Uno de los grandes dramas de la izquierda en España es que, fundamentalmente, resulta una encarnación del cuento conocido como el traje nuevo del emperador. A diferencia del socialismo de Tony Blair, que supo adaptarse a los tiempos permitiendo pensar que quizá la socialdemocracia sobreviva al 2025, en España el PSOE y el PCE llevan décadas dejando de manifiesto no sólo que carecen de soluciones para abordar los problemas contemporáneos sino que además cuentan con una carga intelectual ínfima, rancia y casposa. Ningún historiador medianamente serio cree, por citar sólo algún ejemplo, que el PSOE fuera demócrata en los años treinta, ni que el Frente Popular defendiera la democracia ni que las Brigadas Internacionales eran espontáneos combatientes por la libertad llegados a España. Por el contrario, es indiscutible que en 1934, el PSOE se levantó en armas contra el Gobierno de la República; que el Frente Popular pulverizó la legalidad con auténtica fruición y que las BI eran un ejército de la Komintern impulsado y creado por el mismísimo Stalin. En los últimos años, gracias a ZP y sus secuaces, no sólo se han negado esas realidades sino que además se ha emprendido una cruzada para salvar la imagen histórica de personajes como Negrín o Largo Caballero, denostados por sus propios compañeros del PSOE como sabe cualquiera que conozca las fuentes históricas. Por si fuera poco, se ha pretendido implantar desde el Gobierno una interpretación de los hechos que choca con la verdad histórica e incluso recurrir a la censura y al proceso penal, de los que no estén dispuestos a comulgar con ruedas de molino. Entre el miedo a los poderosos, el deseo de trepar en la administración, el ansia por enseñar en la universidad –aunque en España ni una sola se encuentre entre las doscientas primeras del mundo– la voluntad firme y resuelta de no quererse buscar líos y la alegría que debe dar cobrar subvenciones de la Memoria Histórica, pocos, muy pocos, se han atrevido a enfrentarse con esa situación. Y entonces la Real Academia de la Historia decide publicar su Diccionario Biográfico. En términos generales, la obra es sólida y documentada y, precisamente, ese carácter riguroso ha dejado de manifiesto que filfas como la mal llamada Memoria Histórica o determinadas versiones de la Historia contemporánea impulsadas incluso desde medios que pagamos entre todos no son un buen traje sino un claro exponente de que el emperador está desnudo. Titiricejas, autores oficiales, catedráticos de medio pelo que en Estados Unidos no llegarían ni a bedeles, subvencionados varios, medios de «agit prop» y ministras de cuota al unísono han puesto el grito en el cielo porque la impostura que han protagonizado durante años ha quedado más al descubierto que nunca. Incluso algunos han amenazado con querellarse contra la Academia de la Historia lo que, dicho sea de paso, constituye una muestra de moderación dado que sus camaradas de otros lugares y épocas recurrían al Gulag, la checa y el paredón para ocuparse de los que no se doblegaban ante la doctrina oficial. Sinceramente, yo comprendo tanta cólera. Debe de ser muy duro llevar años tratando de imponer la verdad oficial para que unos académicos que sólo se dedican a la Historia dejan de manifiesto que no llevas un traje de lujo sino que vas más en pelota que el emperador del cuento.
lunes, 6 de junio de 2011
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