lunes, 30 de mayo de 2011

Jóvenes

Alfredo Abián en La Vanguardia

El movimiento del 15 de mayo, que pretende conquistar una pretendida democracia real, acaba de cumplir dos semanas. Los jóvenes acampados en la plaza Catalunya y en la Puerta del Sol siguen debatiendo qué quieren, mientras sus mayores elevan a la categoría de decálogo sus utópicos planteamientos: empleo digno, vivienda barata, educación completamente gratuita, democracia asamblearia... Y, cómo no, un rígido control del capitalismo financiero. Es como la carta a los Reyes Magos que nos leyó el jueves Carme Chacón cuando dijo: "Quería encabezar un proyecto que reafirmara la autonomía de la política frente a los grandes poderes económicos y que distribuyera los sacrificios de la crisis con la máxima equidad". Juventud, divino tesoro. Unos creen que es un largo paréntesis biológico que discurre entre la niñez y la madurez; otros, que es un estado de ánimo del que pueden contagiarse hasta los sexagenarios, y un tercer grupo de viejos irónicos considera a la juventud una enfermedad que se cura con el tiempo. Pero lo cierto es que todos los movimientos ideológicos han intentado lavar su cerebro. De izquierda a derecha, pasando por sus respectivos extremos. Siempre ha habido también jóvenes que parecen esos planetas errantes que acaban de descubrir, deambulando por el espacio sideral sin someterse a la gravedad de ningún sol. No sabemos si los indignados, que son una minúscula parte del segmento de edad al que representan, forman parte de esa materia cósmica. Pero a buen seguro que la mayoría de ellos se siente expulsada de un sistema, alimentado por sus propios padres, que les prometía dinero, canapés, alcohol y música a todo trapo. Y ahora, cuando han llegado a la edad de empezar a disfrutar de la juerga, se encuentran con que la sala de fiestas ha cerrado.

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