martes, 15 de marzo de 2011

Imbéciles (muy poco) ilustrados

La invasión de los bárbaros

Pedro de Tena en Libertad Digital

Que estos niñatos hayan hecho lo que han hecho en una capilla católica es algo imperdonable, por la falta de respeto que supone, pero, sobre todo, por la falta de inteligencia que denota. Estar en la Complutense sin que nadie les haya explicado todavía que Iglesia Católica, derecho, democracia, ciencia y tolerancia forman un complejo tesoro histórico devenido tras muchas contradicciones, indica en manos de quién estamos.

Los católicos han cometido muchos errores y pecados y, asimismo, han hecho mucho bien, pero en el siglo XXI ni obligan, ni matan, ni imponen ni juzgan. Me niego a admitir y a consentir que unos ignorantes les falten al respeto cuando no tendrían cojones ni ovarios para hacer ni la mitad en una mezquita, donde se practica una religión que aún hoy, obliga, mata, impone y juzga, muy especialmente a homosexuales y lesbianas, adalides de la profanación de Madrid.

Hasta los bárbaros fueron conscientes de la capacidad civilizadora de la Iglesia. Es que eran bárbaros, pero no tontos.

El Chernóbil de la demagogia

José García Domínguez en Libertad Digital

A espera de lo que ocurra con las centrales de Japón, el Chernóbil de la demagogia ya ha estallado en las redacciones de los periódicos, cantera ahora mismo de una súbita inflación de avezados peritos en seguridad nuclear. Es sabido, en este negocio el más tonto fabrica relojes radiactivos. Así las cosas, ha empezado otra disputa soterrada donde el amarillismo cripto-ecologista y el pro-atómico juegan una y la misma baza: tomar por menor de edad a la opinión pública. Los unos, augurando la inminencia cierta del Apocalipsis de San Juan en los quioscos; los otros, pugnando por expandir el cuento de hadas de que un reactor termonuclear acarrea riesgos parejos a los de un molino de viento. Aunque lo peor es que, en el fondo, ni los unos ni los otros yerran la estrategia.

Europa, patria universal del miedo, incapaz siquiera de mover un solo soldado a fin de acabar con una carnicería a cien kilómetros de sus fronteras, se conduce cada vez más como un niño malcriado. Un niño que lo quiere todo porque, en su cosmovisión pueril, pretende habitar un mundo sin costes; un gozoso jardín de infancia en el que las recetas de los jarabes no conocen el apartado de las contraindicaciones. Al contrario de cuanto acontece en el aciago orden de los adultos, de continuo abocado a la condena de tener que elegir. Sin ir más lejos, la nuclear ni resulta una energía completamente segura, ni en absoluto se antoja imprescindible. A fin de cuentas, España podría desprenderse de ella hoy mismo. Nada nos lo impide.

Bastaría para ello con que renunciásemos de grado a confluir algún día con los países punteros del continente. Únicamente eso. Y es que, pese a importar el ochenta por ciento de la energía, como resulta ser el desolador caso, disponemos de alternativas. Por más señas, de dos: o nuclear, sí gracias; o bienvenidos a Portugal. Siempre nos cabrá elegir, pues. Mientras, en este pobre país tan dado al escapismo, cuestiones de Estado como la ubicación óptima de los residuos radiactivos constituyen una prerrogativa municipal. Prosaica bagatela sometida arbitrio de alcaldes de pueblo. Todo con tal de que nuestros supremos infantes, Zapatero y Rajoy, sigan esquivando las responsabilidades propias de los mayores. Qué Dios nos coja confesados.

Muchachada en la nuit

Rafael Martínez Simancas en ABC

La frase del día: "Es tal la acumulación de gansadas y de «frikis» en el ámbito de la Universidad Complutense que uno empieza a pensar que en caso de llegar los marcianos a la tierra lo harían por la ventana del despacho de Berzosa."

El temblor y el tembleque

Tomás Cuesta en ABC

De entre los escombros sembrados a capricho por un demiurgo aciago emerge una sociedad que emite signos de esperanza acerca de la naturaleza humana, buenas noticias sobre nosotros mismos, pruebas fehacientes de que hay principios y valores que cotizan aún en el parqué de la esperanza. Una nación barrida por el mayor terremoto de la historia y abismada después por el «terremato» del tsunami está dando un ejemplo de entereza, de determinación y de coraje que, sin embargo, no se amolda a los parámetros del «share» de las catástrofes mediáticas. Ni el más leve asomo de histeria, ni un amago de desesperación, ni un conato de hurto, ni un indicio de ira o de barbarie. El hecho de que la vida continúe conlleva el que se hunda el espectáculo.

