Zapatero llegó al poder a lomos de la historia y ha vuelto a hacer historia al llegarle el momento de salir de naja. Si el 11-M fue un acontecimiento histórico, un punto de inflexión, un órdago cerril y un disparate planetario, es porque edificó un precedente trágico sobre las ruinas ateridas de una tragedia inenarrable. Fue la primera vez que un país democrático (un país respetado y, en teoría, respetable) se plegaba al chantaje de los carniceros y echaba mano sin rubor de la bandera blanca. Con la retirada de Irak, que era una opción legítima antes de que el horror acaparase el escenario, Zapatero, a lo tonto, debutó en los anales. Sin llegar a figura, se convirtió en un figurante. En algo así como una nota a pie de página en la historiografía de la infamia.
Al cabo de siete años, con el teatro hundido, el público insurrecto y la claque en desbandada, el eterno farsante continúa empeñado, contra viento y marea, en prolongar la farsa. Todavía es capaz de empeorar las cosas. No ha despachado aún el último capítulo de esta historieta aciaga. Hay margen todavía —¡ole mi Cid!— para, después de muerto, perder otra batalla. «But this is another story»… Tiempo habrá de contarla. La que se consumó anteayer es la que nos conduce desde la deserción de antaño a la traición de hogaño. Zapatero, en Irak, rindió el Estado al terrorismo. Ahora, a través de Bildu, se lo ha entregado a cuenta de una paz deshonrosa que remata a las víctimas y aviva a los victimarios. Se lo ha puesto en bandeja, en bandeja de plata. Y, si es que salva la cara, nos va a salir muy caro.
La atronadora victoria electoral de los aviesos taliboinas y los machacas filoetarras se sustancia, a la postre, en un descenso «ad inferos», en un retorno agónico a los abismos del pasado. «Un voto —decía Lincoln— es más fuerte que una bala». Pero a Gregorio Ordóñez le quitaron de en medio porque hoy mismo, ¿quién sabe?, quizá sería alcalde. Y lo mismo ocurrió con Miguel Ángel Blanco, con López de Lacalle, con Joseba Pagazaurtundúa... Válganos Dios, son tantos... ¿Es posible comprarse un lugar en la Historia enajenando tanta sangre?
Nada de esto se hubiera planteado sin la aquiescencia del Gobierno, la sumisión culposa del Constitucional y la actitud pacata, abúlica y titubeante de algunos dirigentes populares. Histórica. La del domingo, en efecto, ha sido una fecha histórica. Vamos, que, a fuerza de ser histórica, casi resulta insoportable. Fue la noche triste del señor Zapatero y la noche de Walpurgis de las libertades. Que la historia le juzgue y que le absuelva Pascual Sala.
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