lunes, 14 de febrero de 2011

Un crimen de estado

Luis del Pino en Libertad Digital

¿Qué fue el 11-M? Desde luego, no un atentado terrorista.

Echen ustedes la mirada atrás y comparen cómo está España hoy - institucional, económica y socialmente - y cómo estaba hace sólo siete años. Y pregúntense si hubiera sido posible esta total descomposición, este visible agusanamiento, si la masacre del 11-M no se hubiera producido.

La respuesta es, por supuesto, que no. El 11-M, con su secuela de muerte y destrucción, representa un claro punto de inflexión, un brusco golpe de timón, que abrió la caja de Pandora en nuestro país, liberando todos los males y poniendo de relieve todas las contradicciones latentes desde la Transición.

En cuanto a la ejecución material, y como si de un negativo fotográfico se tratara, en la imagen del 11-M sólo acertamos a ver lo que el 11-M no fue: sabemos que lo que nos han contado es mentira - mentira de principio a fin -, y que todos los trazos de la imagen real fueron cuidadosa y concienzudamente difuminados para que la verdadera imagen no fuera reconocible. Empezando con el propio desguace y escamoteo de los trenes.

Pero lo que sí somos capaces de percibir es un hilo conductor entre esa masiva falsificación inicial de las pruebas y el ominoso silencio posterior de todas las instituciones y estamentos oficiales, empezando por la práctica totalidad de nuestra clase política: sin necesidad de conocer los detalles de las investigaciones, una parte nada desdeñable de la opinión pública es perfectamente consciente de que el 11-M oculta una auténtica montaña de porquería, que nadie se atreve a remover, por temor a las consecuencias.

El pasado 11 de marzo, como informamos hoy en Libertad Digital, el Rey recibió a los representantes de las asociaciones de víctimas del 11-M. La conversación, muy cordial, no tuvo desperdicio, y el punto culminante se produjo cuando algunas de las víctimas presentes le plantearon la posibilidad de que la masacre de Madrid hubiera sido un crimen de estado y le manifestaron su deseo de llegar a saber toda la verdad.

La respuesta de Su Majestad les dejó helados: "Lo lleváis crudo. A mí todavía me ocultan cosas del 23-F".

¿Fue el 11-M un crimen de estado, como esas víctimas le plantearon al Rey? Sí, quizá sea ése el término que mejor describe aquella masacre que cambió la Historia de España. Y la respuesta del Rey es bastante ilustrativa del modo en que funcionan en España los servicios de información: hay cosas de las que es mejor no hablar, y que es preciso ocultar incluso a la más alta institución del Estado.

Lo que pasa es que - a diferencia del 23-F, que fue un golpe de estado incruento - el 11 de marzo de 2004 fueron asesinadas 192 personas, casi 2000 resultaron heridas y muchas decenas de miles de españoles quedaron marcados para siempre.

Y ninguna democracia puede aguantar, sin desmoronarse, que un crimen de esa magnitud quede impune.

La pregunta es: ¿quién organizó ese crimen de estado y dónde están aquéllos que hubieran debido evitarlo o, cuando menos, castigarlo?

Del cine español

José García Domínguez en Libertad Digital

Empresarialmente, inane; socialmente, irrelevante; estéticamente, romo; políticamente, unívoco, el cine llamado español subsiste de parasitar al Estado merced al equívoco cultural. Es sabido, cuando un político oye la palabra cultura, inmediatamente, como si de un estímulo pavloviano se tratara, echa mano de la chequera. Sin ir más lejos, así es como una Isona Pasola, célebre autora de documentales contra España en la televisión nacionalista y entusiasta promotora de los referendos ful, resultó agraciada con tres millones y medio de euros. Euros españoles, por más señas. Que no otros han costeado ese Pa negre tan festejado por sus iguales en los Goya. De ahí, perentoria, la coartada cultural.

Concepto discutido y discutible –éste sí–, la cultura es el poso que queda cuando ya se ha olvidado todo. Cultura, por ejemplo, es recordar que eso del cine acaso tuvo algo que ver con las creaciones del espíritu en épocas remotas, cuando en tal oficio se emplearon individuos que respondían por Fellini, Buñuel o Kurosawa. Por lo demás, excepciones siempre marginales en un entretenimiento popular elaborado con la muy prosaica –y respetable– premisa mayor de hacer caja. Y es que el cine, igual el español que el de verdad, tiene tanto que ver con la cultura como las añoradas revistas de Tania Doris en el Paralelo de Barcelona, o el no menos entrañable Teatro Chino de Manolita Chen. O sea, nada.

Porque nada significa que El séptimo sello y Torrente en Marbella admitan ser proyectadas sobre idéntica pantalla. A fin de cuentas, también los relatos de Stieg Larsson o Ken Follett se presentan en encuadernaciones de papel parejas a las que contienen las obras de Flaubert o Stendahl, y no por ello alcanzarán jamás la condición de literatura. Al respecto, empecinarse en la obsesiva repulsa del sesgo ideológico de la cinematografía doméstica, en el fondo, es aceptar sus reglas del juego, las de la excepción cultural. Olvidar que la industria de la infantilización de masas que responde por cine, es eso, una industria. Eso y solo eso. Por algo, proscribir al Ministerio de Cultura toda promiscuidad con ella debiera constituir objetivo primero de cualquier programa que se quiera liberal. Ahora que la derecha parece que va aprendiendo a hacer agitprop, bueno sería que lo comprendiese.

Más cerca de Luis Candelas que de Goya

Editorial de Libertad Digital

Desde siempre ha habido sectores económicos que se han resistido al cambio y que se han acercado al poder político para conseguir favores. El gran Adam Smith ya constataba en La Riqueza de las Naciones que los empresarios se reunían era para conspirar y, si se les dejaba, subir los precios. En la actualidad, las cosas no han cambiado demasiado: los productores ineficientes se aproximan al Gobierno para reírle las gracias y obtener prebendas a costa de las libertades de todos los ciudadanos.

En este sentido, el caso del cine español es paradigmático. Tanto se ha aislado de la realidad y de los gustos de los españoles que en los últimos años las subvenciones públicas que recibe han superado la recaudación en taquilla. Escandaloso dato que pone de manifiesto tres cosas: una, que los gobiernos de derecha han sido lo bastante pusilánimes como para no acabar de raíz con este latrocinio organizado a costa de todos los contribuyentes; dos, que los gobiernos de izquierda han comprendido bastante bien el uso electoralista que, No a la Guerra o ¡Hay Motivo! mediante, pueden darle a este ejército de propagandistas a sueldo; y tres, que todos los españoles, por la fuerza, pagamos las entradas de unas películas que no queremos ir a ver.

No satisfechos con el expolio, sin embargo, nuestros cineastas se alzaron con una nueva reivindicación para distraer la atención de su propio fracaso: al parecer, los españoles no acudíamos a sus proyecciones, no por la escasísima calidad de las mismas, sino porque las descargábamos de internet. Motivo que, al parecer, justificaba el cierre inmediato de las páginas que enlazaran con semejante contenido. Sólo había un problema: dado que esas páginas no albergaban contenido alguno, los tribunales se negaban sistemáticamente a clausurarlas, por cuanto ello supondría un atentado contra los derechos fundamentales.

Fue para superar semejante escollo –escollo llamado Estado de Derecho– para lo que se colocó a González Sinde al frente de Cultura y para lo que se aprobó –gracias al auxilio reformista del PP– la nefasta ley que lleva su nombre y que permite el cierre administrativo de webs. Por fortuna, tras semejante atropello a los derechos de los españoles y al sentido común más elemental, se han levantado numerosos colectivos de ciudadanos y algún que otro cineasta honrado, rara avis en ese circo de arribistas que es el mal llamado "mundo de la cultura" español.

Ayer, durante la gala de los Goya tanto unos como otro se lo hicieron saber a los políticos. Mientras que González Sinde fue recibida con abucheos y pitadas, Álex de la Iglesia fue bienvenido entre vítores. Tal vez por tratarse de unos de los pocos directos españoles que intentar hacer películas que agraden al público, el ex presidente de la Academia parece haber aprendido la lección: internet no es la tumba sino la salvación del cine. Claro que es mucho suponer que la mayoría de sus colegas reputen sus películas como algo distinto a un medio para acceder a la subvención pública. Lo que les preocupa no es la difusión de su obra artística, sino conservar su parcela en el cortijo del presupuesto público. Por eso carecen de todo incentivo para adaptarse a los nuevos tiempos y por eso confunden una oportunidad con una amenaza que debe ser aplastada por sus amigos los políticos.


Los guionistas de ETA

José García Domínguez en Libertad Digital

Demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo, ese Odón Elorza, de San Sebastián, a mí siempre me ha recordado al protagonista de La historia de un idiota contada por él mismo, aquella novela de Félix de Azúa. Un tipo que, al modo de Odón, había comprado todas las coartadas ideológicas de la épica insurreccional con tal de huir de la vida adulta y sus áridas responsabilidades. Proceder típico, por lo demás, de una generación de señoritos que, en palabras del propio Azúa, se creyó llamada a dirigir la revolución y acabó dirigiendo un departamento municipal. Ésa que aún no ha dejado de rendir culto al santoral mitológico en el que ETA tiene su altar de honor junto al viejo póster del Che Guevara y la quimera ya algo prostática del mayo francés.

Así, el niño Elorza, como el prosista Cercas o el orgánico Ramoneda, anda estos días muy ocupado en buscarle analogías morales al partido de Miguel Ángel Blanco con el de los matarifes de Miguel Ángel Blanco. Que "entre el franquismo y la derecha también hubo continuidad", viene de deponer en auxilio retórico del enésimo disfraz de Batasuna. Pues, igual que en los demás casos, se trata de vindicar la legitimidad, si no política sí sentimental, del discurso de las pistolas. ETA, nos pretenden hacer creer, representaría la última rémora fatal de la dictadura, de ahí la pertinencia tanto del olvido como del perdón.

Obviando la clamorosa evidencia estadística de que ETA ha matado, sobre todo y por encima de todo, en la democracia y contra la democracia. Al punto de que el noventa y cinco por ciento de sus crímenes –811 sobre un total de 857– los ha cometido con Franco amortajado bajo una losa de mil quinientos kilos en el Valle de los Caídos. Y es que, frente a lo que pretenden sus ilustres abogados de oficio, la ETA que se esconde bajo las faldas de Sortu no es hija putativa del franquismo, sino de la Transición y la temeraria negligencia histórica que con ella brotó. La que por aquel entonces llevó a amnistiar su reguero de sangre sobre la Tierra a cambio de nada, ni tan siquiera de un falsario "lo siento". Tal como otra vez ansía Odón.

Kiko Veneno: volando fue, volando vino

Pedro de Tena en Libertad Digital

El razonamiento de Veneno es el simplismo geográfico. Como Ceuta y Melilla están en África, en su norte, pues deben ser devueltas a quien domina el norte de África, o sea, Mohamed VI. Ni siquiera les concede la gracia de un referéndum. Libertad, ¿para qué? Fíjense en las consecuencias de un razonamiento como este. Canarias, por ejemplo, deben ser devueltas... ¿a Mauritania? ¿Al propio Marruecos? Pero en fin, y para no externos por otros países europeos, como Dinamarca que se vería obligada a devolver Groenlandia ¿a quién? ¿A Canadá que está más cerca?

Las leyes fascistas contra los fumadores

Luis del Pino en Libertad Digital

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 12/FEB/2011

Las políticas de represión del hábito de fumar no son nuevas. De hecho, el primer gobierno en impulsar un programa activo de cara a la erradicación del consumo de tabaco fue el del régimen nazi, hace ahora ya 80 años.

La pionera campaña contra el tabaco emprendida por los nazis perseguía dos objetivos: mejorar la salud pública - luchando contra las enfermedades derivadas del consumo de tabaco - y contribuir a la tarea de mejora de la raza. El movimiento de higiene racial en Alemania consideraba el tabaco como un auténtico veneno genético que amenazaba el futuro de la raza aria.

La guerra contra el tabaco en la Alemania nazi se desarrolló en tres frentes. El primero fue el de la propaganda. Por toda Alemania se emprendieron campañas publicitarias para concienciar a la población de lo malo que era fumar. Editoriales en periódicos y programas de radio, anuncios en revistas y vallas, conferencias y coloquios multitudinarios, películas documentales... cualquier soporte era bueno para convencer a los alemanes de la necesidad de dejar el horrible vicio del tabaco. Un cartel de una de aquellas campañas, por ejemplo, mostraba una imagen del dictador alemán con el siguiente pie: "Nuestro Fuhrer Adolf Hitler no fuma, ni bebe. Por eso posee esa increíble capacidad de trabajo".

También se utilizó profusamente en la campaña de propaganda a los chicos y chicas de las Juventudes Hitlerianas, a quienes se adoctrinaba en los males del tabaco para que a su vez influyeran en su entorno familiar y escolar.

Algunos de los argumentos de las campañas anti-tabaco eran ciertamente peregrinos, aunque nada inocentes en su carga ideológica. Se resaltaba, por ejemplo, el detalle de que Churchill, Roosevelt y Stalin - los tres mayores enemigos de Alemania - eran fumadores empedernidos, mientras que Hitler, Mussolini y Franco - los tres principales líderes de la Europa fascista - no fumaban. El propio Hitler llegó a decir que el tabaco era "la venganza del hombre indio contra el hombre blanco, por haberlo iniciado en el vicio del alcohol".

El segundo frente de ataque fue el de las prohibiciones.

En 1938, se prohibió fumar en los aviones y en las oficinas de correos, así como en muchos lugares de trabajo, en oficinas públicas, en hospitales y en asilos.

En 1939, el tabaco fue prohibido - tanto para alumnos como para profesores - en la mayoría de los colegios. Se prohibió también fumar a los militares en la calle, en los desfiles y durante los descansos de las guardias; se prohibió fumar a los policías y miembros de las SS mientras estuvieran de servicio y todas las oficinas del partido nazi fueron declaradas espacios libres de humo.

En 1941, sesenta ciudades alemanas prohibieron fumar en trenes y autobuses, prohibición que tres años después se extendería a toda Alemania a petición del propio Adolf Hitler, que estaba muy preocupado por los riesgos para la salud que la exposición al tabaco podía implicar para las mujeres conductoras de transportes públicos.

A partir de ese mismo año 1941, se establecieron asimismo normas que restringían las campañas publicitarias de marcas de tabaco. Se prohibió, por ejemplo, que se asociara la publicidad del tabaco con el deporte o con los hábitos de vida saludable; que se hicieran anuncios donde un fumador apareciera conduciendo o que transmitieran una idea de virilidad. Se prohibieron igualmente los anuncios específicamente dirigidos a mujeres y cualquier tipo de anuncio en vías férreas y en zonas rurales.

En 1942, se prohibió a todos los bares y cafés vender tabaco a las mujeres. Un año después, en 1943, se promulgó una norma que prohibía a todos los menores de 18 años fumar en público.

El tercer frente de ataque fue el fiscal. Los impuestos del tabaco subieron espectacularmente durante el régimen nazi. En 1941, las tasas llegaron a representar entre el 80 y el 95% del precio de venta de cada cajetilla o paquete de tabaco.

Por supuesto, existía en esto una cierta esquizofrenia, puesto que más que para convencer a los fumadores de dejar su hábito, el aumento de impuestos sirvió para doblar la recaudación del estado por este concepto. En 1941, los impuestos especiales del tabaco representaban nada menos que el 12,5% de los ingresos del estado alemán. Uno de cada ocho marcos recaudados por el estado procedía de los fumadores.

