jueves, 31 de marzo de 2011

Ese cadáver exquisito

Juan Ángel Juristo en ABC

Lo que llama la atención ahora es la imposibilidad de que el héroe de ficción mantenga el poderío fascinante de otras épocas, algo que sigue pasando en el cine y en los «best sellers», un fenómeno que hubiera descompuesto a un crítico como Maurice Blanchot, tan fascinado por el acontecimiento mágico de la creación de ese tercer personaje que es el personaje de novela, una fascinación que comenzó como ejemplo en la tragedia clásica y que ha pasado por los tiempos metamorfoseándose hasta convertirse en el héroe problemático con que arranca la novela moderna, una fascinación que nos ha dado nombres, porque todo esto se desarrolla en el ámbito de la palabra, como Alonso Quijano, Ana Karenina, Picwick, Raskolnikov, la señora Dalloway, Franz Biberkoft, Joseph K., el ciudadano corriente Leopoldo Bloom, en fin, ¿para qué seguir?, y que ahora perece víctima de los personajes reales debidamente novelados, es decir, convertidos en personajes de ficción ellos mismos o por ese otro personaje que es el autor y las querencias de su yo, normalmente raquítico, plasmadas en palabras, constituyéndose en ejemplo para el lector, mi semejante, mi hermano. No establezco aquí una oración fúnebre, todos tenemos que morir, pero sí constatar algo que, creo, define con precisión nuestra época. No seré yo quien saque conclusiones, que si la autosatisfacción se ha enseñoreado de nuestras vidas, que si el narcisismo es consecuencia de la fase del capitalismo más actual y en crisis, donde los ciudadanos son meras burbujas chupadoras de productos, que si esto o lo otro, pero sí quisiera alarmar, por aquello de la melancolía, de tal acontecimiento. Si el héroe novelesco es cosa del pasado, lo que por ahora lo sustituye no pasa de ser un entretenimiento para anémicos donde el vigor y lo desconocido, tan acorde con el destino del héroe, han sido sustituidos por saber de una vida igual a la nuestra, todas las vidas reales se parecen, o leer la salmodia del yo agónico del autor. Narciso sólo se reconoce cuando se mira en su reflejo.

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Sin dejar de ser esto cierto, también pudiera ser que nuestras vidas se hayan vuelto más literarias (género esperpento, las más de las veces). Si antaño las vidas, salvo mayor cataclismo, se pasaban trabajando y contemplando el paso de las estaciones mientras se veía crecer la cosecha (y en tal monotonía la ficción se nos antoja algo casi necesario), hoy nos pasan muchas más cosas (y muchas cosas pasan por nosotros, dejando sus marcas). Inútiles o ridículas la mayor parte, pero nos pasan. Por no hablar del exceso de ficción al que estamos expuestos, principalmente la que nos entra por las pantallas de todos los tamaños. Hoy hasta la realidad se nos presenta como una ficción, narrada por los periodistas, nunca ajenos a ideologías u otros intereses más bastardos. Del "Así son las cosas y así se las hemos contado" solo podemos estar seguros de que así nos las han contado. Y no digamos de los políticos, esos cuentacuentos. Así no es de extrañar que haya una "sed de verdad", paliada con cualquier cosa que se nos presente como tal y tal nos parezca.

El piano de Gallardón

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

El otro día, al volver, tan contento, a casa del boxeo, me encontré una multa que la Policía de Costumbres de Madrid había puesto a mi hija por «consumo de alcohol en la vía pública».

—¿Algún botellón de los de la Ciudad Universitaria?

—Quia. Un botellín en la calle del doctor Esquerdo.

Menudo contraste, pasar del mundo bizarro del boxeo al mundo finolis de la capital: cuatro universitarias veinteañeras piden una cerveza en un bar; para fumar salen con el botellín a un banco de la calle; y aparecen unos guardias imponentes dispuestos a imponer su prestigio material (la multa) y su prestigio moral (una charleta boba de psicología comprada en los chinos).

