jueves, 2 de junio de 2011

El muerto vivo

César Vidal en La Razón

Ya sé que existe una convicción absoluta en que ZP es un cadáver y que después de su designación sabatina en pro de Rubalcaba es difícil acercarse a él y no tener la sensación de que desprende el fétido hedor de la muerte. Sin embargo, a pesar de tanto signo acumulado, no da la sensación de que ZP se haya percatado lo más mínimo de su estado físico-político. En su discurso dedocrático, se jactó, por ejemplo, de que iba a diseñar en el próximo congreso del PSOE las líneas maestras no sólo de la socialdemocracia española sino incluso mundial. Me consta que semejante pretensión es difícil siquiera porque los lobbies gay y feminista no tienen en ningún partido socialista o socialdemócrata ni lejanamente el peso que en el PSOE. Por añadidura, en ninguno de esos partidos hay, por suerte para ellos, nacionalistas catalanes. Pero no se trata de que lo que afirma ZP sea posible sino de que se lo cree y lo anuncia a los cuatro vientos. De hecho, con el espectro de la quiebra económica cerniéndose sobre nuestras cabezas como los buitres ansiosos de despojos, en los últimos tiempos, su Gobierno sólo se ha ocupado de sacar adelante una ley que abre el camino hacia la eutanasia; de impulsar una delirante ley de igualdad de trato que constituye un torpedo contra la línea de flotación de no pocos colegios católicos y de poner en funcionamiento una comisión encargada de estudiar el futuro del Valle de los Caídos que recuerda esas películas en la que un negro de un pueblo de Mississippi es juzgado por un jurado de miembros del Ku-Klux-Klan bajo la acusación de violar a una chica pálida como la leche. Si se suma a esa conducta el reparto derrochón del presupuesto entre amiguetes y la cólera de ciertos medios porque la Real Academia de la Historia sostiene análisis históricos que no son los del zapaterismo y su recua de presuntos hispanistas sin vergüenza, de nulidades sectarias que ocupan cátedras de provincias y de chupópteros de la mal llamada Memoria histórica, cualquiera puede ver que ZP no se siente muerto. Por el contrario, sigue contemplándose como un punto de inflexión progresista en la Historia de España que ahora pasa un mal rato porque muchos no llegan a entender su grandeza, pero que acabará diseñando el futuro guste a quien guste. Sospecho que en el seno de tal visión –de esquizoide la calificaba recientemente un psiquiatra en un programa de televisión con referencia específica y repetida a ZP– Rubalcaba, hijo de un voluntario falangista, aparece como un sucesor capaz de ganar las últimas batallas de una guerra civil que ZP lleva librando hace más de siete años. Teniendo en cuenta el historial del ministro del Interior y que en su haber figura lo mismo el SITEL que el Faisán quizá no le falta razón a ZP para ese optimismo, pero no cabe engañarse. O vamos a unas elecciones anticipadas y el Gobierno que surja de ellas acomete todas las reformas necesarias o la situación económica empeorará de tal forma que el que gane –Rubalcaba o Rajoy– se va a encontrar un erial en el que difícilmente podrán crecer más que paro, miseria y violencia. Todo por empeñarse en no seguir el mandato de Jesús de dejar que los muertos entierren a los muertos.

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