miércoles, 1 de abril de 2009

Una Voltaire femenina: Wafa Sultan

Ana Nuño en Libertad Digital

Imprescindible para Rodríguez y otros feministas defensores de la Alianza de Civilizaciones.

Un mensaje liberal desde Asia

Guy Sorman en ABC

Los golpes del Estado

Gabriel Albiac en ABC

El «buen Presidente»

Gabriel Albiac en ABC

El miedo y el divertimento

Hermann Tertsch en ABC

Volverán banderas victoriosas

Antonio Burgos en ABC

La sonrisa de la quiebra

Edurne Uriarte en ABC

Teléfono rojo

Ignacio Camacho en ABC

La misión

Alfonso Ussía en La Razón

Un legado inmenso

Antonio Cañizares en La Razón

Merece la pena

Cristina López Schlichting en La Razón

La economía y el colesterol

Hana Fischer en Libertad Digital

¡Mariano! Apunte

Juan Morote en Libertad Digital

La sinrazón de una guerra

John Stossel en Libertad Digital

Las lecciones que necesita Zapatero

Emilio J. González en Libertad Digital

Nostalgias

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos, en Libertad Digital

Rajoy no tiene una respuesta para usted

Manuel Llamas en Libertad Digital

La Hora de los Logros Humanos

Daniel Rodríguez Herrera en Libertad Digital

Lomborg, como es habitual en él, escribía este viernes una columna polémica desde el mismo título: Yo no apagaré la luz este sábado. Se refería a la estupidez organizada por WWF con la intención de que medio mundo se sintiera a gusto consigo mismo por no hacer nada: apagar durante una hora las luces, que no la tele ni el ordenador ni nada más. Así, autoridades poco dedicadas al bien común y demasiado a la propaganda se pusieron a apagar los focos que iluminan diversos monumentos, mientras un número indeterminado de personas –pero que por supuesto los ecologistas cifraron en 1.000 millones en todo el mundo– decidieron apagar la luz. El efecto real fue, claro, insignificante: la hora prevista fue la de mayor consumo eléctrico del día y el consumo fue poco más de un 1% menor que el sábado anterior.

Hay dos cosas sobre esa hora de apagar las luces que me irritan profundamente. La primera ya la identificó el propio Lomborg: estas mamarrachadas son un modo de que la gente se piense que hay soluciones sencillas a los problemas y que todo depende de tomarse la molestia de apagar la luz una hora. Pero por supuesto, como diría Ramón Calderón, eso no es así, eso no es verdad. El proyecto ecologista contra el calentamiento global exige sacrificios reales y mucho mayores, como el de enviar al paro a millones de personas en todo el mundo y rebajar significativamente nuestra calidad de vida. Desgraciadamente, a nuestro alrededor hay demasiados adolescentes en términos morales para los que lo único que cuentan son las emociones, no la realidad, y especialmente el sentimiento más importante en términos políticos: la autosatisfacción.

Pero aún más indignante y, si me permiten, más adecuado a esta sección de internet y tecnología a la que debería dedicar mis artículos (sí, señor director, a los pies de su señora, señor director), es la ceguera voluntaria que impide a los ecologistas ver ninguna solución que no pase por una restricción al uso de la tecnología, en lugar de abogar por lo que siempre ha hecho la humanidad para solucionar los problemas causados por su progreso: progresar aún más. No, los apocalípticos del calentamiento global quieren que produzcamos menos y optemos por tecnologías ineficientes y ruinosas, que reducen nuestro nivel de vida al obligarnos a enterrar nuestros recursos en ellas en lugar de utilizar una parte en alternativas realmente eficientes y la otra parte en cubrir otras necesidades.

Escondidos bajo la excusa científica, el ecologismo no es más que ideología pura. Son los herederos intelectuales de esos reaccionarios del XIX llamados luditas, que querían frenar el desarrollo industrial y tecnológico bajo la falacia, mil veces refutada, de que destruía empleos. Dentro de esa pila de años en la que nos auguran que la Tierra será más cálida, habremos desarrollado tecnologías energéticas que ahora somos incapaces de concebir siquiera. Pero para ellos ese progreso no es más que otro paso atrás en el camino que quieren recorrer, pasito a pasito hacia ese Edén virginal en el que convivíamos en armonía con la naturaleza, la esperanza de vida era de 30 años y nuestro desarrollo económico y tecnológica impedía que sobrevivieran más que unos pocos millones de personas en todo el mundo.