—Brindo por el doctor Esquerdo —dijo el loco del manicomio a Camba—, gracias a cuyos cuidados no tardaremos en recobrar la razón, que tanta falta nos hace…

A ver si nos enteramos: fumar es para fuera, pero beber es para dentro. La idea la dieron Las Hurtado hace treinta años: «¡Anda, canuto, palante! ¡Anda, canuto, patrás!» La yenka del demócrata pasada por el ballet municipal de echar una cerveza y un cigarro en Madrid:

—Glissade: deslizamiento. Paso de movimiento en quinta, utilizado para unir otros pasos terminados en demi-plié. ¿Fumar un cigarro? Glissade devant, glissade derrière, glissade dessous. ¿Tomar una cerveza? Glisade dessous, glissade en avant, glissade en arrière.

¿Por qué caen sobre el botellín en lugar de caer sobre el botellón? Por el mismo motivo que hacen la guerra del «Tomahawk» (la más sucia, pues consiste en no arriesgar ni un alamar, razón por la cual la democracia del «Tomahawk» no viene en Walt Whitman) en vez de la de la bayoneta. Es lo que Russell llamó «ley de la pereza cósmica».

No me veo de padre de los James (Frank y Jesse) y, sin embargo, acumulo hojillas policiales por patinar cerca de un centro cultural (lástima que no fuera la catedral de la Almudena), por cruzar una calle fuera del paso de cebra y por tomar un botellín en un banco de la calle, ¡oh, justicia poética!, del doctor Esquerdo, el de los locos. Con estos papelillos en la mano, me siento más subversivo que Garci y Querejeta tirando pasquines antifranquistas en el Metro de Sainz de Baranda y Goya. ¿Por qué los hombres de Rubalcaba avisan que van al «Faisán» por unos insurgentes tremendos y los hombres de Gallardón no avisan cuando van al «Braulio» por unos taurinos con botellín?

La multa del botellín es de trescientos euros. Al alcalde le tengo oído que hizo piano obligado por su padre: si la vida te va mal, vino a decirle, tocar el piano te salvará. Él sabe que no toco el piano. Pero ¿sabe cuántos folios he de tirar para ganar trescientos euros?

El cuervo y el faisán

Manuel Martín Ferrand en ABC

EL escudo constitucional de España prescindió del águila que adornaba el de los tiempos de Francisco Franco y procedía del de los Reyes Católicos; pero, vista la marcha de los acontecimientos, salvo que nos favorezca una epidemia de sentido común, será inevitable que las plumas vuelvan a nuestra señal heráldica y no tardaremos en ver un faisán en nuestro blasón. Del águila de San Juan al faisán de Alfredo Pérez Rubalcaba tampoco hay muchas distancias, son pájaros de cuenta y conveniencia que se alimentan en la mentira, en el engaño a los demás. Una mala costumbre establecida entre nosotros y natural en una Nación que se enorgullece más de sus pícaros que de sus sabios y en la que la intolerancia, el más frecuente de los excesos colectivos, baja su guardia frente a los mentirosos, incluso si nos engañan y manipulan —nos perjudican— con cargo al Presupuesto. Aquí la sinceridad se entiende como simpleza y el manejo de las medias verdades, mentiras dobles, da carta y prestigio de astuto y sutil. Rubalcaba lo sabe y remonta su experiencia a los días del GAL.

El presidente del Gobierno se ha convertido en un mentiroso compulsivo y sin remedio. Ya, sospecho, no es capaz de distinguir entre cuando nos dice la verdad o nos la falsea y, en concordancia, sus acompañantes en el Ejecutivo mienten con intensidad directamente proporcional a su capacidad de actuación y pensamiento. Es decir, algunos —de Leire Pajín a Valeriano Gómez— ni tan siquiera valen para decirnos lo contrario de lo que piensan o sienten, de lo que saben o intuyen. La suya es la misma razón que convierte en sinceras a las piedras y a buena parte de los vegetales.

