miércoles, 23 de marzo de 2011

Lecciones libias

Agustín de Grado en La Razón

Una doctrina que hunde sus raíces en Tomás de Aquino y nuestra Escuela de Salamanca ha tratado durante siglos de resolver esta terrible paradoja: cuándo aceptar la guerra, intrínsecamente mala, como remedio de males mayores. En la España de hoy, donde la demagogia y el partidismo ahogan cualquier intento de debate serio, sólo existe un tipo de guerra justa: la que protagonizan los socialistas, que agitan el pacifismo chillón e inane cuando toca a otros ejercer su responsabilidad. Nuestro príncipe de la paz tragó quina ayer para justificar como humanitaria una misión bélica que hubieran bendecido los kurdos antes de ser masacrados por Sadam.

Entonces nadie la planteó. Es la ventaja de los gases letales: matan en silencio, sin la reacción que provoca la brutalidad de aviones disparando a su propio pueblo. Ha sido el error de Gadafi. Ya sabéis, tiranos del mundo: absteneos de bombardear al pueblo. Matadlo de hambre (Corea del Norte), condenadlo al exilio (Cuba), sometedlo a una teocracia medieval (Irán). Las conciencias del mundo libre no pasarán a la acción. A todos, esta guerra nos deja otra lección. No es nueva: el apaciguamiento no funciona. Sólo retrasa el conflicto inevitable. Sucedió con Hitler. Con Milosevic y Sadam después. No estaríamos ahora expiando culpas a golpe de Tomahawks si hace 25 años tres dirigentes socialistas (González, Mitterrand y Craxi) no hubieran jugado al antiamericanismo barato torpedeado la operación de Reagan para acabar con este psicópata que nuestros dirigentes, a derecha e izquierda, nos vendían hasta ayer como ejemplo de terrorista rehabilitado para la causa de la paz.

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