miércoles, 19 de noviembre de 2008

"Gorilas", por Juan Carlos Girauta en Libertad Digital

Miles de gorilas manchan la piel de toro, estropean el ocio del noctámbulo, joven o no, envenenan la fiesta y joden la marrana. Cada cierto tiempo pasa lo que tiene que pasar: muertes a puñetazos y patadas que son linchamientos, pues esos valientes suelen atacar en camada a objetivos individuales. Los empresarios de la noche, que por lo visto siguen teniendo más relación con las mafias de lo que nos imaginábamos, ponen a musculados sin cerebro a defender su antro y aguantan, vaya usté a saber cómo, un aluvión de peticiones de clausura de los municipales sin que les pase nada.

Ahora, tras partirle literalmente el corazón a Álvaro Ussía a las puertas de El Balcón de Rosales, van a ver su local cerrado por el Ayuntamiento. Si Gallardón se despierta dos días antes, se evita la tragedia. España se estremece periódicamente al enterarse de lo que todos sabían y nadie denunciaba. Hace tiempo que muchos no pisamos locales con tipos malencarados en la puerta. Es una de esas situaciones donde la lógica del mercado falla y el marketing brilla por su ausencia: cuanto peor tratan a su clientela, más colas se forman a la entrada.

En este caso todo se explica por la venta de alcohol a menores a bajo precio. Cuarenta y siete denuncias en tres años, y nada. La noche sigue fuera de la ley, pero alguna explicación habrá para la extraordinaria tolerancia del Ayuntamiento de Madrid. Es cuestión de buscarla. Alguien tendrá ganas de hacerlo siempre y cuando la presente conmoción no se olvide en dos días, que es lo más probable.

El sector de los gorilas es una bomba que amenaza a nuestra juventud. Con los años, a la primera mirada de vacile, uno se busca otro bareto más amable, pero a ciertas edades se entienden los peligros como ritos de iniciación. Se funden de gusto si un día los gorilas les abren paso y les dan las buenas noches. ¿Por qué no se los lleva la Chacón a Afganistán, a que demuestren su valor y fortaleza? Podrían constituir un batallón aparte (digo batallón, no botellón), con uniforme propio, todos con su cola de caballo y sus abrigos largos y oscuros, poniendo mala cara a los islamistas: ¡Que te meto!

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