El espectáculo que nos ofrece el paisaje político nacional —paisaje con figuras— es penoso. Deprime. El informe que ayer publicaba ABC sobre las mentiras de Zapatero, incontestable, solo podría disminuirse en su efecto demoledor si fuera capaz de provocar una generalizada respuesta ciudadana; pero hemos llegado a un extremo de desgaste representativo y ausencia parlamentaria —¿antidemocrático?— que a muy pocos les importa algo la mentira de quienes, en olvido de la confianza que en ellos tenemos depositada, se afanan en perpetuarse en sus sillones y mantener la grandeza de su sigla de identidad antes que en cumplir con la obligación específica que indica su cargo. Aquí, para nuestra desgracia colectiva y contra lo acostumbrado en los países auténticamente democráticos, la mentira engorda y engrandece al mentiroso. No basta para su repudio colectivo. Es el síndrome demoledor de la esperanza nacional. Podría haber sido peor. Un faisán es más noble que un cuervo.

Credibilidades

Ignacio Camacho en ABC

Este Gobierno que niega toda credibilidad a los terroristas de ETA fue el primero en otorgársela cuando se sentó con ellos en una negociación política. Y muy amena, según los indicios. Cuando te sientas con un puñado de asesinos en una mesa formal, rodeado de intermediarios internacionales e intérpretes —de euskera, cabe colegir—, cualquiera pensaría que los tomas en serio. Ellos también lo pensaron, sin duda, al punto de que levantaron unas actas igual que los mediadores redactaron las suyas. Rubalcaba dice que esos papeles no tienen crédito porque los han escrito unos canallas. Puede ser. Pero más que creer o no creer, lo razonable es verificar si lo que dicen es falso o es cierto. Si nadie comprobase nunca las declaraciones de los malhechores, muchos crímenes, incluidos los de ETA, quedarían impunes porque la justicia se basa a menudo en los testimonios de los delincuentes. El caso GAL, sin ir más lejos, se aclaró gracias a la confesión de un rufián con todas las letras, un policía corrupto, un sicario cuya revelación resultó ser cierta. También entonces el portavoz del Gobierno se defendió diciendo que no había que creer a un truhán de esa especie. Y, qué casualidad, ese portavoz era… el mismo Rubalcaba.

En punto a credibilidad, y salvando las amplísimas distancias comparativas, este Gobierno tampoco tiene mucha que digamos. Ha mentido tanto y se ha contradicho tantas veces que resulta imposible encontrarle un discurso coherente. El propio presidente dejó dicho que para él las palabras están al servicio de la política. Es decir, que se utilizan a conveniencia finalista, al margen de su significado y, por supuesto, de su adecuación a la verdad. Verdad, mentira, qué conceptos tan elásticos, tan relativos en boca de un hombre para el que la política es la ultima ratiomoral. Maquiavelo era un becario. ¿Tiene credibilidad un político capaz de pasarse un año entero negando una evidencia tan palmaria como la crisis? Si fue capaz de negar eso contra toda razón y toda lógica, ¿por qué no habría de negar una secuencia mucho más secreta y oscura como la de las negociaciones con ETA?

Las palabras al servicio de la política. Pongamos dos palabras, pronunciadas inmediatamente después del atentado de Barajas. Una: el sustantivo «accidente». Dos: el verbo «suspender», empleado respecto al diálogo con los terroristas. Sendos lapsus de un hombre abrumado por la tragedia, cabía pensar. ¿O tal vez se trataba de dos mensajes cifrados que daban a entender que estaba dispuesto a continuar negociando más allá de la línea roja de la tregua?

Conjeturas, sí. Pero conjeturas verosímiles e indicios acumulados que dejan el rastro de una amarga sospecha. Para disiparla no bastan abstractas negativas amparadas en secretos de Estado o epistemologías de cartón. Hacen falta explicaciones. Muchas. Contundentes. Claras. Es el precio que tiene haberse juntado con un hatajo de canallas.

La banalidad, el mal

Bernd Dietz en Libertad Digital

¿Qué tienen aquí en común el político, el vendedor, el predicador, el intelectual, el actor o el chamán de éxito? Lo que llamamos labia, desvergüenza, carisma, elocuencia, zalamería y ojito. La aptitud de llevarse el gato al agua, cual flautista de Hamelín. De arrastrar ratas, niños y demás voluntarios hasta ahogarlos, embelesados en entusiástica bandería. Mas junto al reconocimiento de que lo que opera es la maña para decirle a la gente lo que ansía oír, analicemos nuestro prurito de resultar engañados. No tanto el perfil profesional de los gurúes y la panoplia de destrezas que determinan su cotización, cuanto la contextura biológica y cognitiva de los resueltos primos. ¿Por qué nos reconforta que nos mientan? ¿Por qué nos repatean el realismo y la razón responsables?

