viernes, 10 de diciembre de 2010

¿Viva la militarización?

GEES en Libertad Digital

Los juristas podrán discutir a gusto en su terreno sobre la constitucionalidad o no de la decisión del Ejecutivo ante esta crisis, pero políticamente no deja de ser chocante la salida del Gobierno. Bien por su incapacidad negociadora, bien por querer dar una imagen de resolución y mando, se abandona todo el procedimiento laboral y civil más básico y se recurre a una alternativa tan radical como inusitada, parapetándose en el malestar de cientos de miles de ciudadanos.

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¿Va a recurrir de nuevo Zapatero y sus ministros a otro estado de alarma ante la próxima crisis laboral? De un Gobierno que tan poco democrático se ha mostrado en estos años y que supura una actitud de prepotencia, así como una creencia de que el Estado es su cortijo (¿no va a nombrar la ministra a quien le salga de los cojones?), concederle que puede comportarse como quiera, sin respeto a los procedimientos básicos de la democracia, es asumir un riesgo innecesario.

Quienes desde la oposición prefieren el fervor entusiasta de los afectados que se han quedado sin sus merecidas vacaciones al respeto a la más estricta legalidad cometen un gravísimo error por no denunciar al Gobierno. En democracia no todo vale. Y el manu militari como resolución de conflictos no es de recibo. Popularidad e ilegalidad pueden ir a veces perfectamente de la mano. Es de políticos responsables luchar contra esa unión nada racional por muy pasional que sea.

Estado de Rubalcaba

Humberto Vadillo en Libertad Digital

Sábado, 4 de diciembre. Se declara el estado de alarma para poner fin a la huelga de los controladores aéreos. Rubalcaba es quien toma decisiones, da explicaciones y atiende a los medios. La declaración del estado de alarma era consecuencia no necesaria de años de interesada negligencia en dotar a España de una Ley de Huelga, de la desidia dolosa de años de no formar y homologar a los suficientes controladores aéreos y de la incompetencia habitual y tontuna inoportuna de Pepiño Blanco en la gestión de Fomento.

Jamás se había decretado en la España democrática el estado de alarma. No durante el 23-F, no durante las horas largas que precedieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco. No tras el 11-M: se declara con el Rey fuera del país, el todavía presidente Zapatero en el limbo de los nonatos y el jefe de la Oposición mirando cara a La Gomera. Gaspar Zarrías, secretario de estado de Política Institucional, insinúa connivencias del PP con los controladores. No hay respuesta oficial, cese o desmentido de estas palabras.

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En contra de las apariencias, el peor legado que nos ha de dejar Zapatero no será la ruina económica sino la ruina política, institucional y aun moral en la que ha convertido a España. Queda también Rubalcaba de albacea. Anda Rajoy satisfecho con el unánime respaldo que muestran las encuestas al PP. Haría bien en considerar que heredará sólo si Rubalcaba quiere, cuando Rubalcaba quiera, en las condiciones en las que Rubalcaba quiera. La ventaja de éste es, como el mismo dice, que "lo sabe todo de todo el mundo".

Que vuelva Maleni

Emilio Campmany en Libertad Digital

Vamos a obviar por ahora los motivos que, distintos a los de la huelga, hayan podido llevar a Rubalcaba a decretar el estado de alarma para que Pepe García Domínguez no nos llame esclavos de Fu Manchú. Vamos a pasar de los muchos problemas de legalidad y constitucionalidad que plantea la militarización de los controladores para que César Vidal no nos acuse de preocuparnos más de los verdugos que de las víctimas. Vamos a soslayar las graves tribulaciones económicas de AENA, que podrían estar detrás de la necesidad de negar a los controladores derechos que, para bien o para mal, están en su convenio colectivo. Y vamos a olvidarnos de preguntar por qué el decreto del estado de alarma lo firmó Jáuregui y no Zapatero.

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Encarado con el problema de los controladores y el lastre que sus sueldos suponían para una AENA que había que vender, no se le ocurrió otra cosa que pasar por sus derechos laborales como el caballo de Atila. Convirtió las horas extras que voluntariamente hacían en horas normales que estaban obligados a hacer, lo que significó básicamente incremento de trabajo y disminución de salario. Naturalmente, los encabronó. Encima, calculó mal el total de horas que entre todos tendrían que hacer y al final del año resultó que muchos ya habían cumplido y que no había bastantes controladores para cubrir las necesidades hasta el primero de enero. Pillado por el toro de su propia incompetencia, se vio en la necesidad de dictar un decreto que dijera que, de las horas que están obligados a hacer los controladores, no se pueden descontar las que emplean en estar de guardia o de baja médica, que a ver qué obrero pasa por eso. Y los controladores, acostumbrados a que en España los trabajadores que chantajean al Gobierno se salen siempre con la suya (recuerden a los de Sintel, que ocuparon la Castellana durante meses sin que nadie se atreviera a dar la orden de obligarles por la fuerza a desalojar la vía pública), jugaron un órdago que Rubalcaba no les iba a dejar ganar.

Mentir sale gratis

Florentino Portero en Libertad Digital

Un amable lector me pide que trate de explicar por qué en unos países la mentira tiene un coste político y en otros no; por qué, a fin de cuentas, en España los políticos mienten sin límite ni pudor y no pasa nada. Sin querer meterme en honduras sociológicas o antropológicas me atrevo a apuntar algún argumento que nos puede ayudar a entender cómo hemos llegado a la penosa situación en la que nos encontramos.

España es una democracia, con todo lo que ello implica. Los ciudadanos tienen la última palabra, por lo que la política se convierte en un ejercicio de comunicación entre los partidos y la ciudadanía. Los responsable políticos construyen un discurso en función de los intereses, valores y sentimientos de su potencial electorado. Cada segmento tiene sus características, del mismo modo que cada nación tiene su peculiar y exclusiva "cultura" política porque, por muy europeos que todos seamos, la política italiana no se desarrolla en los mismos términos que la francesa, ni ésta que la británica... En democracia la política es una expresión "cultural" más, en el sentido que a esta palabra le dan los antropólogos.

La mentira se vive de forma muy distinta en el mundo católico, donde siempre estamos a tiempo de arrepentirnos y confesarnos, que en el protestante, donde lavar nuestro expediente no resulta tan fácil. La historia cuenta, como cuenta la educación y siglos de convivencia en torno a unos valores determinados. En España mucha gente miente y eso no se vive como un problema sino como un mecanismo, más o menos legítimo, de defender intereses personales o corporativos. Cuando un partido político prepara un programa electoral se da por descontado que nadie se lo va a leer, ni siquiera aquellos cuyos nombres aparecen en la papeleta.

En España los políticos mienten porque son españoles, como españoles y mentirosos son sus electores. No es verdad que los españoles se escandalizan porque sus políticos les engañan. Rodríguez Zapatero lo hizo durante su primera legislatura sobre la negociación con ETA y no le supuso coste político alguno, negó la existencia de la crisis económica durante la campaña electoral y aún así once millones de electores le refrendaron su confianza. ¿No ha expresado el PP su rechazo a la reforma, léase reducción, de las pensiones cuando es perfectamente consciente de que en el caso de llegar al poder le tocará hacerlo?

Los españoles denuncian indignados que se les miente sólo cuando la mentira va unida a un daño a sus intereses. Algo semejante podemos decir de la corrupción, compañera de viaje de la mentira, que el español disculpa porque, si pudiera, quizás haría lo que supone que el político hace, pero que critica cuando va unida a la incompetencia en la gestión de los asuntos públicos.

¿No es acaso Pérez Rubalcaba el político más admirado por la izquierda precisamente porque es quien más y mejor miente de entre los suyos? ¿No se lamenta la derecha por no contar en sus filas con alguna joyita de similares condiciones?

Es verdad que en todas partes cuecen habas, pero así como los hermosos judiones que crecen a orillas del bravo Eresma no son iguales que las deliciosas fabes que nacen en los suaves prados asturianos, los políticos de cada país reflejan las características de la sociedad que los elige y patea. Los nuestros mienten con descaro y los de tierras afectas a la Reforma hacen gala de una hipocresía que revuelve el estómago al más cínico de los comensales. En democracia, para bien o para mal, los políticos son expresión de la sociedad que los vio nacer. De ahí la vieja sentencia de que cada nación tiene los políticos que se merece.

La impunidad que impulsa el proceso de paz

Editorial de Libertad Digital

El portavoz socialista en el Parlamento Vasco, José Antonio Pastor, escudándose en el "respeto" a las decisiones judiciales ha manifestado que "no se pueden estimar las resoluciones judiciales como acertadas y justas cuando a uno le vienen bien y criticarlas cuando no coinciden con los intereses de cada uno". No. Lo que no se puede es estimar como acertadas y justas todas las sentencias, tanto si de verdad así nos lo parecen como si no. Eso, lejos de ser una muestra de respeto al Estado de Derecho, es un desprecio que, entre otras cosas, borraría del ordenamiento jurídico la figura del recurso de apelación.

Aunque sea obligado el acatamiento de todas ellas, en un Estado de Derecho se puede y se debe distinguir entre sentencias excepcionales, buenas, regulares, malas o tan pésimas como la que hoy nos ocupa. El memo y antijurídico papanatismo del que hace gala el portavoz socialista no es otra cosa que una forma de eludir una valoración de una sentencia que ponga en peligro –ella sí– los intereses de los socialistas en que prosiga, aun encubierto, el "proceso de paz" con los etarras. Y no hay mejor prueba de que prosigue que viendo como avanza la impunidad.

Tal para cual

José María Carrascal en ABC

La militarización de los controladores se decretó antes del estado de alarma, lo que arroja dudas sobre su legalidad. Con el agravante de que esa militarización se basa en una ley franquista, la de Movilización Nacional de 1969, superada por la Constitución de 1978, que sólo permite militarizaciones en estado de sitio, no decretado por el gobierno. ¿Porque el estado de sitio requiere la aprobación del Congreso, y el estado de alarma, no? Dada la forma temeraria e incompetente que tiene de actuar el gobierno, la pregunta es legítima.

La coartada de ZP y el chivo expiatorio

José Antonio Navas en ABC

El Gobierno se niega a reconocer el problema de los controladores aéreos como un conflicto laboral y prefiere introducir el debate político por el atolladero judicial, con la Fiscalía anunciando penas de hasta ocho años de cárcel por un presunto delito de sedición. Nadie osará defender, ni siquiera matizar con atenuantes, el plante de los supuestos responsables del control del tráfico aéreo en nuestro país que, de una manera indirecta, han facilitado que el presidente se suba al pedestal de la necesidad para convertir en virtud los defectos de su nefasta gestión.

Crisis de sistema

Ignacio Camacho en ABC

Que la gente se lamente del egoísmo o de la corrupción de la clase política no deja de ser un reflejo desengañado de angustia ante una crisis de desamparo, pero cuando la queja alcanza a las instituciones y al propio mecanismo democrático hay motivos para un auténtico estado de alarma y conviene llamar a los bomberos porque se está quemando la cocina del sistema.

El problema es que los bomberos son los mismos que le han prendido fuego a esta desesperanza, y sólo ellos pueden sofocar el incendio a riesgo de socarrarse en las brasas.

Militarizar al atún

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

El ejército que nos garantiza un vuelo en avión, ¿puede garantizarnos, a Gómez y a mí, un plato de atún? (...) El ponente es un caballero que describe el cambio climático como «un fenómeno de consumo no sostenible de un recurso natural que tiene la particularidad de ser intangible hasta que se transforma en un problema». ¿Un problema, decíamos? ¡El atún! Primero, la conferencia en la Escuela de Ingenieros Industriales, y luego, la cena en el Hispano, con su ensalada tibia de judías y «foie» y su «roast beef», aunque, si uno viene de salvar a los atunes, lo natural es que pase del «roast beef» y del «foie» y se conforme con chupar un manojillo de raíces. Nos quitaron los zorzales de Burgos, nos quitan el atún de Barbate, nos quitarán el lechazo de Campaspero... Y los militares, ¿dónde están?

Gentucismo

Hermann Tertsch en ABC

En una comida en la sede del ministerio que tan sabiamente dirige, doña Pajín presentó el 17 de noviembre a su nuevo fichaje, compañera de mil fiestas, a un grupo de diputados y senadores. Alguien debió ser tan descortés como para recordarle a Pajín la regla administrativa que no cumple su amiga que, si a alguien pudiera interesar, se llama Nuria Espí de Navas. La respuesta fue contundente. Doña Leire en estado puro: «Sólo faltaría que la ministra no pueda nombrar a quien le salga de los cojones». (...) La derecha lleva gobernando, según nos cuentan los magos de las ciencias sociales del progreso, unos cinco mil años. La izquierda auténtica, los herederos de la impoluta democracia de la II República, tan sólo siete. «Ahora nos toca.» Por eso hay que romper ahora todas las reglas y, cuando molestan, también las leyes. Por cojones.

El dormitorio de Franco

Carlos Herrera en ABC

En la España de la anormalidad todo es posible. Que acabe siendo normal que un coronel trabaje en la torre de control de Barajas, que el estado de Alerta, o de Alarma, que no lo tengo claro, persista durante quince días —como si durante quince días estuviese sonando la alarma de su casa— o que una Comisión de Seguimiento de la Memoria Histórica presione a Patrimonio nacional para que supriman el dormitorio de Franco del recorrido de visitas del Palacio del Pardo… Y que Patrimonio lo conceda. En España empieza a ser normal lo anormal, incluidos los anormales que gestionan la cosa pública, sean inútiles, caraduras o timoratos.

