lunes, 30 de mayo de 2011

Ejecución sin juicio

Gabriel Albiac en ABC

El martes, la ministra de la guerra (pero no de los Servicios de Inteligencia) se decía candidata. El jueves renunciaba. En medio —¡colmo de las desdichas!—, alguien roba su coche. Dos días después, el ministro del Interior se erige en candidato único y pasa como un blindado sobre el despojo de su concurrente. No debió resultar tarea difícil para el hombre que pasó sobre el despojo de Zapatero tras la crisis de la primavera pasada, haciendo del presidente una triste marioneta. El golpe —eso a lo cual Naudé llama un «golpe»— se consumó entonces. Nadie ha vuelto a ver a Zapatero en funciones ejecutivas, desde que se avino a aceptar las imposiciones que le dictó la UE. Cada acto decisivo, cada confrontación delicada, cada cuerpo a cuerpo fueron ejercidos por un vicepresidente que, salvo en los breves días de su tregua médica, ha sido el único vértice del Gobierno. Zapatero fue dejado en su puesto para que cargue él sólo —si es posible— con el peso mayor de la factura electoral que a alguien habrá que pasarle por una ruina que no es la de la crisis, sino la de la pésima gestión de la crisis. No es mal cálculo.

Los viejos gestores del GAL retornan. Lo peor de la historia reciente de España: los hombres que, bajo la presidencia de Felipe González, dieron cobertura a crímenes de Estado que nadie podía imaginar posibles en la vieja Europa. Ellos impusieron a Rubalcaba en las zahúrdas del gobierno de un incompetente al cual despreciaban. Ellos ejecutaron a Zapatero. Hace casi un año. Nos apercibimos ahora. Cuando la sangre se nos hiela ante el hoy hombre fuerte socialista.

El prezapaterismo

Ignacio Camacho en ABC

El bucle se ha cerrado. Detrás de Zapatero no venía el postzapaterismo sino el prezapaterismo. El viejo orden tardofelipista, el retorno al socialismo con barba. La caída a plomo del presidente, certificada en la catástrofe electoral del 22-M, ha cerrado con una involución el camino de la sucesión posmoderna que había previsto en su líquida hoja de ruta. Se acabó el experimentalismo gaseoso, el feminismo de Vogue, el relativismo ideológico, la gestualidad posmoderna, el optimismo antropológico, el pensamiento débil, el ensueño juvenil de la democracia bonita y del paradigma buenista. Ahora toca el malismo pragmático de la intriga rubalcabiana, la socialdemocracia convencional, el unitarismo federalista, el sindicalismo clásico, la responsabilidad previsible, el peso específico de la experiencia de poder. La conjura de los barones del partido ha evaporado de un golpe la evanescencia flotante del discurso zapaterista, válida sólo en los tiempos felices de una prosperidad disipada y de una sociedad alegre. En medio de la zozobra social, la quiebra económica y la desconfianza moral, los pretorianos socialistas han decidido rescatar sus perfiles severos y apelar al concepto de madurez y cautela que encarna el veterano y maniobrero superviviente del gonzalismo tardío. Rubalcaba será o tratará de ser el espejo centroizquierdista de Rajoy: un hombre sensato y cuajado del que se puede esperar cualquier cosa menos una frivolidad.

El putsch de los coroneles no sólo ha basureado a Zapatero despojándolo de su liderazgo y obligándole a apartar a su albacea favorita, la ministra Chacón, sino que viene a arrinconar sin contemplaciones su inconsistente modelo político. Un modelo —un estilo, más bien, porque carecía de fundamentos sólidos— que nunca fue del agrado de la nomenclatura clásica del partido, obligada a aceptarlo mientras funcionó como combustible de la maquinaria electoral. El cataclismo de mayo ha soltado de golpe los livianos pernos que sujetaban el zapaterismo a la tradición socialdemócrata y lo ha dejado a la deriva de su propio fracaso. Para la reconstrucción forzosa —y precipitada— del cuarteado edificio del PSOE su núcleo dirigente ha exigido el regreso de la vieja guardia experta en albañilería política. Sin tiempo ni frescura para elaborar una síntesis de ideas han optado por acogerse a ciertos valores seguros; han vuelto al orden de los abuelos para evitar que la maltrecha herencia pasara a los nietos.

