miércoles, 25 de mayo de 2011

Oh, Sole mio!

Ángela Vallvey en La Razón

Ayer iba caminando por los aledaños de la Plaza del Sol, en Madrid, en dirección a «mi» casa, por «mi» barrio, el lugar donde vivo y pago impuestos. Iba distraída entre el móvil y mis demonios personales, que, es fama, son muchos y bastante pelmazos. Pronto me di cuenta de que alguien me increpaba. En principio, mi impulso inicial es pensar bien. Estuve a punto de dirigirle una amable sonrisa al tipo que me gritaba cuando observé que, sin lugar a dudas, trataba de intimidarme: «¡Tú, ‘‘fxtkw!’’, por aquí ni pases, ¡esto es territorio comanche!», me vociferaba el individuo, muy indignado. «Ah, es un indignado», cavilé (puede que sea lenta, pero al final pesco las indirectas de acoso y/o agresión, sobre todo si van directas a mi cuello). Le contesté «¡capullo!», y seguí andando. Ser libre –y salir por la tele– me ha «obsequiado» en los últimos siete años grandes momentos de violencia por parte de desconocidos que no soportan que diga lo que pienso y se consideran con derecho a ofenderme o maltratarme verbalmente. He pagado un alto precio por querer ser libre, y a estas alturas, ya no reparo en gastos. También he aprendido –con enorme dificultad– que debo defenderme, que no defenderme es un error gravísimo que engendra más violencia en mis agresores y en mí misma.

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