jueves, 17 de febrero de 2011

Violación en la plaza

Alfonso Rojo en ABC

El comunicado de la CBS, corto y frío como un escalpelo, estremece. Cuenta que el 11 de febrero, el día que Mubarak fue destronado, la corresponsal Lara Logan estaba cubriendo el jolgorio de la Plaza Tahrir cuando fue rodeada por una turba de hombres enfebrecidos, separada a empellones de su equipo, violada brutalmente muchas veces y golpeada hasta el desmayo. Fue rescatada, al final, por una veintena de soldados alertados por varias mujeres y ahora se recupera en un hospital de Estados Unidos.

Lo primero que se le ocurre a uno es que para ser la Revolución de la Luz, como algunos la han bautizado poéticamente, la de Egipto ha tenido un prólogo bastante sombrío. No entro a juzgar, porque me produce vómito, el comportamiento de los facinerosos, que no eran unos pocos sino doscientos, pero creo que la actitud de la gente merece una reflexión.

¿Cómo es posible que algo así pueda suceder a la vista de todo el mundo, en medio de la multitud y con semejante saña? ¿Ser rubia, mujer, guapa y occidental va a ser también pecado?

No sería justo convertir la anécdota, por espantosa que sea, en categoría, pero resulta evidente que los protagonistas de la revuelta no eran solo blogueros, tuiteros y ejecutivos de Google, abrasados por el deseo de libertad y empeñados en tomar el destino en sus manos.

No hay epitafio sobre el régimen de Mubarak, donde no se afirme que Internet ha sido el arma más potente de la oposición, pero cada día tengo más dudas. Se pasa por alto que los secuaces del rais fueron capaces, en minutos, en la medianoche del 28 de enero, de cortar Facebook, Twitter, correo electrónico y «sms». Y que tuvieron seco al país cinco días. ¿Y si fue el Ejército, como en la Rumanía de Ceaucescu, quien manejo todos los hilos? Incluido el de internet.

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