(...)

Si la práctica de la contemplación de la historia consiste en eliminar aquello que ha resultado contrario a la dinámica democrática del siglo XXI que cierren inmediatamente Auschwitz, que dinamiten la momia de Lennin y que clausuren los osarios de Pol Pot.


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El Partido dijo que Oceanía nunca había sido aliada de Eurasia. Él, Winston Smith, sabía que Oceanía había estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia conciencia, la cual, en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. «El que controla el pasado —decía el slogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar.

(George Orwell. 1984)

Su Excelencia

Alfonso Ussía en La Razón

Él está hecho para mandar más y a más gente, civil y militar, sin restricciones. Zapatero y Rubalcaba están de capa caída, pero Blanco manda mucho, como ha reconocido el deslenguado José Bono. Y no es alto de estatura física, es gallego y su apellido tiene rima consonante con el pasado. Oigo la voz de David Cubedo en el No-Do: «Su Excelencia el Jefe del Estado, Generalísimo Blanco»…

Blanco no se comporta como un militar aunque eche mano de ellos para cubrir sus errores. Admira a los hombres que no conocen la mentira desde su condición de gran mentiroso. Son lógicas las caricaturas, pero ásperas para quienes tenemos a los militares como un ejemplo permanente. Y en su intención, se quedan cortas. Blanco no quiere ser el coronel al que su inferior le informa de la situación del regimiento. Vuelve la pesadilla. Blanco en el balcón principal del Palacio Real. Y el grito de la multitud socialista: «¡Blanco, Blanco, Blanco, Arriba España!».


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Nadie oía lo que el gran camarada estaba diciendo. Eran sólo unas cuantas palabras para animarlos, esas palabras que suelen decirse a las tropas en cualquier batalla, y que no es preciso entenderlas una por una, sino que infunden confianza por el simple hecho de ser pronunciadas. Entonces, desapareció a su vez la monumental cara del Gran Hermano y en su lugar aparecieron los tres slogans del Partido en grandes letras:

LA GUERRA ES LA PAZ

LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Pero daba la impresión de un fenómeno óptico psicológico de que el rostro del Gran Hermano persistía en la pantalla durante algunos segundos, como si el «impacto» que había producido en las retinas de los espectadores fuera demasiado intenso para borrarse inmediatamente. La mujeruca del cabello color arena se lanzó hacia delante, agarrándose a la silla de la fila anterior y luego, con un trémulo murmullo que sonaba algo así como «¡Mi salvador!», extendió los brazos hacia la pantalla. Después ocultó la cara entre sus manos. Sin duda, estaba rezando a su manera.

Entonces, todo el grupo prorrumpió en un canto rítmico, lento y profundo: «¡Ge-Hache. Ge-Hache... Ge-Hache!», dejando una gran pausa entre la G y la H. Era un canto monótono y salvaje en cuyo fondo parecían oírse pisadas de pies desnudos y el batir de los tam-tam. Este canturreo duró unos treinta segundos. Era un estribillo que surgía en todas las ocasiones de gran emoción colectiva. En parte, era una especie de himno a la sabiduría y majestad del Gran Hermano; pero, más aún, constituía aquello un procedimiento de autohipnosis, un modo deliberado de ahogar la conciencia mediante un ruido rítmico. A Winston parecían enfriársele las entrañas. En los Dos Minutos de Odio, no podía evitar que la oleada emotiva le arrastrase, pero este infrahumano canturreo «iG-H... G-H ... G-H!» siempre le llenaba de horror. Desde luego, se unía al coro; esto era obligatorio. Controlar los verdaderos sentimientos y hacer lo mismo que hicieran los demás era una reacción natural.

(George Orwell. 1984)

Escondido

Cristina L. Schlichting en La Razón

La mañana del sábado el Gobierno anunció por escrito a los medios que José Luis Rodríguez Zapatero comparecería en rueda de Prensa para proclamar el estado de alarma y la militarización de los controladores. Fue mayúscula la sorpresa cuando el que apareció fue Alfredo Pérez Rubalcaba. La adopción de una medida castrense en un régimen democrático parece exigir la presencia y la explicación pública del jefe de Gobierno. La decisión de la comparecencia de Rodríguez Zapatero estaba tomada, como demuestra el despacho enviado a los medios de comunicación, negro sobre blanco. ¿Qué pasó para que el vicepresidente primero sustituyese al jefe en el transcurso de unos minutos? ¿Qué consideraciones pesaron en el ánimo del presidente para parapetarse detrás de su segundo?

Viñeta de Montoro en La Razón

Viñeta de Esteban en La Razón