Los japoneses se enfrentan a la crudeza de su destino con la misma obstinación, frialdad y dureza con las que superaron un conflicto mundial, dos bombardeos nucleares y un estado de guerra permanente con los pilares de la tierra, con sus propias entrañas. El carácter de un pueblo se forja en las dificultades. Caer y levantarse: tiempo habrá, andando el tiempo, de sacar conclusiones y de endosarle la nota a quien deba pagarla. El orden en Japón es la respuesta racional, madura, civilizada a la arbitrariedad pagana de la pachamama; la versión contemporánea de la ataraxia monacal aplicada al vaivén de las catástrofes.

Y de momento, han logrado poner en marcha el Metro, abrir la Bolsa, salvar a los vivos y aplazar el duelo. A la espera de un desenlace atómico en «prime time», los indescifrables héroes de una estirpe indomable recomponen templos de papel y reconstruyen fábricas de acero, trabajan y conspiran contra los elementos, luchan y se adaptan. Europa, por su parte, avizora a distancia el escenario como si fuera un jubilado que regala consejos, batallitas y cábalas a la cuadrilla de peones de las obras del barrio. Ése es el titular que nos escamotean en los telediarios. En medio del viejo debate sobre las energías milenarias aflora el verdadero carácter de los supervivientes, de los empecinados, de una especie en vías de extinción que al parecer no le preocupa a casi nadie.

Tsunamis diversos

Hermann Tertsch en ABC

NO sabemos cuántas víctimas mortales causará finalmente el inconcebible terremoto del viernes en Japón que casi se nos sale de la escala Richter y adquirió dimensiones bíblicas. Ni cuántas causó directamente su primera réplica monstruosa que fue el tsunami que devastó las zonas costeras del noreste. Ni todas las réplicas registradas después, muchas de ellas más fuertes que terremotos que en otros rincones del mundo causaron en su día centenares de miles de muertos. Lo que no se ha producido aún es esa catástrofe nuclear que tanto se anuncia desde el primer momento y que algunos parecen añorar con fruición digna de mejor causa. Nadie puede excluir esta terrible desgracia del peor accidente nuclear imaginable, pero resulta escalofriante comprobar la falta de piedad con que algunos parecen esperarla, como la definitiva ratificación de sus tesis. Desde el sábado, algunos sectores de eso que más que izquierda ecopacifista es tribu ecoguerrillera y banda talibán, están literalmente impacientes en su angustiosa esperanza de que se funda algún reactor nuclear en Japón y se cumplan sus peores augurios de cataclismo. Para cargar de razón sus tesis que proclaman la energía nuclear como el mal absoluto. Con sus titulares y su desinformación llevan días dedicados a la danza que invoca a su dios implacable que, con un terrible castigo a los japoneses, logre de una vez por todas que hasta los más descreídos y herejes, aquí y allí, nos arrodillemos ante Él. Y nos convirtamos todos a su nueva religión antinuclear y antitecnológica, expiemos nuestros pecados, fruto ponzoñoso de la falta de fe y del siempre dañino raciocinio y sentido común. Alguna emisora patria tenía tantas ganas de informar sobre la fusión de un reactor que lo hizo. Sin reparar en el detalle de que no se había producido. Como todas las religiones que se precien, ésta tiene su día de redención. Aunque todo puede pasar, da la impresión de que por esta vez se han equivocado de fecha. Lo que no nos eximirá de sufrir el tsunami ideológico que ya está en marcha. Y ante el que se inclinan, temerosos por las angustias de sus electorados, los gobiernos y las oposiciones en Occidente, con una falta de criterio y personalidad, que despiertan vergüenza. Tsumamis en Japón, en Libia y en Occidente. De agua monstruosas, de bombas y ejecuciones, de cobardía, oportunismo y debilidad de criterio.

Los que si van a morir bajo el tsunami sin siquiera mojarse son muchos miles de libios que aún luchan desesperadamente contra el rodillo militar de Gadafi. Con las manos libres, una superioridad abrumadora en armamento y su aviación bombardeando sin cesar al pueblo en armas, el «sátrapa payaso» avanza hacia el control total del territorio. Ya han caído todas las ciudades costeras y es una cuestión de días el comienzo del cerco a Bengasi. En su retaguardia ya ha impuesto a sangre y fuego su orden. Y cumple su amenaza de liquidar a los que se han significado en los levantamientos contra su poder. Con la comunidad internacional volcada en el drama japonés y los Gobiernos occidentales compitiendo en la escalada de histeria colectiva, está claro que son los libios y no los japoneses los que van a morir en masa. Gadafi será dentro de días otra vez el amo absoluto de Libia y de las vidas de sus súbditos. Mejor no imaginarse sus represalias cuando controle el país. Allí están los muertos que no ha habido en Japón. Aún están vivos, pero su grito desesperado no se oye entre el guirigay de la histeria de los gobernantes occidentales y los aullidos del talibanismo que festeja la catástrofe nuclear no habida.

