La memoria es afectiva y no sabe de más verdad que la que cada uno de nosotros es en los pocos momentos en los cuales accedemos a confrontarnos con ese solitario silencio de la habitación a oscuras, en el cual cifra Blaise Pascal lo más verdadero y al tiempo lo más trágico, de la condición humana. La historia es —debe serlo— glacial e indiferente: clasificar, recopilar, ordenar datos, tratar de comprender qué causas los rigieron, narrar, no atribuir valores nunca a aquello que se analiza, jamás servir como herramienta de partido, ni siquiera del partido al cual amamos, si es que tal cosa es posible. Sentimentalizar la historia es arrojarse al peor de los riesgos: el de un subjetivismo irracional. Negar nuestros afectos es segura garantía de manicomio.
miércoles, 13 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario