Europa es, hoy por hoy, un continente desalmado, un criadero de zombis satisfechos. El Dios de la fe ha sido suplantado por los propagandistas de la beatitud sonámbula y la pachorra intrascendente. En cuanto al de los filósofos, ni está, ni se le espera. Los manuales de autoayuda no dan ninguna pista sobre el particular porque en la inopia ingrávida lo sustantivo ofende.
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La Sagrada Familia, si sólo fuera piedra, sería un empeño hermoso, pero absurdo; el deliquio genial de un artista demente. Desde anteayer, en cambio, es un lugar de Dios, una expresión del «pneuma», una atalaya de lo divino (y de lo humano) que planta cara a un vendaval de insensateces.
La Sagrada Familia, si sólo fuera piedra, sería un empeño hermoso, pero absurdo; el deliquio genial de un artista demente. Desde anteayer, en cambio, es un lugar de Dios, una expresión del «pneuma», una atalaya de lo divino (y de lo humano) que planta cara a un vendaval de insensateces.
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