domingo, 20 de marzo de 2011

¿Dónde están ahora?

Antonio Burgos en ABC

ME he puesto lírico con la Superluna que ha motivado la desusada marea vacía que ha dejado ver, como el escaparate de una joyería, las más hermosas piedras preciosas de los bajos de la Caleta gaditana. Y, por no salir del Cádiz que ayer celebró el cumpleaños ya casi bicentenario de La Pepa, con las bombas que tiran (sobre Bengasi) los fanfarrones de ese sátrapa que tiene cara de maricona vieja degenerada, o séase, Gadafi, y con el súbito ardor guerrero que le ha entrado a ZP al ofrecer a eso tan etéreo que es la llamada Comunidad Internacional las bases de Rota y Morón contra las que tanto protestaban los progres profesionales del antimilitarismo, así como cuantos efectivos humanos y materiales de la Armada y del Ejército del Aire sean necesarios, me he acordado de una vieja, cadenciosa canción sudamericana que escribieron Demetrio Ortiz y Zulema Merkin, y que usted recordará cantada por Julio Iglesias o por el Trío Los Panchos.

La canción se llama «Recuerdos de Ypacaraí» y va de cosa guaraní. El lago azul de Ypacaraí rima con una voz guaraní que luego verán que da mucho juego: «cuñataí», que significa «mi amor». De todo tiene la culpa «la noche hermosa de plenilunio» que dice la letra de esa canción. Y es que el recuerdo de otras guerras con foto de las Azores; la evocación del esplendor de gloria de otros días en que llamaban «asesinos» a los diputados del PP; la remembranza de aquellas ardorosas jornadas en que los más progresistas pechos de la nación se cubrían con la pegatina del «No a la guerra», me ha hecho acordarme del estribillo de tal canción, que dice:

«¿Dónde estás ahora, cuñataí,

que tu suave canto no llega a mí?

¿Dónde estás ahora? Mi ser te añora

con frenesí.»

Y como si estuviéramos en los «ubi sunt» de las coplas de Jorge Manrique, me pregunto en la noche hermosa del plenilunio: ¿de las manifestaciones antibelicistas de los subvencionados artistas del Sindicato del Pesebre, que se fizo? ¿Do están ahora, mi amor, los que protestaban contra la guerra de Irak en la ceremonia de entrega de los premios Goya (sin premio)? ¿En qué humanitaria campaña de apoyo a las víctimas inocentes y contra los daños colaterales están ahora ocupados Javier Bardem y la madre que lo parió, y muy especialmente la madre que lo parió? ¿Dónde está la Academia del Cine protestando contra la inadmisible injerencia hispano-norteamericana en los asuntos internos de Libia, hasta ayer por la mañana ejemplo de los logros de la revolución? ¿Dónde está ahora la más que necesaria voz del Gran Wyoming, que tanto echamos de menos los que seguimos las divinas enseñanzas de sus civiles prédicas como norte y guía de la ética y faro refulgente de la moral? ¿Por qué Almodóvar ya no denuncia conjuras? ¿Es que los que nos meten en guerras ajenas ya no son «asesinos»? ¿Es que los presidentes que literalmente se apuntan a un bombardeo son distintos con Gadafi que con Sadam? ¿Es que la guerra ahora es lo más progresista que se despacha? ¿Dónde está la necesaria nueva foto de las Azores con ZP, Sarkozy y Obama?

¡Las vueltas que da el mundo! Si cuando lo de Irak te ponías la pegata del «No a la guerra», eras más progre que el recién difunto Oriol Regás el de Bocaccio, pura Izquierda Caviar y Visa Oro. Si ahora te pones esa misma pegata del «No a la guerra», qué pedazo de facha estás hecho, so mamón.

Somosaguas

Jon Juaristi en ABC

ME he acordado mucho estos días de mi amigo Alfonso Botti, hispanista italiano especializado en la historia de la Iglesia en la España contemporánea. Alfonso es un historiador brillante y un hombre de izquierdas al que exaspera la debilidad mental de los medios progresistas españoles cuando se enfrentan con el hecho religioso. Podría haberme acordado de sensatos críticos conservadores, al observar el tratamiento mediático del asalto a la capilla universitaria de Somosaguas perpetrado el pasado día 10, pero lo que verdaderamente he echado en falta es una figura como Botti, alguien que, desde la izquierda, pusiera a los periodistas de izquierda ante la evidencia de su estupidez colectiva. Sin embargo, lo último que tuvimos de ese género en España fue el Unamuno socialista, cuyas denuncias de la necedad anticlerical de los publicistas vascos del primer PSOE son comparables a la famosa definición que Bebel hizo del antisemitismo de su tiempo: «El socialismo de los imbéciles». Ya hace un siglo largo que la izquierda española no alumbra a nadie de su talla.

