domingo, 9 de enero de 2011

Lógico

Acusan a Sarah Palin y el Tea Party de inspirar al asesino de Tucson. Pero no es nada extraño. Al fin y al cabo, para los "progres" descerebrados, la culpa del 11-S es de Estados Unidos y la del 11-M, de Aznar. Nada nuevo, pues. La misma utilización de las víctimas del terrorismo o la locura (los libros favoritos del asesino eran Mi lucha, el Manifiesto comunista y Alguien voló sobre el nido del cuco; muy bien de la cabeza no creo que estuviera) para atizarle al rival político. Bochornoso.

La delación

Ángela Vallvey en La Razón

La corrupción moral que resulta de la denuncia anónima de supuestos «desviacionistas» de las normas impuestas por el poder, es tan tenebrosa como la que Orwell dibuja con maestría en su «1984», novela en la que nos avisa de los riesgos de la «policía del pensamiento» y la «neolengua». En «1984», George Orwell relata la historia de Winston Smith, un personaje que trabaja en el Ministerio de la Verdad y cuya función es «reescribir la historia» para hacerla coincidir con la versión oficial del Estado. Los otros tres ministerios existentes son: el Ministerio del Amor (que se ocupa de los castigos y más que nada de la tortura), el Ministerio de la Paz (rige los asuntos de la Guerra, y focaliza el odio y el miedo colectivos), y el Ministerio de la Abundancia (una especie de Agencia Tributaria encargada de mantener a la mayoría al borde de la subsistencia). Mientras, el Gran Hermano, temible icono de la propaganda oficial, vigila las actividades de la «ciudadanía» que carece de libertad de pensamiento y de derecho a la intimidad aunque sean miembros del Partido Único, bajo cuyas consignas viven, obsesos y alucinados. El resto de la población está formada por grandes masas de ignorantes aterrados por la política que han logrado tener más o menos los mismos derechos que los animales, por lo que pueden darse por satisfechos.

Orwell se inspiró en el nazismo, el estalinismo y la Guerra Civil española para escribir «1984». Su lectura es muy recomendable en estos tiempos en los que nos prohíben fumar (que es malo), a la vez que nos invitan a la delación del desconocido, el vecino o el amigo (lo que es peor).