lunes, 18 de abril de 2011

Tormenta sobre Siria

Gabriel Albiac en ABC

El Baaz es un partido laico. Tomó el poder en Siria el año 1963 y en Irak en 1968. Instauró, en ambos casos, regímenes de partido único. Nada extraño, si se considera la filiación hitleriana de sus fundadores y la ideología nacional-socialista de sus estatutos. Es el siguiente peón del Gran Juego que está teniendo lugar en torno a la península arábiga. Y el más decisivo.

A la salida de la Guerra Fría, el Cercano Oriente aparecía articulado en tres bloques: despotismos coránicos, despotismos militares y una excepción democrática asediada en todas sus fronteras: Israel. La guerra civil en Argelia, tras el golpe militar que siguió a la victoria islamista de 1991, puso en el primer plano la fragilidad de los regímenes de la zona no directamente fundados en el Corán. Pero esa inestabilidad nos pareció un problema local. Luego, vino el ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, contra Madrid en 2004, contra el metro de Londres en 2005… Y, bien que mal, hubimos de entender lo decisivo: el islamismo había declarado una guerra al occidente democrático, frente a la cual no habría más remedio que estructurar alguna alternativa militar coherente. Afganistán primero, de inmediato Irak, marcaron el inicio de esa nueva guerra mundial no declarada, en la cual aún hoy vivimos.

La secuencia de piezas de dominó que han ido cayendo en el norte de África da síntoma de que esa guerra ha entrado en una nueva fase. Es difícil decir con certeza quién programó el cuidado calendario de esas caídas. Aunque la sincronía entre el inicio del avispero libio y la entrada del ejército saudí en Baréin mueven a trabajar con la hipótesis más verosímil: sólo los servicios saudíes —con la ayuda inestimable del clero wahabita— pueden haber puesto en marcha una relojería de tales dimensiones.

La fase actual —probablemente sólo la primera— de este juego se ha ido centrando sobre los últimos despotismos no islamistas del Cercano Oriente. Ya fueran dictablandas como la tunecina, ya corruptos regímenes militares como el egipcio; o bien, un nazismo tan inequívoco como el de Al-Assad. Si la operación transcurre como parece haber sido planificada, los clérigos irán haciéndose con el control confesional de toda la región en no demasiados meses.

¿A quién puede beneficiar tal lógica? Dejemos de lado lo de Francia: es una sencilla defensa de los intereses petrolíferos de Elf-Aquitaine en un momento electoral muy difícil para Sarkozy. Pero eso es poco más que anécdota. La recomposición de todo el mundo árabe tiene otras dimensiones. Inseparables del conflicto hoy más insalvable en el Cercano Oriente musulmán: el que opone a sunitas y chiitas; lo cual equivale a decir al Reino Saudí y la República Islámica de Irán. La corrupción despótica frente al despotismo puritano. En vísperas de que Irán consiga la bomba atómica, y en vísperas de que —como jamás lo han ocultado— los saudíes compren la suya, todo régimen político ajeno a esa confrontación está siendo borrado. Con la asombrosa complicidad de Europa. Con la aún más asombrosa inhibición de los Estados Unidos.

Siria es la última pieza de este juego. Punto de cruce entre Irán, Arabia Saudí, Irak y Turquía. Vórtice hoy de la tormenta.

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