jueves, 10 de marzo de 2011

Sombras de marzo

Gabriel Albiac en ABC

Soy extranjero en mi patria desde aquel 11 de marzo. Extranjero a su apuesta empecinada por el mejor no saber, porque vete a saber cómo serían las cosas si de verdad supiéramos. Pero yo, sin saber, nunca he tenido percepción alguna de una vida vivible. Sin saber, uno queda en menos que siervo: en animal doméstico. En esa cosa terrible que Baruch de Spinoza describe en la patética personalidad del ignorante: «Tan pronto como deja de padecer, deja también de ser». Y ama su humillación, porque sólo tiene eso.

La «verdad judicial» es una convención garantista. Debe ser respetada. No voy a cuestionarla. Entre ella y la verdad, la relación es la misma que entre la música militar y la música. No me concierne. La verdad, sí. Sin adjetivo. Mayormente, porque no conformarme con la mentira es lo que, bien que mal, me hace seguir viviendo. Platón lo llamaba filosofía. Pero no seamos solemnes. Empecinarse en la verdad, por áspera que sea, es ser un hombre. Un hombre. No esto.

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