La función crea el órgano. La demanda el producto. La oportunidad el negocio. Si el liberalismo rechaza la prohibición de las drogas no es porque éstas no acarreen adicción o su consumo efectos perjudiciales. Es porque compete a cada individuo renunciar al autoengaño y la servidumbre. Administrar su libertad. Ello no se logra con medidas represivas, que multiplican astutamente la hipocresía y el crimen, según enseñan el Chicago de Capone o el México actual. ¡Cómo hemos degenerado desde que Kant imaginara al hombre dejando atrás una minoría de edad en la que penaba por deméritos propios! Se evidencia en qué pocilga hozamos. La de una clac subalterna, ávida de recibir directrices sobre lo que nos conviene. Una grey que compra lotería anticipando cómo gastará el premio, se conmueve con los telediarios y vota con el prejuicio a flor de piel.

"Miénteme, dime que me has esperado estos cinco años", le pide Sterling Hayden a Joan Crawford en Johnny Guitar. La fe del carbonero. El éxtasis de triunfar en Gran Hermano exhibiendo supina catetez. La confianza en los sacamantecas institucionales, en el humanismo progresista, en el agua bendita. La actitud que adoptamos al conservar esperanza en el fondo de bondad de quienes no paran de regalarnos testimonios de su incombustible vileza. Recordemos a esos alemanes, genuinamente crédulos, sinceros y obedientes, en quienes los nacionalsocialistas avivaron el gusanillo del comunitarismo popular. ¡Qué hermoso fue sentirse conformando una gran familia, sin barreras de clase o rango académico, aunados por un destino manifiesto! Apenas sobraban los judíos, cuyo talento era desmoralizador y mataron a Cristo, como hoy persiguen a los palestinos.

En el timo de la estampita, el más siniestro es el estafado. El tontaina con ínfulas. Verbigracia, los cuatro mil quinientos docentes gallegos quijotescamente pertrechados para lo peor, con tal de no dar clase en español. La función pública, escudilla en ristre. O el tierno eurodiputado del PP, presto a favorecer a los falsos lobbistas. Otros colegas no tuvieron ocasión de picar, pues la tentación les pilló sin el pinganillo y lucen inglés de garrafón. Si estalla este país, o incluso si tras arraigar la lobotomía progresista queda mansurronamente para vestir santos y servir cubalibres, con nuestro solar hecho migas, la culpa no será de los Rajoy o Rubalcaba, que listos como teas rentabilizarán la ruina.

Sin atajos

Eva Miquel Subías en Libertad Digital

Cazo al vuelo y gracias a Twitter la entrevista que José María Aznar le concede a Pedro J. en Veo7. Menudo par. Como para perdérsela.

Así que preparo una bebida estimulante –prefiero obviar sus ingredientes no vaya a ser que pase a engrosar en breve la lista de lo prohibido- y procuro tener a mano lápiz y papel, por si acaso.

Voy a seguir la línea del ex presidente, así que no me andaré con ningún rodeo. Iré directamente al grano. Con lo que, pese a quien le pese, estoy en condiciones de afirmar que disfruté del encuentro en su plenitud. Vamos, me chifló. Fuera corsés, puños apretados para una mayor contención, miradas de dudosa credibilidad, medias sonrisas que dicen sí pero esconden un casi no. Desátame o apriétame más fuerte, parecía pedirle el presidente de FAES al director de El Mundo, tal y como rezaba la canción. Claro, no. Cristalino. Y no saben cómo se agradece en mitad del actual panorama más que sombrío.

Sin apenas pestañear recordó cómo Alfredo Pérez-Rubalcaba había violado la jornada de reflexión previa a las elecciones generales de 2004, algo que la mayoría parece haber olvidado pero cuyo episodio recordamos algunos de manera muy nítida sin haber ocurrido nada al respecto. Apuntó a la búsqueda permanente de atajos por parte del Ejecutivo socialista, con tal de no aplicar el estado de Derecho, con lo que se refirió de manera contundente a la negociación con ETA, a SORTU y la Ley de Partidos. Sin ambages.

Por supuesto se refirió al tiempo político ya agotado por parte de José Luis Rodríguez Zapatero, habló de la importancia de convocar a los españoles a unas elecciones y señaló cómo el único que realmente tiene algo que decir al respecto de su sucesión se mantiene en silencio. En un misterioso e irresponsable silencio, añadiría.

Sin desperdicio su comentario sobre la cuestión de Libia y sus similitudes o no con Irak, poniendo sobre la mesa, con la aplastante seguridad que te da la experiencia de haber pilotado solito la nave, que la principal diferencia es que él no envió ni una sola tropa de combate, ni un soldado, ni un submarino, al tiempo que mostraba su indisimulada extrañeza al respecto de cómo se puede proteger a la población civil de Bengasi mientras se bombardea Trípoli. Remítanse –apuntó con mirada socarrona- a la página web del Ministerio de Defensa. Oído cocina.

Algunos podrían acusarle de ir de "sobradete". Quizás si. Pero cuando se ha tratado a alguien de forma tan manifiestamente injusta y se ha empleado el "todo vale" contra su persona, es lo mínimo que se le puede permitir. Y el tiempo, además, no sólo ya le está dando, sino que acabará por darle enteramente la razón en muchísimos aspectos tan sectariamente tratados. Otro día los enumeraremos.

"Probablemente contra Bush estaba todo justificado aunque la doctrina sea la misma", apuntó José María Aznar casi al final de su intervención. Y contra ti, también, presidente. Aunque mucho me temo que, por fortuna, el tesón castellano, el criterio y la coherencia le habrán ayudado a mantenerse en la posición que en su día decidió adoptar y permanecer, buscando siempre el camino óptimamente trazado, sorteando uno a uno cada obstáculo y sin caer en la tentación de buscar senderos facilones. Porque así es cómo se gobierna. Sin traicionar los postulados que te permitieron en su día manejar los destinos de una nación.

Aquí lo dejo. Desmelanada, ya. Y aplaudiendo.

Sentencia pírrica

Fernando Herrera en Libertad Digital

Saludaba con alborozo el internauta, mejor, el ciudadano medio, la sentencia de la Audiencia Nacional que anulaba el canon sobre soportes digitales, y entonces se empezó a conocer su contenido. Una vez más, caía el gozo del ciudadano en el pozo de la arbitrariedad.

Porque tras la alharaca de los titulares se esconde la cruda realidad de una sentencia que se puede calificar como pírrica, y que nos deja moralmente satisfechos, pero de nuevo a los pies de lo que quieran hacer con nosotros los políticos.

Vayamos por partes. Empecemos por lo más obvio: los jueces han decidido que, aún siendo un canon ilegal, el dinero indebidamente cobrado mientras los jueces deliberaban no se devuelve. O sea que si este canon era un robo, ahora ya ha dejado de serlo. Se consolida gracias a esta sentencia el expolio realizado a cada individuo y a la sociedad. Mal vamos.

Pero no ha de terminar aquí la desilusión. Si no vamos a poder recuperar lo que nos quitaron, podríamos consolarnos pensando que al menos no nos quitarán más. Pero tampoco parece que vaya a ser así.

En efecto, la sentencia de la Audiencia en realidad no anula ni declara ilegal el canon. Se limita a anular la Orden Ministerial donde se listan los soportes y aparatos a los que hay que cargar el canon, y cual ha de ser su importe. Y ni siquiera lo hace por cuestiones de fondo, simplemente la anula por aspectos formales, esto es, porque no se cumplieron determinados trámites antes de aprobar la citada Orden.

En concreto, la tramitación de esta Orden requería un informe del Consejo de Estado, y sendas memorias justificativa y económica. Los jueces de la Audiencia no han encontrado ninguno de estos documentos en el expediente asociado, tras una infructuosa búsqueda que les ha llevado dos años y medio, ni más ni menos. Y es esta ausencia la que les lleva a anular la Orden, que no el canon.

