. Pero más terrible es que los magistrados de ese tribunal se presten a semejante juego.

¿Qué más pueden hacer los socialistas por acabar con la credibilidad de las instituciones del Estado? Pues aunque parezca que ya más no pueden hacer, no es descartable que a Rubalcaba, o a cualquier otro Richelieu de pacotilla del PSOE, se le ocurra en el futuro darle otro estrujón más a la pobre democracia española. Si al menos los magistrados que han votado contra la legalización de la coalición etarra tuvieran el gesto de dimitir, cabría alguna esperanza. Pero, quia, ¡qué digo! Ni en sueños.


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Si comparamos lo de Obama con Osama y lo de Z con ETA, es para echarse a llorar.

No es la economía, estúpido

Pío Moa en Libertad Digital

Si alguna posibilidad real tienen los separatistas de cumplir sus sueños, está en la inanidad política e intelectual de "Madrid", es decir, de los dos grandes partidos que se suponen nacionales: uno, porque su desprecio a España hace el juego al separatismo; el otro porque renunció hace tiempo a la lucha de las ideas, hasta vaciarse de ellas.

Una manifestación de esa inanidad consiste en la habitual reducción del problema a la economía. Así, esgrimen el argumento "decisivo" de que la secesión de Cataluña supondría gravísimos daños económicos para esa región, al perder su principal mercado en el resto de España, y que a su vez "Madrid" podría impedirle el acceso a la UE. Los dos argumentos apenas rebasan el nivel de la tontería.

La secesión de Cataluña podría traer cierto coste económico inmediato para ella –y para el resto del país–, por el resentimiento que crearía y algún posible, aunque poco probable, boicot a los productos catalanes; pero la lógica del intercambio comercial limitaría pronto ese efecto. La gente no compra productos catalanes por amor a Cataluña, sino por interés práctico, y el desamor actual de los españoles por su propio país hace que la clase empresarial española lo sea solo geográficamente, pues culturalmente es más bien anglosajona. Cataluña no perdería de modo importante el mercado del resto de España, y en cambio entraría cada vez más en la esfera de influencia económica francesa, dirección que siguen conscientemente los separatistas.

No menos ridícula es la amenaza de impedirle entrar en la Unión Europea. Si España llegase al grado de agusanamiento que permitiese tal secesión, debería aceptar también la integración de Cataluña en la UE, un asunto insignificante comparado con la enormidad de la secesión. Y si, dentro de la nulidad política corriente, "Madrid" se enrabietase con cerrar el paso a una Cataluña separada, ya se encargarían las potencias realmente dominantes de la UE de hacerle entrar en razón "con mano de hierro en guante de seda".

Y debe considerarse otro aspecto: en la estúpida casta político-intelectual española ha arraigado con fuerza indestructible la idea de que fuera de la UE no hay salvación. Pero Suiza o Noruega están feliz y prósperamente fuera, y Reino Unido mantiene dentro una posición muy especial, por poner dos casos. La propia experiencia de España, que nunca parece servir de nada a nuestros políticos, enseña que nuestro país creció mucho más rápidamente fuera de la CEE que dentro, y que la integración "en Europa" –como dicen demostrando nuevamente su sandez–, no nos ha librado de graves crisis económicas, como la actual.

Todo ello sin contar con que un país que consintiese tal secesión se hallaría sin fuerza política y moral para impedir el contagio de las tendencias disgregadoras a otras regiones. Porque el problema de Cataluña es político, cultural e histórico. Y en él entra la economía, por supuesto, pero solo de modo secundario y derivado. ¿Es tan difícil de entender?

Ben Laden, la mafia y la guerra

Cristina Losada en Libertaf Digital

La operación fue un acto de guerra en respuesta a otro –los ataques del 11-S– y, en la guerra, la eliminación del enemigo es un objetivo legítimo y legal. Quién hubiera protestado si, en 1942, un comando británico asesinara a Hitler. La guerra del terrorismo no es la guerra convencional, desde luego. Pero es tan guerra que tropas de varios países combaten en Afganistán contra los discípulos de Ben Laden y sus aliados. Creo que allí matan a los terroristas a traición y sin darles tiempo ni a desenfundar ni a detonar. Así mataron a uno de los jefes militares de los talibán en 2007. Y así mataron en Irak en 2006 al que llevaba las riendas de Al Qaeda. No se abrieron grandes interrogantes éticos y legales entonces. Ningún Llamazares denunció "asesinatos extrajudiciales" y nos dejó con la incógnita de cuáles pueden ser los "asesinatos judiciales". Pero al "enemigo número uno de Occidente" no se le va a matar como a un enemigo cualquiera.


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Lo que tenían que haber hecho es darle un tirón de orejas y ponerle un ratito cara a la pared para que recapacitara. Más o menos, eso es lo que esperaban algunos.

Ni justicia, ni venganza

Pilar Rahola en La Vanguardia

El yihadismo es la amenaza totalitaria del siglo XXI, heredera natural de los totalitarismos del siglo XX. Ha declarado la guerra contra el mundo y, aparte de estresar la vida cotidiana de las sociedades que violenta, ha conseguido matar a miles de personas. Es una guerra con toda su crudeza, por mucho que la trinchera sea el mapamundi. En este contexto, la muerte de Bin Laden es un acto de guerra. No es bonito, no es simpático, no es justo, no es injusto: es un eslabón más de la larga cadena de un conflicto bélico.


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Los occidentales vivimos en una especie de infancia perpetua. Y lo de los españoles es aún peor: nunca acaban de salirnos los dientes de leche. Y así nos va.