Es la apuesta por el fondo de armario frente al fashionismorepentinamente pasado de moda. El riesgo consiste en su evidente olor a naftalina polvorienta. Pero la intemperie a que ha quedado expuesto el socialismo tras su aparatoso descalabro territorial aconseja a los viejos de la tribu proveerse de sólida ropa de abrigo. Fuera del poder —lo dijo González, el referente implícito de esta vieja-nueva etapa—, hace mucho, pero que mucho frío.

Sectarismo ideológico

Juan Manuel de Prada en ABC

Acusar a la escuela diferenciada de favorecer la desigualdad y la segregación nos obligaría a lanzar idéntica acusación contra los campeonatos de tenis; pero yo todavía no he visto a nadie que proteste porque Nadal no juega contra Kournikova, ni tampoco a nadie que se le ocurra afirmar que Nadal no puede ligarse a Kournikova (o viceversa) porque no les dejan enfrentarse en los campeonatos de tenis. Si alguien lanzara tales protestas o afirmaciones lo tendríamos por un necio redomado; sin embargo, tales necedades, referidas a los colegios diferenciados, triunfan, en alas del sectarismo ideológico, e incluso pueden imponerse mediante leyes que les denieguen arbitrariamente los conciertos.

Uno puede entender que los poderes públicos establezcan requisitos para que los centros docentes se beneficien de ayudas; pero tales requisitos no pueden ser arbitrarios, ni regirse por el más despepitado sectarismo ideológico, que disfraza el mismo odio despechado que la zorra de la fábula dispensaba al racimo de uvas que no podía alcanzar: odio, en primer lugar, a la excelencia; y también odio hacia una escuela que se resiste a ser convertida en el corruptorio oficial y en la fábrica de votantes en que nuestros sectarios pretenden convertir la escuela pública. La escuela diferenciada es la primera pieza que estos sectarios pretenden cobrarse; después vendrá la escuela concertada católica, no importa que sea mixta o diferenciada.

La "Revolución" española

Yulen Ariza Rossy y Miryam Lindberg, de la Fundación Heritage, en Libertad Digital

Las soluciones concretas que exigían listas abiertas y la reforma de una ley electoral que, indefectiblemente, habrían tenido que ir seguidas de una reforma política y de las instituciones representativas, han sido sucedidas por las proclamas utópicas de siempre. El movimiento de la "acampada" ha sido secuestrado por la izquierda marxista, que consigue que el pueblo termine exigiendo una prolongación de su agonía y que se aplique aquella nefasta receta de: "El Estado no funciona, solución: más Estado".

Si bien fueron los radicales de izquierda los que empezaron la protesta con una receta comunista como solución, en medio del eterno romanticismo por las revoluciones alimentado en y por los medios de comunicación, de pronto también surgió el despertar del español común y corriente, harto de pagar cada vez más impuestos; harto de ver cómo los políticos salvan a los bancos con el dinero del contribuyente para que después esos mismos bancos le embarguen al contribuyente su vivienda y lo dejen en la calle; harto de ver que, mientras que la inflación se come sus ahorros y los políticos hunden al país en más deuda soberana, los influyentes se codean con los políticos y ambos salen más ricos; harto de peores servicios; harto del insoportable statu quo. Pero, lamentablemente para el futuro de España, esa protestona mezcolanza de espontáneos rojos, antisistema, okupas, jubilados, desempleados, padres de familia, gente de buena voluntad y otros pide como solución menos mercado y más Estado: la receta perfecta para la argentinización de España.

Mágica dependencia

Carlos Rodríguez Braun en Libertad Digital

Tituló El País: "La dependencia generaría 45.000 empleos si cesara la lista de espera". El artículo de Carmen Morán era un elogio a la Ley de Dependencia, que "establece una relación entre el número de trabajadores (auxiliares de geriatría, fisioterapeutas, enfermeras) y los dependientes atendidos en geriátricos, centros de día, etcétera. Teniendo en cuenta ese cálculo, se puede afirmar que se han creado o consolidado 127.977 empleos hasta enero de 2011".

