En mi infancia, demostrada mi nula capacidad para entender la aritmética y las matemáticas, tuve un profesor particular, don Félix Rebollar, que era idéntico a Lenin. Mi madre, cada vez que se cruzaba con don Félix en los largos pasillos de nuestra casa, se santiguaba. Usted, al menos, sólo se parece a Bin Laden en la frente y el pelo, pero don Félix era como Lenin reencarnado, y a usted le hubiera encantado conocerlo. Después, nada. Don Félix era de derechas, muy buena persona y no se había dedicado a ordenar la muerte de decenas de miles de rusos, el zar incluido.
¡Qué cosas tiene don Alfonso: de derechas y buena persona! ¿Pero será eso posible? Me acuerdo ahora de algo que le escuché a un paisano no hace mucho tiempo: "Es que la derecha es mu mala". Tal vez hace cincuenta años lo que habría escuchado sería "Es que la izquierda es mu mala". En definitiva, a eso se reduce la política en España: a una historia de buenos y malos, en la que los buenos pueden pasar a ser los malos y los malos, los buenos de un día para otro y ese día, qué casualidad, suele coincidir con aquél en que da la vuelta la tortilla. En Estepaís, desde el 20 de noviembre de 1975, lo fetén, lo chachi, lo que mola, lo que flipa, lo guay del Paraguay es la izquierda. Gobierne quien gobierne, porque hasta la derecha ha adoptado en buena medida su discurso, sus prioridades, sus obsesiones... Porque para la mayoría de las mentes privilegiadas de Estepaís, la izquierda (¡con lo antigua que es, vaya por Marx!) equivale a progreso. El Progreso. ¿De quién? Vaya usted a saber...
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