jueves, 31 de marzo de 2011

La banalidad, el mal

Bernd Dietz en Libertad Digital

¿Qué tienen aquí en común el político, el vendedor, el predicador, el intelectual, el actor o el chamán de éxito? Lo que llamamos labia, desvergüenza, carisma, elocuencia, zalamería y ojito. La aptitud de llevarse el gato al agua, cual flautista de Hamelín. De arrastrar ratas, niños y demás voluntarios hasta ahogarlos, embelesados en entusiástica bandería. Mas junto al reconocimiento de que lo que opera es la maña para decirle a la gente lo que ansía oír, analicemos nuestro prurito de resultar engañados. No tanto el perfil profesional de los gurúes y la panoplia de destrezas que determinan su cotización, cuanto la contextura biológica y cognitiva de los resueltos primos. ¿Por qué nos reconforta que nos mientan? ¿Por qué nos repatean el realismo y la razón responsables?

La función crea el órgano. La demanda el producto. La oportunidad el negocio. Si el liberalismo rechaza la prohibición de las drogas no es porque éstas no acarreen adicción o su consumo efectos perjudiciales. Es porque compete a cada individuo renunciar al autoengaño y la servidumbre. Administrar su libertad. Ello no se logra con medidas represivas, que multiplican astutamente la hipocresía y el crimen, según enseñan el Chicago de Capone o el México actual. ¡Cómo hemos degenerado desde que Kant imaginara al hombre dejando atrás una minoría de edad en la que penaba por deméritos propios! Se evidencia en qué pocilga hozamos. La de una clac subalterna, ávida de recibir directrices sobre lo que nos conviene. Una grey que compra lotería anticipando cómo gastará el premio, se conmueve con los telediarios y vota con el prejuicio a flor de piel.

"Miénteme, dime que me has esperado estos cinco años", le pide Sterling Hayden a Joan Crawford en Johnny Guitar. La fe del carbonero. El éxtasis de triunfar en Gran Hermano exhibiendo supina catetez. La confianza en los sacamantecas institucionales, en el humanismo progresista, en el agua bendita. La actitud que adoptamos al conservar esperanza en el fondo de bondad de quienes no paran de regalarnos testimonios de su incombustible vileza. Recordemos a esos alemanes, genuinamente crédulos, sinceros y obedientes, en quienes los nacionalsocialistas avivaron el gusanillo del comunitarismo popular. ¡Qué hermoso fue sentirse conformando una gran familia, sin barreras de clase o rango académico, aunados por un destino manifiesto! Apenas sobraban los judíos, cuyo talento era desmoralizador y mataron a Cristo, como hoy persiguen a los palestinos.

En el timo de la estampita, el más siniestro es el estafado. El tontaina con ínfulas. Verbigracia, los cuatro mil quinientos docentes gallegos quijotescamente pertrechados para lo peor, con tal de no dar clase en español. La función pública, escudilla en ristre. O el tierno eurodiputado del PP, presto a favorecer a los falsos lobbistas. Otros colegas no tuvieron ocasión de picar, pues la tentación les pilló sin el pinganillo y lucen inglés de garrafón. Si estalla este país, o incluso si tras arraigar la lobotomía progresista queda mansurronamente para vestir santos y servir cubalibres, con nuestro solar hecho migas, la culpa no será de los Rajoy o Rubalcaba, que listos como teas rentabilizarán la ruina.

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