Morán sigue a pies juntillas un estudio de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, que sostiene: "si todos los que tienen derecho a una ayuda que están en lista de espera estuvieran atendidos, podrían contarse 45.501 empleos más y 52.355 cotizantes a la seguridad social". El presidente, José Manuel Ramírez, apunta: "La Ley de Dependencia (...) genera empleo y mejora la calidad de vida de 700.000 personas con una inversión de apenas el 0,5% del PIB". Morán añade: "El estudio muestra esos mismos datos por comunidades autónomas, de tal forma que las que tienen una lista de espera más abultada estarían impidiendo la creación de más empleos" [en cursiva en el original]. La conclusión se deduce lógicamente de lo anterior: si basta con aumentar el gasto público para generar miles de empleos, aquellas autoridades que no lo hagan estarán impidiendo reducir el paro.

Es raro: esos malvados que impiden la creación de más empleos porque no aumentan el gasto público no pueden limitarse a las autonomías. En España hay cinco millones de parados: ¿estaría doña Carmen dispuesta a condenar a Rodríguez Zapatero porque está impidiendo la solución de este gravísimo problema, que se lograría aumentando el gasto público?

Independientemente de si simpatiza o no con los socialistas, lo que parece claro es que doña Carmen está informando mal sobre el asunto. Es imposible que el mayor gasto público genere empleo, y no sólo porque, si así fuera, los gobiernos que más gastaran serían los mayores amigos de los trabajadores. Hay algo más de fondo, un asunto capital sobre el que doña Carmen no vierte ni una sola reflexión: el gasto público no es gratis.

Si esta realidad no es ignorada, entonces todo el edificio montado sobre su negación se derrumba. En efecto, si el gasto público no es gratis, entonces los efectos positivos de su desembolso deben ser contrapuestos con los efectos negativos de su recaudación. Doña Carmen: si usted cree que el dinero público crea empleo cuando es gastado, el mismo razonamiento la llevará a concluir que destruye empleo cuando es recaudado. Le ruego que lo tenga en cuenta en su próximo artículo.

Y por último, le ruego también que considere que la Asociación Estatal en la que usted se apoya tiene algún interés en que el gasto público aumente. Con estos elementos en consideración, se divertirá usted con ese comentario de su presidente sobre lo estupenda que es la Ley de Dependencia, con esos magníficos resultados y "con una inversión de apenas el 0,5 % del PIB". Dice apenas como si el 0,5% del PIB no fuera nada, como si fuera una inversión de verdad, respaldada por ahorro voluntario, y como si ese 0,5% del PIB no pudiera generar realmente más empleo y más calidad de vida si su destino fuera decidido libremente por los ciudadanos en vez de por los políticos y los lobbies que a su socaire medran.

Rubalcaba y el chupacabras

José García Domínguez en Libertad Digital

Todos pensaban –y continúan pensando– lo mismo, pero solo Churchill se atrevió a decirlo en voz alta. Tras aguantar cinco minutos escuchando perorar de política al ciudadano medio, se requiere una fortaleza de espíritu en verdad sobrehumana para seguir creyendo en el sufragio universal. De ahí la gran virtud, acaso la única, de los partidos españoles, igual los grandes que los pequeños, a saber, ninguno se rige por principios democráticos. Como por cierto acontece en el resto del mundo, sin excepción conocida. Y que no me vengan con el cuento de Estados Unidos. Lo de allí son consorcios de mercadotecnia electoral, no partidos; carcasas vacías que moran en el limbo y se activan durante unos meses cada cuatro años, justo el tiempo preciso que requiere organizar la logística de las campañas; ni un minuto más.