Como puede verse, Hitler - que había sido un fumador empedernido en su juventud - y su partido nazi declararon una guerra total contra el tabaco. Pero lo más gracioso es que toda esa campaña no sólo no sirvió para nada, sino que fue completamente contraproducente.

Entre 1933 - fecha del ascenso de los nazis al poder - y 1939 - año que marca el inicio de la Segunda Guerra Mundial -, el consumo de tabaco en Francia, donde no existían esas brutales campañas anti-tabaco, aumentó en un 10%. Sin embargo, en Alemania el consumo aumentó casi un 60%, seis veces más. El hábito de fumar entre los alemanes sólo comenzó a descender cuando el racionamiento de la guerra empezó a reducir el suministro.

Y la razón de que el consumo de tabaco aumentara de forma tan brutal, a pesar de las campañas prohibicionistas y la propaganda contra el tabaco fue, precisamente, que esas campañas terminaron convirtiendo el fumar en un símbolo de resistencia silenciosa frente al totalitarismo nazi.

En una situación en la que cualquier otro tipo de resistencia conllevaba el peligro de terminar en la cárcel o en un campo de concentración, el consumo de tabaco - tan mal visto por los nazis - representaba una forma inocua de resistencia cultural.

Les dejo a ustedes el ejercicio de trazar los paralelismos que quieran con cualquier situación actual, pero no quiero terminar sin pedirles que se fijen en algo que resultaría terriblemente cómico, si no fuera tan espantosamente trágico.

¿Se les ocurre a ustedes algo más absurdo que un gobierno, el de la Alemania nazi, empeñado en prohibir fumar a la población por motivos de salud, mientras mandaba a millones de alemanes a morir en el frente de batalla o en los campos de concentración?

Lo que era verdaderamente letal para la salud de los alemanes no era el tabaco, sino el propio partido nazi.

Trueba en Egipto

Federico Jiménez Losantos en Libertad Digital

¿Estamos "dejando solo a Egipto en su lucha por la libertad"? ¿Qué lucha? ¿Qué libertad? ¿La de los hermanos Musulmanes? Si Irán está feliz e Israel preocupado, está claro el peligro de lo sucedido en Egipto. Siempre es buena la caída de un tirano, salvo que pueda heredarlo otro muchísimo peor. Que al Shah le suceda Jomeini; que a Mubarak acabe sucediéndolo un Jomeini nilótico. Como ha planteado César Vidal en LDTV, lo importante es cómo se defiende Occidente del Islam. El resto es voluntarismo, sea progre a lo Trueba o liberal. Evitemos el segundo, ya que el primero es imposible.

Ahora empieza

GEES en Libertad Digital

Lo que sabemos es que los Hermanos Musulmanes son la única fuerza organizada y los militares los han tomado como principales interlocutores. Los generales pueden seguir explotando el miedo que inspiran y pueden jugar a dividir a unos presuntos colaboradores en el poder tan lastrados por el anonimato. De momento se está desmontando el tinglado de la ya histórica Plaza de la Liberación. ¿Volverán a incendiarse las pasiones si las expectativas son defraudadas? ¿Qué expectativas y de quién? El futuro sigue plagado de incógnitas. Lo único seguro es que en Egipto y todo el mundo árabo-islámico de hoy más democracia equivale a más islam.

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Si los musulmanes quieren más islam en sus países, pues que lo tengan. Allá ellos. Donde no tenemos que consentirlo, y mucho menos propiciarlo, es en los nuestros. ¿Xenofobia? No. Supervivencia. ¿Acaso los terroristas más sanguinarios son cristianos? ¿Judíos? ¿Budistas? ¿Ateos? No, son musulmanes. Y eso no es una opinión, es la realidad. Nos guste o no. Si no combatimos ese terrorismo y a los estados que lo amparan o lo promueven, pereceremos. O acabaremos todos mirando a La Meca.