jueves, 31 de marzo de 2011

El piano de Gallardón

Ignacio Ruiz Quintano en ABC

El otro día, al volver, tan contento, a casa del boxeo, me encontré una multa que la Policía de Costumbres de Madrid había puesto a mi hija por «consumo de alcohol en la vía pública».

—¿Algún botellón de los de la Ciudad Universitaria?

—Quia. Un botellín en la calle del doctor Esquerdo.

Menudo contraste, pasar del mundo bizarro del boxeo al mundo finolis de la capital: cuatro universitarias veinteañeras piden una cerveza en un bar; para fumar salen con el botellín a un banco de la calle; y aparecen unos guardias imponentes dispuestos a imponer su prestigio material (la multa) y su prestigio moral (una charleta boba de psicología comprada en los chinos).

—Brindo por el doctor Esquerdo —dijo el loco del manicomio a Camba—, gracias a cuyos cuidados no tardaremos en recobrar la razón, que tanta falta nos hace…

A ver si nos enteramos: fumar es para fuera, pero beber es para dentro. La idea la dieron Las Hurtado hace treinta años: «¡Anda, canuto, palante! ¡Anda, canuto, patrás!» La yenka del demócrata pasada por el ballet municipal de echar una cerveza y un cigarro en Madrid:

—Glissade: deslizamiento. Paso de movimiento en quinta, utilizado para unir otros pasos terminados en demi-plié. ¿Fumar un cigarro? Glissade devant, glissade derrière, glissade dessous. ¿Tomar una cerveza? Glisade dessous, glissade en avant, glissade en arrière.

¿Por qué caen sobre el botellín en lugar de caer sobre el botellón? Por el mismo motivo que hacen la guerra del «Tomahawk» (la más sucia, pues consiste en no arriesgar ni un alamar, razón por la cual la democracia del «Tomahawk» no viene en Walt Whitman) en vez de la de la bayoneta. Es lo que Russell llamó «ley de la pereza cósmica».

No me veo de padre de los James (Frank y Jesse) y, sin embargo, acumulo hojillas policiales por patinar cerca de un centro cultural (lástima que no fuera la catedral de la Almudena), por cruzar una calle fuera del paso de cebra y por tomar un botellín en un banco de la calle, ¡oh, justicia poética!, del doctor Esquerdo, el de los locos. Con estos papelillos en la mano, me siento más subversivo que Garci y Querejeta tirando pasquines antifranquistas en el Metro de Sainz de Baranda y Goya. ¿Por qué los hombres de Rubalcaba avisan que van al «Faisán» por unos insurgentes tremendos y los hombres de Gallardón no avisan cuando van al «Braulio» por unos taurinos con botellín?

La multa del botellín es de trescientos euros. Al alcalde le tengo oído que hizo piano obligado por su padre: si la vida te va mal, vino a decirle, tocar el piano te salvará. Él sabe que no toco el piano. Pero ¿sabe cuántos folios he de tirar para ganar trescientos euros?

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