Ocurre que el poder se quiere oligárquico por definición. Y admitirlo sin escándalo mayor constituye rasgo inequívoco de que al fin se ha entrado en la vida adulta. Por lo demás, ese sucedáneo chusco del mito del buen salvaje, la leyenda del militante de base como depositario de no se sabe qué prístinas virtudes civiles, es fantasía que ni los niños de Sol pueden creerse. Aunque solo fuese porque al célebre militante de base le pasa lo mismo que al Chupacabras y a la nación catalana: ni existe, ni ha existido nunca. Al cabo, nuestros partidos domésticos encarnan poco más que redes de lealtades clientelares engarzadas a través de pactos entre clanes y fratrías. Nada demasiado distinto a lo que ocurría en tiempos de la Restauración.

Las elites se cooptan mientras que los peones de brega de las bases parasitan los escalones inferiores de las administraciones bajo su usufructo. Y quien pretenda ir por libre, más pronto que tarde, deberá vérselas ante esa reedición posmoderna del Santo Oficio que responde por Comité de Disciplina. Así las cosas, mejor habría hecho Barroso releyendo Miau, de Galdós, antes de redactar el consternado de profundis que nos declamó Chacón al ser informada de que los Reyes son los padres. Rubalcaba ha matado una mosca a cañonazos. Pero la genuina caza mayor comienza ahora. En la cúspide nada más cabe uno. Y cuando despierte de su triunfo ya no querrá que el dinosaurio siga ahí.

Adiós, Carmeta, adiós

César Vidal en La Razón

Por estrambótico y extravagante que ahora pueda parecernos todo su itinerario político, Carme Chacón ha logrado simbolizar como muy pocos esa monstruosidad que ha sido el zapaterismo. Se ha dicho maliciosamente que Carme Chacón se ha apoyado – y Dios le conserve la dicha conyugal muchos años– en uno de esos personajes a los que un antiguo director de informativos de Franco trasmutado en felipista llamó «visitadores de la Moncloa». No creo que ese juicio sea justo. Carme Chacón ha medrado a la sombra de un personaje que ha aniquilado una de las economías más prósperas del mundo y que insiste en tener un puesto de honor en la Historia porque metió a codazos en el código civil el matrimonio de homosexuales. Bajo ZP, se ha podido ocultar impunemente la incompetencia más rampante tras el disparate de que se considerara que ser mujer o catalana era un plus para asumir las riendas del poder. Que los ciudadanos exigieran que además supiera algo de su negociado siempre podía ser rechazado como objeciones basadas en el machismo o en el centralismo. Rodeada de políticos de la talla de Blanco, Leire Pajín, Salgado o el mismísimo ZP no resulta extraño que ambicionara llegar a presidenta del Gobierno. Ahora ha sido arrojada al vacío aunque continúe siendo la titular de un ministerio donde no se puede decir que estén entusiasmados con su gestión. Sé que algunos piensan que se trata de un «todavía no», pero en un PSOE empeñado en purgar por su propio bien hasta el último residuo del zapaterismo, lo más seguro es que se trate de un «final definitivo». Carme es sólo una baja colateral de esa guerra que, a diferencia de la de Afganistán, ha reconocido que existe. Adiós, Carmeta, adiós.

Viñeta de Montoro en La Razón

El legado del zapaterismo

José María Marco en La Razón

Hay un lazo orgánico, casi íntimo entre la cochambre de Sol y el zapaterismo: es su legado a la vida española. Al ver a los okupas indignados de más allá de los Pirineos, en Francia aluden a nuestra inclinación irremediable al aduar y al zoco. Los ingleses y los norteamericanos prefieren remontarse a la España romántica que ellos mismos inventaron, como si en la Puerta del Sol soplara el vendaval anarquista propio del alma hispánica. Se ve que no han visto a nuestros okupas jugando a las casitas. Una revista inglesa los ha comparado con los «piqueteros» argentinos, un movimiento de protesta de jóvenes marginados teledirigido por el peronismo. Una parte de la derecha ideológica y periodística española se dejó llevar por la fascinación ante una posible alternativa a la «partitocracia», a la «casta política», a la «falsa democracia». Durante unos días, volvieron las manías regeneracionistas y antipolíticas que estuvieron detrás del experimento de Primo de Rivera y del régimen de Franco. Las chabolas de Sol y de la plaza de Cataluña han acabado pronto con ellas. No parece que estos neorregeneracionistas vean con buenos ojos a sus vástagos metidos en esta clase de actividades extraescolares. El movimiento ha sido marginal, con dos centros probables de reclutamiento. Uno estará situado en ciertas facultades de las Universidades públicas (Políticas, Ciencias de la Información, etc.). Allí se viene ensayando desde hace años la escenografía, los eslóganes y las actitudes que hemos visto en las plazas españolas en las dos últimas semanas. Otra parte procede de sectores marginalizados, okupas, gente que vive con un pie, o algo más, fuera de la sociedad. Es la versión actual del antiguo «lumpen».