El problema, en efecto, no reside en el puñado de histéricas que montó el numerito satánico en la mencionada capilla, porque la coprolalia, el exhibicionismo y las logorreas blasfematorias, con o sin megáfono, son sólo síntomas, bien de neurosis o de posesión diabólica. Las familias de las implicadas no deben desesperar, porque ambas disfunciones tienen cura. La terapia psicoanalítica es larga y costosa, pero hay otros métodos para calmarlas —al menos, durante una temporada— que ya probaron su eficacia en los días del eximio Charcot. Si fallaran, queda un par de ermitas galaicas a las que recurrir antes de pensar en Lourdes.

Lo preocupante, digo, no está tanto en estas pobres piradas como en sus hermeneutas de la prensa progre. Los hay que hablan de un regreso del mayo del 68, cuando es evidente que a aquéllas no las ha enloquecido un 68 del que ni han oído hablar, sino acaso un abuso del 69. Y, desde luego, la lectura de ciertos periódicos desde los que se ha tratado de cabestros a los obispos, se han prodigado chistecillos ingeniosos sobre las violaciones de monjas y ahora se circunscribe la indignación por los hechos de Somosaguas a «sectores católicos y conservadores». ¿Qué habría dicho Unamuno al respecto?

La fantochada de Somosaguas es equivalente a las alegres profanaciones de cementerios judíos franceses como el de Carpentras, que preludiaron ataques terroristas a sinagogas y derivaron finalmente en una situación de acorralamiento de los judíos por la izquierda antirracista. Tales hechos no se produjeron bajo un régimen pronazi, sino en una democracia, y si no han llegado más allá es porque en Francia este tipo de delitos preocupan por igual a todos los demócratas, judíos y gentiles, conservadores y progresistas, y la prensa, aun la más progre, se cuida mucho de reírles las gracias a los nuevos antisemitas y negacionistas de la extrema izquierda. El anticatolicismo español, por el contrario, ha encontrado comprensión maternal en un periodismo teóricamente democrático y un cómodo terreno de pruebas en determinados campus universitarios beneficiados por la impunidad, al amparo de una autonomía manipulada.

Vayan, desnúdense y corran

Alfonso Ussía en La Razón

Pero no lo hagan a un templo cristiano, a una capilla católica, porque nadie les va a responder con suciedad y violencia. No se trata de la Historia de la Iglesia sino de la realidad actual. Por supuesto que una parte de la Historia de la Iglesia está protagonizada por la intolerancia y la violencia. Pero hoy es el soporte del humanismo cristiano, de los derechos y libertades de los seres humanos, del pacifismo bien entendido. Es más, una considerable proporción de los dogmatismos progres están inspirados en las acciones humanitarias de la Iglesia. Es muy fácil herir a los cristianos. Responden rezando. Se ha demostrado en la Misa de la capilla universitaria de Somosaguas. Estos jóvenes que vejan, humillan y destruyen la armonía de los lugares sagrados no son nada originales. Y menos aún, valientes. Miren hacia atrás y verán las iglesias de Madrid ardiendo, las imágenes de Cristo y de la Virgen tiroteadas y mutiladas, los sagrarios profanados y las riquezas artísticas destrozadas o ausentes después de los saqueos.

