jueves, 16 de junio de 2011

De Sol a Taiwán en 45 minutos

Domingo Soriano en Libertad Digital

En la introducción de su fantástico documental La globalización es buena, Johan Norberg afirma algo que de tan obvio se nos olvida demasiado a menudo: "Lo extraño no es la pobreza, sino la riqueza". Los antiliberales siempre comienzan sus escritos, reportajes o proclamas contra el capitalismo con imágenes de niños africanos desnutridos o con tablas llenas de cifras sobre el número de personas que viven con menos de dos dólares al día. Ante esta llamada al corazón de las personas, de poco sirven los argumentos racionales sobre cuál es la mejor forma de salir de la pobreza o cómo el mercado es la mejor solución para aquellos males.

Sin embargo, los liberales sí tenemos una manera de responder rápidamente a estos ataques. El vídeo de Norberg dura más de tres cuartos de hora y es tremendamente interesante y entretenido. Pero sólo con los dos primeros minutos sería suficiente para reafirmar la superioridad de nuestro ideario. Porque frente a una foto de un niño africano en la miseria, lo único que se puede poner es una de un chiquillo sueco o taiwanés o canadiense o chileno. Cuando alguien dice que el capitalismo ha provocado aquel drama la mejor respuesta posible es la que la realidad demuestra día a día: que lo que el libre mercado ha conseguido es que esa fotografía sea cada vez más extraña y que en amplias regiones sea sólo parte del pasado.

Norberg lo reconoce casi en la primera escena del reportaje: "Suecia era más pobre hace 150 años que la mayoría de los países africanos en la actualidad". No es una excepción. La humanidad vivió siempre en la miseria. Hace menos de un siglo, la esperanza de vida en Europa rondaba los 50 años, los mercados apenas tenían productos cultivados a más de 10 ó 15 kilómetros de distancia y los hogares carecían de comodidades que hoy consideraríamos imprescindibles. Incluso los más ricos de nuestros antepasados vivían en peores condiciones que los europeos actuales. Morían antes, enfermaban más, comían peor, viajaban menos y tenían opciones de entretenimiento mucho más reducidas. El mito del pasado utópico, en el que los humanos vivían felices sin máquinas y sin progreso, es sólo eso, un mito.

Algunos países recuerdan todavía esos tiempos difíciles. Por eso, Norberg viaja a Taiwán, una isla que en la década de los cincuenta era menos rico de lo que ahora es África. En apenas treinta años, éste y otros estados asiáticos han pasado de los últimos puestos en desarrollo a los primeros lugares del ránking mundial de riqueza. Corea del Sur, Singapur o Hong Kong son también excepcionales ejemplos de lo que puede conseguirse con una política económica basada en el capitalismo. Y China, India, Indonesia, Vietnam (que también aparece en el reportaje) o Malasia están siguiendo sus pasos a la carrera.

Pensaba en todo esto mientras veía imágenes de la acampada de la Puerta del Sol de Madrid. Son enormemente parecidas a las manifestaciones antiglobalización que enseña Norberg en su documental. Todos piden "cambios en el sistema", dicen que "otro mundo es posible", claman contra el "capitalismo salvaje" y llaman a liberarse de la "dictadura de los mercados".

Eso sí, lanzan sus mensajes a través de Twitter, se coordinan con mensajes de móviles, buscan la energía con placas solares y duermen en tienda de campaña compradas en unos grandes almacenes. Y lo más curioso es que no ven ninguna contradicción entre sus actos y sus palabras.

En cierto sentido, ésta es una equivocación bastante común entre el ciudadano medio que a veces piensa que los adelantos tecnológicos, el incremento de la riqueza media o los avances médicos son algo natural, que la humanidad consigue simplemente con el paso del tiempo, en una evolución sin retorno. Así, aquellos que claman contra las patentes farmacéuticas o acusan a las multinacionales de explotar a sus trabajadores, no se preguntan cómo se descubrieron los medicamentos que les curan o por qué pueden comprar un ordenador portátil a un precio 100 veces inferior al que tenía hace apenas veinte años.

Pero el progreso no es como el maná que cae del cielo. Los adelantos de los que disfrutamos en el mundo occidental son fruto de muchas décadas de confianza en el sistema capitalista y sus instituciones: mercado, propiedad privada, libre comercio y seguridad jurídica. Si se eliminan, la humanidad volverá a vivir como en Suecia hace 150 años. No es un escenario imposible de imaginar: Cuba, Corea del Norte o Zimbabue era más ricas hace cincuenta años que ahora. Sus dirigentes tomaron el camino de la pobreza y llegaron a su destino.

Norberg intenta en enseñarnos la ruta correcta para que no nos perdamos. Es un itinerario que nos lleva de Sol hasta Taiwán, pasando por Vietnam y Kenia. Y todo este camino lo recorre en sólo 45 minutos.

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