El paro masivo entre los jóvenes, la percepción de que las perspectivas de mejora están cerradas y la inminencia de unas elecciones decisivas hicieron cuajar el movimiento, que el ministro del Interior del gobierno socialista no se resistió a proteger y explorar. Así dejó que los participantes se instalaran en lugares importantes cuando era posible solventar el asunto sin mayores problemas. Probablemente se quiso, más que organizar un nuevo 13 M, movilizar contra el PP un voto de izquierdas hasta ahí abstencionista. Era difícil, porque por mucho que los socialistas hayan dominado el agitprop y las redes sociales, no se pueden hurtar a sus responsabilidades desde 2008. El PP evitó el enfrentamiento y dejó claro que aquello iba más con el Gobierno que con ellos mismos. Además, quienes han participado en este movimiento no son militantes y carecen de un discurso y unas actitudes que permitan articular una fuerza de pegada. Saben resistir a la Policía, pero no han sido capaces de tomar la iniciativa en la vida política. En España hay algo de lumpen, pero no una base social para un movimiento como el de los «piqueteros». Aun así, la tolerancia ha sido significativa. Hay un lazo orgánico, casi íntimo entre la cochambre de Sol y el zapaterismo: es su legado a la vida española. Además, es probable que el ahora candidato a la Presidencia del Gobierno haya querido ensayar lo que se nos viene encima los próximos meses, con unas elecciones aún más importantes.

Jóvenes

Alfredo Abián en La Vanguardia

El movimiento del 15 de mayo, que pretende conquistar una pretendida democracia real, acaba de cumplir dos semanas. Los jóvenes acampados en la plaza Catalunya y en la Puerta del Sol siguen debatiendo qué quieren, mientras sus mayores elevan a la categoría de decálogo sus utópicos planteamientos: empleo digno, vivienda barata, educación completamente gratuita, democracia asamblearia... Y, cómo no, un rígido control del capitalismo financiero. Es como la carta a los Reyes Magos que nos leyó el jueves Carme Chacón cuando dijo: "Quería encabezar un proyecto que reafirmara la autonomía de la política frente a los grandes poderes económicos y que distribuyera los sacrificios de la crisis con la máxima equidad". Juventud, divino tesoro. Unos creen que es un largo paréntesis biológico que discurre entre la niñez y la madurez; otros, que es un estado de ánimo del que pueden contagiarse hasta los sexagenarios, y un tercer grupo de viejos irónicos considera a la juventud una enfermedad que se cura con el tiempo. Pero lo cierto es que todos los movimientos ideológicos han intentado lavar su cerebro. De izquierda a derecha, pasando por sus respectivos extremos. Siempre ha habido también jóvenes que parecen esos planetas errantes que acaban de descubrir, deambulando por el espacio sideral sin someterse a la gravedad de ningún sol. No sabemos si los indignados, que son una minúscula parte del segmento de edad al que representan, forman parte de esa materia cósmica. Pero a buen seguro que la mayoría de ellos se siente expulsada de un sistema, alimentado por sus propios padres, que les prometía dinero, canapés, alcohol y música a todo trapo. Y ahora, cuando han llegado a la edad de empezar a disfrutar de la juerga, se encuentran con que la sala de fiestas ha cerrado.