Delirios Smiley

Carlos Rodríguez Braun en La Razón

Smiley puso nuevamente a prueba nuestra capacidad de asombro al declarar: «Merece la pena presidir un Gobierno que ha hecho leyes para que seamos más libres». La primera hipótesis es que se trata de un problema de salud. Según el DRAE, el delirio es una «confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencia». En principio, encaja. Las medidas propiciadas por los socialistas son contrarias a la libertad, desde la subida de los impuestos hasta la prohibición de fumar. El socialismo estriba en recortar la libertad del ciudadano y extender los costes, las multas y las regulaciones de todo tipo mediante las cuales el poder limita las libertades concretas de sus súbditos. La explicación, por tanto, es clara: Smiley es un orate. Esta interesante conjetura adolece, empero, de una dificultad: no parece cierta. Los socialistas no están locos, al contrario, muestran a menudo una fina inteligencia, por ejemplo, para ganarse la vida mediante el fraude de los ERE en Andalucía. Esto invita a considerar una segunda hipótesis: Smiley y sus secuaces son totalitarios, son arrogantes que parten de la base de que todo lo que hagan es bueno para el pueblo. Los socialistas, desde los más carnívoros hasta los más vegetarianos, siempre han hecho eso: han decidido que ellos son la sociedad y que la libertad de la sociedad es promovida cuando ellos la violan. Dirá usted: qué cara. Pues eso.

Nacer

Agustín García Calvo en La Razón

¿Cuántas veces habrá tenido Vd. que escribir en documentos la fecha su nacimiento, el día al menos para la Administración, y si, para completar la broma, se mete Vd. en horóscopos y cálculos astrales, hasta la hora y el minuto? Pero, hombre, ¿cómo puede vd. creer semejante cosa? ¿Qué pruebas tiene del caso? No le va a dejar muy tranquilo el testimonio de los mayores, con la mala memoria, intenciones y fantasías de que están cargados; pero Vd. mismo, lo peor: ¿cómo va uno a haber nacido en tal fecha, cuando es tan claro que en aquel entonces uno no estaba?

¿Se lo toma Vd. como un convenio necesario, una falsificación venial? No sabe lo que están haciendo con usted: al Estado, la banca, el seguro, que consisten en administración de futuro, o séase de muerte, les hace falta, sí, saber desde cuándo tienen que contar con usted, porque, ya que se le ha fijado un fin, el fin, amigo, requiere su principio; pero a usted…vamos, no digo su persona jurídica, sino lo que quede de usted por bajo de ella, a ti no te hace falta para nada saber cuándo has nacido: por el contrario, eso te mete preso, te condena y te ejecuta. Tú, de veras, no has nacido nunca: lo que salió al aire del seno de tu madre, por más que acaso de meses atrás le buscaran un nombre propio para que no se les escapara, eso no eras tú, y todavía estuvo resistiéndose año y medio o más a que lo hicieran ser usted: a Vd. lo costituyeron cuando, por esos meses y ya en el idioma de su tribu, le comunicaron: «Has de morir», le crearon un porvenir. Y ya entiendes como luego esa noticia hubo de venir, hacia atrás, a clavarte en el registro y en la fecha de tu nacimiento. Pero no hagas tanto caso de ese manejo, hombre: se trata nada más que del tiempo, ése en que te hacen creer, en que quieren encerrarte, el del reloj y el calendario, que es el que el poder, su orden ideal y sus negocios, necesita: tanto, que ya toma la ciencia a su servicio y hace con el mundo lo mismo que contigo: como tiene un fin, ya que tiene un futuro, tiene que tener también un principio y hasta matemáticamente fijado, génesis, Big-Bang y hasta el origen del tiempo, ¡madre mía!, y demás fantasías que te han venido contando a lo largo de los siglos. Pero eso a tí no te toca: tú no has nacido nunca ni vas a morirte un día, porque te estás muriendo y a la vez naciendo, conmigo, ahora, y sin darte cuenta.

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Aunque no esté necesariamente de acuerdo, de los mejores artículos que uno haya podido leer del peculiar filósofo ¿nacido en Zamora el 15 de octubre de 1926?