martes, 19 de abril de 2011

Manipulación extrema

Tomás Cuesta en ABC

En las virtuosas gacetillas del pensamiento único, braman los titulares y se desmelenan los suplentes: ¡La extrema derecha arrasa en las elecciones finlandesas! ¡El espantajo del fascismo regresa a toda vela! Casi nada, monada: lo que faltaba para el euro. Aún no hemos digerido el sapo nuclear y asoma la bestia parda en el peor momento. Con las maletas hechas, el depósito lleno y el horizonte despejado hasta el lunes que viene. O sea, que en Finlandia, dice usted. Quién lo hubiera supuesto. Cuesta hacerse a la idea de que la banda de la porra haya logrado hacerse un hueco en el país de la excelencia educativa, los teléfonos móviles y el vodka de diseño. Por otra parte (aunque bien es verdad que el vodka obra milagros si el termómetro aprieta), ponerse a desfilar al paso de la oca no es tarea sencilla en medio de tanta nieve. ¿Cómo? ¿Qué también en Finlandia luce el sol en estas fechas? Entonces, menos lobos que ya pasó el invierno. No es tan fiero el león como lo pintan los tigres de papel o los blogeros tuertos. No hay ninguna razón para abrumar la Pascua con un Apocalipsis de opereta.

«Traduttore, traditore». Un traductor es un traidor: esa es la clave del enigma y la madre del cordero. El celebérrimo juego de palabras en el que los italianos cifran la imposibilidad de trasmigrar el alma de las lenguas, se ajusta tal que un guante al vendaval hipócrita de admoniciones y aspavientos que se ha levantado a cuenta de la deriva ultramontana de los comicios domingueros. «Perussuomalaiset» —la desenvuelta alternativa al conservadurismo de salón que ha convertido a Timo Soini en una estrella— significa «Finlandeses de base» o «Finlandeses de a pie», yendo un poco más lejos y arrumbando la literalidad significante a fin de captar su esencia. Sin embargo, el «traduttore» (el «traditore») se obstina en la etiqueta de «Auténticos Finlandeses». ¿A santo de qué ese desplazamiento del prosaico «finlandés de a pie» al «auténtico finlandés», ahuecado y solemne? Porque —según el diagnóstico de Adorno y de Klemperer— la «autenticidad» es la piedra angular sobre la que se sostiene la vomitiva retórica de Hitler y, por ende, la de sus herederos. Y porque, una vez atribuido ese significado, ya no es preciso analizar qué es lo que está ocurriendo. El problema es que para erradicar las causas no basta con maldecir las consecuencias. Finlandia no es el predio de la extrema derecha, sino el símbolo de una Europa desnortada en la que lo excepcional empieza a ser la regla. ¡Que viene! ¡Que viene! Las tinieblas se adensan.

Sólo que no es eso. Ni en la Finlandia de Soini, ni en la Italia de Bossi, ni en la Francia de Le Pen, ni en Austria, ni en Holanda, ni… Glosar las excepciones es estéril (y obsceno). Lo que hay que poner sobre el tapete es la naturaleza del hartazgo de los ciudadanos europeos (de todos y, si no, al tiempo), con lo que representan los que les representan. Las engañifas no cuelan: la clientela de ese nuevo populismo no viene de la derecha burguesa; su implantación más fuerte se produce en las periferias obreras, semillero tradicional del voto izquierdista. Y es un síntoma de lo que esas periferias sufren: el paro masivo, la inmigración descontrolada, el deterioro urbano y social que ello arrastra, el gasto loco de países con cuya quiebra deben cargar otros más sensatos, el odio hacia la casta que, desde Bruselas, hace fortuna propia arruinando a todos.

«Traduttore, traditori». La manipulación extrema.

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