Así pues, el panorama no es nada halagüeño. En primer lugar, porque a los jueces les ha llevado 30 meses (¡30 meses!) percatarse de que estos documentos no existían, periodo durante el cual los ciudadanos hemos pagado religiosamente un dinero que no tendríamos que haber pagado y que nadie nos va a devolver. Y digo yo que cómo puede llevar tanto tiempo juzgar y decidir sobre la inexistencia de unos informes.

Y en segundo lugar, porque la redacción de dichos documentos no supone ningún obstáculo relevante para la aprobación una nueva Orden en lugar de la anulada. La elaboración de las pomposas memorias no le llevará a un buen funcionario más de un par de tardes, aunque el informe del Consejo de Estado requerirá más fárrago administrativo y retrasará un algo la aprobación.

Por supuesto que la nueva Orden podrá ser llevada de nuevo ante la Audiencia, y forzar a los magistrados a resolver sobre el fondo de la cuestión. Pero para cuando hagan esto ya habrán pasado otros cuantos añitos en que los ciudadanos habremos seguido sufriendo el expolio de un canon eventualmente ilegal, y en todo caso no restituible.

Con todo, lo más divertido es que hay gente que, gracias a sentencias como ésta, se cree que el Estado de Derecho funciona en nuestro país. Y, sin embargo, lo que demuestran es justo lo contrario: son la prueba evidente de que el Estado puede hacer lo que quiere en nuestro país.

El ajedrez de la Paz

Cristina Losada en Libertad Digital

Tranquilícense, todo era un juego. Los negociadores del Gobierno mantuvieron con la ETA una partida de ajedrez con dos clases de piezas, a saber, medias verdades y mentiras completas. Así, por esa esquina lúdica, se evadieron los mensajeros de la Paz de la curiosidad del juez. Y, desde el mismo ángulo, se neutraliza ahora la publicación de las actas que los terroristas hicieron de aquellas sesiones de "a ver quién engaña a quién". En suma: nada de cuanto ponen en boca del trío de ajedrecistas oficiosos iba en serio. A tal aprendiz mayor, o sea, Rodríguez Zapatero, tales aprendices del difunto Bobby Fisher, Karpov y Kasparov. De haber algún cinéfilo entre ellos, igual se identificaría con el caballero que reta a la Muerte al ajedrez para alargar su vida en El Séptimo Sello, de Ingmar Bergman. Con la partida que abrió el presidente, sin embargo, se alargaba la vida de una banda terrorista.

No conviene desechar la frívola analogía a primera vista. Como ha contado Mikel Buesa, hay una autoría intelectual de la negociación fundada en la teoría de juegos. Aunque la ingeniería social revestida de lenguaje matemático fascinaría a Zapatero en la medida en que se adaptaba a un puñado de prejuicios ideológicos y al interés rastrero. El problema es que nada de eso es aún materia para la arqueología. Y frente a la costumbre de pasar página, tan arraigada en la democracia española, será preciso instaurar el hábito liberal, cívico, de la responsabilidad. Sea política, sea penal. Por mucho que suenen ya la melodía de la salvación por las buenas intenciones, siempre supuestas, y la dulce nana de la unidad; esa que induce al olvido alegando que la división beneficia únicamente al terrorista. ¡Más le benefician las cesiones! Y la mayor de todas consiste en hablar de política con una banda tal. Es eso lo que alarga su vida. La expectativa de negociar un precio engrasa su maquinaria. Hacerlo, con o sin engañifas, alienta la convicción de que el terror funciona y, entonces, ¿por qué lo van a dejar?

Este retorno de un pasado insepulto corre, no obstante, el riesgo de degenerar en un episodio de vuelo bajo y nulo coste. A ello contribuye que el Partido Popular, de natural dispuesto a "mirar al futuro" y más cuando el futuro parece suyo, se incline por reducirlo a una escaramuza contra Rubalcaba, vislumbrando quizás la "sucesión". Pero no es asunto éste para un despliegue de agit-prop de amateur. Ni tampoco para acabar en el juego del gallina.

