jueves, 31 de marzo de 2011

Ese cadáver exquisito

Juan Ángel Juristo en ABC

Lo que llama la atención ahora es la imposibilidad de que el héroe de ficción mantenga el poderío fascinante de otras épocas, algo que sigue pasando en el cine y en los «best sellers», un fenómeno que hubiera descompuesto a un crítico como Maurice Blanchot, tan fascinado por el acontecimiento mágico de la creación de ese tercer personaje que es el personaje de novela, una fascinación que comenzó como ejemplo en la tragedia clásica y que ha pasado por los tiempos metamorfoseándose hasta convertirse en el héroe problemático con que arranca la novela moderna, una fascinación que nos ha dado nombres, porque todo esto se desarrolla en el ámbito de la palabra, como Alonso Quijano, Ana Karenina, Picwick, Raskolnikov, la señora Dalloway, Franz Biberkoft, Joseph K., el ciudadano corriente Leopoldo Bloom, en fin, ¿para qué seguir?, y que ahora perece víctima de los personajes reales debidamente novelados, es decir, convertidos en personajes de ficción ellos mismos o por ese otro personaje que es el autor y las querencias de su yo, normalmente raquítico, plasmadas en palabras, constituyéndose en ejemplo para el lector, mi semejante, mi hermano. No establezco aquí una oración fúnebre, todos tenemos que morir, pero sí constatar algo que, creo, define con precisión nuestra época. No seré yo quien saque conclusiones, que si la autosatisfacción se ha enseñoreado de nuestras vidas, que si el narcisismo es consecuencia de la fase del capitalismo más actual y en crisis, donde los ciudadanos son meras burbujas chupadoras de productos, que si esto o lo otro, pero sí quisiera alarmar, por aquello de la melancolía, de tal acontecimiento. Si el héroe novelesco es cosa del pasado, lo que por ahora lo sustituye no pasa de ser un entretenimiento para anémicos donde el vigor y lo desconocido, tan acorde con el destino del héroe, han sido sustituidos por saber de una vida igual a la nuestra, todas las vidas reales se parecen, o leer la salmodia del yo agónico del autor. Narciso sólo se reconoce cuando se mira en su reflejo.

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Sin dejar de ser esto cierto, también pudiera ser que nuestras vidas se hayan vuelto más literarias (género esperpento, las más de las veces). Si antaño las vidas, salvo mayor cataclismo, se pasaban trabajando y contemplando el paso de las estaciones mientras se veía crecer la cosecha (y en tal monotonía la ficción se nos antoja algo casi necesario), hoy nos pasan muchas más cosas (y muchas cosas pasan por nosotros, dejando sus marcas). Inútiles o ridículas la mayor parte, pero nos pasan. Por no hablar del exceso de ficción al que estamos expuestos, principalmente la que nos entra por las pantallas de todos los tamaños. Hoy hasta la realidad se nos presenta como una ficción, narrada por los periodistas, nunca ajenos a ideologías u otros intereses más bastardos. Del "Así son las cosas y así se las hemos contado" solo podemos estar seguros de que así nos las han contado. Y no digamos de los políticos, esos cuentacuentos. Así no es de extrañar que haya una "sed de verdad", paliada con cualquier cosa que se nos presente como tal y tal nos parezca.

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