"Enviaré una señal desde el portátil hasta nuestro servidor local, desde donde viajará por cable de fibra óptica a la velocidad de la luz hasta San Francisco, rebotará en un satélite de órbita geosíncrona a Lisboa, Portugal, desde donde los datos se desviarán a un cable transatlántico sumergido que termina en Halifax, Nueva Escocia, y atravesarán todo el continente vía repetidores de microondas hasta nuestro servidor y de él al receptor adherido a esta... lámpara", decía un personaje de la serie The Big Bang Theory describiendo el proceso seguido para encender una bombilla que tenía a un metro de distancia tras haberla conectado a internet. En esta ocasión, claro, el objetivo era bastante ridículo, como corresponde a una comedia. ¿Pero alguien podía imaginarse a comienzos del siglo XX algo como internet? No, claro que no. Pero al contrario que ahora los políticos no hacían planes a cien años vista que requirieran unos brutales sacrificios ahora. Bueno, quizá en la URSS.

Así, mientras unos (pocos) celebran su "Hora de la Tierra", yo prefiero unirme al CEI y celebrar la Hora de los Logros Humanos, entre los que se incluye internet en un lugar destacado. Y seguiré luchando contra cualquier intento de destruirlos como los que encabezan, de forma destacada hoy en día, ecologistas e islamistas.

Maldad populista frente a indecisión

Agapito Maestre en Libertad Digital

La fresquera de los políticos regionales

José Antonio Martínez-Abarca en Libertad Digital

¿Más intervención todavía?

Pablo Molina en Libertad Digital

La pseudonacionalización de la caja de ahorros de Castilla-La Mancha debería llamar a la reflexión a todos los que acusan al mercado y a la falta de regulación del sistema financiero de haber provocado la actual recesión económica. Si fuera cierto que la debilidad en el control público ha ocasionado el desastre económico, las cajas de ahorros serían las instituciones crediticias más solventes del momento dado que no hay otra empresa bancaria más intervenida por el poder político, ni aquí ni en ningún otro país. Y sin embargo no ocurre así, sino todo lo contrario. Las cajas de ahorros, gestionadas por un consejo formado por representantes de los distintos partidos con representación autonómica, son ahora mismo las primeras candidatas a desaparecer salvo que el Estado las nacionalice; lo que, por cierto, constituiría una pirueta jurídico-política de primer orden, pues se trataría de nacionalizar unas entidades que ya están dirigidas por los partidos políticos, convertidos mutatis mutandi en órganos del Estado.

Afirma la izquierda que si los políticos hubieran controlado la gestión diaria de los bancos comerciales, estos no habrían destinado el grueso de sus recursos a promover la burbuja inmobiliaria, financiando operaciones urbanísticas de dudoso futuro y sin las garantías necesarias. Pues bien, ¿qué han hecho si no todas y cada una de las cajas de ahorros en los últimos años bajo la sabia dirección de los políticos?

En la España autonómica no ha habido especulador urbanístico que no haya obtenido una riada de millones en forma de créditos por parte de la caja de ahorros de referencia en la provincia, ni operación urbanística muñida en las alcantarillas del poder autonómico que no haya contado con la generosa financiación de la misma entidad, que para eso está dirigida por los "compañeros" del partido.

Con el humorismo involuntario que les es consustancial, los dirigentes de Izquierda Unida y gran parte del resto de la izquierda abogan por la creación de un sistema de banca pública que ponga coto al desastre provocado por el mercado. A poco que se esfuercen, hasta ellos serían capaces de entender que es precisamente la politización de unas entidades financieras, y su corolario inevitable en forma de de corrupción partidista, lo que deja la puerta abierta a la existencia de todo tipo de desmanes. Lo que ocurre es que la izquierda identifica el bienestar de sus estructuras partidistas con el bienestar de los ciudadanos, cuando la relación entre ambos conceptos es precisamente inversa. Que se lo pregunten a los pequeños empresarios y autónomos de Castilla La Mancha.

La codicia

José García Domínguez en Libertad Digital

Que calle Garzón y hable la Justicia

Editorial de Libertad Digital