miércoles, 20 de mayo de 2009

Un caso particular

Hace años tuve la ocasión de convencer a una amiga que dudaba de seguir con su embarazo para que no abortara. ¿Lo hice porque estaba en contra del aborto? No, lo hice porque estaba a favor de mi amiga. Ya había abortado en otra ocasión y eso le había ocasionado problemas psicológicos que aún arrastra y por nada del mundo quería que volviera a vivir la misma situación que se los había producido y que no haría más que agravarlos. Mi amiga me hizo caso y no abortó. Después madre e hijo han pasado por situaciones muy difíciles, pero nunca les han faltado familiares, amigos, vecinos incluso, para echarles una mano cuando la han necesitado. Aunque a veces tengo dudas de si obré acertadamente (y más ahora que la criatura está en la edad del pavo y, como dice su madre, "no hay Dios que lo aguante"), creo que es de los pocos actos de los que realmente me siento orgulloso, sin comillas ni nada.

¿Por qué cuento esto? Pues porque no quiero que quien lea mis opiniones sobre el aborto, piense que hablo por hablar y sólo desde un punto de vista teórico y moral o que al ser un hombre, no sé las dificultades por las que atraviesa una mujer cuando tiene un hijo que no buscaba o desconozco los riesgos del aborto. Mi oposición al aborto no se basa sólo en una defensa de "seres vivos" como el que defiende a las ballenas, sino en una defensa de seres humanos: la madre y el hijo. Un aborto deja secuelas en la mayoría de las mujeres a las que se les practica, algunas veces físicas y en muchísimos casos, psicológicas. El aborto no beneficia a nadie, salvo a los que viven, algunos muy bien, de realizar las intervenciones.

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