Si les gusta provocar, o vengarse de los que creen, o reírse de los que en Dios encuentran la razón fundamental de sus existencias, vayan y desnúdense en la mezquita de la M-30. Háganlo a la luz del día, y en los momentos de la oración. Vayan, desnúdense y corran, porque el Islam no recomienda poner la otra mejilla cuando la primera ha sido abofeteada por la perversidad. Sucede que también la mezquita de la M-30 está en Madrid, y sujeta a las leyes españolas, también inspiradas en gran medida en el pensamiento cristiano. Sean más valientes las chicas despelotadas en la capilla de Somosaguas y viajen a una nación musulmana. Irán, por ejemplo. Hagan turismo, y cuando se sientan animadas, acudan a una cualquiera de sus mezquitas –no encontrarán allí iglesias católicas–, y quítense la ropa. Vayan y desnúdense. Muestren sus tetas blancas y occidentales a los ojos de los creyentes en Alá. Sin prudencias. Y corran. En esta situación, corran de verdad, a toda pastilla, porque de ser interceptadas experimentarían la deliciosa muerte que la Alianza de Civilizaciones reserva a las mujeres adúlteras, o indecentes, o simplemente críticas con el Islam. Ya no enseñarán más las tetas, porque se las enterrarán momentos antes de ser lapidadas. O las mantendrán cubiertas de por vida en las prisiones nauseabundas donde la esperanza no existe. Profanar una iglesia católica en España no tiene mérito alguno. Se profana y ya está. Lo más que le puede suceder a los profanadores es que Berzosa les advierta que de seguir así podrían suspender una asignatura. Una advertencia gravísima, injustísimo castigo. Aquí no, valientes estudiantes profanadores de iglesias y agresores contra la fe de millones de españoles. Aquí enseñar las tetas y proceder al fornicio junto a un altar es cuestión de desnudarse y darle al meneo. Resulta más interesante superar el riesgo. Sólo el riesgo de retar a lo prohibido limpia la suciedad de una acción. Iran, Irak, el Yemen, Arabia Saudí les esperan. Vayan, desnúdense y corran. Les recomiendo que lleven patines para deslizarse a mayor velocidad sobre los mármoles de los lugares de Alá y de Mahoma. Ellos están en el siglo XI y no entienden bien los brazos caídos ante la agresión y el ofrecimiento de la otra mejilla. Pero si no quieren viajar, vuelvo al principio. A la mezquita de la M-30 de Madrid. Vayan, desnúdense, enseñen las tetas y corran. La que consiga llegar a la casa del Rector Berzosa podrá considerarse muy afortunada.

Punto de inflexión en la Complutense

Editorial de Libertad Digital

La extrema izquierda suele creerse con derecho a hacer lo que le dé la gana, atropellando los derechos de aquellos ciudadanos que no comulgan con sus ideas. La única ley que conocen es la del embudo: han aprendido bien de sus mayores el desprecio por todo aquel que se limita a ejercer sus libertades. Como ellos, llaman laicismo al anticlericalismo más rancio, heredero de quienes quemaban iglesias y conventos. Pero la sociedad española, y no sólo la española, sigue viviendo en esa absurda hemiplejía moral que la hace mirar con mayor benevolencia sus abusos que los de la extrema derecha. De ahí que esta última sea tan minoritaria, mientras la extrema izquierda cuenta con millones de votos y representantes en el Congreso.

Se podrá discutir si tiene sentido que el Código Penal incluya castigo por la ofensa a los sentimientos religiosos, un delito del mismo orden que los que afectan al honor: siendo los daños inmateriales y difíciles de percibir, dan pie al abuso y la arbitrariedad en su aplicación. Pero lo cierto es que se considera delito, y como tal debe juzgarse la profanación de la misa de la Complutense; una liturgia que por más que resulte absurda o medieval para una minoría, es considerada sagrada para cientos de millones de personas de todo el mundo.

El millar de católicos que han acudido a la misa de desagravio un viernes por la mañana muestra a las claras que hay muchísima gente harta de dejarse avasallar por una izquierda que se cree única poseedora de la virtud y la moral. Que los más de cien millones de asesinatos del comunismo en todo el mundo no hayan mermado ese complejo de superioridad se debe, en buena medida, a que no hemos sido capaces de enfrentarnos a esa propaganda que nos martillea día y noche y que equipara ser de izquierdas con ser buena persona.

No es así. Quienes se dedican con tanto ahínco a burlarse de las creencias más profundas de los demás y a procurar destruir aquello que estiman como más sagrado puede ser muchas cosas, pero no moralmente superiores. Tampoco valientes, porque jamás hemos visto a estos extremistas burlarse del islam ni profanar mezquitas. Hay que enfrentarse a ellos y quitarles la careta, como ha sucedido esta semana en la Complutense. Esperemos que a partir de ahora esto sea la regla, y no la excepción, por más que no podamos esperar mucha ayuda de la derecha política, tan dispuesta siempre a mimetizarse con el paisaje socialdemócrata.