La letra de Rajoy

Javier Somalo en Libertad Digital

Ya dijo Mariano Rajoy que, en ocasiones, le cuesta entender su propia letra. Pero no parece que sea esa la razón que le impida leer punto por punto el argumentario que ha elaborado el PP sobre la rendición ante la ETA. Si esta es la postura oficial del PP –lleva su membrete–, ¿por qué no la expresan públicamente?

Mariano Rajoy asomó firmeza ante los suyos devolviéndole a Rubalcaba la famosa frase de que no nos merecemos un Gobierno que mienta, la que le apeó del poder que rozaba con los dedos un 13 de marzo de 2004. O sea, que Rajoy ya no cree a Zapatero en la lucha antiterrorista aunque haya dicho decenas de veces que sí. Aunque haya dejado en la estacada otra decena de veces a Jaime Mayor Oreja. Según parece, ahora volvemos a ese 4 de julio de 2007 en el que Rajoy espetó a Zapatero: "O muestra las actas de la negociación con ETA o debe tomar el camino de la Zarzuela". Quizá vuelva a esa otra sentencia, pronunciada como la anterior en un Debate sobre el estado de la Nación. Fue un 5 de mayo de 2005: "Usted ha traicionado la memoria de los muertos". Recomiendo leer aquí un extracto de su discurso escrito y leído en su integridad.

Pero, de momento, este miércoles hemos asistido a otro frenazo. Sólo seis minutos para despachar el cóctel chivatazo-actas. Rajoy, ni palabra. Sólo economía. Soraya hizo amago pero se quedó en una vaga alusión al "Ministerio del Interior" para dejar paso a la "tradicional pregunta del diputado Gil Lázaro"... y a la tradicional respuesta-burla de Rubalcaba, que siempre acaba en las filas en las que militó su padre cuando todavía no había televisión. A veces da la sensación de que en el PP dan por amortizado a Gil Lázaro y no quieren compartir sus angustias.

El argumentario escrito del PP contra la política antiterrorista del Gobierno –que es de rendición y traición– es impecable. El argumentario hablado sigue inédito, salvo el arranque ciclotímico del otro día.

Digan lo que escriben. Cabe suponer que es lo que piensan. Si no, abren la sospecha de que es verdad que no entienden –léase comparten– su propia letra. Aunque sea mecanografiada y lleve el membrete de la gaviota.

Traición sin consecuencias

Francisco José Alcaraz en Libertad Digital

Cuando en el verano del 2004 empecé a denunciar el proceso de negociación del Gobierno con la ETA, algunos por incrédulos y otros por descubiertos empezaron a marcar distancias y ponerme en el punto de mira de sus críticas.

Después de la primera manifestación de la rebelión cívica convocada el 22 de enero del 2005 las posiciones empezaron a ser mucho más claras: había que deslegitimar a Alcaraz y para ello recurrieron a la calumnia. Pero hay un momento donde la campaña se recrudece coincidiendo con las elecciones en la AVT del año 2006 y donde se articula, con la complacencia del Ministerio del Interior, el asalto a la AVT utilizando a algunas víctimas del terrorismo que actuaban como punta de lanza del Gobierno.

Como la jugada no les salió bien pasaron a subir el nivel desde periódicos, shows de televisión, radios y revistas afines al poder, y algunas víctimas del terrorismo haciéndole el caldo al Gobierno iniciaron una campaña demoledora no sólo contra mi persona, sino también contra mi esposa.

Pero no era suficiente y encontraron en la asociación ADADE presidida por José Mariano Benítez de Lugo una oportunidad para acallarnos. Interpusieron una querella en la Audiencia Nacional contra mi persona por decir cosas contra el jefe del Ejecutivo como:

"El proyecto de ETA es el proyecto asumido por el Gobierno", "la declaración de tregua del ETA es una declaración consensuada entre el Gobierno y la banda" o "es indignante que encontremos al Gobierno y partidos afines defendiendo a terroristas".

Esa querella fue justamente archivada y El País, de forma abyecta, atacó sin escrúpulos a la sección cuarta de la AN integrada por Fernando Bermúdez, Teresa Palacios y Flor María Sánchez. De haber prosperado aquella querella mi defensa tenía previsto pedir a la Audiencia Nacional las actas de la negociación con ETA, actas que respaldarían todas y cada unas de las denuncias que realicé y que años después habiendo conocido algún dato más creo que aún está más justificadas si cabe.

En multitudes de ocasiones, tanto en entrevistas como en artículos, he denunciado durante años que el arma más poderosa que tiene ETA contra el Gobierno son las actas de la negociación y así queda reflejado con el conocimiento que tenemos de algunas partes de las actas.

Y ahora ¿que pasa? Esa es la gran pregunta y no podemos permitir que la respuesta sea que "no pasa nada", porque en la medida que estos hechos tan graves y bajo mi punto de vista delictivos puedan quedar impunes sin que tenga las consecuencias políticas y penales que merecen, estaremos destruyendo gran parte de nuestra democracia y la libertad estará condicionada a los pactos entre políticos y terroristas.

Viñeta de Montoro en La Razón

Intervención internacional (II)

César Vidal en La Razón

Señalaba yo en mi último artículo mi inquietud ante la desviación jurídica que significa la intervención en Libia en la que se encuentra inmersa España. La mutación del derecho internacional vino directamente de la mano de ese desastroso secretario de la ONU llamado Kofi Annan que, en la década pasada, decidió pasar por alto un sistema que había funcionado bien casi cuatro siglos y sustituirlo por una vaga doctrina del derecho a la defensa de la comunidad internacional. Annan argumentaba que, ciertamente, esa interpretación chocaba directamente con el art. 2.7 de la Carta de la ONU y que además implicaría participar en multitud de guerras civiles. Sin embargo, consideraba que razones humanitarias justificaban ese retorcimiento de la legalidad y los precedentes del derecho internacional. En apariencia, la intervención de los «buenos» contra los «malos» sólo podía ser motivo de albricias y parabienes. En la práctica, la solución ha sido muy distinta. De entrada, la intervención internacional en aplicación de la novedosa «doctrina Annan» no ha garantizado en un solo caso el establecimiento de regímenes más democráticos o más respetuosos con los derechos humanos. En buena medida, es lógico que así sea porque a una dictadura se puede enfrentar un movimiento revolucionario no menos totalitario y porque nadie puede garantizar que la Historia, como ha sucedido tantas veces, vaya a peor. Esta mutación de la legalidad internacional ha permitido –eso sí– que los rebeldes pudieran matar con la misma profusión que el gobierno establecido, que recibieran armas y que el conflicto se alargara con su siniestra secuela de muerte y desolación. Nada más. No sólo eso. La intervención militar internacional ha tenido otras consecuencias nefastas para las naciones en que se ha producido. Por ejemplo, el reparto de ayuda humanitaria no se ha realizado una sola vez de la manera esperada sino que ha terminado por generar la aparición de nuevas mafias locales y corrupciones sin cuento que no han garantizado nunca el abastecimiento de la población civil, pero sí que distintas redes de delincuentes amasaran cuantiosas fortunas. En directa relación con esto, el aparato del Estado se ha colapsado al nacer nuevos poderes, nada democráticos, por otra parte, del reparto de comida o medicamentos. Por añadidura, los cerebros de la nación en cuestión, sumidos en el caos, acaban siendo absorbidos por otras. Finalmente, las tropas de intervención –incluso de la ONU– no pocas veces se han comportado de manera brutal o han intentado garantizar más los contratos para sus respectivas naciones que proteger a los civiles. Añádase a esto el infierno sufrido por los refugiados, la aniquilación de la economía y la prolongación de la guerra civil con dos bandos ya discretamente pertrechados y se verá que la doctrina Annan no ha mejorado precisamente los resultados –por modestos que resultaran– de la interpretación tradicional del derecho de intervención. Por si fuera poco, esta doctrina ha sentado un peligroso precedente y es el de que cualquier grupo de rebeldes podría iniciar sin legitimidad alguna una rebelión armada en cualquier parte del mundo –unos moros en el Albaicín o unos vascos en Eibar– en la seguridad de que será reconocido y contará con la esperanza de recibir la ansiada intervención internacional en su favor. Así sucedió en Kosovo y podría suceder en una Libia dividida en dos para beneficio de algunas potencias.